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CAPÍTULO TREINTA Y DOS

Con la cabeza entre las piernas, no pudiendo dejar de llorar como lo había estado haciendo desde que vieron como a su amiga la inyectaban, su celular sonó. Todo su mundo estaba cayendo, de la misma manera en la que su mundo se hizo, ahora caía a sus pies.

—Habla Amelia de Marín, ¿en qué puedo ayudarle?

—Hola Amelia, ¿aún sigues dando el apellido de tu esposo a pesar de haber dicho que no lo querías más, cariño? —La voz de Facundo sonó del otro lado de la línea.

— ¿Qué quieres, Facundo? Ahora no estoy de humor para estar escuchando esto?

—Ya, tranquila, también ya sé lo que pasó en la empresa de tu esposo. No he podido viajar porque estoy resolviendo tu asunto.

— ¿Cuál asunto? No sé de qué hablas, Facundo. Lo siento tanto, no estoy para escucharte, acaba de pasar algo terrible.

— ¿Contigo, mi mina de oro?

—No, se trata de Natalia, mi amiga.

—Oh, entonces no creo que importe tanto.

— ¿Cómo puedes hablar así?

—Ay, ya, ya, solo quería decirte que ya he cumplido con mi parte.

—Habl
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