En el país de Skoll, se levantaron tres grandes imperios: Safe, Oregon y Nardis. El último es el más pequeño de ellos, albergaba escasas manadas, y existen zonas de su territorio que permanecen vírgenes y poco exploradas. Durante los últimos veinte años, las tierras de Nardis, especialmente en la manada central Corinto, gobernada por el líder supremo Keseo, había caído en una terrible maldición. Una espesa niebla se cernía sobre las nubes, ocultando al sol y manteniendo la manada en penumbra. La sequía reinaba, y la tierra apenas ofrecía frutos. Criaturas deformes merodeaban en las noches el bosque de Corinto, convirtiéndolo en un laberinto peligroso y hostil que alejaba a los comerciantes y viajeros.
Los guerreros alfa, al servicio del rey Nesfer, lideraban la búsqueda de la bruja de ojos violetas, un ser celestial destinado a liberarlos de la maldición que asolaba sus tierras.
En una zona montañosa del imperio Nardis, vivía una joven llamada Aradne. Hasta los veinte años, su vida había sido tranquila, aunque siempre vivía en constante agonía cada vez que los guerreros del rey llegaban a la aldea buscando jóvenes de ojos violetas, obligándola a esconderse.
Un día, mientras se encontraba en su habitación, la puerta se abrió bruscamente, sobresaltándola.
—¡Hija, ha llegado la hora de que vayas a la cueva detrás de la cascada a esconderte! ¡Los guerreros del rey Nesfer están revisando la aldea! —exclamó su madre, con voz entrecortada.
Gloria Recordaba el día en que la había encontrado flotando dentro de una cesta en el río. Rumores habían llegado a la aldea de que los guerreros del rey Keseo buscaban a una mujer de ojos violetas que había escapado embarazada de la manada Corinto. Por un instante, consideró entregar a la bebe a los guerreros, pero al escuchar su llanto y ver esos ojos violetas indefensos, sintió en su corazón una nostalgia que no le permitió abandonarla. Así que la tomó en sus cálidos brazos y la crió como su propia hija, siempre temerosa de que algún día alguien de la aldea la delatara y se la arrebataran de su lado.
Aradne se alarmó. Desde que murió el antiguo rey alfa hace un año y su hijo tomó el trono, la búsqueda de la bruja se intensificó y se llevaban a las jóvenes de ojos violetas que encontraban a su paso. Había escuchado rumores de que las torturaban y luego las hacían desaparecer. Se decía que buscaban a una bruja y que su muerte era necesaria para acabar con la maldición que azotaba el bosque de Corinto.
—Mami... —unas lágrimas de angustia se asomaban en sus ojos. Desde niña sabía que era diferente a las otras personas de la aldea. Su madre le había contado la historia de cómo la encontró—. Estoy cansada de esconderme de esos guerreros, pero no quiero morir como las otras chicas.
Su madre se acercó y la abrazó. Tenía miedo de que esta vez la apartaran de su lado, pero intentó que su voz sonara fuerte mientras le acariciaba su larga cabellera rizada.
—Mi niña, si la diosa Selene te puso en mi camino para que te salvara, es porque tiene un propósito en la vida y no es precisamente morir por una maldición de la que tú no tienes la culpa. —Se separó y le dio un beso en la frente—. Ahora, sal de aquí antes de que te encuentren.
Ella se limpió las lágrimas que todavía se deslizaban por su mejilla. Con una sonrisa fingida hacia su madre, le dio la espalda y salió de la cabaña. Corrió por el denso bosque, y al cruzar el sendero hacia la cascada sintió cómo alguien la agarraba de la falda de su vestido. Temblorosa, se giró y se quedó atónita al ver al hombre frente a ella. Aquellos ojos azules, intensos y aterradores, se encontraron con los suyos. Un escalofrío recorrió su cuerpo, dejándola paralizada.
