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Jane no comprendía con exactitud en qué momento de su vida las cosas se habían empeorado de esta manera, sentía un pitido horrible dentro de sus oídos que le imposibilitaban respirar con normalidad, su pecho se estaba hundiendo tanto, que la falta de oxígeno debilitó tanto sus piernas que no pasó mucho tiempo antes de que la joven mujer cayera de rodillas delante del mafioso.

Las manos de la hermana se arrastraron por la alfombra manchada de su propio vómito, entre tanto sus rodillas presionaban con rudeza contra el suelo, necesitaba moverse rápidamente antes de que los hombres del italiano salieran a cumplir las órdenes que este mismo les había entregado: Debían asesinar a cada persona dentro del convento de Green Town antes de medianoche.

—Señor… —Jane, gimió, con el rostro lleno de lágrimas, una exagerada capa de sudor se impregnó de su frente quizás al notar su triste final. —Señor, por favor, hay personas inocentes allí…

La punta del dedo índice de la monja tocó el zapato de cuero refinado del italiano, Damiano sintió algo de pena por aquella jovencita de ojos bonitos, pero entendía que nadie, ninguna persona en esta tierra podría burlarse de él.

—¿Ahora si soy tu señor? ¡Buff! —bufó, apartándose de la castaña, —quiero a todos mis hombres de camino hacia Green Town ahora, cada persona debe morir hoy mismo…

—¡No! —Un grito desde lo más profundo del estómago de la religiosa brotó al escuchar tales palabras, Jane se sentía desorientada, las náuseas que le provocaban estar ante la presencia de ese monstruo la hacían marearse más de lo normal, —¿Cómo puedes ser tan ruin? ¡¿Cómo le puedes hacer esto a personas que no te han hecho nada?! ¡Damiano Morelli! ¡Dios jamás te perdonará! ¡Te irás al infierno!

—¿Infierno? —El pelinegro se burló, —ese lugar no existe, Jane… ¿Crees que puedes asustarme con eso? ¡Acabaré con la agonía de esas personas! ¡Soy el salvador del convento de Green Town!

La monja se levantó del suelo con las pocas fuerzas que le quedaban, el par de golpes contra su cara ya no se sentían tan dolorosos como la idea de perder a las personas que amaba.

—Te ruego, señor… —De repente, Sor Jane se puso de rodillas ante el mafioso italiano, Damiano sonrió, tal vez lleno de placer la notar que su plan estaba funcionando, quería doblegarla, romper cada esperanza de la mujer ante sus ojos para así obtener lo que en realidad quería. —Le ruego, señor que perdone las vidas de esas personas… Tenemos huérfanos que acaban de llegar de la guerra, y abuelitos que no tienen la culpa de la maldad del mundo…

—Yo sé quién tiene la culpa…

—¿Qué?

Escupió la chica de ojos color avellana ante las palabras del criminal.

—Tú tienes la culpa, Sor Jane…

Damiano, agarró con su mano basta una copa de whisky que Christopher le había servido, para acto seguido sentarse en un sofá de cuero borgoña que uno de sus aliados colombianos le regaló por su cumpleaños número treinta y ocho. Jane seguía arrodillada, mirando el suelo, rezándole a su Dios en voz baja para que este mismo evitara una tragedia. Una tragedia que le rompería el corazón al sentirse culpable por haber abierto su boca.

—¿La tengo?

—Me llamaste monstruo…

La muchacha apretó con ambas manos su hábito.

—Asesinaste a un hombre…

—¿Y eso me convierte en un monstruo?

La chica levantó la mirada, entendía que, por el tono de voz del italiano, este se estaba burlando de ella en su propia cara. Comprendió que todo esto seguía siendo un juego para él; una burla a la creación, a la vida de cientos de inocentes que no tenían la culpa que este despreciable ser hubiese sobrevivido ante el atentado de Los Capuletos.

—¿A que le tienes miedo, señor Morelli?

Jane se atrevió a preguntar, tomando al mafioso por sorpresa, jamás antes nadie le había hecho tal cuestionamiento. Le parecía algo atrevido su astucia, y eso le llamaba mucho más la atención. Sor Jane Blackstone no era una mujer cualquiera, y el simple hecho de retarlo le provocaba escalofríos.

—¿Miedo? —Refunfuño el pelinegro, —soy un Morelli, querida hermana, el miedo no hace parte de mi código de vida…

Jane se puso en pie.

—¿No tienes miedo a perder lo que más amas en la vida?

—¿Amar? ¡Ja, ja, ja, ja! ¿Qué m****a me estás diciendo?

—¿No amas a alguien? ¿Una mujer?

El ambiente dentro de la oficina de estilo gótico moderno se tornó pesada cuando ambos se quedaron en silencio. Los hombres armados del mafioso se mantenían expectantes, dispuestos hasta a ejecutar cualquier orden que se les otorgue.

—¿Amor? —Damiano por fin soltó, —jamás en mi vida he amado a nadie, señorita Blackstone, ¡No tengo tiempo para tonterías!

—Ahora lo entiendo…

—¿Qué entiendes?

—Porque eres un monstruo…

—¿Qué dices?

Damiano dejó caer la copa de whisky al suelo, provocando que esta se rompiera en fragmentos contra el piso.

—Nadie que no haya experimentado alguna vez el amor puede sentirse vivo, por eso tus ojos están tan marchitos… Por eso te crees el Dios de tu propio mundo, es por eso que no sientes remordimientos al arrebatar una vida, puesto jamás has sentido el dolor que provoca perder a alguien que amas, y pienso que ese será tu castigo…

Christopher dio un paso hacia adelante dispuesto a castigar a la insolente monja, sin embargo, Damiano se lo impidió.

—Dices que perder a alguien que amo será mi castigo, ¿Cierto?

Ella asintió.

—La única forma para que pagues todo el mal que has hecho será este… Perder a alguien que amas…

El mafioso agachó la cabeza.

—Antes de que empiece a sentir amor por alguien, prefiero matarla con mis propias manos…

El estómago de la hermana rugió con salvajismo, sus manos cubrieron su boca porque jamás pensó que existiera en este mundo un hombre tan déspota como Damiano Morelli.

—Dios te perdone… Dios te perdone por aborrecer su amor…

El pelinegro curvó las comisuras de sus labios, dio un par de pasos lejos de la religiosa, para luego hacerle una señal a sus hombres para que se marcharan de la habitación.

—Escuché que el convento está pasando un mal momento, ¿Esto es cierto?

Jane lo miró con odio.

—¿A ti que te importa eso?

—Más de lo que crees…

La muchacha frunció el ceño.

—¿Qué tratas de decirme? ¿Así de la nada te volviste piadoso?

—¿Y si te digo que quiero ayudarte a salvar el convento?

Damiano le señaló una silla de estilo victoriano frente a él, para que la jovencita se sentara. —No te creo… No te creo nada, ¡Me repugnas, señor Morelli! ¿Cómo puede jugar con mis sentimientos así? ¿Esto es gracioso? ¿Quieres burlarte en mi cara antes de asesinarme?

El italiano no soportó más la algarabía de la monja, la tomó de la mano, y la sentó de golpe. Llevaba un par de días planeando esto, quería que todo saliera a la perfección, y ahora que ella estaba en el punto que él deseaba, por nada en el mundo podía dejarla escapar.

—¿Cuánto dinero necesitas? ¿Compro la propiedad? ¿Quieres que compre el pueblo completo para ti? Solo dilo… Dilo ahora con esa boca viperina tuya que es lo que necesitas…

La mujer se acomodó el hábito, un suspiro largo se escapó entre sus dientes, para luego mirar con rudeza al criminal.

—Ninguna oferta es gratis en la vida, señor Morelli… ¿Cuáles son tus verdaderas intenciones?

—¡BRAVO! —Gritó el hombre, sirviéndose una copa de vino por él mismo, Damiano, dejó el cristal en las manos de la religiosa, pero esta la dejó en una de las mesas de centro que se hallaban dentro de la oficina principal de la mansión Morelli. —Por eso me gustas, eres demasiado inteligente… —hizo una pausa—. Bebe el trago que te acabo de dar…

El mafioso cambió su expresión, provocando que la religiosa sintiera una oleada de escalofríos en todo su cuerpo.  

—Yo no bebo alcohol…

—¿No? —se río de ella, —pues a partir de ahora lo harás… Hazlo…

—¿Por qué debería hacerlo?

Jane brincó al sentir como Damiano se aproximaba hacia ella; la mano tosca del pelinegro agarró con salvajismo las mejillas regordetas de la joven, obligándola de este modo a beber hasta la última gota del Vinotinto.

