—¿No piensas probar bocado? —inquiero limpiando las comisuras de mis labios con una servilleta de lino, para luego inclinarme hacia delante, ladeando una ligera sonrisa solo para ella.
—Es difícil hacerlo cuando te miran fijamente —responde en un tono apenas audible.
Borro todo rastro de diversión en mi rostro, termino de masticar rápidamente el pedazo de carne medio crudo, y fijo mi mirada en ella, Lea debe saber que es una mujer muy guapa, aun siendo ocho años menor que yo estoy seguro que debe tener a media Universidad a sus pies. Entonces, la idea de que uno o varios hombres la acechen o que incluso ella folle con otro tipo, hace que se retuerza mi estómago, era posesivo con mis presas, y ella estaba a solo un cruce de la línea delgada que separa un simple gusto de una obsesión sexual.
—¿Te pongo nerviosa, Lea? —cuestiono con paciencia.
—Sí.
—No tienes porque, ya te he dicho que no pienso hacer nada.
Frunce el ceño ligeramente.
—Escucha, no eres solo tú, es toda la situación en general, el estar comiendo en un sitio claramente costoso con un desconocido que minutos antes me ha tajado un mechón de mi cabello, en un lugar en donde la gente me está comiendo viva por mi atuendo, y el hecho de que en dos horas tengo que llegar a mi destino, lo hacen ver como la dama y el vagabundo —esclarece con simpleza.
—Y supongo que yo soy... ¿la dama? —una sonrisa juguetona curva mis labios.
—Y yo el vagabundo —asiente tomando la copa de vino blanco, lleva el contorno a sus labios pero en el último momento parece arrepentirse, niega con la cabeza y deja la copa en su sitio.
—¿Sucede algo malo con el vino? —agarro la copa y la pruebo—. No sabe nada mal.
Algo en su mirada se dispara y comienza a hacer un jugueteo con las manos que me intriga.
—Lo sé, es solo que... no tomo, pero gracias.
—Debí preguntarte antes —chasqueo los dedos en dirección al mesero, quien no pierde el tiempo en m****r una mirada llena de lascivia hacia Lea, de soslayo me doy cuenta como sus ojos recorren su cuerpo sin ningún miramiento, se relame los labios cuando posa toda su atención sobre los pechos de ella—. Trae el mejor jugo de arándanos que tengan, y si quieres recibir una muy buena propina, deja de mirarle los pechos.
El tipo parece sorprendido, pero asiente con la cabeza y se marcha, giro para ver el rostro de póker de Lea, un rojo intenso aflora de sus mejillas y luego sonríe, p**a madre, es una sonrisa sin interés como las que me suelen regalar las mujeres con las que salgo, Lea no tiene idea de quién soy, es tan inocente pero al mismo tiempo parece que lleva una enrome carga encima, lo que la hace un reto cada vez más llamativo.
—Eso es algo cruel ¿no crees? —percibo un atisbo de diversión en sus ojos.
—¿Entonces prefieres que te siga viendo los pechos en mi presencia? —arguyo limitándome a esbozar una coqueta sonrisa.
—No, pero diciéndolo así, lo haces parecer como si yo fuera de tu propiedad —ríe entre dientes—. No es que me guste pero al final solo estaba mirándome disimuladamente sin parecer pesado, intentó ser discreto y no lo justifico.
En cuanto las palabras se deslizan de sus labios, una sonrisa juguetona curvó mis labios, y mis ojos verdes la miran con malicia.
—Créeme Lea, si fueras mía y ese gilipollas siquiera te hubiera follado con el pensamiento, en estos momentos estarían llorando en su casa —su cuerpo se tensa y borra de su rostro la sonrisa que iluminaba el momento.
La seriedad la domina y casi puedo escuchar los engranajes de su cabeza, pensando en todas las posibilidades de deshacerse de mí.
—¿Y por qué llorarían? —pregunta con inocencia al tiempo que engulle un pedazo de res crujiente, veo el ligero temblor en su mano derecha al tomar el cubierto, me teme, se ha dado cuenta de que no soy un hombre común y corriente, por lo que mi vena de cabrón me hace responderle algo que seguramente la obligará a alejarse de mí.
—Porque le pegaría un puto tiro en la cabeza —digo al fin.
Casi se atraganta con la comida, pero justo llega el impertinente mesero, le roza la mano a propósito y veo rojo, odio a los cabrones como él. Tal vez piense el mundo que exagero, pero lo que Lea no pudo darse cuenta, es que el imbécil le estaba tomando fotos discretamente desde el otro extremo del área.