Gedeón sintió un estruendo en su interior. Aitor, su lobo, gruñó y él maldijo en silencio, pensando: "Entre todos los alfas que sirven a mi primo, tenía que ser yo quien la encontrara. Hubiera sido mejor no saber de su existencia". Durante mucho tiempo había sido difícil localizar a una mujer de ojos violetas. Él, como uno de los alfas más poderosos, siguió las señales del clima próspero de esa zona, creyendo que la bruja que buscaba podría encontrarse en esas montañas, y acertó. Frunció los labios y con voz áspera expresó:
—Ya es tarde para huir, bruja. Vendrás conmigo.
—Señor, déjeme ir. Yo... yo no le he hecho nada a usted, ni al líder alfa —expresó, arrastrando las palabras.
—No seas tonta, bruja —Intentó agarrarla por el brazo, pero ella lo esquivó—. Será mejor que colabores. Mis hombres no serán tan piadosos contigo. —Enarcó una ceja—. Tu deber es acompañarnos hasta la manada Corinto; tu rey alfa te espera. Sabes que debes morir para salvar a tu gente. —La tomó con fuerza del brazo y la arrastró hacia donde estaban sus hombres.
Dos guerreros sostenían a su madre, mientras la gente de la aldea los observaba. Algunos con rabia, conscientes de que por culpa de la joven eran visitados por los guerreros, quienes revisaban sus cabañas, sus cosechas y confiscaban su comida. Sin embargo, no se atrevían a delatar a la chica, porque el líder de esa aldea les había advertido que quien delatara Aradne sería expulsado junto con toda su familia de lo que ellos consideraban su hogar. Otros lobos que apreciaban a la chica, la miraban con pesar y apretaban los puños, deseando defenderla. Pero al ver las miradas sanguinarias de esos lobos, sentían miedo de morir; tres jóvenes eran retenidos por sus padres para que no intervinieran.
Gloria, al ver el pánico en los ojos de su hija, comprendió en ese momento que nunca más la volvería a ver. Un escalofrío recorrió su cuerpo y un ruido estremecedor salió de su garganta.
—¡Suéltenla! ¡Suelten a mi hija, tengan piedad de ella! Aradne no es a quien buscan. ¡Suelten a mi Aradne! ¡No se la lleven de mi lado! —Fue interrumpida por un dolor punzante en su rostro, uno de los guerreros que estaba cerca le dio una cachetada.
—Cállese, vieja estúpida, si no quiere morir aquí mismo.
—¡Mami! ¡No le hagan daño a mi mamá! Yo me voy con ustedes, pero suéltenla —se escuchó una voz desgarrada. Aradne sentía la presión punzante en su brazo, pero no podía desafiar al hombre grande que la sostenía.
Gedeón, al ver la escena, increpó a sus hombres con un gruñido gutural:
—Dejen a la mujer en paz. Ya tenemos lo que vinimos a buscar. Es hora de irnos. —Empujó a Aradne hacia uno de los caballos—. Átenle las manos y móntenla en el caballo —Giró la cabeza hacia uno de sus hombres— Jonás, mantenla vigilada. —Luego, les dio la espalda a los presentes, caminó hacia su caballo y esperó a que sus hombres hicieran lo mismo.
Aradne dio un último vistazo a sus amigos, quienes eran sostenidos por otros lobos para que no intervinieran, luego a su madre que lloraba desconsolada, arrodillada en el suelo. Sintió cómo bruscamente era levantada en el aire y colocada en el caballo. Luego de que le ataran las manos, solo podía ver cómo su hogar desaparecía de su vista, comprendiendo que desde ese momento su vida cambiaría. En ese instante, solo le quedaba rezar en silencio a la diosa Selene para que la ayudara a escapar y, si su destino era morir, que no fuera dolorosa.
