7. LA VERDAD.

—Lucía —Dan estaba del otro lado de la puerta, mientras ella vaciaba su estómago por tercera vez en esa mañana—. Dejame entrar, puedo ayudarte.

Pero Lucía estaba tan cansada de sentirse así de enferma que no pudo siquiera responderle, dejó resbalar una pequeña lagrima y se maldijo infinitamente. 

Sí, se maldijo porque se dio cuenta que su nariz extrañaba el olor masculino de Sebastián, tan pronto como estuvo cerca de él su cuerpo se sintió más relajado, más cómodo, las náuseas constantes desaparecieron y entonces se dio cuenta de que él tenía razón.   

—Salgo enseguida Dan, no es para tanto.

—Lucía, déjame entrar —la frase podría parecer por el momento, pero tenía un peso más grande.

En realidad Dan no le estaba pidiendo que lo dejará entrar solo al baño para ayudarle, él le estaba pidiendo que lo dejará entrar en su vida, que lo dejará hacer parte de su día a día, que lo dejará ser su compañero. 

 Y no era la primera vez que lo pedía.

—Salgo enseguida —repitió suavemente.

Lucía se puso de pie y se limpió la cara y la boca, tomó un poco de aire y abrió la puerta para encontrarse a Dan mirando por la ventana con los ojos más bien tristes y llenos de decepción, le dio una sonrisa ligera que ella supo responder adecuadamente y se recostó en la cama.

—Lo siento, no quería que me vieras… Así —intentó bromear, pero la actitud seria de Dan le dijo que no era el momento. 

—Lucía, quiero verte así, con vómito, enferma, quiero verte feliz, sonriendo, pero si no me dejas entrar, entrar de verdad en tu vida, esto no tiene sentido —Dan se sentó junto a ella en la cama y acaricio su rostro frío y pálido—. Sé que te cuesta confiar, que los hombres no siempre han dejado…

—Dan, no es que no quiera que entres en mi vida, pero yo… 

—Tienes miedo.

—No —la respuesta lo tomó por sorpresa—. En realidad lo que quiero y necesito es la verdad, han pasado dos semanas desde el último control y aún no se nada sobre la paternidad de mi hijo, además de lo que dice Sebastián y realmente no quiero hacerte daño Dan, quiero estar contigo pero de una forma honesta.

—Entonces busca la verdad —Dan le dijo de manera directa.

—¿Qué? 

—Si quieres saber la verdad, buscalo, llámalo y pídele la verdad. Ese hospital es de los pocos que no pertenecen a mi familia así que la investigación va a tomar mucho más de lo que podemos esperar.

—Tienes razón, después de todo.

La rubia se quedó dormida ante los ojos de Dan que un rato más tarde y luego de dejar muchas comidas preparadas para Lucía se marchó con la cabeza baja y la inseguridad de no saber que iba a suceder entre él y ella.

La noche se pintó en el cielo y Lucia se despertó porque sintió su estómago crujir, hambre, últimamente parecía que solo eso la invadía, el hambre. Se movió hasta la cocina y allí abrió el refrigerador para encontrarse con varias refractarias llenas de deliciosas preparaciones, pero cuando abrió el primero, el olor le produjo unas náuseas incontrolables que la lanzaron de nuevo al sofá. 

—Carajo —maldijo cansada de esas sensaciones en su cuerpo.

Cerró los ojos mientras dejaba que su cuerpo volviera a la normalidad y entonces recordó las palabras de Dan. 

“Quieres saber la verdad, buscalo, llámalo y pídele la verdad.”

Tomó su teléfono y marcó.

 —Te tardaste más de lo que tenía pensado.

—¿Por qué? 

—¿Qué cosa?

—¿Qué te hice?

—¿Ya cenaste? —No era usual que Sebastián evadiera las preguntas.

—Sebastián, solo quiero la verdad —y tampoco era usual que Lucía rogara. 

—Ven a cenar, preparé Pierogis —Lucía sintió como la boca se le hacía agua poco a poco—. Y te prometo la verdad.

—La verdad.

—Sí, Lucía, la verdad, toda y si luego de escucharla te quieres ir, yo no… No voy a detenerte. 

