—Lucía —Dan estaba del otro lado de la puerta, mientras ella vaciaba su estómago por tercera vez en esa mañana—. Dejame entrar, puedo ayudarte.
Pero Lucía estaba tan cansada de sentirse así de enferma que no pudo siquiera responderle, dejó resbalar una pequeña lagrima y se maldijo infinitamente.
Sí, se maldijo porque se dio cuenta que su nariz extrañaba el olor masculino de Sebastián, tan pronto como estuvo cerca de él su cuerpo se sintió más relajado, más cómodo, las náuseas constantes desaparecieron y entonces se dio cuenta de que él tenía razón.
—Salgo enseguida Dan, no es para tanto.
—Lucía, déjame entrar —la frase podría parecer por el momento, pero tenía un peso más grande.
En realidad Dan no le estaba pidiendo que lo dejará entrar solo al baño para ayudarle, él le estaba pidiendo que lo dejará entrar en su vida, que lo dejará hacer parte de su día a día, que lo dejará ser su compañero.
Y no era la primera vez que lo pedía.
—Salgo enseguida —repitió suavemente.
Lucía se puso de pie y se limpió la cara y la boca, tomó un poco de aire y abrió la puerta para encontrarse a Dan mirando por la ventana con los ojos más bien tristes y llenos de decepción, le dio una sonrisa ligera que ella supo responder adecuadamente y se recostó en la cama.
—Lo siento, no quería que me vieras… Así —intentó bromear, pero la actitud seria de Dan le dijo que no era el momento.
—Lucía, quiero verte así, con vómito, enferma, quiero verte feliz, sonriendo, pero si no me dejas entrar, entrar de verdad en tu vida, esto no tiene sentido —Dan se sentó junto a ella en la cama y acaricio su rostro frío y pálido—. Sé que te cuesta confiar, que los hombres no siempre han dejado…
—Dan, no es que no quiera que entres en mi vida, pero yo…
—Tienes miedo.
—No —la respuesta lo tomó por sorpresa—. En realidad lo que quiero y necesito es la verdad, han pasado dos semanas desde el último control y aún no se nada sobre la paternidad de mi hijo, además de lo que dice Sebastián y realmente no quiero hacerte daño Dan, quiero estar contigo pero de una forma honesta.
—Entonces busca la verdad —Dan le dijo de manera directa.
—¿Qué?
—Si quieres saber la verdad, buscalo, llámalo y pídele la verdad. Ese hospital es de los pocos que no pertenecen a mi familia así que la investigación va a tomar mucho más de lo que podemos esperar.
—Tienes razón, después de todo.
La rubia se quedó dormida ante los ojos de Dan que un rato más tarde y luego de dejar muchas comidas preparadas para Lucía se marchó con la cabeza baja y la inseguridad de no saber que iba a suceder entre él y ella.
La noche se pintó en el cielo y Lucia se despertó porque sintió su estómago crujir, hambre, últimamente parecía que solo eso la invadía, el hambre. Se movió hasta la cocina y allí abrió el refrigerador para encontrarse con varias refractarias llenas de deliciosas preparaciones, pero cuando abrió el primero, el olor le produjo unas náuseas incontrolables que la lanzaron de nuevo al sofá.
—Carajo —maldijo cansada de esas sensaciones en su cuerpo.
Cerró los ojos mientras dejaba que su cuerpo volviera a la normalidad y entonces recordó las palabras de Dan.
“Quieres saber la verdad, buscalo, llámalo y pídele la verdad.”
Tomó su teléfono y marcó.
—Te tardaste más de lo que tenía pensado.
—¿Por qué?
—¿Qué cosa?
—¿Qué te hice?
—¿Ya cenaste? —No era usual que Sebastián evadiera las preguntas.
—Sebastián, solo quiero la verdad —y tampoco era usual que Lucía rogara.
—Ven a cenar, preparé Pierogis —Lucía sintió como la boca se le hacía agua poco a poco—. Y te prometo la verdad.
—La verdad.
—Sí, Lucía, la verdad, toda y si luego de escucharla te quieres ir, yo no… No voy a detenerte.
Ella colgó el teléfono sin decir nada más, sin despedirse y sin pensar mucho en todo lo que tenía que pensar, tomó una ducha de agua caliente y se colocó esa ropa cómoda que tanto le gustaba usar para cuando permanecía en casa días enteros metida entre su estudio y diseñaba como si el mundo dependiera de eso.
