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—¡Damiano! ¡Damiano! ¡Por favor! ¡Sácame de aquí!
Jane gritó lo más que pudo hasta que su garganta dolió tanto que ya no pudo hablar más. sus uñas se enterraron en su cuero cabelludo, porque ni siquiera se dio cuenta como todo terminó de esta manera.
Su cuerpo cayó arrodillado ante una cama, mientras que sus manos tiraron levemente de su cabello. “¿Siempre fue así?” “¿Siempre será así? Fueron las preguntas que carcomieron dentro de ella.
—¡Damiano Morelli!
Gritó una vez más, aunque ella sabía que nadie la escucharía.
—Tengo que salir de aquí… —Se dijo para sí misma, trato de abrir las ventanas de aquella habitación en donde la tenían retenida, aunque luego se dio cuenta que estaba en el último
34Damiano tiró con fuerza de Jane para alejarse de ella.Sin dudarlo salió de la habitación, con el corazón latiéndole tan fuerte que sentía que se iba a desmayar. Su frente sudaba a chorros, sus manos temblaban tanto que no podía detener los movimientos bruscos de su cuerpo.—¿Qué estás haciendo, Dam?Christopher le preguntó, mientras bajaba las escaleras.—No te interesa…—Sabes que sí.Lo miró con enojo.—No me hagas dispararte… Ella es mía.—Pero parece que no…Damiano se abalanzó contra él: —¡Hijo de perra! —Un guantazo lo tiró al suelo casi de inmediato. —¡Ojalá! ¡Ojalá no le hubiese prometido nada a tu maldita familia! ¡Ahora estarías muerto, pedazo de mierda!E
34—Harás que tarde que temprano deje de amarte…Jane susurró, mientras sus manos tomaban con fuerza su pecho, se sentía demasiado cansada para seguir luchando contra todo esto. Contra el imperio Morelli.—Eso jamás va a pasar…—No estés tan seguro.La ex religiosa se sentó en el borde de la cama, sus manos se deslizaron suavemente sobre sus rodillas, para acto seguido agachar la cabeza. Las lágrimas empezaron a humedecer su rostro; no deseaba esto. Ella no quería esto.—Si no me vas a amar… Déjame ir…—¡Lo sabía! ¡Quieres dejarme!El enorme cuerpo del siciliano corrió hacía la asustadiza jovencita, su cuerpo tembló casi de inmediato al sentir como el hombre que ella amaba la tomaba de los hombros obligándola casi en el acto a mirarlo a los ojos.—Eres mía, Jane Blackstone… Eres y serás mía hasta el último día de tu vida….Su mandíbula se tensó.—Entonces… Que hoy sea el último día de mi vida.Los brazos de Damiano cayeron a cada costado de sus caderas, su cuerpo se sacudió quizás com
1“El diablo ha tocado la puerta del convento de Green Town, y Jane lo ha dejado entrar”.No ha parado de llover durante todo el mes de abril, los días siempre están en absorta oscuridad como si los cielos quisieran avisarles a las monjas de Green Town que algo jodidamente malo estaba a punto de sucederles; los cielos se tiñaban de una tonalidad grisácea que provocaba escalofríos en Jane, una de las mojas más jóvenes del convento del eterno creador.Su padre la había abandonado en aquel viejo lugar cuando ella apenas tenía cinco años, las malas lenguas decían que su madre era una prostituta que quedó embarazada de uno de sus clientes, y fue dejada con este cuando la niña apenas tenía unos escasos días de nacida. Para la joven escuchar este tipo de chismes entre las huérfanas del monasterio se sentía algo doloroso.Había pasado más de la mitad de su vida culpándose del destino que le tocó, mientras que decidió entregarle su vida al señor para intentar buscar la piedad del señor, una pi
2El peso de Damiano contra el diminuto cuerpo de Jane estaba presionando tanto su estómago que la monja no podía casi respirar, las manos de la chica trataban de mantener al descomunal hombre en pie, sin embargo, su enorme tamaño le estaba jugando una mala pasada.Gotas gruesas de sangren caían como cascadas contra el suelo de granito del convento, y ni hablar de las vestimentas sagradas de la monja, las cuales ya no eran de un blanco pureza, sino más bien tan carmesí como los labios rojos de una mujer virgen.—¡Ayuda! ¡Ayuda! —Blackstone gritó, metiendo sus manos por debajo de las axilas de Damiano, y de esta forma tratar de arrastrarlo por el suelo, un par de hermanas que escuchaban desde lejos la algarabía, corrieron hacia su encuentro. —¡No se queden allí paradas, este hombre se puede morir!La castaña se encontraba tan sorprendida por el charco de sangre que ahora los rodeaba, así que entendió que, si esto seguía así, estaba más que convencida que aquel sujeto de enorme estatura
