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Un escalofrío fúnebre recorrió las piernas de Jane, su corazón latía con tanta insistencia que presentía que en cualquier momento este mismo podría estallar dentro de ella. Su frente sudaba tanto en señal del estado de shock en el que se encontraba. La monja movió un par de centímetros sus pies, quizás ideando la manera de huir de aquella habitación, sus manos temblaron a la altura de su pecho, entra tanto su cabeza se sacudía en señal de negación.

—¡Asesino! ¡Eres un asesino! —Encaró por fin la religiosa, su diminuto cuerpo fue en contra del mafioso, y aunque intentó por todos los medios llegar hasta él, Christopher y sus hombres se lo impidieron. —¡Dios no te perdonará! ¡Él no te perdonará jamás por lo que acabas de hacerle a este hombre!

La sonrisa ladina del italiano, provocó que Jane se retorciera de arrepentimiento, su pecho se sentía hundido, mientras que en su mente no dejaba de reprocharse así misma haberle salvado la vida a un monstruo.

—Denles el cadáver a los perros…

Susurró, el siciliano, ahora tomando una servilleta de tela que su conciliare tendió para él. Damiano se notaba complacido, amaba el hecho de ver el horror y el miedo en los ojos de la religiosa, quería demostrarle que incluso su fe no serviría de nada en un momento como este, puesto que nadie podía evitar que con sus propias manos matase a sus enemigos.

—¡No puedes hacerlo! ¡No puedes hacer esto en un lugar sagrado! ¡Eres un animal! ¡Eres un jodido animal! ¡Hay… ¡—la voz de la castaña se apagó, —hay que darle cristiana sepultura, sí… —La jovencita llevó sus manos vibrantes hacia su cara, sus ojos se paseaban de un lado hacia otro completamente inertes, la sensación de vacío dentro de su estómago no la permitía pensar con claridad. —Tengo que rezar por él… —La mujer se arrodilló, sacó su rosario para rogarle a Dios piedad por este sujeto que ni siquiera le conocía el nombre, pero la bondad dentro de su corazón la orillaba a darle un poco de su clemencia.

—¿Qué crees que haces, Sor Jane?

El corazón de la religiosa se detuvo al oír a Damiano pronunciar su nombre con esa boca pecaminosa. La chica de ojos color avellanas levantó la mirada, lo observó un par de segundo mal con una cara llena de rencor hacia ese jodido mafioso que irrumpió la paz del convento con su presencia, para acto seguido correr como si su vida dependiera de ello hacia la salida de la recámara.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! —Gritó, Jane, pegándole manotazos a la madera de cedro de la puerta. —¡Ayuda! ¡Madre superiora! ¡Mercedes! ¡Alguien! ¡Auxilio!

Lo siguiente que la chiquilla sintió fue como alguien la tomó de la cintura, y la dejó arrodillada en el suelo delante de Damiano Morelli. El hombre la observaba en silencio, entre tanto la monja no dejaba de temblar de miedo; presentía que este sería su fin, comprendía que un hombre tan peligroso como este mafioso jamás la dejaría vivir luego de ser testigo del homicidio que se efectuó en esa vieja habitación.

—¿Te arrepientes?

—¿Qué?

Escupió Blackstone ante la pregunta del siciliano.

—¿Te arrepientes de salvarme la vida?

La religiosa agachó la cabeza, sin pronunciar palabra alguna.

—Te lo repetiré de nuevo, ¿Te arrepientes de salvarme la vida?

Esta vez el pelinegro agarró con violencia el rostro de la monja con su tosca mano derecha, la mujer chilló de dolor, puesto que el ardor en sus mejillas estaba siendo insoportable. Jane trató de mantener la calma, respiró profundamente para evitar desmayarse, ya que se estaba sintiendo demasiado débil, y el oxígeno ni siquiera era capaz de llegar hasta sus pulmones.

—Al parecer tienes más fuerza de voluntad de lo que me imaginé… —El italiano la soltó, provocando que la religiosa cayera a un costado de él. La castaña metió sus manos para no golpearse contra el suelo, deseaba con toda su alma retroceder el tiempo y evitar a toda costa el día que lo conoció. El día que permitió que el diablo entrara al convento de Green Town.

—La madre Teresa no permitirá que te salgas con la tuya…

Susurró débilmente la joven, ahora poniéndose de pie.

Damiano se sintió atraído por su valentía, otras mujeres estarían suplicando por piedad, y rogando de rodillas no ser asesinas, pero ella, ella era completamente distinta, en sus ojos podía notar la repulsión que sentía por él, y eso, y eso lo divertía mucho más.

—¿Qué dices que voy a hacer, Jane? ¿Qué crees tú que pasó aquí?

Aquella pregunta era una prueba, si de su boca salía la respuesta correcta, Damiano no se tentaría la mano y le dispararía en la cabeza a la mujer, aunque a este le gustara mucho. Lo que más odiaba en la vida era a los soplones.

—Le diré a todos que asesinaste a un hombre…

El señor Morelli abrió los ojos, notoriamente enfurecido, deseaba desde lo más profundo de sus entrañas que la respuesta hubiese sido otra, sus manos agarraron el mango de la misma pistola con la que asesinó anteriormente al hombre tirado sin vida en el suelo, para acto seguido ponérselo en la sien a la religiosa.

—¿También me matarás?

Rugió ella con una falsa valentía.

—¿Crees que no soy capaz de matar a una monja?

El mafioso sonrió malévolamente.

—Entonces, hazlo…

Lo retó.

—¿Qué?

—¿Piensas que rogaré por piedad?

—¡Deberías! —Gritó, presionando el arma en su cabeza.

