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El peso de Damiano contra el diminuto cuerpo de Jane estaba presionando tanto su estómago que la monja no podía casi respirar, las manos de la chica trataban de mantener al descomunal hombre en pie, sin embargo, su enorme tamaño le estaba jugando una mala pasada.

Gotas gruesas de sangren caían como cascadas contra el suelo de granito del convento, y ni hablar de las vestimentas sagradas de la monja, las cuales ya no eran de un blanco pureza, sino más bien tan carmesí como los labios rojos de una mujer virgen.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! —Blackstone gritó, metiendo sus manos por debajo de las axilas de Damiano, y de esta forma tratar de arrastrarlo por el suelo, un par de hermanas que escuchaban desde lejos la algarabía, corrieron hacia su encuentro. —¡No se queden allí paradas, este hombre se puede morir!

La castaña se encontraba tan sorprendida por el charco de sangre que ahora los rodeaba, así que entendió que, si esto seguía así, estaba más que convencida que aquel sujeto de enorme estatura, y mirada siniestra, no sería capaz de pasar con vida la noche completa, sin antes fallecer en su lucha por sobrevivir, en consecuencia, debía hacer algo ahora mismo si deseaba salvaguardar la existencia del desconocido.

—¡Llamen a Sor Mercedes! ¡Llámenla, y díganle que necesito ayuda con un herido!

Un par de novicias ayudaron a cargar el cuerpo inmóvil del italiano hacia una de las habitaciones que solían usar para darle posada a los foráneos que pasaban de manera fugaz por el pueblo de Green Town, al ser este un lugar tan pequeño, (y de vista demasiado antigua y tenebrosa), las personas acostumbraban a refugiarse con las monjas, y casi siempre partían al día siguiente.

—¿Se va a morir?

Indagó una de las jovencitas, mientras que Jane se detuvo de lo que estaba haciendo, su mano derecha secó su sudor, entre tanto sus dientes apretaban su mejilla interna. Ella no estaba dispuesta a dejar morir a otra persona esta noche; estaba más que convencida que quizás Dios le estaba dando una nueva oportunidad para evaluarla, quizás Dios quería ver su piedad, y su fe antes de otorgarle el milagro de salvar el convento. De salvar su hogar.

—¿Qué está pasando aquí? —Escupió, Mercedes, sin ni siquiera moverse de debajo del marco de la puerta de la oscura habitación en donde ahora intentaban salvarle la vida a Damiano. El sujeto inconsciente en la cama en donde muchas personas estuvieron antes, era incapaz de moverse por si mismo. —¿Está muerto? —susurró, ahora caminando hacia Jane. —¿Está muerto?

—¡No! —gritó con entusiasmo la monja —, no lo está, y no lo estará… —La castaña respiró profundamente, —no tengo intenciones de perder a otra persona esta noche… Dios… Dios… Dame las fuerzas que necesito para salvar a este buen hombre…

Sus parpados se apretaron, buscando la manera de calmarse, su cuerpo estaba temblando demasiado, y el vacío dentro de su estómago no la ayudaba para nada.

—Agua caliente, y paños limpios, hay que quitarle la ropa…—Demandó, obligando a las novicias a correr hacia los utensilios que pidió, luego de un par de minutos, las jóvenes trajeron consigo una olla de agua hirviendo, y algunas toallas nuevas que un anciano viajero les regaló en señal de pago por su amable hospedaje. —Que todas salgan, la hermana Mercedes se queda conmigo…

Las novicias asintieron, para acto seguido cerrar la puerta tras ellas.

—¿Vas a desnudar a un hombre?

Mercedes se aterró.

—No tenemos otra opción si queremos salvarle la vida…

—¡Dios Jane! ¡Jamás…! —la monja se calló, —jamás has visto un hombre desnudo, ¿Y si Dios te castiga por eso?

La castaña la miró mal.

—¿Cómo Dios me puede castigar por salvarle la vida a un hombre? ¿Lo dejo morir? ¡¿Cómo podría verle la cara a Dios si permito que este hombre fallezca en esta cama?!