—¡Salvaje!

Gritó, tosiendo con fuerza.

—Quiero tu virginidad a cambio…

Masculló de la nada el hombre.

—¡¿De qué hablas?!

—Es lo que quiero a cambio por salvar el convento de Green Town, dijiste que nada en esta vida es gratis, y ese es mi precio.

Un sonido fuerte hizo que la recámara se quedara en silencio, Jane abofeteó con todas sus fuerzas a ese maldito hombre que le acababa de faltar al respeto, y no solo a ella, sino también a sus más fieles creencias.

—¡Usted es un sucio animal! ¿Cómo se atreve a intentar profanar el templo de Dios?

El hombre se sobó el rostro, sin dejar de mirar con deseo a la joven muchacha, los ojos color miel de Morelli, recorrieron cada centímetro del cuerpo de la monja; podía imaginarse en medio de sus piernas, perforándola sin piedad, mientras que su boca saboreaba con éxtasis sus adorables tetas. Deseaba hacerla suya, quería marcarla como solía hacerlo con todas las mujeres que pasaron por su cama, pero de cierta manera sentía algo diferente en ella, algo que aún no podía descifrar.

—Si esas personas mueren de hambre quedará bajo tu consciencia, Sor Jane, ¿Crees que un refugio bastará con esta guerra? ¿Qué piensa usted que les sucederá a las jovencitas que saldrán desprotegidas del convento?

Blackstone sintió horror por esas palabras, sus manos tiraron de su cabeza cubierta por el velo de su hábito con solo imaginarse tales hechos. Era un terror incrustado en su pecho incalculable. —¿Está tratando de manipularme?

Damiano se burló a carcajadas, por supuesto que ese era su propósito, atemorizarla a tal punto de dejarla tan vulnerable, y que al final aquella muchachita sea capaz de cumplir cada uno de sus más bajos deseos.

—Solo te dije la verdad, si prostituyen a esas chicas será tu culpa… —El mafioso levantó la voz, —¡Si usan a los jóvenes para la guerra será tu culpa! ¡Si una Morelli muere será tu culpa! ¡Todo será tu culpa! ¡Es más…! —Silencio, Jane levantó la mirada —, el padre Tadeo que tanto amabas murió por tu culpa…

La monja sintió un dolor fuerte en su vientre bajo, su cuerpo comenzó a hiperventilar, entre tanto su vista se nublaba de lágrimas. Sus manos temblaban, mientras que el deseo de cerrar sus ojos, y volver a los brazos del padre Tadeo cuando aún ella era una niña se hicieron presentes.

—¡No!

Gritó, despavorida.

—¡Sí!

Damiano la estrelló contra la pared, pasó sus manos por encima de cada costado de su cara, para luego unir su frente con el de la muchacha.

—Asesina…

—No…

—Eres una asesina, mataste al padre Tadeo, y ahora pretendes matarlos a todos en el convento… Eres una egoísta que solo piensas en ti…

—Eso no es cierto.

La castaña empujó al mafioso, pero este la devolvió a su sitio.

—Acepta mi trato, si me das lo que te pido, tu gente no volverá a pasar hambre… No vivirán en la miseria, les aseguro educación, y trabajos bien pagos… ¿No es eso lo que el padre Tadeo quería?

¡Maldición!

Se dijo Jane para sí misma, aunque después le pidió perdón a Dios por tan grave blasfemia.

—Eres el diablo…

Susurró con voz quebrada.

—Lo soy…

—¿Qué pasará si lo acepto?

—Pues… Serás mía… Y vendrás aquí cada vez que yo quiera…

—¿Y si no?

—Sabes muy bien lo que pasará, Jane… —La chica apartó su mirada.

—No tengo opción, ¿Verdad?

Él negó.

—La única manera para que te deje ir es aceptando, o muriendo.

—Entonces…

Dijo, apretando los párpados.

—Mis hombres ya deben de estar llegando al convento, decídelo rápido… Tienes mucho que perder, Jane… Esa sangre recaerá sobre ti…

El italiano tocó la cintura de la monja, la muchacha se sintió incómoda, y todo empeoró cuando el mafioso rozó con su dedo índice el labio inferior de la religiosa; ambas miradas se conectaron por un segundo, aunque al final la señorita Blackstone no tendría escapatoria.

Su único destino era Damiano Morelli.

—Acepto… Yo… Acepto darte mi virginidad…

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