—Mis ruegos solo le pertenecen a Dios, y su voluntad es que muera ahora mismo, lo haré…

Damiano maldigo, retirando el arma de su cabeza, ¡Esto no era divertido! ¡Por supuesto que no era divertido! Añoraba verla rogando por misericordia, quería ver hasta donde llegaban sus suplicas para mantenerse con vida, pero en cambio, ella lo arruinó todo.

—Así que no me temes…

—¿Debería?

Soltó, logrando que el conciliare abriera con exageración sus ojos ante su valiente respuesta.

—¡Maldita! —un golpe en seco contra la cara de Sor Jane la dejó tambaleando, Damiano, la agarró de su cuello, para obligarla a verlo a los ojos, pero esta desvió la mirada para no darle el placer de verla humillada. Ese golpe no era nada para ella, Jane sería capaz de aguantar mucho más con tal de mantener su integridad intacta. —¿Quién te crees que eres? —otro golpe en su cara, —¿Crees que te debo algo por salvarme la vida? ¿Es eso?

El hombre enfurecido se alejó de ella.

—Llévenla a la mansión Morelli…

La orden dada por el italiano provocó arcadas en la religiosa.

—¡No! ¡No! —comenzó a gritar al ver a un par de sus guardias tomarla por los brazos, —¿Por qué? ¡¿A dónde me llevas?! ¡No! ¡Madre superiora! ¡Alguien! ¡Auxilio!

Christopher abrió la puerta, espantando a su paso a todas las religiosas que estaban en ese pasillo atentas a lo que acontecía dentro de esa habitación; Mercedes agachó la cabeza al ver a Jane pasar junto a ella, sentía que no podía hacer nada, si alguien intervenía, no habría razón alguna para que Damiano no masacrara al convento completo.

—Espero… —El mafioso detuvo sus pasos, sin quitarle la mirada a sus hombres, los cuales metieron dentro de una camioneta negra a la monja. —Espero que mi tía no se entere de esto… Díganle que Jane viajó al pueblo a ver a un familiar…

La mujer de avanzada edad elevó las cejas.

—Jane no tiene familia, señor…

Este último sonrió.

—Entonces díganle que fue a coger, o algo así… Aprendan a mentir, no todo el trabajo lo tengo que hacer yo… —Su mano derecha dejaron un par de golpes en la espalda de la hermana, antes de partir junto a su nueva adquisición. Damiano se sentía complacido, y amaba el hecho de que, a pesar de todo, hoy ganó algo que Los Capuletos envidiarían. Él tenía a una monja en sus manos.

Dentro de la camioneta la castaña se sacudía con exageración buscando la manera de zafarse de la soga que retenía con rudeza sus manos; en su cabeza le habían puesto una bolsa de tela negra que la orillaba a sudar más de lo normal, el velo que cubría su cabello ahora estaba torcido, y aunque rogaba al cielo que este no se callera, al final los movimientos lograron zafarlo de donde se hallaba sujetado.

—Muévete…

Fue lo que escuchó, una vez el coche se detuvo.

Alguien la tomó de los brazos, y la sacó sin piedad del vehículo, sus piernas se sentían como gelatinas, imposibilitándole caminar con normalidad. La brisa fresca de la tarde golpeaba suavemente su cuerpo, hasta que los pasos finalizaron.

De repente Jane comenzó a escuchar gritos de angustia y dolor a su alrededor, los disparos fueron detonados uno tras de otro, hasta que no hubo más voces, ni llanto. La castaña se tiró al suelo, aferrándose con sus manos a una alfombra suave para disminuir de esta manera sus temblores.

Comprendía que la iban a matar, la trajeron a aquel enorme lugar lujoso solo para matarla lejos de las demás hermanas, así que le rogaba a Dios recibirla con los brazos abiertos en el paraíso que fue preparado para ella.

—¿Llegaste?

La voz de Damiano le causó horror.

Alguien le quitó la bolsa de tela de la cabeza, dejando al descubierto su suelto y castaño cabello. El mafioso elevó las cejas porque era la primera vez que la veía así, y ahora sentía mucha más curiosidad por ella. Por lo que había debajo de ese estúpido habito que le impedía ver su preciosa figura.

—Perdón por esa masacre… —Jane, apartó el rostro cuando el italiano intentó tocarla, —solo he asesinado a los traidores… ¿Cuántos eran, Chris?

—Quince personas, señor…

—Oh, ¿De verdad? Gracias a la metralleta fue más rápido el trabajo…

Su risa hizo vomitar a Jane.

—¡Cariño! ¡Carajo!

Damiano soltó, apartándose de ella.

—¡Esa era mi alfombra favorita, ahora tendrás que pagarla!

—¡Monstruo!

—¿Yo? ¡Yo soy más que un monstruo, amor! ¡Soy una bestia! ¡Soy el diablo en la tierra!

Jane elevó la comisura de sus labios luego de limpiarse la boca.

—Solo veo un vacío en tu corazón…

El conciliare iba a golpear a la monja, sin embargo, su jefe se lo impidió.

—¿Eso crees?

—Eres un maldito sádico…

—¿Lo soy?

Preguntó en son de burla.

—¡Lo eres! ¡Nunca debí salvarte la vida! ¡Debí dejarte morir!

Jane cayó sentada en el suelo, luego de que Damiano la abofeteara.

—¿Quieres que te haga arrepentir de haberme salvado?

—¿Qué quieres decir?

Jane sintió un escalofrío recorrer toda su espina dorsal.

—Estoy dando la orden para que maten a cada persona del convento de Green Town… Quiero que los maten a todos…

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