—Bueno, bebé, vamos por la verdad.
Se subió a su auto favorito y condujo, porque a ella le fascinaba conducir y cuando llegó a la gran puerta principal de la casa en la que vivía Sebastián, se sintió nerviosa, pero luego sus nervios fueron rápidamente reemplazados por algo parecido al ataque de un troglodita.
—¡¿Qué carajos pasa contigo?! —Sebastián abrió la puerta del auto de Lucia con furia—. ¡¿En qué carajos estabas pensando?! Tienes a tu disposición más de 6 hombres. ¡Seis, Lucia, seis! Y te vienes conduciendo en ese estado, ¿cómo pudiste…
—¡¿Qué carajos pasa contigo?! —Respondió con furia y con la misma pregunta.
—¿Qué pasa conmigo? Pasa que no puedo creer que seas tan irresponsable, estás embarazada, tus náuseas son cada vez más frecuentes porque no soportas los olores y tampoco la comida en tu estomago, ¿y si te desmayas? ¿Y sí te dan nauseas en el camino?
Lucia no daba crédito a cada palabra y acusación que Sebastián estaba lanzando.
¿Cómo sabía tanto de ella?
—¡PARA! —Le gritó cuando ya sus oídos no soportaron un grito más por parte del alto rubio que estaba frente a ella.
La respiración de Sebastián era irracional, descontrolada, sus ojos parecían estar fuera de sus órbitas.
Definitivamente estaba molesto.
—Estoy embarazada, no soy una lisiada, así que puedo conducir perfectamente a donde me dé la gana.
Sebastián exasperado jalo de sus cabellos y luego tomo de la mano a Lucia mientras tiraba de ella caminando al interior de la casa, con solo poner un pie allí dentro su cuerpo pareció relajarse, el olor de la salsa de los Pierogis golpeo su cara y su paladar, además no podía evitar darse cuenta de que el lugar olía a Sebastián, justo como cuando ellos vivían juntos.
—Toma asiento, te serviré.
—¿Por qué cocinaste? —La pregunta era extraña, pero ella sabía que Sebastián detestaba cocinar.
—No lo sé —la respuesta era honesta, Lucía lo sabía por el tono de voz.
El plato estaba perfectamente servido, Pierogis en el medio, bañados con una salsa pesto y queso parmesano recién rallado por encima y sus ojos se abrieron de par en par cuando vio como con una delicadeza y precisión digna de un chef, Sebastián colocó unas preciosas aceitunas negras que complementaban perfectamente el platillo.
—Tú… Lo recuerdas —algo se calentó en el interior de Lucía.
—¿Qué?
—Las aceitunas negras, recuerdas que me gustan.
—¿Te gustan? —La cara de Sebastián era un poema, sus ojos se abrieron y sonrío —. Solo las puse porque su acidez aporta contraste al queso y eso hace que los…
—Pierogis sean perfectos —la sonrisa que tenía Lucia se borró.
Ella simplemente guardó silencio por el resto de la sencilla velada, se comió todo y repitió, hacía mucho tiempo no podía comer con tanta tranquilidad y sin sentir que nada quedaba en su estómago.
—¿Quieres más?
—No, solo quiero… —Los ojos de Lucía se estaban cerrando y un bostezo infantil hizo que Sebastián actuara rápido.
—La verdad —esa no era la respuesta que ella iba a dar, pero acepto que también era algo que quería.
—Traeré el tiramisú.
—¿Hiciste postre?
—No Waldorf, no corres con tanta suerte, sabes que solo cocino tiramisú cuando es una ocasión especial.
—Sí.
El delicioso postre estaba sobre la mesa y Sebastián bebía un poco de café sin dejar de mirar a Lucia, que devoraba aquello como si nunca antes hubiese comido.
Tal vez si alguien hubiese estado allí con ellos prestando atención, se habría dado cuenta de que la sonrisa del hombre era casi brillante.
—Fui yo —empezó hablando con calma y mirando a un lado, hacía la pintura que era su favorita. Un cuadro de Gustav Klimt.
—Sebastián —Lucía intentó hablar pero no era fácil, porque después de tanto comer sus ideas no estaban en orden.