Ambas se quedaron en silencio, la joven miró sus manos, cerró por un instante sus ojos, para luego dejar de respirar. Sus dedos empezaron a moverse en dirección al italiano, este mismo se encontraba profundamente dormido, tanto que ni siquiera fue capaz de sentir el primer roce de la monja. La chiquilla quedó estupefacta al recibir el primer impacto de la piel del sujeto contra las yemas de sus dedos.

Aparte del Padre Tadeo, nunca antes fue tocada por otro hombre, ni siquiera la mínima idea de darle la mano a un varón que no fuera un sacerdote se le atravesaba por la mente, pero ahora estaba delante de una nueva realidad, debía dejar su castidad por un segundo para permitir que este desconocido siga viviendo.

—Dios… —Susurró, abriendo con exageración sus ojos, el cuerpo de Damiano era caliente, incluso más caliente de lo que algún día Jane se imaginaba que se sentía la piel de un hombre. —Tengo… Tengo que quitarle la camisa… —La monja tragó saliva en seco, para proceder con su tarea, el primer botón salió demasiado rápido, aunque los siguiente, (al sus manos temblar demasiado), tardó más de lo debido.

—Bendita virgen… —Graznó, apartándose completamente aterrada del italiano; los ojos de Jane se conectaron por un segundo con los de Mercedes, y ambas volvieron a mirar el cuerpo tendido inerte. —¿Qué es eso? —preguntó, sin dejar de mirar los cientos de tatuajes que se encontraban dibujados perfectamente en el pecho, y brazos del italiano.

—¿Es un mafioso?

Mercedes preguntó.

—¿Qué? ¿Qué dices?

—Mira… —La monja de mediana edad se acercó al cuerpo, y señaló uno en particular. —Morelli…

—¿Qué significa Morelli?

Se miraron.

—Es una familia de mafiosos… Uno no muy buenos…

—¿Le estoy salvando la vida a un delincuente?

Jane indagó casi aterrada.

—¡Hermana, Dios no mira eso! ¡Para Dios este hombre es solo un pecador que necesita redención!

—Lo siento… —La chica mordió su labio inferior, se acercó de nuevo a Damiano, y esta vez al impactar contra su piel empezó a sentir un extraño hormigueo en su vientre bajo. Su saliva estaba tan espesa, que le era casi imposible articular palabras. —Ayúdame a hacer presión, creo que tiene una herida de bala… —Mercedes era experta en este tipo de situaciones, había ayudado como enfermera en la guerra del ochenta y nueve, así que prácticamente sería pan comido.

—Yo lo hago —Tiró del brazo de la menor, y le pidió asistirla, pasándole las toallas, y algunos medicamentos para aplicarle luego de extraer la bala; no pasó mucho tiempo cuando el pequeño metal cayó salvajemente en un plato limpio que usaron para guardar el proyectil.

—¿Se va a salvar?

La castaña preguntó, lavando sus manos cubiertas en sangre.

—Necesita que lo cuides toda la noche, podría darle fiebre…

—¿Y la misa del padre Tadeo?

—Yo la puedo dirigir, no te preocupes, mañana es el funeral, pero ahora este hombre te necesita… —Ambas lo recostaron de nuevo una vez terminaron de aplicarle medicamento, y sujetaron con firmeza las vendas para que sanaran más rápido. —Si se le sube la fiebre, trata por todos los medios de bajarla, puesto que podría colapsar, y…

—Morir… —Jane terminó por ella, una vez Mercedes se retiró de la habitación, la monja comenzó a rezarle al creador para que tuviera de misericordia de aquel pecador, comprendía que si moría ahora mismo su alma jamás tendría descanso, y no podría perdonarse si algo así sucedía.

Eran casi las tres de la mañana cuando un pequeño quejido alertó a Sor Jane, sus ojos se hallaban pegados por el sueño, su cuello tan rígido como la corteza de un árbol, y ni hablar de la fatiga que sentía por no haber probado bocado desde el día anterior. Sus rodillas se sentían débiles, mientras que sus manos sostenían con fervor el rosario que le regaló el padre Tadeo cuando esta aceptó los hábitos hace ya mucho tiempo.

—Christopher… —El italiano susurró repentinamente, llamando con desespero al chico desconocido, —Chris… Chris… —Jane corrió de inmediato hacia él, aunque sus piernas retrocedieron al notar la calentura de su cuerpo.

—¡Dios, tienes demasiada fiebre! —encaró, buscando rápidamente una toalla húmeda para ponerla sobre su cabeza. —Calma, calma, estarás bien… —Soltó con dulzura. El hombre se removía delante de ella de dolor, sus costillas se sentían hundidas, y ni hablar de la enorme punzada que ahora perforaba su estómago. Damiano se sentía perdido, no comprendía que estaba sucediendo, y menos porque una chiquilla de ojos angelicales lo veía con lástima. Odiaba que la gente lo mirara así, odiaba el simple hecho de que pensaran que tenían el derecho de menospreciarlo, a él, al lider de la mafia siciliana.

—¿Chi sei?

Preguntó el mafioso en un perfecto acento italiano.

—Lo siento, no te entiendo…

Respondió la monja, cubriendo su frente con una toalla mojada.

—¡¿Quién m****a eres?! —ahora habló español para comunicarse con aquella chiquilla atrevida. —¿Cómo te atreves a tocarme? ¿No sabes quién soy?

Jane se detuvo al verlo sacar un revolver de la parte baja de su espalda, se preguntaba porque no había notado eso, o si quizás el aura oscura que lo rodea no le permitió ver el peligro que consigo traía.

—No, y de todos modos todos somos iguales ante Dios.

Damiano se burló, y a monja no le gustó para nada.

—¿En dónde estoy?

—En el convento de Green Town…

El pelinegro tocó el puente de su nariz.

—¿Cómo llegué aquí?

El hombre trató de ponerse en pie, pero el dolor de su estómago lo obligó a recostarse de nuevo.

—No sé, viniste solo, y bueno, con esa herida de bala… ¿Eres un criminal?

El italiano se burló.

—¿Y si lo soy no me vas a ayudar? ¿A caso eso está permitido?

Ella negó.

—Debo ayudarte…

Al pelinegro esto le pareció demasiado divertido, jamás había visto una monja de cerca, es más, nunca en sus treinta y ocho años de vida había pisado una iglesia, aunque la madre superiora de este convento que conocía a la perfección hubiera sido su tía, esa tía que prefirió el camino de Dios antes de seguir con el linaje familiar que le correspondía, y desde que tenía diez años no veía.

—¿Y si te digo que he matado muchas personas?

Damiano, apretó el entrecejo por el ardor de su herida.

—¿Mataste a una persona?

Jane se alejó.

—¿Una? —su risa le causó escalofríos a la monja —, de hecho, he masacrado a tantas que no me alcanzaría la vida para contarlas…

Blackstone cubrió sus labios, sus piernas retrocedieron hasta que su espalda tocó la pared. ¿Cómo Dios le permitió salvar a ese monstruo? Se preguntaba dentro de su cabeza. Alguien como él no debería vivir.

—Cuando te recuperes puedes irte…

Jane, giró el picaporte de la puerta para huir de allí.

—Lo haré cuando mi tía me diga que me vaya.

—¿Tu tía?

Damiano comprendió que tenía la atención de la hermana sobre él.

—La madre Teresa Morelli…

—¿Morelli? La hermana Teresa es una…

—¿Una qué? ¿Asesina? ¿Un monstruo?

El italiano ignoró el hecho de que su cuerpo estaba demasiado débil, y se levantó de la cama solo para asustar a la monja.

—No, jamás quise decir eso, yo…

—Tus ojos…

El corazón de Jane se detuvo al sentir como Damiano agarró su mentón, para obligarla a verlo a los ojos.

—¿Qué hay con ellos?

El mafioso se relamió los labios.

—Es como ver a Dios en ellos…

La castaña dejó de respirar.

—Tus ojos...

Ahora era turno de la monja.

—¿Qué hay con ellos?

Preguntó el italiano.

—Es como ver al diablo en ellos…

Damiano sonrió complacido.

—Quizás le has salvado la vida al diablo…

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