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Capítulo 2

Corban se empujó en mí, y esta vez grité de verdad, el dolor que rasgaba entre mis piernas era insoportable. Quise soltarme de su agarre pero nuevamente él me tenía inmovilizada con sus caderas mientras me quedaba sin aliento. Luego se retiró y cuando intenté recuperar el aliento, empujó de nuevo dentro de mí, con rudeza, movimientos duros y nada tiernos como me lo había imaginado o tontamente vi en películas románticas.

¡Pura b****a!

—Mierda, estás tan apretada Lea —musitó entre dientes.

Corban comenzó a bombear en mi cuerpo una y otra vez, sin descanso, sin pensar en mí placer o dolor, y sí que dolía y ardía, llegando a un punto en el que se movió más rápido y mi mente viajaba en dirección a las grandes expectativas que tenía; es decir, no era tonta... pero esperaba para este momento flores, música suave, vino, caricias, besos y palabras dulces, movimientos lentos y placenteros, en cambio obtuve una estúpida fiesta llena de capullos que olían a marihuana, borrachos y putas, música electrónica y un momento sobre la cama de un desconocido.

—¡Ay! —hice una mueca de dolor cuando se detuvo.

—Joder, me voy a venir —jadeó.

¿En serio? Tan poco tiempo y tan rápido...

Sentí su pene palpitar en mi interior, casi retorciéndose, nada que ver con lo que había visto en las películas o me había contado Alana Becker; mi mejor amiga, de verdad... ¿eso era todo?

Hugh... meeee que fiasco.

—¡Oh m****a, m****a, m****a, eres tan rica Lea! —exclamó Corban, echando la cabeza para atrás, cerrando los ojos y tensando la mandíbula.

Mientras yo no sentía nada ¿en dónde m****a estaba ese orgasmo que me prometían los libros, películas y los relatos de la gente más experimentada?

—El mejor sexo de mi jodida vida —Corban se dejó caer sobre mi cuerpo—. ¿Te gustó?

Ante mi silencio por encontrar las palabras exactas para no lastimar su orgullo masculino, Corban hizo una mueca y salió de mí bruscamente, bajé la mirada y casi ahogo un grito al ver la sangre que yacía debajo de mí y alrededor de mis muslos.

—Necesito asearme —levanté la mirada tratando de encontrar un poco de comprensión en Corban, pero mi sorpresa fue otra al verlo ya vestido y a punto de salir de la habitación—. ¿Qué haces? ¿Me estás escuchando?

—¡¿Tú te estás escuchando?! —exclamó y su tono de voz fue lo que me puso en alerta.

—¿Qué te sucede? —odio cuando noto que mi voz se quiebra.

—Acabo de follarte y de hacer mi jodida fantasía realidad, y tú solo dices que quieres asearte —puntualiza y me estremezco—. Está claro que te importa una m****a mis sentimientos, es decir... deberías estar brincando de alegría de que por fin te desvirgué.

Antes de que pudiera decir algo, Corban salió, dejándome sola, dentro de una fiesta de la que no conocía a casi nadie, las lágrimas se arremolinaron en mis ojos rodando por mis frías mejillas, estaba adolorida, me sentía humillada, y traicionada, mi corazón frágil poco a poco se quebró, y el sonido estruendoso que se escuchó desde mi interior, me hizo caer en una realidad; había cometido el peor error de mi vida.

Sin perder tiempo busqué entre mis cosas mi teléfono móvil y le marqué a Alana, quien no tardó en contestar y acudir a mi ayuda, cuando entró a la habitación su enfado era más que apocalíptico.

—¡Ese hijo de la gran puta! —exclamó corriendo hacia mí para envolverme en un abrazo de oso.

—Lo eché a perder... —sollocé entre sus brazos.

—Tranquila, todo estará bien...

Ojalá mi amiga hubiera tenido razón, ojalá yo hubiera sido más inteligente como para saber que después de haberme entregado a Corban, él dejaría de hablarme, de buscarme, simplemente desapareció de mi vida, enterándome solo al día siguiente que se había mudado a San Francisco, en donde iba a tomar las riendas de la empresa de su familia, porque sí, Corban Smith era el hijo del famoso empresario Ferguson Smith; quien era dueño de varias presas petroleras y hacía negocios con empresas textiles en Colombia.

Ojalá el Por siempre que no se cansaba de decirme al oído, hubiera sido real.

Presente. Dos meses después.

—¿Y bien? —me pregunta Alana con ojos curiosos—. ¿Qué dice la prueba?

Frunzo el ceño y veo que aparecen claramente dos líneas color rosa en dos de ellas, en otra prueba de embarazo digital solo dice positivo y en otras aparece una carita feliz, y más dobles líneas.

—No... No estoy muy segura de...

Alana pierde la poca paciencia que tenía, y me arranca de mis manos temblorosas la prueba de embarazo.

—Mierda, estás embarazada —dice mi amiga con un sentimiento de angustia en sus ojos.

El alma se me cae a los pies y siento que todo el aire que creí haber retenido en mis pulmones, desaparece, la voz me fue robada y mi corazón comienza a galopar frenético.

—Lea —Alana chasquea los dedos—. ¿Estás bien?

Mis piernas se debilitan y me ayuda a sentarme sobre la tapa cerrada de la taza del baño.

—Joder, Lea, respira —Alana se dirige al lavabo y toma un vaso de vidrio que descansaba sobre una encimera de cristal, lo llena de agua y me lo da—. Toma, te sentará bien.

Hago lo que me pide pero no puedo estabilizar mi respiración.

—Y ahora ¿qué voy a hacer? —la pregunta que brota de mi garganta me sabe amarga y mis entrañas se retuercen.

Entonces Alana suelta un bufido y anclando sus ojos sobre mí, dice:

—Haremos un viaje a San Francisco, el gilipollas de Corban tiene que saber que estás esperando un hijo suyo.

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