3. EL GRAN DESAYUNO.

Lucía tenía una herida que no sanaba, una rabia que no se apagaba, durante sus 4 años de matrimonio había sido fiel, leal, respetuosa y Sebastián no le había dado nada. 

Mucho la señalaron a pesar de ser la mujer honorable y respetada, rápidamente Lucía pasó de ser una dama casada de alta sociedad a ser la culpable absoluta de su divorcio y sobre todo de dejar a un hombre tan increíble y casi perfecto como parecía ser Sebastián, eso solo porque la mayoría no lo conocía de verdad. 

Y aunque así era la sociedad sin importar el nivel social, la mujer siempre sería tachada sin importar las circunstancias, a Lucía poco a nada le importaron los rumores y chismes que se generaron en torno a su divorcio, ella simplemente levantó su cabeza y se recordó que era mucho más que solo una mujer divorciada. Que si ella quería, se podía adueñar del mundo. 

Ella no podía dejar de recordar aquel día en el que sintió la humillación más grande de su vida, cuando por primera vez vio con sus propios ojos la traición de Sebastián, pero sobre todo no podía olvidar la facilidad con la que Sebastián aceptó el divorcio.

4 años perdidos, 4 años de infelicidad. 

Pudo entregar su corazón a un hombre que la amará y la tratará como una reina, que pusiera su mundo a sus pies, pero ella prefirió ser fiel a su familia y entonces se dio cuenta que probablemente no iba a poder confiar en un hombre de nuevo.   

Con sus ojos fijos en el precioso paisaje intentaba entender las razones por las que Sebastián apareció de la nada en ese hospital y supo sobre su embarazo.

—Hija —su madre la llamó y ella simplemente tomó la copa con su mimosa y sonrío.

—Lo siento mamá, estaba…

—No se que está pasando contigo, pero no olvides nunca que eres una mujer grandiosa y fuerte, que tiene todo en las manos para hacer lo que quiera y que nada nunca jamás ha sido un obstáculo, sólo han sido pruebas y de cada una has salido victoriosa y fuerte —la voz de su madre se suavizó, llenando el espacio con una mezcla de preocupación y amor maternal—. 

Lucía apenas tuvo tiempo de procesar las palabras de su madre cuando escuchó un sonido en la puerta del comedor. Giró la cabeza justo a tiempo para ver a Sebastián entrar con un ramo de flores y una caja de chocolates, sus chocolates favoritos. 

—Hola, Lucía —dijo Sebastián, sus ojos brillando con una mezcla de arrogancia y emoción.

Definitivamente estaba ignorando a todos allí. 

Lucía sintió un nudo en el estómago. No esperaba verlo allí, no después de todo lo que había pasado. 

—¿Qué haces aquí? —ella ya se había puesto de pie furiosa y había tirado del hombre a un lado del salón.

—Es el desayuno de domingo de tus padres, el gran desayuno de la familia Waldorf.

—Exacto, es un desayuno familiar y tú dejaste de ser parte de esta familia cuando firmaste el divorcio.

—Eso… —se quedó como meditando y tomando una limonada de la bandeja de un mozo que pasaba por su lado—. Eso fue solo papeleo, querida —ahí estaba esa sonrisa de arrogancia que ella tanto detestaba. 

Sebastián se dio cuenta de la molestia de Lucía porque su mandíbula parecía que iba a estallar.  

—No sé a qué quieres jugar, Sebastián, pero quiero que me dejes en paz. 

—Pasaste 4 años junto a mi Lucía —se acercó a ella peligrosamente y susurró—, sabes que yo no juego. 

—Hijo de…

—Sebastián, querido —la madre de Lucía lo saludo haciendo que Lucía se tragara sus malas palabras.

—Eleonora, que placer volver a verte.

—Estoy bastante sorprendida —dijo la elegante mujer.

—Lo sé, pero estoy seguro de que las cosas se aclararán muy pronto.

Eleonora sonrió, pero no creía por completo en las palabras de Sebastián.

En el elegante lugar, no solo había familia, también habían personas importantes y contactos que Lucía necesitaba, inversionistas que le ayudarían a continuar expandiéndose y definitivamente lo que menos necesitaba era un escándalo.

Se alejó lo que mejor pudo de su madre y Sebastián para mezclarse con sus familiares y personas de su intereses en los negocios. Una de sus primas, Vanessa, acababa de tener a su pequeña hija y estaba junto a la niñera arrullando a la pequeña, su corazón se aceleró un poco y de pronto sintió una presencia a su espalda.

—¿Es preciosa verdad?

—Pudrete Sebastián.

—No me trates así, Lucía, creo que puedo ser de más ayuda que cualquiera aquí.

—¿De qué hablas?

—Ese niño necesita un padre y tú necesitas expandirte por Asia, yo tengo los contactos y puedo ser un maravilloso padre.

—No se como lo sabes, pero te juro que…

Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió nuevamente y Dan, su amigo de toda la vida y pretendiente, entró con una sonrisa y una bolsa de papel en la mano.

