Al adentrarse en el bosque de Corinto, Aradne notó que el clima se volvía sombrío y espeso. Los árboles a su alrededor crujían con cada paso que daban. Una pesadez inexplicable se apoderó de su cuerpo, y al observar el lugar se asustó al percibir la desesperación de la naturaleza. De repente, el relincho de los caballos hizo que su corazón se agitada rápidamente.
—¡No se detengan, avancen con rapidez! —gritó Gedeón. Al tirar de la cuerda para que el caballo corriera, abrió los ojos con furia para ver cómo descendían de los árboles criaturas con apariencia de aves deformes: ojos brillantes, plumas como espinas y garras afiladas. Él se aferraba a la cuerda de su caballo mientras observaba a los Skotos cortarles el paso y se acercaban rápidamente hacia ellos, sin posibilidad de huir, Gedeón sintió cómo su caballo trataba de derribarlo. Gritó desesperadamente mientras descendía del caballo con la espada en la mano.
—¡Nos están a atacando los Skotos! Defiéndanse y huyan si logran escapar de ellos.
Sus hombres bajaron de los caballos empuñando sus espadas y comenzaron a esquivar a los Skotos. El comportamiento de estas criaturas no eran para nada pacíficos; empezaron a atacar en la densa niebla, y se abalanzaron sobre los guerreros, picoteándolos y moviendo sus alas para clavarles sus gruesas plumas.
Gedeón, al ver cómo sus hombres eran heridos, arremetía con furia contra los Skotos, tratando de esquivar sus plumas afiladas que rozaban su piel.
Aradne se encontraba rodeada por los caballos, que formaban un círculo a su alrededor. En la oscuridad, apenas podía ver, solo escuchaba los estruendos de espadas, gritos y el sonido de aleteos. Estaba inquieta por que no podía distinguir quiénes los atacaban. Se sobresaltó al ver a un guerrero caer herido cerca de los caballos. El vital líquido se esparcía por su ropa arañada. Soltó un suspiro ahogado, debatiéndose entre ayudarlo o aprovechar la oportunidad para escapar. Finalmente, se compadeció y bajó del caballo, camino rápidamente hacia el herido, se agachó como pudo y le preguntó.
—¿Cómo te llamas?
—Horus —contestó el guerrero en apenas un susurro.
— Horus, me llamo Aradne y puedo ayudar a curar tu herida —expresó mientras giraba brevemente la cabeza hacia la batalla, prestó atención a los guerreros que yacían adoloridos en el suelo. Volviendo la mirada al frente y continuó con la voz afligida—. Desátame, o agarra firmemente la espada para que pueda cortar la cuerda y ayudarte a ti y a tus compañeros.
Horus con la vista borrosa, pensaba que ella solo buscaba escapar y simplemente cerró los ojos.
Aradne viendo que él no respondía ni mostraba gesto de ayuda, volvió hablar.
—Horus, confía en mí. Si no me desatas, no podré curarte. Si quisiera huir, habría aprovechado el alboroto.
El guerrero abrió los ojos y, con el poco aliento que le quedaba, levantó la espada para apoyarla en el suelo. Aradne, se giró dándole la espalda a Horus y con las manos atadas, rodeó la empuñadura y comenzó a moverlas rápidamente. Una vez liberada, se puso de pie y corrió hacia un caballo. Buscó en una bolsa que colgaba de él y encontró una botella. Regresó junto a Horus, vertió agua en sus manos y la aplicó en la herida. Con la misma mano le ofreció agua para beber. Observó cómo la herida comenzaba a cerrarse y, al ver que el guerrero recuperaba su color y mostraba vitalidad, se levantó y echo un vistazo hacia la pelea.
Desde lejos, observó al hombre fuerte caer de rodillas, acorralado por unas aves grandes y amenazadoras. Impulsada por el miedo, corrió hacia Gedeón. Al acercarse, las criaturas la rodearon. Asustada, extendió sus manos, y una luz blanca con destellos violetas comenzó a emanar de su cuerpo, haciendo que los Skotos retrocedieran y, extendiendo sus alas, volaran y se perdieran entre las copas de los árboles.
Con la respiración débil, Gedeón observó la escena, sus ojos se iban cerrando mientras su mano derecha presionaba su herido. El dolor era agudo y una punzada constante en le pecho lo hacía respirar con dificultad.
