CAPÍTULO TREINTA

A la mañana siguiente, en la cama de la habitación más lujosa de aquella casa a donde él la había llevado a vivir para hacerle creer que haría todos sus sueños realidad, Amelia se despertó. La cabeza comenzó a dolerle en el momento, como si hubiera bebido de más, aunque la verdad es que estaba embriagada de tanto dolor.

A su lado nadie estaba, ella seguía con la misma ropa, no había una nota ni nada que dijera a dónde había ido Santiago.

Amelia tenía tantas cosas en la cabeza que era muy difícil concentrarse.

Poco a poco y conforme se fue dando cuenta de su realidad, su celular sonó, no tenía ni la menor idea de quién podía estar molestando a tales.

Casi sin fuerzas, tomó su celular y contestó.

— ¿Sí, diga?

— ¡Amelia! ¡Amelia, qué bueno que contestas!

— ¿Facundo? ¿Qué pasa? ¿Hasta ahora te has acordado de mí? ¿Sabes acaso por todo lo que he estado pasando?

—Princesa, lo siento mucho, lo siento mucho, he sido un mal agradecido pero es que no vas a creer nada de lo que ha pasado
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