—¡Buenos días a todos! —saludó Dan, caminando hacia Lucía y dándole un beso en la mejilla—. Traje tus croissants favoritos.

La tensión en la sala era palpable. Lucía miró a Sebastián, luego a Dan, y finalmente a su madre, que observaba la escena con una mezcla de sorpresa y confusión. 

Pero ella no era la única que observaba allí. 

—Sebastián —Lucía habló con una fuerza y determinación que Sebastián nunca había visto en ella—, te presento a Dan, mi novio.

—Novio —respondió Sebastián, avanzando un paso y extendiendo las flores hacia ella, flores que no le había entregado porque era un estratega mordaz, él sabía que debía entregarlas en el momento correcto—. Y quería disculparme. Sé que te hice mucho daño y… bueno, ahora que sé sobre el bebé, quiero estar aquí para ti, para ustedes.

Dan frunció el ceño y miró a Sebastián con desconfianza.

—¿Bebé? —preguntó, girándose hacia Lucía—. ¿De qué está hablando?

Lucía apretó sus dientes, frunció su ceño dándose cuenta de lo que Sebastián quería lograr. Había esperado poder tener esta conversación en un momento más adecuado, pero la vida parecía tener otros planes.

—Dan, no es momento, te lo explicaré cuando estemos a solas —le dijo con firmeza sin quitar sus ojos casi violentos de la cara cínica y llena de felicidad de Sebastián.

—Es mío —intervino Sebastián, con una voz firme pero cargada de emoción—. El bebé es mío, Dan.

El silencio que siguió fue desgarrador. 

Lucía miró a su madre en busca de apoyo, y ella simplemente asintió, dándole el valor que necesitaba para hablar.

—Dan, este no es el momento adecuado, por favor confía en mí—dijo Lucía, tomando su mano—. Sí, estoy embarazada, pero eso no significa que…

Dan soltó la mano de Lucía lentamente, como si el peso de la revelación fuera demasiado para soportar.

—Necesito un momento —dijo, dando un paso atrás—. Esto es… demasiado.

Sebastián aprovechó la pausa para acercarse a Lucía, le tomó la mano y ella se soltó bruscamente. 

—Por favor, Lucía, no seas esquiva, sabes que nadie más que yo te conviene. Quiero ser parte de tu vida, de la vida de nuestro hijo.

Lucía lo miró, sintiendo una mezcla de rabia y tristeza. Antes de que pudiera responder, su madre intervino.

—Creo que todos necesitamos un momento para procesar esto —dijo firmemente sonriendo y enviando a los invitados al comedor del jardín—. Dan, Sebastián, ¿podrían darme un momento a solas con mi hija?

Ambos hombres asintieron y salieron del comedor, dejando a Lucía y su madre en silencio.

—Mamá… —comenzó Lucía a hablar caminando de una lado a otro en el salón, estaba molesta.

—Todo estará bien, hija —dijo su madre, abrazándola con fuerza—. Eres fuerte y encontrarás la manera de manejar esto. Estoy aquí para apoyarte, siempre.

Lucía se aferró a su madre, sintiendo por primera vez en mucho tiempo un rayo de esperanza entre la tormenta de emociones que la rodeaba.

—Dime que esto es una mala broma —el padre de Lucía entró con una cara de pocos amigos interrumpiendo la conversación.

—Papá, yo…

—¿Quién es el padre? —pregunto molesto.

Lucía tenía  un vacío entre el pecho que machacaba su corazón, ella sabía la verdad, pero era más fácil negar que admitir las cosas, conocía a Sebastián y sus alcances. 

—¡NO LO SÉ! —Gritó molesta y exasperada, se sentó con violencia en la silla y soltó el aire en sus pulmones. 

—¿Qué clase de mujer eres, Lucía? ¿En qué mujer te has convertido?

—¡Soy tu hija! ¡¿Me conoces desde que estaba en el vientre de mi madre y me preguntas qué clase de mujer soy?! ¡No se si estar ofendida o dolida, padre! 

La chica se puso de nuevo de pie y se acercó a su madre, su padre estaba un poco contrariado, amaba y admiraba a su hija, pero no entendía qué estaba pasando.

—Yo me haré responsable —Sebastián interrumpió mientras no dejaba de mirar a Lucía.

—Denos unos minutos —pidió ella con rabia y sin quitarle los ojos a Sebastián.

Cuando sus padres se fueron y quedaron nuevamente solos, Sebastián creyó que Lucía le iba a saltar directo al cuello.

—No tengo pruebas, pero se que tu estás detrás de todo esto y no se con que intenciones, pero cuando lo descubra, yo te voy a…

—Lucía —Dan la interrumpió y se puso junto a ella, tomándola de la mano—. Estoy contigo.

La mirada de Sebastián fue todo, menos amable, dio dos pasos al frente y se acercó peligrosamente a Dan, pero este habló primero. 

—Me la quitaste una vez, Sebastián, no voy a permitir que lo hagas dos —susurró con los dientes muy apretados.

Sebastián río con suficiencia y se acercó a Lucía, demasiado para el gusto de Dan.

—Recuerda que yo no juego Lucía.

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