Gedeón sintió una mano suave como terciopelo moviéndose por su pecho, lo que le provocó una sensación reconfortante que le recorrió el cuerpo. Apreció cómo un líquido fresco descendía por su garganta, normalizando su respiración. Abrió bruscamente los ojos y agarró la mano de Aradne con fuerza.
— ¿Qué estás haciendo?
—¡Suéltame! Me estás lastimando —pronunció ella con dolor—. Solo intentaba ayudarte.
Él la soltó bruscamente, lo que la hizo retroceder y caer de trasero al suelo. Sintiendo un leve malestar, Aradne lo miró con resentimiento, se puso de pie y luego dirigió la mirada hacia Horus, quien se acercaba hacia ellos.
— Horus, necesito tu ayuda para atender a los guerreros heridos y curarlos.
El guerrero miró a su alfa y, al ver que Gedeón asistía con la cabeza, comenzó a ayudarla.
Los guerreros ya curados, empezaron a agradecerle. Gedeón, recostado contra un árbol, observaba la escena. Al ver a sus hombres entusiasmados con Aradne, aclaró su garganta y, con una voz gélida, vociferó.
—Ya están sanos, Móntense en los caballos que tenemos que llegar a la manada.
—¿Qué hacemos con ella? Aradne nos salvó la vida, permítele ir a caballo sin atadura —inquirió Jonás.
—Es lo menos que podemos hacer por ella. ¡Gedeón! Ambos sabemos el destino que le espera al pisar la mansión y no es nada agradable —intervino Horus, aturdido por la joven que estaba frente a él.
—Como quieran —respondió Gedeón, lanzando una mirada fría a Aradne. Luego caminó con zancadas largas hacia su caballo, lo montó y esperó a que sus guerreros hicieran lo mismo.
Esta vez, Jonás ayudó a Aradne a subir al caballo. Su actitud hacia ella había cambiado. Con voz apacible, susurró.
—Señorita Aradne gracias por salvarnos —soltando un gran suspiro y bajando la cabeza continuó—. Al llegar a la mansión pueda que se arrepienta de habernos salvado, pero le aconsejo que cuando lleguemos, no confíe en nadie y tenga cuidado. Cada lobo en esa mansión estará detrás de usted.
—No me arrepiento de haberlos salvado —confesó Aradne con tristeza en la voz—. Y gracias por tu consejo —La incertidumbre la abrumaba; tragó saliva al sentir el aura fría y severa de Gedeón. No entendía por qué él la odiaba, y esa frialdad le pesaba en el alma. Se preguntó en silencio. "¿Qué hizo mi madre para merecer el desprecio de estos lobos?"
—Jonás, deja de hablar con la prisionera — ordenó Gedeón, sin apartar la mirada del camino. Sus ojos reflejaban misterio y disgusto. Estaba frustrado por haber sido salvado por ella; aún sentía su energía cálida y refrescante recorrer su cuerpo. Se repetía en su mente. "Ese poder que ella posee nos llevó a vivir en la miseria y con miedo a los Skotos, la muerte de esa bruja nos salvará"
—Es tan hermosa nuestra mate —expresó Aitor, con la cabeza apoyada en sus patas delanteras—. No tienes idea de cómo me siento. ¿Por qué quieres alejarme de ella?
—Es por nuestra raza que debe morir. Nuestro destino es solitario. Ella nos liberará de estas criaturas que castigan nuestro pueblo —respondió Gedeón, aferrándose a la cuerda del caballo mientras mantenía la conexión con su lobo.
Aitor aullaba de tristeza, renuente a aceptar su destino sin su mate. Había intentado estar con otras lobas, pero sus compatibilidad había sido pésima; las feromonas de esas omegas lo hacían sentir mal.
Gedeón podía sentir la presión de su lobo. Maldijo en silencio, porque su instinto animal deseaba protegerla.
