2. ACEPTO.

 Lucía estaba perpleja mirando a Sebastián mientras que se alejaba de ella de la manera más tranquila.

¿Cómo sabía que estaba embarazada? ¿No había nada oculto entre el cielo y la tierra para ese hombre? 

Lucía se quedó allí, luchando por procesar lo que acababa de suceder. La intrusión de Sebastián en su vida en un momento tan vulnerable solo añadía más sombras a su ya complicado panorama. Pero una cosa era segura: debía descubrir la verdad.

Sebastián caminó hasta la oficina del director, se sentó cómodamente en la silla principal y esperó a que el calvo y anciano hombre entrara.

— Señor Waldorf — dijo casi con miedo el director del hospital.

— Vengo a recompensarlo.

— Yo... Por favor, si lo que hice por usted se llega a saber, mi vida profesional estará destrozada.

— ¿Lo que yo le hice hacer? ¿O será más bien lo que usted hace por dinero? Ambos sabemos que no soy el primero en venir a ofrecerle dinero por una que otra jugada sucia — dijo con arrogancia y una sonrisa —. No seamos hipócritas, director.

— Hice todo lo que me pidió, la señorita Lucía…

— Señora — lo corrigió Sebastián casi con ira y dándole una mirada llena de desprecio.

— Creí que se habían divorciado.

— Son solo papeles — sonrió —. En fin, director, vengo a traer el cheque que le prometí y los papeles para empezar la construcción de la nueva ala pediátrica en su hospital, donada por mí y mi familia.

El director estaba casi temblando de miedo. Puso un blanco a su cabeza por no desobedecer a Sebastián, pero era eso o desaparecer de la tierra; ese hombre tenía demasiado poder. Sebastián dejó un cheque y un sobre de documentos sobre el escritorio del director, inclinándose ligeramente hacia adelante, disfrutando del terror en los ojos del hombre.

Así era él, disfrutaba con el miedo ajeno. 

— Asegúrese de que todo salga según lo planeado. No quiero sorpresas.

— Sí, señor Waldorf. Todo se maneja con la máxima discreción.

Sebastián se levantó, ajustándose la chaqueta con un aire de satisfacción. Antes de salir, se giró y miró al director una última vez.

— Director, su vida profesional depende de mí. No lo olvide.

El director asintió, incapaz de decir algo más. Sebastián salió de la oficina, dejando una estela de tensión y miedo tras de sí.

Lucía decidió visitar a su amiga más cercana, Carmen, una abogada que había conocido en su época universitaria. Carmen siempre había sido astuta y de confianza. Si alguien podía ayudarle a desentrañar este misterio, era ella.

Al llegar a la oficina de Carmen, fue recibida con un cálido abrazo.

— Lucía, ¿qué te trae por aquí? Pareces preocupada.

— Carmen, yo... — Lucía rompió en llanto —. Estoy embarazada.

Lucía llego a casa, luego de verse con su amiga y se sentó en el sofá mirando a la nada y recordando tantas cosas.

* * * FLASHBACK.  

— ¿Estás lista? Te casas en 5 minutos.

— Sí — la respuesta fue firme y casi parecía que sonreía.

Lucía observaba la opulencia que la rodeaba, con una sensación de vacío en el corazón.

Las paredes decoradas con obras de arte y los muebles elegantes no lograban llenar el hueco que sentía desde que aceptó su destino junto a Sebastián. Sabía que su matrimonio era una transacción, un acuerdo que beneficiaba a ambas familias financieramente. Y la verdad es que esperaba, quizás ingenuamente, que con el tiempo pudieran encontrar algo de amor o, al menos, respeto mutuo. 

Ella sabía que le era completamente indiferente a Sebastián, pues desde el primer encuentro, Sebastián la había despreciado. 

Sin embargo estaban por casarse en una lujosa ceremonia que era la envidia de todos, pero detrás de las sonrisas y las felicitaciones, había un abismo de indiferencia y hostilidad. Su sueño de tener una gran familia y ser una esposa y madre ejemplar parecía desvanecerse frente a sus ojos y ser reemplazado por la amargura de un matrimonio infeliz.

Camino con seguridad hacía el altar, tomada de la mano de su amable y gentil padre, su madre dejaba ver unas sinceras lágrimas de felicidad por ver a su hermosa hija en un vestido soñado para cualquier chica de su edad.

Busco los ojos de Sebastián y cuando se cruzaron, el elegante, fornido y atractivo hombre le dio una mirada cargada de desprecio y casi fastidio. Se sintió pequeña, pero quiso creer que todo era producto de los nervios de ambos. 

— Tienes la oportunidad de irte.

— Soy una mujer de palabra.

Sebastián bufó como si no creyera lo que ella acababa de decir.

— Serán solo 4 años — le susurró mientras el fotógrafo los capturaba con una perfecta sonrisa a cada uno.

— Lo sé.

— ¿No te preocupa? 

— ¿Qué cosa? — le respondió sonriente mientras saludaba a una de las invitadas que le entregaba un pequeño presente que valía millones.

— Enamorarte y que no puedas corresponder por estar conmigo.

— No — la rubia fue firme en su respuesta.

— ¿Por qué no?

— Soy una mujer leal y aunque nuestro matrimonio sea un simple acuerdo, no tengo intención de mancillar tu lugar, Sebastián — Lucía lo miró fijamente y por un segundo creyó que había logrado intimidar al frío Sebastián —. No todas las mujeres somos como esas mujerzuelas con las que te revuelcas.

Sebastián frunció el ceño, pero no respondió. 

Lucía sabía que él la despreciaba, pero había hecho una promesa, y ella era una mujer de palabra. Durante los primeros meses, su vida juntos fue un baile de apariencias, lleno de cenas de gala y eventos de alta sociedad. Siempre con sonrisas ensayadas y palabras vacías.

Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. El matrimonio se volvió un infierno para Lucía. Sebastián no hacía ningún esfuerzo por ocultar sus infidelidades. A menudo llegaba tarde a casa, con el olor a perfume ajeno impregnado en su ropa, y la despreciaba abiertamente.

Una noche, mientras Lucía revisaba los estados financieros de su empresa de joyas en su estudio, Sebastián entró tambaleándose, visiblemente ebrio. Ella lo miró con desaprobación pero no dijo nada, sabiendo que cualquier confrontación sería inútil.

— ¿Qué haces aquí, tan tarde? — preguntó él, con voz cargada de sarcasmo.

— Trabajo, Sebastián. No me gano el dinero por el puro placer de tener el apellido de mis padres —  respondió ella, manteniendo la calma.

Él se rió amargamente.

— Siempre tan perfecta, ¿verdad, Lucía? Siempre tan correcta en tus modos.

— No estoy aquí para competir contigo, Sebastián. Solo estoy cumpliendo con mi parte del acuerdo — Sebastián se acercó, sus ojos llenos de desprecio.

— ¿Sabes qué? A veces me pregunto por qué aceptaste este matrimonio en primer lugar. Sabías que nunca ibas a ser feliz conmigo. 

Lucía lo miró con frialdad.

— Acepté porque soy una mujer de palabra. Algo que tú nunca entenderías.

Sebastián la miró fijamente por un momento, casi parecía que se le iba a lanzar encima, pero luego se dio la vuelta y salió de la habitación, dejando a Lucía sola con sus pensamientos.

Porque parecía que desde que se habían casado lo único que la acompañaba eran sus locos pensamientos.

Pasaron los años y el matrimonio siguió deteriorándose. Lucía se refugiaba en su trabajo, logrando que su empresa de joyas creciera y prosperara. Cada pieza que diseñaba era un escape, una forma de canalizar su dolor y frustración en algo hermoso.

Solo veía a Sebastián cuando era la hora del desayuno, se había acostumbrado al perfecto y masculino perfume de él.

— ¿Pasaste buena noche? — Era la pregunta que todas las mañanas sin falta y antes de beber el café le hacía.

— No tan acompañada como tú, pero sí — y esa era la respuesta que ella siempre le daba, pues sabía que rara vez el hombre estaba solo en las noches.

Sus vidas eran rutinarias, se besaban frente a las cámaras, era más bien un beso sencillo, tierno, romántico, coqueto, un beso que los medios y sus admiradores envidiaban, querían, anhelaban, pero no podemos culparlos, pues nadie sabía la realidad que ellos vivían.  

— Hoy tenemos el evento en la embajada japonesa — Lucía interceptó a Sebastián que caminaba por el mismo pasillo que ella rumbo a su habitación.

— No quiero ir.

— Tus padres te quieren allí.

— No quiero…

— Entonces llamales y diles que no irás, cuando tengas los pantalones de actuar como un hombre — Lucía estaba cansada de ser la mensajera entre sus padres y Sebastián. 

Desde que se había pactado aquel matrimonio, Sebastián dejó de hablarles por completo a sus padres. 

— Gracias, bruja.

— Fue un placer, medio hombre — le dijo Lucía antes de meterse en su estudio a trabajar.

Un par de horas pasaron y su celular vibró.

“Nos iremos en 15 minutos, te espero en la salida” 

15 minutos no era tiempo suficiente para que una mujer como ella se arreglará para un evento de gala como ese, pero sin importar como, ella lo lograría, pues no le daría el gusto a Sebastián. 

Se metió entre el vestido rojo de seda más ceñido al cuerpo que tenía, con un escote en v sencillo al frente, pero profundo, muy profundo en la espalda, una cola alta y un maquillaje cargado en los labios.

Pudo ser la mejor noche de sus vidas, lo que pasó en el estudio de Sofía dejaría marcas en su piel y su alma que nunca borraría, sin embargo, al presentarse un nuevo día, todo cambió. 

Desde esa noche, Sebastián parecía otro hombre. La saludaba en las mañanas y le preguntaba durante el día como se encontraba, así que Lucía creyó que luego de tantos años era momento de al menos intentarlo. Y al tratar de intentarlo, le llevó el almuerzo a Sebastián a la oficina, sin contar con que al abrir la puerta del gran despacho, esté estaría con su secretaría sobre él y ella con la falda enrollada a la cintura.

— ¡Carajo, Lucía! — Se puso de pie, lanzando a la exótica mujer al suelo.

— Sebastián — él no supo si eso fue un saludo o una reprimenda. 

— Yo… ¿Qué haces aquí? — el pecho de Lucía se vio lastimado, estaba agotada y cansada. Espero todo, menos aquella pregunta. 

Tal vez una disculpa en su lugar hubiese sido más sana.

— Quiero el divorcio, los 4 años se cumplen en dos días — la secretaría soltó una sonrisa de triunfo y Sebastián la miró como si fuera a degollarla. 

— Tu lo has dicho, se cumplen en dos días.

— Exacto, es el tiempo suficiente para que nuestros abogados preparen los documentos.

— ¿A eso viniste? — definitivamente Sebastián no hacía las preguntas correctas ese día.

Al menos eso creía Lucía.

— Sí, ¿por qué preguntas eso? ¿Acaso en estos 4 años de feliz matrimonio me viste asomar las narices por aquí para ver con mis propios ojos como pisoteaste mi fidelidad y respeto? 

— De acuerdo. Acepto. En dos días estaremos divorciados Lucía.

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