—Te crees muy listo ¿no? —mi respiración resulta acelerada.
—No... No sé de qué habla señor —balbucea el tipo.
—La tocaste —me pongo de pie y le doy un pequeño empujón que termina en el pobre mesero cayendo de bruces contra el suelo.
—No sé de qué habla, ¡jamás la he tocado! —el miedo era palpable en el chico.
—Vi como la mirabas, luego como le tocaste la mano y le has estado tomando fotos desde que llegamos —Bramo llamando la atención de todos, odiaba que hicieran daño alguno a las mujeres o que las trataran como putas sin serlo, y si al final lo eran, tampoco es razón para despreciarlas sin razón, la pareja de ancianos que estaban sentados plácidamente ahí me observan como si estuviera loco, y tenían razón, lo estaba—. ¿Te la quieres follar?
—Enzo... no importa, quiero decir... —musita Lea.
Los recuerdos del pasado vienen hasta mí como ráfaga e intento no pensar en ello, pero no puedo, era como si delante de mí se presentara una bruma fantasmal abriendo paso a la brecha del dolor que estaba enterrada en mi interior. Veo rojo, la adrenalina se dispara en mi sistema y no lo puedo controlar.
Putos ataques de pánico.
—Calla, Molly —le hago un desdén a Lea con la mano, hasta que reconozco a los cinco segundos, el error que acababa de cometer.
De reojo puedo advertir como Lea toma sus cosas y con prisa comienza a caminar hacia la salida, hay terror y confusión en sus ojos, agarro una billetera y pongo más dinero del que suponía que costó la comida, y salgo a toda prisa buscando a Lea, ¿Por qué? Solo es por el hecho de no quedar mal con una mujer, no quería que alguien tan hermosa como ella tuviera un recuerdo tan desagradable de mí, en especial cuando estaba seguro de que no nos volveríamos a ver.
La localizo al final de la calle a punto de tomar un taxi y corro como idiota detrás de ella, rodeo su brazo con fuerza y hago que se detenga.
—Lo siento.
—Suéltame —intenta zafarse de mi agarre pero le es imposible—. Escucha, te agradezco todo pero tengo una cita y sinceramente no te conozco.
¿Un acita? Tanto para ver a un maldito hombre... debí suponer desde el principio que una chica como ella no estaría soltera. No respondo, la suelto y enseguida nuestros ojos se conectan, el señor del taxi toca el claxon y rompe todo, ella se mete al auto y enseguida se aleja. Regreso al auto y confirmo que Preppy ha fumado marihuana.
—¿Follaste a la perra? —Preppy enciende el carro.
—Demasiado inocente como para ser un bocado por la tarde —respondo sin ánimos.
—Veo que has estado usando el cerebro —Preppy sonríe—. ¿A dónde vamos ahora?
Necesitaba quitarme el mal sabor de boca que me ha dejado toda esta situación, por lo que sin pensarlo mucho, decido olvidarme de esa chica para siempre. De igual manera era demasiada niña aún y estaba seguro que nunca aguantaría mi tamaño. Lo que requería era una mujer con experiencia, no una Universitaria inocente como lo era Lea Davis.
—Vamos por una p**a, quiero follar.
CORBAN La junta me tenía agotado y solo podía pensar en la guapa modelo que estaba a punto de follar, se había retrasado por veinte minutos pero solo recordar sus curvas hizo que el mal humor desapareciera. —Por esa sonrisa debo suponer que te parecieron bien los nuevos proyectos —la voz monótona de mi vieja secretaria me da una sensación de escalofríos. —Recuérdame por qué soy el único que no tiene una sexy y atractiva asistente —saqué al hijo de puta que llevaba por dentro. Verónica, una mujer de cincuenta años, madre soltera, con dos hijos que apenas y le apoyan, y una nieta que cuida como si fuera suya debido a la irresponsable de su hija menor que por lo que me había comentado, vivía bajo la vagancia y protec
ENZO —No te ves con buena cara —me preguntó Preppy; uno de los hombres que se encargaban de cuidar mi espalda y también mi mejor amigo, entrando al carro y tomando el lugar en el que hasta hace apenas cinco minutos, estaba Lea. No respondí, guardé silencio, esto apestaba, jamás me había sucedido una cosa así, se supone que una vez cerrados los tratos en aquel sitio, iba a follar a Alicia, una sexy rubia con caderas de infarto aunque de pechos pequeños, a la que le metía la verga de vez en cuando, era mi puta favorita porque me hacía buenas mamadas, pero cuando vi a Lea, con aquellos ojos azul zafiro llenos de incertidumbre, temor y salvajismo, algo se detonó en mi interior. No era que me pareciera la mujer más hermosa del planeta, porque había visto y follado a mejo