Al amanecer, llegaron a la manada. Las personas que notaron la presencia de los caballos, vieron a una joven de cabellos rojizos y ojos violetas con la mirada perdida. De inmediato una mujer al saber de quien se trataba comenzó a insultarla.—¡Capturaron a la bruja! ¡Que lleven a la horca a la bruja! La diosa Selene escuchó nuestras plegarias, pronto nos libraremos de la maldición.La gente comenzó a rodear el caballo que montaba Aradne. Los insultos brotaron de sus bocas como una tormenta, acompañados de piedras que volaban hacia ella. Aterrorizada, Aradne vio en los ojos de la gente una mezcla de crueldad y rabia. Aquellas miradas la hicieron tambalearse y, presa del miedo, cerró los ojos, temiendo lo peor.Gedeón, al ver a la gente alterada, jaló la cuerda de su caballo y se posicionó al lado del caballo de Aradne. Con furia, volvió a jalar la cuerda, haciendo que su caballo relinchara y se levantara en dos patas.—¡Basta de insultos! Regresen a sus obligaciones. Si llegan a hacerle
Una tormenta de emociones embargó a Aradne, y las lágrimas inundaron sus ojos mientras contemplaba el tétrico lugar. Las paredes húmedas y cubiertas de moho, y un olor rancio se colaba por sus fosas nasales, revolviéndole el estómago. Se llevó una mano a la boca, tratando de contener la náusea que subía por su garganta. Sus ojos se posaron en lo único que había allí: una cama de piedras toscamente apiladas.De repente, un ruido seco resonó en la penumbra, haciéndola saltar. Giró la mirada hacia la esquina cerca de las rejas, y su corazón se aceleró al ver que eran ratas corriendo por el suelo húmedo. Un grito agudo escapó de sus labios antes de que pudiera contenerlo.De un salto, se subió a la cama y se acurrucó abrazando sus piernas, estaba temblando de miedo. La confusión se apoderó de su mente. No entendía por qué su madre y su existencia eran la culpable de la desgracia de esa manada. Un pensamiento repentino apareció en su cabeza “¿Cómo podía yo, una simple mortal, ser la causa
—¡Hola, Aradne! ¿Cómo te ha tratado mi manada?Aradne se inquietó al escuchar una voz seductora que provenía desde fuera de su celda. Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver a un hombre alto, con las cejas arqueadas y unos ojos lujuriosos que la devoraban con una mirada perturbadora. Forzando las palabras a salir de su garganta, preguntó:—¿Quién eres tú?—No tengas miedo, no te voy a hacer daño —comentó, aunque en su mente pensaba lo contrario. “Nos vamos a divertir” Abrió la reja y dio varios pasos hacia el frente. Con una sonrisa codiciosa continuó—. Nesfer no nos presentó, soy Ramsés.La desconfianza en Aradne se incrementó al verlo entrar. Retrocedió un paso, pegando su cuerpo a la pared.—Señor, ¿qué hace aquí? Yo... yo solo quiero que me saquen de aquí —expulsó de sus labios temblorosos. Ella llevaba días encerrada, sintiéndose al borde de la locura. A pesar de los intentos de consuelo de Sara, su único deseo era regresar a su hogar, junto a su mamá. Abrió los ojos con angustia
De repente, un estruendo resonó en la habitación. La puerta fue derribada de un solo golpe. Ramsés giró la cabeza y, furioso, gritó:—¿Vienes a unirte a la fiesta? Lástima que no estés invitado.Unos ojos negros como la noche y una mirada asesina se posaron sobre él.—¡Suéltala u olvidaré quién eres! —su voz gutural resonaba en la habitación. Gedeón luchaba por controlar a su lobo, que anhelaba acabar con ese alfa en ese mismo instante, usaba todas sus fuerzas para mantener el dominio de Aitor.—No me digas que también te hechizó la bruja, o mejor aún, te diste cuenta de que es una híbrida y quieres darle una probadita —comentó, levantándose de la cama con un movimiento rápido y brusco. Se agachó para recoger su camisa del suelo y se la puso mientras avanzaba hacia Gedeón, sus ojos ardían con una mezcla de desdén y advertencia—. No eres bienvenido en esta reunión. Esta omega la vi primero. Si no quieres que Nefer te destituya de tu rango, date la vuelta y márchate de aquí.Gedeón no se
