CAPÍTULO CINCUENTA

Llantas que derrapaban contra el pavimento, el parar de un auto que lo hacía en cuestión de segundos, la velocidad alta se había perdido justamente en ese frenar, y todo lo que Natalia podía escuchar es que el auto que se paraba cerca de ella, venía a toda velocidad.

De pronto, las puertas del mismo se escucharon y después, lo que para ella era su milagro de vida.

—Natalia, Natalia. Me da gusto que estés aquí —escuchó ella mientras su corazón palpitaba mil por hora. —. Vámonos, tenemos que irnos.

Y de pronto, todo lo que Natalia pudo sentir fue como la mano de Alejandro tomó la pañalera de su hombro y después, a ella del brazo.

Esa era la primera vez que él la veía ciega, después de todo lo que había pasado. Para ese momento, Alejandro no había tenido el valor de ir hasta ella y verla como tal, no después de que ella hubiera entregado su vida por él para que él pudiera vivirla pero no de la manera en que lo estaba haciendo, y que era por la razón que le pedía Alejandro que se
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