Capítulo 6

De repente, un estruendo resonó en la habitación. La puerta fue derribada de un solo golpe. Ramsés giró la cabeza y, furioso, gritó:

—¿Vienes a unirte a la fiesta? Lástima que no estés invitado.

Unos ojos negros como la noche y una mirada asesina se posaron sobre él.

—¡Suéltala u olvidaré quién eres! —su voz gutural resonaba en la habitación. Gedeón luchaba por controlar a su lobo, que anhelaba acabar con ese alfa en ese mismo instante, usaba todas sus fuerzas para mantener el dominio de Aitor.

—No me digas que también te hechizó la bruja, o mejor aún, te diste cuenta de que es una híbrida y quieres darle una probadita —comentó, levantándose de la cama con un movimiento rápido y brusco. Se agachó para recoger su camisa del suelo y se la puso mientras avanzaba hacia Gedeón, sus ojos ardían con una mezcla de desdén y advertencia—. No eres bienvenido en esta reunión. Esta omega la vi primero. Si no quieres que Nefer te destituya de tu rango, date la vuelta y márchate de aquí.

Gedeón no se movió. El aire entre ellos se volvió denso y sus miradas se cruzaron cargadas de amenazas.

—Ella es una prisionera y debería estar en los calabozos —gruñó, mostrando sus dientes—. No me amenaces, o el que puede salir perjudicado es otro.

Ramsés, al ver cómo las venas de la frente de Gedeón se abultaban y apretaba los dientes, soltó una carcajada.

—¿Cómo te atreves a amenazarme? Tuviste suerte de que Keseo te criara por compasión, pero no contarás con la misma suerte con Nefer; él no te protegerá ante el concejo de lobos por defender a esta bruja,

Gedeón, sin importarle que él fuera el nieto de uno de los ancianos del concejo, lo agarró por la camisa y lo arrastró hacia él con fuerza. Cara a cara, lo fulminó con la mirada, sus ojos llenos de una furia contenida que parecía capaz de quemar el aire entre ellos. Después de unos segundos, Gedeón dejó escapar un gruñido profundo y amenazante desde lo más hondo de su garganta.

—Si no te largas ahora mismo de aquí, tendremos un combate. Sabes que no tolero las injusticias ni que se aprovechen de personas débiles. Si ella no te ha dado su consentimiento, no deberías estar aquí. —Miró a la cama, donde la mujer temblaba y se cubría con el pedazo de tela que quedo de su vestido mientras se acurrucaba entre sus piernas—. O ¿Si te lo dio permiso de tocarla? —arrastró con fuerza esas últimas palabras.

—Suéltame.

Gedeón le dio un empujón.

—Me iré porque no quiero que por una hechicera mi prestigio se vea opacado, pero te aconsejo mantenerte alejado de ella. —acomodándose la camisa y con una mirada burlona continuó—. O el que sufrirá por verla llevada a la horca será otro. —giro la cabeza hacia Aradne—: Dulce y deliciosa omega, esta vez te salvaste. Pero recuerda, no soy el único lobo en estas tierras que codiciara a una omegas pura.

Ramsés caminó hacia la puerta y salió de allí, echando espuma por la boca.

Gedeón se quedó paralizado por unos segundos para controlar sus emociones. Aitor aullaba de impotencia al verla así de frágil. Luego de unos segundos se acercó a la cama y, cuando fue a hablar, escuchó:

—¡No me toques! por favor ¡Mátame! Mátame aquí mismo. Ustedes son unos lobos salvajes, unos monstruos.

—Cálmate y haz lo que te digo, por tu bien. Acompáñame.

Ella se acurrucó más hacia la cabecera de la cama y como un cachorro asustado expresó.

—contigo no voy a ninguna parte.

Gedeón, conteniendo su paciencia, soltó un suspiro y, sin hacer caso a sus protestas, la agarró de los hombros y la sacó de la habitación llevándola cargada de costado.

—¡Suéltame, animal! No me hagas daño —gritaba dándole manotazos.