Después de unos minutos, Gedeón abrió la puerta con un gesto brusco y le arrancó lo que quedaba de su vestido, dejando a Aragne atónita y vulnerable. Con el corazón acelerado y la adrenalina corriendo por sus venas, ella lo empujó con todas sus fuerzas, pero él era como una roca inamovible. Desesperada y con la voz temblorosa, lo increpó.—Espera, ¿qué haces?—Voy a borrar la feromona de otro alfa de tu cuerpo. No soporto ese maldito olor, tengo que desinfectarte.—¡Eres un loco, degenerado, pervertido! —vociferó, sin fuerzas. Sus piernas temblaban como gelatina y temía que en cualquier momento se desplomara. La desesperación se reflejaba en sus ojos, pero no dejaba de luchar contra la sensación de impotencia que sentía.Gedeón trataba de poner la mente en blanco y controlar su instinto animal. Estiró una mano hacia la jabonera y agarró una barra de jabón, comenzando a frotársela en su cuerpo. Ella lo empujó, provocando que él gruñera con frustración.—Quédate tranquila. Puedo sentir e
Horus irrumpió en el despacho sin tocar la puerta. Levantó la vista con sorpresa al ver a Gedeón sentado cómodamente en su sillón de cuero, sosteniendo un vaso de licor en la mano. Sobre la mesa, tenía una botella de cristal casi vacía que reflejaba su angustia. Los ojos de Horus chispeaban de rabia, y sin perder un segundo, vociferó.—¡¿Cómo te atreves a beber en un momento como este?! ¿Así crees que vas a resolver el problema en el que te has metido? Nesfer solicita tu presencia. ¿Qué demonios hiciste para que el grupo de viejos decrépitos esté tan alterado?Gedeon lo miró por unos segundos, recordando cómo se habían criado juntos hasta la muerte de sus padres. Años después, se reencontraron con el propósito de vengar juntos a sus familias. Con un largo suspiro se inclinó hacia adelante y coloco los codos sobre la mesa, comenzó a menear el líquido dorado que contenía el vaso, viéndolo como se hacía un remolino.—No es tan simple, Horus. Lo que hice era necesario, aunque ahora todo pa
Gedeón conducía a toda velocidad hacia su residencia, iba reflexionando sobre lo ocurrido desde la llegada de Aradne a su vida. Al llegar, uno de sus guerreros se le acercó y le entregó una bolsa.—¡Alfa! Horus trajo este paquete.Gedeón tomó la bolsa y, sin inmutarse, se dirigió a su habitación. Abrió la puerta sin tocar y vio una figura menuda frente a la ventana. Sin perder tiempo, menciono.—Aquí te traje ropa para que te cambies. Todo lo que traías lo mandé a quemar.Ella se inquietó al escuchar esa voz áspera. Se giró lentamente hacia Gedeón y con voz calmada preguntó.—¿Qué va a pasar conmigo?—De momento, vístete. Te llevaré a otro lugar donde permanecerás encerrada sin derecho a salir.Aradne lo miró fijamente, pero pronto desvió la vista, sintiendo la intensidad de su mirada como si la escaneara de arriba a abajo. Envuelta en una sábana, avanzó con pasos inseguros hacia Gedeón. Estiró la mano sin atreverse a mirarlo a los ojos y, al ver que él le ofrecía la bolsa, la tomó con
Aradne se sentía como si un rayo eléctrico la hubiera atravesado. Después de un largo rato en silencio, esperando que el dolor se volviera soportable, se levantó tambaleándose y salió de la tina. Frente al espejo, se desnudó lentamente, mientras la imagen de su madre se proyectaba en su mente. Entre dientes, murmuró.—Ay, mamá Gloria, ya nunca más volveré a escuchar tus regaños ni a ver tu sonrisa.Se quedó inmóvil un instante, contemplando su reflejo débil y deprimente en el espejo. Dos semanas en esa manada habían dejado cicatrices visibles en su cuerpo y una tristeza abrumadora en su alma. Con una mueca de agonía en los labios, balbuceó.—Jamás imaginé que la manada de mi padre estuviera llena de tanta maldad. Si este es el precio que debo pagar por su pecado y mi destino es morir, solo te pido, diosa Selene, que te apiades de mí.Ella percibió que abrían la puerta, pero no volteó a ver quién entraba.—¡Por la diosa Selene, ¿qué te ha pasado?! —exclamó Cleo, sus ojos se agrandaron c