Al adentrarse en el bosque de Corinto, Aradne notó que el clima se volvía sombrío y espeso. Los árboles a su alrededor crujían con cada paso que daban. Una pesadez inexplicable se apoderó de su cuerpo, y al observar el lugar se asustó al percibir la desesperación de la naturaleza. De repente, el relincho de los caballos hizo que su corazón se agitada rápidamente.—¡No se detengan, avancen con rapidez! —gritó Gedeón. Al tirar de la cuerda para que el caballo corriera, abrió los ojos con furia para ver cómo descendían de los árboles criaturas con apariencia de aves deformes: ojos brillantes, plumas como espinas y garras afiladas. Él se aferraba a la cuerda de su caballo mientras observaba a los Skotos cortarles el paso y se acercaban rápidamente hacia ellos, sin posibilidad de huir, Gedeón sintió cómo su caballo trataba de derribarlo. Gritó desesperadamente mientras descendía del caballo con la espada en la mano.—¡Nos están a atacando los Skotos! Defiéndanse y huyan si logran escapar d
Al amanecer, llegaron a la manada. Las personas que notaron la presencia de los caballos, vieron a una joven de cabellos rojizos y ojos violetas con la mirada perdida. De inmediato una mujer al saber de quien se trataba comenzó a insultarla.—¡Capturaron a la bruja! ¡Que lleven a la horca a la bruja! La diosa Selene escuchó nuestras plegarias, pronto nos libraremos de la maldición.La gente comenzó a rodear el caballo que montaba Aradne. Los insultos brotaron de sus bocas como una tormenta, acompañados de piedras que volaban hacia ella. Aterrorizada, Aradne vio en los ojos de la gente una mezcla de crueldad y rabia. Aquellas miradas la hicieron tambalearse y, presa del miedo, cerró los ojos, temiendo lo peor.Gedeón, al ver a la gente alterada, jaló la cuerda de su caballo y se posicionó al lado del caballo de Aradne. Con furia, volvió a jalar la cuerda, haciendo que su caballo relinchara y se levantara en dos patas.—¡Basta de insultos! Regresen a sus obligaciones. Si llegan a hacerle
Una tormenta de emociones embargó a Aradne, y las lágrimas inundaron sus ojos mientras contemplaba el tétrico lugar. Las paredes húmedas y cubiertas de moho, y un olor rancio se colaba por sus fosas nasales, revolviéndole el estómago. Se llevó una mano a la boca, tratando de contener la náusea que subía por su garganta. Sus ojos se posaron en lo único que había allí: una cama de piedras toscamente apiladas.De repente, un ruido seco resonó en la penumbra, haciéndola saltar. Giró la mirada hacia la esquina cerca de las rejas, y su corazón se aceleró al ver que eran ratas corriendo por el suelo húmedo. Un grito agudo escapó de sus labios antes de que pudiera contenerlo.De un salto, se subió a la cama y se acurrucó abrazando sus piernas, estaba temblando de miedo. La confusión se apoderó de su mente. No entendía por qué su madre y su existencia eran la culpable de la desgracia de esa manada. Un pensamiento repentino apareció en su cabeza “¿Cómo podía yo, una simple mortal, ser la causa
—¡Hola, Aradne! ¿Cómo te ha tratado mi manada?Aradne se inquietó al escuchar una voz seductora que provenía desde fuera de su celda. Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver a un hombre alto, con las cejas arqueadas y unos ojos lujuriosos que la devoraban con una mirada perturbadora. Forzando las palabras a salir de su garganta, preguntó:—¿Quién eres tú?—No tengas miedo, no te voy a hacer daño —comentó, aunque en su mente pensaba lo contrario. “Nos vamos a divertir” Abrió la reja y dio varios pasos hacia el frente. Con una sonrisa codiciosa continuó—. Nesfer no nos presentó, soy Ramsés.La desconfianza en Aradne se incrementó al verlo entrar. Retrocedió un paso, pegando su cuerpo a la pared.—Señor, ¿qué hace aquí? Yo... yo solo quiero que me saquen de aquí —expulsó de sus labios temblorosos. Ella llevaba días encerrada, sintiéndose al borde de la locura. A pesar de los intentos de consuelo de Sara, su único deseo era regresar a su hogar, junto a su mamá. Abrió los ojos con angustia