—Solo tuve que comprar una parte del hospital y donar un par de edificios nuevos para los niños —Lucía tenía la cuchara entre su boca y lo miraba perpleja—, de lo demás se encargaron los doctores, fue un poco desgastante esperar y tener paciencia para que fueras con tu ginecóloga de siempre y cambiarla fue un verdadero dolor de cabeza. Pero lo logré y entonces solo te practicaron una inseminación.
—Lo que hiciste es…
—Ilegal, corrupto, enfermizo tal vez y malo en el peor de los casos.
—¿Por qué?
—¿Por qué? —río y al fin volvió los ojos a Lucía tomándola por sorpresa, arrugó el entrecejo y se removió algo incómodo, sin embargo continuó—. ¿Por qué no? Eres una mujer que me conoce, yo te conozco a ti, tienes buenos genes, un apellido muy respetable, tanto como el mío, eres inteligente y creaste tu propio pequeño y dulce imperio.
—¿Pequeño y dulce? —Sebastián río por la pregunta, pues de toda la confesión que él estaba haciendo, Lucía solo había escuchado aquello.
—De acuerdo, tengo que reconocer que tu imperio es más que pequeño y dulce.
—Tampoco necesito que reconozcas nada —dijo molesta haciendo ese puchero que ella solía hacer cuando se molestaba, algo que Sebastián noto—. Continua.
—Entonces te elegí, creo que ese año sabático que te tomaste fue más que suficiente.
—No entiendo —Lucía estaba confundida y molesta—. ¿Crees que fue un año sabático? Nos divorciamos Sebastián, lo hicimos porque tu no…
—¡Porque tú así lo quisiste! —Casi pareció un grito—. Nos divorciamos porque tu lo pediste, porque tu creiste que viste algo que no pasó y que no iba a pasar.
—¿Qué fue lo que vi entonces? Tu exótica empleada con las tet@s al aire y su boca entre tu p0lla, metida entre tus piernas y la falda enrollada en la cintura.
—Así no fue, ella sí estaba…
—¿Sabes que, Sebastián? —Lucía lo interrumpió—. No quiero saber nada más, no había amor, ni una pizca, nada entre tu y yo, ni el más mínimo respeto, el divorcio era más que inminente y nos tardamos lo necesario para llevarlo a cabo y que nuestros intereses económicos no se vieran afectados. Así que…
—Así que la decisión la tomé porque necesito que lo tengas y necesito que vuelvas conmigo. Es solo una transacción más —el desinterés y soberbia de Sebastián la molestaron.
—¿Una transacción? ¡ESTAS JODIDO! ¡ESTÁS REALMENTE JODIDO! ¡ES UN BEBÉ! —Lucia se quebró en ese momento mientras se puso de pie con violencia—. Y quiero que te quede claro que este hijo es MÍO, no importa qué tanto hayas hecho para tenerlo, ni para qué querías tenerlo, eres frío y despiadado y malo y no… No voy a permitir que le pongas un solo dedo encima a MI hijo y tampoco que tenga su apellido.
Lucía tomó su bolso y caminó hasta la puerta para salir de allí.
—Si pones un solo pie fuera de esta casa Lucía Waldorf, te meteras en una guerra que no podrás ganar.
—¿Me estás amenazando? —Lucia regresó sobre sus pasos y enfrentó a Sebastián.
—Querida —estiró su mano y acarició con delicadeza el mentón de Lucía—, estuvimos juntos por cuatro maldit0s años —se inclinó sobre ella, demasiado cerca—, y aunque me digas que no, me conoces mejor de lo que yo mismo me conozco, sabes que no amenazó nunca a nadie y que cada palabra que sale de mi boca es un hecho. Así que si te marchas y te rehusas a volver conmigo, a tener a mi hijo a mi lado y ser una familia como siempre soñaste desde que eras una mocosa, te voy a hacer la vida un infierno hasta que no te quede otra opción que entregarme lo que es mío.
—¿Qué se supone que es lo tuyo? —Lucía no tenía ni un poquito de miedo.
—Mi hijo. Nuestro hijo, querida —la sonrisa siniestras y escalofriante de Sebastián fue todo lo que ella necesito para retroceder y salir de esa casa.
