Gedeón conducía a toda velocidad hacia su residencia, iba reflexionando sobre lo ocurrido desde la llegada de Aradne a su vida. Al llegar, uno de sus guerreros se le acercó y le entregó una bolsa.—¡Alfa! Horus trajo este paquete.Gedeón tomó la bolsa y, sin inmutarse, se dirigió a su habitación. Abrió la puerta sin tocar y vio una figura menuda frente a la ventana. Sin perder tiempo, menciono.—Aquí te traje ropa para que te cambies. Todo lo que traías lo mandé a quemar.Ella se inquietó al escuchar esa voz áspera. Se giró lentamente hacia Gedeón y con voz calmada preguntó.—¿Qué va a pasar conmigo?—De momento, vístete. Te llevaré a otro lugar donde permanecerás encerrada sin derecho a salir.Aradne lo miró fijamente, pero pronto desvió la vista, sintiendo la intensidad de su mirada como si la escaneara de arriba a abajo. Envuelta en una sábana, avanzó con pasos inseguros hacia Gedeón. Estiró la mano sin atreverse a mirarlo a los ojos y, al ver que él le ofrecía la bolsa, la tomó con
Aradne se sentía como si un rayo eléctrico la hubiera atravesado. Después de un largo rato en silencio, esperando que el dolor se volviera soportable, se levantó tambaleándose y salió de la tina. Frente al espejo, se desnudó lentamente, mientras la imagen de su madre se proyectaba en su mente. Entre dientes, murmuró.—Ay, mamá Gloria, ya nunca más volveré a escuchar tus regaños ni a ver tu sonrisa.Se quedó inmóvil un instante, contemplando su reflejo débil y deprimente en el espejo. Dos semanas en esa manada habían dejado cicatrices visibles en su cuerpo y una tristeza abrumadora en su alma. Con una mueca de agonía en los labios, balbuceó.—Jamás imaginé que la manada de mi padre estuviera llena de tanta maldad. Si este es el precio que debo pagar por su pecado y mi destino es morir, solo te pido, diosa Selene, que te apiades de mí.Ella percibió que abrían la puerta, pero no volteó a ver quién entraba.—¡Por la diosa Selene, ¿qué te ha pasado?! —exclamó Cleo, sus ojos se agrandaron c
Jonás tocó la puerta. Desde el otro lado, una voz gutural se escuchó, provocando en Cleo un deseo de huir.—Pasen.Jonás abrió la puerta, permitiendo la entrada de Ramón y Cleo, y luego se retiró para comprar los medicamentos.Gedeón, al verlos entrar, fijó su mirada en cada uno de ellos. Sus ojos no reflejaban emoción alguna; eran fríos y distantes, como el hielo. Sentado en su silla de cuero, preguntó con tono inquebrantable.—Cuéntenme, ¿qué pasó con Aradne? ¿Por qué estaba en ese estado?Cleo estaba aterrada; sentía que le faltaba la respiración. Al ver la mirada penetrante del alfa sobre ella, se obligó a hablar.—Señor, yo no sé qué le pasó a la señora Aradne. Hace cinco días llevé la comida a la habitación y me sorprendió verla en el baño, desnuda frente al espejo, con una mancha roja en su espalda, empapada de agua y con la mirada perdida. Le pregunté qué le pasaba y solo me respondió que la dejara sola. Le llevé una pomada para el moretón que observé en su espalda, pero sigue
Gedeon entró en la habitación con cautela. Desde la puerta, la vio dormida. Avanzó pausadamente hacia la cama, sus movimientos eran lentos y silenciosos. Se quedó mirándola con el ceño fruncido al notar su mano maltratada y observó que quedaba poca solución intravenosa. Abrió la bolsa que traía y sacó el contenido, colocándolo en la mesa junto a la cama.Tomó la crema y desenroscó la tapa. Con el dedo índice, aplicó un poco y se sentó al lado de la cama, quedando inmóvil por unos segundos. Inhaló su aroma, una exquisita mezcla de múltiples flores que llenaban la habitación con una fragancia embriagadora.Extendió su mano izquierda para acariciar su largo y ondulado cabello rojizo, y sus dedos rozaron suavemente su cuello, blanco como la nieve. Percibió cómo su pecho subía y bajaba rítmicamente con cada respiración pausada. El sonido de su respiración era relajante, como el murmullo de una cascada. Posó sus intensos zafiros en su rostro, sus facciones tiernas y delicadas le parecían tan
Aradne, al pensar que tendría a ese hombre de casi dos metros de altura, de cabello castaño y mirada frígida dándole la comida, se ruborizó, pero no protestó. Lo siguió con sus ojos brillosos hasta la puerta, viéndolo abrirla y desaparecer.Ella se acomodó en la cama y cerró los ojos, intentando encontrar alguna lógica en lo que él estaba haciendo por ella. No comprendía por qué quería cuidarla si antes la había tratado mal.Una hora después, Gedeón abrió la puerta con una bandeja en las manos. Aradne lo observaba con los ojos muy abiertos, siguiendo cada uno de sus movimientos mientras él se acercaba y se sentaba junto a su cama. Cuando vio que colocaba la bandeja en su regazo, ella estiró las manos para tomarla, pero una voz áspera la detuvo.—¡No! Tienes que dejar que yo te lo dé. —Levantó la cuchara y se la acercó a la boca.—Puedo comer sola, el medicamento ha calmado mi malestar. Me niego a que me den la comida —expresó haciendo puchero y cruzando los brazos.—Última oportunidad,
Cleo bajó la mirada y, uniendo sus manos nerviosas, confesó:—Al principio, yo quería que la ejecutaran para que las tierras volvieran a ser como mi abuelita me contaba. Pero ahora siento compasión por usted y la ayudaré hasta donde pueda.—¿Tus padres dónde están? —preguntó Aradne, extrañada de que solo mencionara a su abuela.—Mi madre murió de una enfermedad. No teníamos dinero para los medicamentos y mi padre no soportó su pérdida; se suicidó. El amor de su hija no pudo llenar el vacío que dejó mi madre —dijo Cleo con palabras ahogadas, sintiendo el resentimiento por lo que tuvo que vivir en ese tiempo, sin sus padres, quedando sola con su abuela y pasando muchas noches con el estómago vacío.—Tu vida tampoco ha sido fácil. Lamento lo de tus padres.—Mi abuelita me crió desde que tenía apenas 12 años. Desde entonces, empecé a trabajar para evitar que nos muriéramos de hambre, ya que ella tenía problemas en las piernas y no podía salir de casa.—¿A esa edad empezaste a trabajar para
Días después, Gedeón tras un extenuante día de trabajo estresante, cruzó el umbral de su despacho con el ánimo sombrío, se dirigió hacia un lateral y abrió una puerta que llevaba a una habitación oculta, un dormitorio amueblado en blanco y negro, conocido por pocos de sus hombres. Era aquí donde se refugiaba para escapar del mundo exterior y hallar un breve respiro de paz.Sus pensamientos se agitaban mientras luchaba con el peso de saber que pronto Adnare sería juzgada. Se enteró de que los ancianos habían fijado una fecha para que fuera presentada ante la corte del rey y recibir el veredicto de su ejecución. Él sabía que debía adelantar sus planes. En ese momento, la necesidad de verla lo embargaba intensamente, pero sabía que era mejor mantener la distancia.Se dirigió al baño necesitaba calmarse, y despejar la mente. Abrió la ducha y permitió que el agua fría cayera sobre su cuerpo, una sensación que intentaba sofocar la tormenta emocional que lo envolvía. El frío se filtraba en su
—¡No puedo! ¡Te necesito y tú me necesitas! —Como un lobo hambriento, acercó sus labios a los de ella. Con su mano derecha rodeó su cintura, mientras que con la otra mano sostuvo firmemente su nuca. Se inclinó y cargado de deseo la besó, sintiendo la calidez de sus labios. Con su lengua, buscó entrar en su boca.Aradne estaba aturdida. Abrió la boca, y sus labios se encontraron en una danza ansiosa y desesperada, explorándose mutuamente con urgencia. Sus respiraciones se entrecortaban, y sus suspiros agitados resonaban en la habitación.—Esto no está bien, déjame tomarme la pastilla. Luego te vas a arrepentir —balbuceó Aradne, jadeando entre palabras.Gedeón se apartó y, con la respiración agitada, apoyó su frente contra la de ella.—Ya es tarde para eso —dijo, con voz grave y excitada—. Cuando surjan los efectos de la pastilla será demasiado tarde. Sabes, no quería llegar a esto contigo. Hasta ahora, he tratado de mantenerme lo más alejado y discreto posible.Aradne experimentó una se