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Capítulo 5

—¡Zorra! —gritó el hombre pero no me importó.

Cuando estuve en el interior, el calor, el humo a cigarrillo, alcohol y marihuana, inundaron mis fosas nasales provocándome ligeras arcadas. El lugar estaba repleto de varias mesas redondas rodeadas de hombres llenos de tatuajes, sin camisa, otros de traje oscuro, algunos jugando póker, otros bebiendo y firmando papeles. Nadie me prestó la mínima atención, era como si no existiera.

—¡Maldita zorra, te dije que no podías pasar! —el hombre obeso me tomó del brazo ejerciendo fuerza bruta en su agarre, me zarandeó a tal grado que abrí los ojos al sentir como estampaba su mano contra mi mejilla.

Inmediatamente la música se detuvo, perdí el equilibrio cayendo de bruces sobre el suelo de madera, y todo el sitio fue envuelto en un silencio ensordecedor.

Mi enfado era poco menos que apocalíptico, el sonido de pasos hizo que levantara la mirada y ante mí apareció un hombre joven, puede que cuatro o cinco años mayor que yo, cabello rubio alborotado con algunos mechones oscuros sueltos, tez clara y unos ojos verdes de los que emanaban el salvajismo y la lujuria, una ligera aparición de barba y un aura que inspiraba respeto, el tipo estaba bueno pero todo en él olía a peligro.

Sin decir nada se dirigió al hombre obeso, quien estaba tan quieto como una maldita estatua y enseguida le dio un bofetón que le hizo voltear el rostro.

—¿Acaso no te enseñó tu madre que a las mujeres no se les golpea? —dijo el tipo rubio de portada de revista play boy, su voz era profunda y masculina, refinada pero fría como el hielo.

—Yo... lo siento señor... esta chiquilla ha entrado sin permiso y... —balbuceó el obeso.

—No soy una chiquilla, imbécil —exclamo por instinto y me cubro la boca cuando me doy cuenta que muchos pares de ojos están puestos sobre mí.

—Ve a lo que me refiero, está toda empapada, se nota que ha escapado de casa —el obeso me lanza miradas llenas de desdén, enfado y asco, como si yo fuera una asquerosa cucaracha que está dispuesto a aplastar en cualquier momento.

—No soy una jodida pordiosera, solo me detuve porque necesito un maldito baño —bufé—. Un poco de amabilidad no hará que mueras de hambre, idiota.

El tipo guapo estiró su mano en mi dirección para ayudarme a ponerme de pie, pero rechacé su ayuda dándole un ligero manotazo y haciéndolo por mi cuenta, una vez de pie, mis ojos viajaron por su cuerpo bien esculpido, llevaba puestos unos vaqueros oscuros, una playera del mismo color, y una chamarra de cuero que hacía juego con su outfit

de funeral.

—Siento las molestias, lo que necesites puedes tomarlo —me dice en un tono que detonó su incredulidad ante algo invisible para mí, aunque más bien en su voz había un tono ligero de rabia.

Tuve que contener la risa, el tipo tenía mala cara pero un brillo de diversión en los ojos.

—Pero señor...

—Largo, después hablaremos.

El hombre obeso se alejó cabizbajo y me mordí la lengua para no reírme de él.

—Así que tú eres el jefe —dije sintiéndome más tranquila cuando la música volvió y las personas regresaron su atención a lo que estaban haciendo antes de mi interrupción—. Deberías contratar a mejores empleados.

El tipo ladeó una sonrisa de media luna.

—Y tu deberías tener cuidado de lo que sale de tu filosa boca, y de qué lugares frecuentas —el chico rudo se acarició la barbilla con pasmosidad.

—¿Por qué lo dices? —enarco una ceja con incredulidad.

—Mira a tu alrededor, estás rodeada de hombres malos, así que te recomiendo que vayas y hagas lo que sea que tengas que hacer, y te largues, Todor, tiene razón, este no es un sitio para una niña buena e inocente como tú —señala tomando un mechón de mi cabello mojado y sin darme tiempo me taja el mechón con una navaja.

—¡Pero que...! —ladro al ver mi cabello.

—Es para el recuerdo, colecciono mechones de cabello de mujeres —me dice encogiendo los hombros.

Bicho raro.

—Supongo que debes tener una colección larga, si le haces eso a las mujeres...

Las palabras se me atragantaron en la garganta cuando se acercó hasta mi oído, olía tan bien como lo estaba él.

—Solo a las guapas —ronronea y la piel se me pone de gallina.

Me quedo en total estado vegetativo y me obligo a regresar a la realidad, la voz de la razón viene hasta mí como vendaval, y es cuando recuerdo que estoy embarazada, y no puedo permitirme entrar en peligro.

—Sí... bueno lo que sea, gracias —me aclaro la garganta y giro sobre mis talones dispuesta a entrar al baño pero me detengo en seco al no saber a dónde m****a tengo que dirigirme.

—Izquierda, segundo pasillo y vuelta a la derecha, primera puerta —la voz ronca a mis espaldas me causa escalofríos pero no volteo, solo asiento en señal de agradecimiento.

Seguí las instrucciones al pie de la letra, y cuando terminé de hacer mis necesidades fisiológicas, ahogué un grito al ver mi rostro, el rímel lo tenía corrido, mi cabello empapado y sin color en mis labios, solo me daba el aspecto de una zorra pordiosera como lo había mencionado el tipo obeso.

Busqué en mi bolso el poco maquillaje que había metido y me arreglé. Estando lista salí a toda prisa con toda la intención de seguir mi camino, pero al hacerlo el alma se me cayó a los pies cuando divisé a lo lejos que el auto de mi amiga no estaba.

¡No, no, no, por favor no, esto debe ser una pesadilla!

Con el corazón martilleando mi pecho, salí sin importar volverme a mojar, corrí hasta el sitio en donde había aparcado pero no había nada.

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