—Quédate quieta, mujer. No te voy a hacer daño. Estarás conmigo hasta que Nefer ponga fecha a tu ejecución.

Aradne estaba consternada. No podía creer que después de que casi era  ultrajada por un lobo pervertido, ahora caía en manos de otro lobo salvaje sin saber qué iba a pasar. Ella intentaba zafarse pero él parecía una roca. Al salir del pasillo, vio cómo Gedeón abría la puerta trasera de un carro y la introducía. No sabía por qué, pero no sentía peligro; se sentía segura con este lobo. No perdía de vista sus movimientos.

El daba la vuelta al carro y se introducía en él. Cuando el carro comenzó a moverse, ella preguntó.

—¿Adónde me llevas? ¿Qué va a pasar conmigo?

—A mi mansión. Allí tengo calabozos y estarás a salvo de lobos que quieran aprovechar tu estadía en Corinto.

Aradne presionando la poca tela que llevaba, se inclinó hacia adelante y, con intranquilidad en la voz, expresó.

—Gracias por salvarme. No eres como los otros alfas. ¡Gracias por ser compasivo!

—No te confundas y mantente callada, no hagas que me arrepienta de haberte salvado. —Balbuceó apretando la mandíbula.

—¿Cómo te llamas? —inquirió recostándose en el asiento.

—Gedeón. Deja de preguntar, ya no hables —refunfuñó, dando un golpe al volante. Con la mirada sombría, su mente procesaba. "Ahora las cosas se complicarán. Debí de haberme preparado para ser su enemigo y no su salvador. Ella no encaja en mis planes. ¿Por qué la saqué de la mansión real? Maldición habría sido más sencillo devolverla a los calabozos bajo la protección de uno de mis hombres."

Aragne observaba cómo el carro avanzaba por las calles desiertas del pueblo, las fachadas de las casas desprovistas de color, como si la vida misma hubiera abandonado el lugar. El vehículo tomó el camino hacia el bosque. Llegaron a un portón de hierro forjado, que se abrió lentamente al ser empujado por dos hombres robustos.

El carro continuó su trayecto hasta detenerse frente a una imponente casa de aspecto antiguo y misterioso. Aragne mantuvo su mirada fija en Gedeón mientras él bajaba del carro y abría la puerta trasera. De repente, sintió una mano fría que la jalaba del brazo, arrancándola hacia afuera.

—¡Ay, me duele! Yo puedo caminar sola.

Gedeón, en silencio, la introdujo en el interior de la casa.

—Ay… ¡Suéltame! Me haces daño. No hay piedad en ustedes —expresó forcejeando para que la liberara.

—Si no quieres que presione más tu brazo, cállate —caminó hacia las escaleras. La subió a pasos acelerados, Aradne iba tambaleándose, sentía que caminaba en el aire.

Gedeón se colocó frente a una puerta, puso la mano en la manilla y, sosteniendo a Aradne del brazo entró en la habitación, con zancadas largas llego hasta el baño y abrió la puerta.

—Espera, ¿a dónde me llevas? —vociferó Aradne al ser empujada. Con voz acongojada volvió hablar—. ¿Qué hacemos aquí?

—Voy a bañarte.

—¿Qué? ¿Por qué me vas a bañar? Yo puedo sola —no le dio tiempo de seguir protestando, fue introducida en la ducha.

Gedeón la empujó bruscamente, colocándola debajo de la ducha. Con un movimiento tosco, estiró la mano y abrió el grifo del agua. Luego cerró la puerta de vidrio. Desde afuera observaba cómo el agua caía impasible sobre su cuerpo, haciendo que la ropa se pegara a su piel y revelara su figura. Ella golpeaba frenéticamente la puerta de vidrio, pero él permanecía imperturbable. En silencio, solo podía observarla y escuchar sus maldiciones desesperadas.

—¡Ay! ¡Está fría! —Su cuerpo empezó a temblar—. Imbécil, estás loco, eres otro pervertido.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo