3

3

La curiosidad de Damiano hacia la monja que se hallaba a unos cuantos pasos delante de él se despertó en el justo momento en que sus miradas se conectaron. Dentro de su cabeza ni siquiera podría imaginar que una mujer como Jane Blackstone existiera, pensaba que era demasiado bonita para que su cuerpo se desperdiciara entre tanta ropa, y ni hablar de la forma tan sensual y erótica de sus labios. El mafioso era capaz de imaginarse cientos de escenarios con la religiosa chupándole la polla, e incluso gimiendo debajo de él.

La sola idea de escucharla gemir, y ver su rostro cubierto por un tinte carmesí lleno de vergüenza ante la profanación de un templo de Dios lo hacían sentir excitado. Jane era preciosa, además de esos ojos llenos de piedad con la que lo miraba, Damiano quería conservar eso, deseaba con toda su alma verla desnuda, y enterrarse dentro de ella, aunque las cosas en este momento podrían salirse de control.

—¿Cuál es tu edad?

Indagó el pelinegro, sin dejar de mirar a la hermana.

—Veintiséis años…

Respondió Jane con su espalda pegada a la pared, sus manos se sentían tan frías que no dudó en meterlas dentro del habito, y así calentarse un poco, su mirada seguía fija en el suelo, no pretendía darle la oportunidad a ese mafioso de burlarse de ella, y mucho menos sentir como su corazón palpitaba con fuerzas cada vez que sus miradas se cruzaban.

—Interesante…

—¿Qué es interesante, señor?

Damiano sonrió, sentía una cierta debilidad por las mujeres que lo llamaban de esa manera. —¿Señor? ¿Ya soy tu señor?

Los ojos de Jane se abrieron exagerados, lo que acababa de decir ese hombre era un sacrilegio a sus creencias. —Mi único señor es Dios… —Respondió casi en un rugido, su ceño se frunció por la molestia que sentía al seguir emboscada por ese peligroso hombre. —Pienso que debería irme…

La moja intentó moverse de su puesto, añoraba con todas las ganas del mundo salir de la habitación en donde compartía el mismo oxígeno con el italiano, desde el primer instante en que lo vio no le dio buena espina, y luego de lo que la hermana Mercedes le contó sobre él, comprendió que lo mejor para el convento, era mantenerse distante de la mafia italiana, puesto que, si algo salía mal, ellas serían un blanco fácil de desaparecer.

—Yo no te he dicho que te muevas… —La voz agitada, y profunda del criminal golpeó su oído derecho, Jane giró suavemente su cabeza al notar la encrucijada del señor Morelli. Ambas manos del mafioso bloqueaban su cuerpo, mientras que el rostro del hombre estaba peligrosamente cerca del suyo.

—Suéltame…

Atacó la castaña de inmediato.

—Ni siquiera te estoy tocando…

Respondió con un tono burlón el siciliano.

—¿Qué estás pretendiendo?

—No lo quieres saber… —Ambos se quedaron en silencio, —si te lo cuento, tendrías que pasar el resto de tu vida rezándole a Dios para liberar tu mente de las escenas que te pueden provocar mis más bajos deseos…

El sonido de la puerta siendo abierta, impulsó al pelinegro a alejarse de la asustada monja. La madre Teresa se detuvo al ver el falso movimiento de su sobrino, sus ojos recorrieron la habitación hasta encontrarse con una Jane temblando de miedo. —¿Qué le hiciste?

Teresa atacó, empujando a su sobrino lejos de la señorita Blackstone.

—¿Yo? ¿Por quién me tomas, tía?

—Te conozco, Damiano, y conozco esa mirada…

El italiano frunció su ceño, para acto seguido cruzar sus manos a la altura de su pecho bien formado, pensaba          que esto no era nada divertido, quería llegar mucho más lejos con Jane, pero la interrupción de su tía lo puso de mal genio. Como pudo, se alejó de ambas mujeres, y enseguida se recostó sobre la cama, ahora cerrando los ojos para descansar.

—Sal de la habitación, hermana Jane.

Damiano volvió a abrir los ojos, no quería perder de vista a esa chiquilla que le llamó tanto la atención.

—No quiero que se vaya…

Masculló, levantando la mano para que Jane la tomara, pero por obvias razones la religiosa no lo hizo, es más, se sintió atacada por aquella propuesta tan indecente hacia una mujer que vive solo para Dios.

—Vez a la capilla, hermana, el padre Tadeo te está esperando…

Damiano miró mal a su tía, no sabía quieren era ese tal padre Tadeo, y mucho menos porque estaba esperando con tantas ansias a Jane. Una vez la monja salió de la habitación, esta volvió a respirar; apoyó su espalda contra la puerta de cedro que la separaba de aquel peligroso hombre, para así poder regular de nuevo su cuerpo.

¿Qué haces aquí?

Las palabras de la madre Teresa golpearon los oídos de la joven monja.

Casi me muero, ¿y es lo único que te importa, tía?

Te conozco, Damiano, y sé que en donde está tu presencia hay muerte…

Aquellas últimas palabras le provocaron escalofríos a la castaña, esta prefirió caminar apresuradamente hacia la capilla en donde se estarían dando los postreros honores al padre Tadeo, y de este modo alejarse de ese hombre que le provocaba sensaciones dentro de su estómago.

Una vez Jane entró a la capilla, un aura de pesadez, y dolor la invadió por completo, le costó demasiado caminar hacia el ataúd del difunto sacerdote, entre tanto su mente no dejaba de culparse por eso. Si tan solo tuviera una oportunidad de salvarlo, si tan solo pudiera disculparse con él por permitirle morir de esta manera.

—Lo siento tanto…

Susurró, arrodillándose delante del féretro.

—Dios, recibe a tu hijo Tadeo en tus brazos… —La monja continuó rezando, apretando entre sus dedos el rosario que el difunto hombre le regaló de niña; sus ojos ardían demasiado por el llanto, y cuando menos se dio cuenta, aquella inocente joven se quedó dormida.

(***)

Al día siguiente los ojos de la religiosa se encontraban demasiado hinchados, había pasado casi toda la noche llorando por su perdida, aunque entendía que debía mantenerse fue por el convento, y por todos los huérfanos que ahora tenían a su cargo las monjas de Green Town.

Jane terminó de cocinar algunos alimentos, y luego se dispuso a organizar el desastre que la tormenta de anoche dejó sobre el huerto que tenía junto a otras novicias, o eso pretendía hacer hasta que la hermana Mercedes se atravesó en su camino con ese robusto cuerpo, que bloqueó casi de inmediato sus pasos.

—Necesito que cures al enfermo…

La castaña dejó de respirar.

—¿Tenemos algún enfermo?

Intentó seguir su camino, pero Mercedes la detuvo de nuevo.

—No es un buen día para chistes, hermana, la madre Teresa salió al pueblo hoy para buscar un nuevo préstamo bancario, nosotras estamos… —La mujer bajó la voz cuando un grupo de novicias pasó por su lado. —Estamos casi sin provisiones, y si esto sigue así…

Blackstone levantó la cabeza, y la miró con incertidumbre.

—No diga eso, hermana… Estos niños no tienen a donde ir…

—Es la realidad, Jane, si el banco no nos presta el dinero, tendremos que enviar a estos niños a otros orfanatos lejos de Green Town…

El cuerpo de la monja se tambaleó, la sola idea de pensar que los huérfanos del convento terminarían en otro sitio, y los más grandes quizás en las calles la aterraba por completo. La joven caminó hacia la habitación del mafioso con su mente llena de aquellos pensamientos. No deseaba esto, no quería esto, y debía hacer algo antes de que los echaran de aquí.

—Buenos días… —Susurró la chiquilla, una vez entró en la habitación, sus ojos se desviaron hacia la pared al notar la casi desnudez del italiano, el cual se encontraba acostado en la cama sin moverse.

—Sabes algo, hermana…

La voz de Damiano por la mañana era demasiado varonil y profunda.

—Dígame, señor…

—Siempre creí que todas las monjas eran feas…

Jane frunció las cejas.

—¿Qué dice?

—Sí, siempre creí que todas las monjas eran feas, pero ahora sé que mis pensamientos eran verdad… Te ves horrible en la mañana…

La hermana apretó sus párpados, e intentó ignorar las provocaciones del delincuente, para ella la belleza era una vanidad, y la vanidad era pecado ante los ojos de Dios. No tardó mucho tiempo en cambiarle la venda al pelinegro, para luego darle un par de medicamentos que lo ayudarían a sanar más rápido.

—Ya me voy.

Dijo, tomando las cosas que trajo consigo.

—¿Tan pronto?

Indagó el sujeto totalmente lleno de entusiasmo.

—¿Quieres que te lea el santo rosario?

El mafioso negó de inmediato.

—Que aburrida eres… ¿Y si mejor me muestras que hay debajo de ese habito? ¿Tienes ropa interior?

Jane llevó sus manos hacia su pecho, abrió los ojos con molestia, y salió de la habitación completamente enojada. ¡¿Qué se estaba creyendo ese hombre?! Se preguntó, sin dejar de caminar lejos de él, no pretendía verlo más nunca en su vida, y prefería que la hermana Mercedes lo atendiera de ahora en adelante.

De repente, las monjas del convento comenzaron a murmurar cosas, la castaña no comprendía lo que sucedía, y mucho menos porque todas las hermanas se estaban agrupando, hasta que un grupo de hombres, vestidos con trajes costosos llamaron también su atención.

—Dicen que es el conciliare de Damiano… —Mercedes dijo detrás de Jane, tomándola por sorpresa, —su nombre es Christopher Lombardi… —La joven abrió los ojos, así que este es el sujeto que llamaba el italiano cuando estaba a punto de morir. —Sor Jane, ¿Estás bien?

La muchacha estaba demasiado pálida como para respirar con normalidad, su cabeza le gritaba que entonces todo era real, le había salvado la vida a un asesino.

—Necesito respirar… —Contestó, moviendo sus pies lejos de allí, sin embargo, para su mala suerte por estar mirando al suelo mientras caminaba terminó golpeando la espalda de alguien sin previo aviso. La castaña, levantó la mirada, para ahora encontrarse con los ojos color aceituna de un sujeto que sin duda alguna la mataría con sus propias manos. —Yo… Lo lamento…

El conciliare la miró de reojo, para luego ignorarla y seguir su camino, sin duda alguna aquel hombre tenía un muy mal temperamento, y lo mejor para la monja por ahora sería no interponerse en su camino.

—¿Para dónde vas?

Mercedes le preguntó, tomando su mano.

—Necesito cuidar la huerta, ¿Qué pasa?

—Tienes que ir con él…

—¿Con quién?

Jane elevó las cejas, y sintió un terror horrible al notar al conciliare esperándola.

—Quieren que les diga que pasó anoche…

Ella negó.

—De ninguna manera estaré sola en una habitación repleta de hombres…

La castaña retrocedió.

—¡Por los clavos de Cristo, hermana Jane! Damiano necesita recuperarse, ahora no es momento de tener miedo, siga a ese hombre ya…

La robusta mujer empujó a la jovencita hacia Christopher, el sujeto bufó agotado, este tipo de chicas le cansaban demasiado, y él prefería divertirse con mujeres sensuales, y de curvas peligrosas, y por obvias razones Blackstone no tenía nada de eso.

Ambos caminaron en silencio, rodeados de un cuerpo de seguridad digno de alguien tan peligroso como Damiano Morelli, la monja estaba temblando, sin embargo, respiraba pausadamente para no hacerse notar, lo menos que quería ahora mismo es que la sintieran débil, y de este modo se aprovecharan de ella.

—¿Tú lo curaste?

La hermana abrió los ojos, la voz de Cristopher era demasiado tosca para sus oídos.

—Sí, señor…

—Bien.

Jane abrió la puerta, permitiendo que el hombre entrara a la habitación primero que ella.

—¡Hermano!

Gritó, el mafioso al ver a su hombre de confianza.

—¡Estás vivo! Estuvimos buscándote toda la noche, la casa Morelli está vuelta m****a…

La habitación se llenó de un momento a otro.

—¿Sabes que sucedió?

Morelli preguntó, poniéndose a gusto gracias a los cuidados de la monja.

—Los Capuletos, eso pasó…

—Me lo imaginé, querían matarme para tener el poder de Sicilia, ¿Sabes quién me vendió?

Los guardias se tornaron ansiosos, y la religiosa lo notó de inmediato.

—Lo traje para ti…

De repente, Cristopher tomó del cuello a un tipo que estaba a punto de llegar a sus treintas; el hombre temblaba negando, mientras suplicaba por piedad sin comprender lo que estaba sucediendo.

—Andrea te vendió por un par de dólares, el muy perro… —Encaró el conciliare, ahora mostrándole unas fotografías en donde se veía al joven recibiendo dinero de la casa enemiga.

—Así que fuiste tú… —Damiano agarró su arma, asustando rápidamente a Jane, esta última abrió los ojos, corrió hacia el mafioso, aunque un par de sus hombres la sacaron de inmediato de su camino. —Le daré con esto un mensaje a los Capuletos, soy el rey de la mafia… Yo soy tu dios…

El disparo que salió del revolver calibre cuarenta y cinco del siciliano, impactó contra la frente del traidor. Jane no dejó de gritar, cubriendo su rostro con sus manos, y comprendiendo que aquel sujeto que casi muere anoche, en realidad era un monstruo.

—¿Ya lo comprendiste, señorita Blackstone?

Christopher la obligó a ver su jefe, le alzó la cara con sus manos para así orillarla a presenciar y escuchar con atención lo que el mafioso quería comunicarle.

Damiano por fin tocó el rostro de la monja, y luego sonrió.

—Le salvaste la vida al diablo…

  

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo