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CAPÍTULO TREINTA Y TRES

De vuelta en aquella habitación de hospital justamente donde las paredes estaban pintadas de blanco, donde no había esperanza porque para ella, todo se había agotado.

Le había entregado la vida a Alejandro y no estaba arrepentida de eso simplemente, se daba cuenta que a veces amar así dañaba más de lo que podía sanar.

La puerta de la habitación se abrió con cuidado, la persona que fuera seguro estaría pensando que ella estaba dormida, el sonido de la puerta rechinar llegó a los oídos de Natalia.

— ¿Quién está ahí, Alejandro? Alejandro, ¿eres tú?

Amelia no evitó sentir como su corazón se rompió en dos, ella seguía clamando por él sin saber que ese hombre acababa de darse por vencido tan pronto como supo que iba a ser papá.

— ¿Alejandro? ¿Alejandro, eres tú?

—Natalia, soy yo, soy Amelia —dijo ella con cuidado, como si no quisiera molestarla más de lo que ya había hecho en todo ese tiempo.

Es que la verdad Amelia se sentía tan culpable de haberla mandado al mismo infierno con Alejandro.

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