LEA No puedo apartar la mirada sobre los ojos de Corban, esos que en el pasado cuando me abrazaba, albergaban calidez, momentos bonitos, pero que ahora se habían convertido en un par de ojos extraños, transformando la mirada del chico que amé y que aun amaba, en algo siniestro y lleno de rabia, incluso de odio. —¿Qué m****a haces aquí, Lea? Ok, eso duele. —Yo... —trago duro. —¡Mierda! —Suelta un manotazo sobre el escritorio—. ¡Se supone que nunca nos íbamos a volver a ver! Vale, eso me dolió más de lo que pensé. —Escucha —suelto un
Tomo el cheque y lo rompo lanzándole los pequeños pedazos en sus narices. —Hasta nunca, Corban Smith. Sin esperar a que me dijera más, salgo de su oficina y al dirigirme al ascensor, termino chocando contra alguien. —¡Puaj! —una chica pelirroja, de ojos oscuros y pecas visibles con cuerpo de sirena, me mira con repugnancia de pies a cabeza—. Fíjate por donde caminas. —Lo siento —murmuro una disculpa. —Como sea —la chica puso los ojos en blanco, giro sobre sus talones y enseguida se dirigió hacia la secretaria que estaba a las afueras de la oficina de Corban. Me detuve e ignorando al mundo entero, apreté el botón del ascensor.<
ENZO En aquella noche había algo diferente, la oscuridad que cubría aquel departamento tenía un matiz que me erizaba el vello, me maldije mil veces por haber tomado esa decisión, estaba cubierto de sangre pero me importaba una m****a, necesitaba saber qué era de ella, si esa cita se trataba de alguien importante, pero cuando la vi salir de aquel edificio con mirada triste y actitud derrotista, lo supe, ese tipo no era nadie importante. Puede que incluso me mintiera, debía investigarla para descartar que tenía alguna relación cercana con los Smith, Lea Davis tenía un poder casi sobrenatural que me sobrepasaba y que me obligó en menos de cinco segundos, tomar la decisión de seguirla en cuanto regresé para ver qué había sido de ella, me dije mil veces que tenía que alejarme, pero al parecer mi verga y yo no estábamos sin
LEA —¡Ese hijo de puta! —la preocupaciónse reflejaba en los ojos de Alana, quien después de haber escuchado con atención toda la proeza que realicé para recibir la patada en el culo que me dio Corban, se dedicó a terminar de un solo trago la cerveza fría que estuvo todo ese tiempo descansando en su mano. —No quiero seguir hablando de eso —trago duro dejando sobre la mesilla de centro, el tarrón vacío de helado—. Él ha tomado su decisión y yo la mía. —Puedes demandar al gilipollas, estás en todo el derecho de pedir una manutención para tu bebé —dijo Alana mientras se incorporaba del sofá, yendo directamente a la nevera para sacar una nueva cerveza. —Lo sé, pero no quiero problemas, a más... él ha llamado error
CORBAN La voz chillona e insoportable de Ana comienza a ponerme de mal humor, y siento deseos de asesinarla con mis propias manos una vez saliendo de su estúpida casa lujosa, estaba enfadado, sin consultármelo, la muy zorra había organizado una jodida cena familiar, en la que mis padres y los de ella, contando su hermana menor, habían asistido para hablar sobre nuestro compromiso. Sinceramente, mi mente solo viajaba hasta una persona; Lea. —¡¿Me estás escuchando, cariño?! Mi madre tuvo que darme un discreto golpe con el pie para que pudiera salir de mi ensimismamiento. —No, lo siento —espabilé. Mi padre me lan
La voz de mi padre hizo que diera un respingo, giro y lo veo recargado sobre el marco bajo el umbral de la puerta de caoba. Sonrío falsamente y niego con la cabeza. —No entiendo porque me dices eso padre, no tiene nada que ver con una mujer —miento. Mi padre tensa la mandíbula y con pies de plomo camina hacia mí, apartando la mirada y observando hacia las afueras de la propiedad. —Ni para mentir eres bueno, te hace falta mucho por aprender —prosiguió con indiferencia—. Estoy viejo, pero sigo siendo un hombre y conozco esa mirada, se trata de una mujer. Niego nerviosamente con la cabeza, tomando la ligera confianza de poner una mano sobre su hombro, acto que parece enfurecerlo porque enseguida me mira por debajo con desdén.