3La curiosidad de Damiano hacia la monja que se hallaba a unos cuantos pasos delante de él se despertó en el justo momento en que sus miradas se conectaron. Dentro de su cabeza ni siquiera podría imaginar que una mujer como Jane Blackstone existiera, pensaba que era demasiado bonita para que su cuerpo se desperdiciara entre tanta ropa, y ni hablar de la forma tan sensual y erótica de sus labios. El mafioso era capaz de imaginarse cientos de escenarios con la religiosa chupándole la polla, e incluso gimiendo debajo de él.La sola idea de escucharla gemir, y ver su rostro cubierto por un tinte carmesí lleno de vergüenza ante la profanación de un templo de Dios lo hacían sentir excitado. Jane era preciosa, además de esos ojos llenos de piedad con la que lo miraba, Damiano quería conservar eso, deseaba con toda su alma verla desnuda, y enterrarse dentro de ella, aunque las cosas en este momento podrían salirse de control.—¿Cuál es tu edad?Indagó el pelinegro, sin dejar de mirar a la he
4Un escalofrío fúnebre recorrió las piernas de Jane, su corazón latía con tanta insistencia que presentía que en cualquier momento este mismo podría estallar dentro de ella. Su frente sudaba tanto en señal del estado de shock en el que se encontraba. La monja movió un par de centímetros sus pies, quizás ideando la manera de huir de aquella habitación, sus manos temblaron a la altura de su pecho, entra tanto su cabeza se sacudía en señal de negación.—¡Asesino! ¡Eres un asesino! —Encaró por fin la religiosa, su diminuto cuerpo fue en contra del mafioso, y aunque intentó por todos los medios llegar hasta él, Christopher y sus hombres se lo impidieron. —¡Dios no te perdonará! ¡Él no te perdonará jamás por lo que acabas de hacerle a este hombre!La sonrisa ladina del italiano, provocó que Jane se retorciera de arrepentimiento, su pecho se sentía hundido, mientras que en su mente no dejaba de reprocharse así misma haberle salvado la vida a un monstruo.—Denles el cadáver a los perros…Sus
5Jane no comprendía con exactitud en qué momento de su vida las cosas se habían empeorado de esta manera, sentía un pitido horrible dentro de sus oídos que le imposibilitaban respirar con normalidad, su pecho se estaba hundiendo tanto, que la falta de oxígeno debilitó tanto sus piernas que no pasó mucho tiempo antes de que la joven mujer cayera de rodillas delante del mafioso.Las manos de la hermana se arrastraron por la alfombra manchada de su propio vómito, entre tanto sus rodillas presionaban con rudeza contra el suelo, necesitaba moverse rápidamente antes de que los hombres del italiano salieran a cumplir las órdenes que este mismo les había entregado: Debían asesinar a cada persona dentro del convento de Green Town antes de medianoche.—Señor… —Jane, gimió, con el rostro lleno de lágrimas, una exagerada capa de sudor se impregnó de su frente quizás al notar su triste final. —Señor, por favor, hay personas inocentes allí…La punta del dedo índice de la monja tocó el zapato de cu
6Jane contuvo la respiración una vez que su boca soltó la respuesta que Damiano quería escuchar. El mafioso dejó reposar su frente contra el hombro derecho de la monja, sin dejar de ocultar una enorme sonrisa que ahora estallaba en sus labios. Sus manos viajaron delicadamente hacia las caderas de la religiosa, asustándola en el acto, la castaña jamás había tenido en su vida este tipo de contacto, pero ahora lo recibiría cada vez que el italiano quisiese y no habría nada en este mundo que pudiera evitarlo.—Deberías irte ya…Susurró el pelinegro cerca de la oreja de la chiquilla temblorosa delante de él.Blackstone elevó las cejas, y encorvó la espalda al escucharlo hablar.—¿Qué?Preguntó sin comprender lo que estaba sucediendo.—¿No te quieres ir? —Damiano se burló, alejándose de ella.—No es eso, solo que creí…La mujer cortó sus palabras al notar la indecencia que estaba a punto de decir.—Espera… —El señor Morelli detuvo sus pasos, para ahora girarse en dirección a la hermana, —¿