— ¿Lo dices en serio? — Carmen, la mejor amiga de Lucia estaba bebiendo una copa de champaña mientras acababa de escuchar la historia completa.— Carmen, no sé qué busca de mí, pero yo…— Te quiere manipular.— ¿Por qué? Es Sebastián Carter, puede tener a la mujer que quiera, no me necesita.— No eres cualquier mujer — dijo riendo.— Solo fuí una transacción que duró 4 años y ahora solamente soy una transacción que lleva su hijo en el vientre.— ¿Nunca lo contemplaste? — Carmen pocas veces se ponía sería y mucho menos cuando sus mejillas estaban sonrojadas por el licor.— ¿Qué cosa?— No tener el bebé, Lucía. Sabes perfectamente que pudiste simplemente no tenerlo.— Carmen, yo…— Sé que tu sueño siempre fue tener una familia y muchos hijos, un jardín enorme y todo, pero…— No, nunca lo contemple, cuando el doctor lo dijo, cuando dijo que yo estaba embarazada, simplemente mi mente se quedó en blanco y yo… Me emocione y de algún enfermizo y loco modo me puse tan feliz y estoy feliz por
POV. SEBASTIÁN.Apreté el vaso de Whiskey que estaba en mis manos, solté el aire con suavidad y luego levanté los ojos para volver a mirar esas fotografías. Estaba lleno de ira y frustración. Lucía me estaba tomando por tonto y quería jugar un juego que yo no estaba dispuesto a perder.— Señor, el padre de la señorita Lucía lo busca.— Señora — dije con tanta furia que mi asistente palideció, porque además ni siquiera lo estaba mirando.— La señora Lucía.— Llevalo a la sala de juntas y en un minuto estaré allí.— Sí señor.Estaba demasiado molesto, tenía las fotos y el reportaje de esa tonta revista rosa sobre el escritorio, fue lo primero que me entregaron los hombres a los que les pagaba para que se encargaran de respirarle en la nuca a Lucía sin que ella lo sospechará, cada foto era aún más sugerente que la anterior.Pero que ella estuviese besando al estúpido de Dan me hizo estallar de rabia.Salían del hospital y Dan estaba en una silla de ruedas mientras esperaban por el auto,
POV. SAMUEL.Tome el rumbo a casa con la clara y vívida imagen de un Sebastián destruido y devastado por lo que mi insensata hija estaba haciendo, verlo con la cabeza entre las piernas, tan amilanado y tan desolado que yo seguía sin poder entender a Lucía.Al llegar a casa, mi amada esposa fue la primera en recibirme, como lo hacía desde el día en que nuestro matrimonio comenzó a funcionar. Desde entonces nunca me cansé de que ella fuese lo primero que veía al regresar a casa pues era la persona más buena y leal que había conocido y tenía la fortuna de que fuera mi esposa. Eleonora siempre tenía una sonrisa para mí y un abrazo para hacer que mis días largos fueran más llevaderos y Eleonora lo hace aunque sus días no siempre fueran felices. Supongo que de alguna manera yo también he sido su consuelo.— Querida.— Samuel — Yo sabía que un saludo de esa índole no tenía nada bueno, probablemente estaba molesta por algo en la decoración. — ¿Qué hice para que mi esposa me saludara de esa
POV. LUCÍA.— ¿Dónde estás? — Voy a casa — no podía hablar muy bien.— Prepararon unos deliciosos camarones y se que… — Dan, voy a mi casa — le dije simple y sin muchas arandelas, yo siempre preferí ser directa y no prudente.—¿Sucedió algo con tus padres?¿Cómo decirle que había sucedido algo no solo con mis padres, si no también con Sebastián? — No, nada especial, pero quiero pasar la noche en mi casa.— De acuerdo, ¿nos veremos mañana? — Sí, por supuesto, yo iré mañana a tu casa de nuevo y…— Lucía, no importa que sucedió, puedes contarme y lo sabes.— Sí, pero esta noche no. Cada palabra que mi padre dijo, estaba tallada en mi alma, el dolor y la decepción que sentí cuando me contó que su matrimonio había sido algo muy parecido al mío, con la gran diferencia de que lo de ellos había terminado bien, fue por decir lo menos, decepcionante.Ni mi padre, ni mi madre se amaron y al contrario, terminé enterándome de que mi madre amaba a otro hombre y mi padre la humilló enfrente mio.