De repente, un estruendo resonó en la habitación. La puerta fue derribada de un solo golpe. Ramsés giró la cabeza y, furioso, gritó:—¿Vienes a unirte a la fiesta? Lástima que no estés invitado.Unos ojos negros como la noche y una mirada asesina se posaron sobre él.—¡Suéltala u olvidaré quién eres! —su voz gutural resonaba en la habitación. Gedeón luchaba por controlar a su lobo, que anhelaba acabar con ese alfa en ese mismo instante, usaba todas sus fuerzas para mantener el dominio de Aitor.—No me digas que también te hechizó la bruja, o mejor aún, te diste cuenta de que es una híbrida y quieres darle una probadita —comentó, levantándose de la cama con un movimiento rápido y brusco. Se agachó para recoger su camisa del suelo y se la puso mientras avanzaba hacia Gedeón, sus ojos ardían con una mezcla de desdén y advertencia—. No eres bienvenido en esta reunión. Esta omega la vi primero. Si no quieres que Nefer te destituya de tu rango, date la vuelta y márchate de aquí.Gedeón no se
Después de unos minutos, Gedeón abrió la puerta con un gesto brusco y le arrancó lo que quedaba de su vestido, dejando a Aragne atónita y vulnerable. Con el corazón acelerado y la adrenalina corriendo por sus venas, ella lo empujó con todas sus fuerzas, pero él era como una roca inamovible. Desesperada y con la voz temblorosa, lo increpó.—Espera, ¿qué haces?—Voy a borrar la feromona de otro alfa de tu cuerpo. No soporto ese maldito olor, tengo que desinfectarte.—¡Eres un loco, degenerado, pervertido! —vociferó, sin fuerzas. Sus piernas temblaban como gelatina y temía que en cualquier momento se desplomara. La desesperación se reflejaba en sus ojos, pero no dejaba de luchar contra la sensación de impotencia que sentía.Gedeón trataba de poner la mente en blanco y controlar su instinto animal. Estiró una mano hacia la jabonera y agarró una barra de jabón, comenzando a frotársela en su cuerpo. Ella lo empujó, provocando que él gruñera con frustración.—Quédate tranquila. Puedo sentir e
Horus irrumpió en el despacho sin tocar la puerta. Levantó la vista con sorpresa al ver a Gedeón sentado cómodamente en su sillón de cuero, sosteniendo un vaso de licor en la mano. Sobre la mesa, tenía una botella de cristal casi vacía que reflejaba su angustia. Los ojos de Horus chispeaban de rabia, y sin perder un segundo, vociferó.—¡¿Cómo te atreves a beber en un momento como este?! ¿Así crees que vas a resolver el problema en el que te has metido? Nesfer solicita tu presencia. ¿Qué demonios hiciste para que el grupo de viejos decrépitos esté tan alterado?Gedeon lo miró por unos segundos, recordando cómo se habían criado juntos hasta la muerte de sus padres. Años después, se reencontraron con el propósito de vengar juntos a sus familias. Con un largo suspiro se inclinó hacia adelante y coloco los codos sobre la mesa, comenzó a menear el líquido dorado que contenía el vaso, viéndolo como se hacía un remolino.—No es tan simple, Horus. Lo que hice era necesario, aunque ahora todo pa
Gedeón conducía a toda velocidad hacia su residencia, iba reflexionando sobre lo ocurrido desde la llegada de Aradne a su vida. Al llegar, uno de sus guerreros se le acercó y le entregó una bolsa.—¡Alfa! Horus trajo este paquete.Gedeón tomó la bolsa y, sin inmutarse, se dirigió a su habitación. Abrió la puerta sin tocar y vio una figura menuda frente a la ventana. Sin perder tiempo, menciono.—Aquí te traje ropa para que te cambies. Todo lo que traías lo mandé a quemar.Ella se inquietó al escuchar esa voz áspera. Se giró lentamente hacia Gedeón y con voz calmada preguntó.—¿Qué va a pasar conmigo?—De momento, vístete. Te llevaré a otro lugar donde permanecerás encerrada sin derecho a salir.Aradne lo miró fijamente, pero pronto desvió la vista, sintiendo la intensidad de su mirada como si la escaneara de arriba a abajo. Envuelta en una sábana, avanzó con pasos inseguros hacia Gedeón. Estiró la mano sin atreverse a mirarlo a los ojos y, al ver que él le ofrecía la bolsa, la tomó con