POV. LUCÍA. Ver el video me dejó algo descolocada, no tenía recuerdos muy vividos de esa noche y saber que me comporte de esa manera, solamente me llevó a un pasado que no había olvidado para nada, una noche que estaba tallada con fuego en mi piel y en mi interior. Cerré mis ojos y me dejé caer sobre la cama, sonreí un poco porque no podía negar que fue divertido verme ebria y actuando tan descuidadamente, más considerando que yo siempre fui una mujer muy puesta en mi lugar y pocas veces me pasaba las normas, pero supongo que hacerlo una vez no hizo daño.Mi cuerpo se estremeció con la imagen de Sebastián sobre mi, es un hombre realmente atractivo, no demasiado musculoso, más bien está muy elegantemente formado y yo no puedo evitar mirarlo como una mujer mira a un hombre que le gusta, en definitiva Sebastián es ese tipo de hombre que toda mujer voltea a mirar en la calle. Y entonces la noche, nuestra primera noche llegó a mi cabeza.* * * FLASHBACK * * * — ¡LUCÍA! — Escuché como e
POV. LUCÍA.Mis labios estaban palpitando, mi cuerpo estaba ardiendo y mis ojos estaban fijos en los de Sebastián.El camino a casa había sido bastante corto, o al menos a mi me lo pareció porque no pude despegarme de sus labios y podía sentir como sus manos se aferraban a mis caderas y mi trasero, sentir la delicadeza con la que sus manos rodaron por entre mi falda y tiraron de la pequeña tanga que cubría mi intimidad hasta que la rompió.— Lucía, ¿estás segura? — la pregunta la hizo mientras sus dedos jugaban con mi humedad y me besaba intensamente.— Sí —no había palabras para mi en ese momento. Sebastián volvió a colocar el saco de su traje sobre mis hombros y sin soltarme se bajó del auto conmigo enredada en su cuerpo. Sus besos no pararon nunca, sus pasos tampoco, creí que se detendría en la sala o la cocina tal vez, pero contrario a eso caminamos directo a su habitación.Sentí una pequeña espina atravesando mi orgullo, la noche anterior había metido una mujer a su cama y ahora
POV. LUCÍA.Abrí mis ojos abruptamente cuando me di cuenta que mis manos habían tomado vida propia, sí, me estaba acariciando mientras el recuerdo de esa noche se apoderaba de mi mente.La blusa blanca estaba abierta y mis pechos por fuera de mi sostén, acariciaba mis pez0nes y un dedo masajeaba casi detenidamente mi clítoris, estaba empapada y mi mente metida de lleno en los recuerdos. Me llene de caricias y placer hasta que mis piernas sintieron esa electricidad propia de un orgasm0. — ¡Carajo! — gemí, cerré mis ojos con fuerza y lo primero que vino a mi mente fue el torso desnudo de Sebastián sobre mí.Y para mi mala suerte eso fue todo lo que necesite para correrme de inmediato en la soledad de mi cama. — ¡Tonta, Lucía!Me quedé mirando al techo y a la nada al mismo tiempo, se supone que al hacer algo así debería tener metido a Dan en mis pensamientos, pero tampoco me quería dar latigazos en la espalda pues Sebastián israel único hombre del que tenía referencia.Poco a poco mi c
POV. SEBASTIÁN.— ¿Está todo listo? — Sebsatián, no me voy a prestar para esta jugada tan sucia, tienes que parar, es la madre de tu hijo.— Esto es solo para recordárselo. — No voy.— Trabajas para mí, así que no quieras ser el héroe que no puedes ser — Felipe y Antonio son mis amigos desde que tengo 10 años, y decir amigos es demasiado.Simplemente hemos coincidido a lo largo de los años, en las escuelas, los internados, la universidad y ahora trabajan para mí porque son un par de idiotas que no pudieron enfrentar a sus familias y hacer lo que les dio la gana.Tal como hice yo.Sin embargo Felipe puede ser un dolor en las bolas, pues de los dos es el que más sentido de ética y moralidad tiene, lo que me ha ocasionado tener que tomar decisiones un poco más acorde a sus parámetros y que por lo general retrasan mis objetivos sobre mis intereses, saliendo finalmente muy frustrado porque obtengo lo que quiero de una manera u otra. — La vas a dejar sin nada — refunfuñó, porque además pa