Ella colgó el teléfono sin decir nada más, sin despedirse y sin pensar mucho en todo lo que tenía que pensar, tomó una ducha de agua caliente y se colocó esa ropa cómoda que tanto le gustaba usar para cuando permanecía en casa días enteros metida entre su estudio y diseñaba como si el mundo dependiera de eso.  

—Bueno, bebé, vamos por la verdad.

Se subió a su auto favorito y condujo, porque a ella le fascinaba conducir y cuando llegó a la gran puerta principal de la casa en la que vivía Sebastián, se sintió nerviosa, pero luego sus nervios fueron rápidamente reemplazados por algo parecido al ataque de un troglodita. 

—¡¿Qué carajos pasa contigo?! —Sebastián abrió la puerta del auto de Lucia con furia—. ¡¿En qué carajos estabas pensando?! Tienes a tu disposición más de 6 hombres. ¡Seis, Lucia, seis! Y te vienes conduciendo en ese estado, ¿cómo pudiste…

—¡¿Qué carajos pasa contigo?! —Respondió con furia y con la misma pregunta.

—¿Qué pasa conmigo? Pasa que no puedo creer que seas tan irresponsable, estás embarazada, tus náuseas son cada vez más frecuentes porque no soportas los olores y tampoco la comida en tu estomago, ¿y si te desmayas? ¿Y sí te dan nauseas en el camino? 

Lucia no daba crédito a cada palabra y acusación que Sebastián estaba lanzando. 

¿Cómo sabía tanto de ella? 

—¡PARA! —Le gritó cuando ya sus oídos no soportaron un grito más por parte del alto rubio que estaba frente a ella. 

La respiración de Sebastián era irracional, descontrolada, sus ojos parecían estar fuera de sus órbitas. 

Definitivamente estaba molesto.

—Estoy embarazada, no soy una lisiada, así que puedo conducir perfectamente a donde me dé la gana.

Sebastián exasperado jalo de sus cabellos y luego tomo de la mano a Lucia mientras tiraba de ella caminando al interior de la casa, con solo poner un pie allí dentro su cuerpo pareció relajarse, el olor de la salsa de los Pierogis golpeo su cara y su paladar, además no podía evitar darse cuenta de que el lugar olía a Sebastián, justo como cuando ellos vivían juntos.

—Toma asiento, te serviré. 

—¿Por qué cocinaste? —La pregunta era extraña, pero ella sabía que Sebastián detestaba cocinar. 

—No lo sé —la respuesta era honesta, Lucía lo sabía por el tono de voz.

El plato estaba perfectamente servido, Pierogis en el medio, bañados con una salsa pesto y queso parmesano recién rallado por encima y sus ojos se abrieron de par en par cuando vio como con una delicadeza y precisión digna de un chef, Sebastián colocó unas preciosas aceitunas negras que complementaban perfectamente el platillo.

—Tú… Lo recuerdas —algo se calentó en el interior de Lucía.

—¿Qué?  

—Las aceitunas negras, recuerdas que me gustan.

—¿Te gustan? —La cara de Sebastián era un poema, sus ojos se abrieron y sonrío —. Solo las puse porque su acidez aporta contraste al queso y eso hace que los…

—Pierogis sean perfectos —la sonrisa que tenía Lucia se borró. 

Ella simplemente guardó silencio por el resto de la sencilla velada, se comió todo y repitió, hacía mucho tiempo no podía comer con tanta tranquilidad y sin sentir que nada quedaba en su estómago.

—¿Quieres más? 

—No, solo quiero… —Los ojos de Lucía se estaban cerrando y un bostezo infantil hizo que Sebastián actuara rápido.

—La verdad —esa no era la respuesta que ella iba a dar, pero acepto que también era algo que quería.

—Traeré el tiramisú. 

—¿Hiciste postre?

—No Waldorf, no corres con tanta suerte, sabes que solo cocino tiramisú cuando es una ocasión especial. 

—Sí. 

El delicioso postre estaba sobre la mesa y Sebastián bebía un poco de café sin dejar de mirar a Lucia, que devoraba aquello como si nunca antes hubiese comido. 

Tal vez si alguien hubiese estado allí con ellos prestando atención, se habría dado cuenta de que la sonrisa del hombre era casi brillante.

—Fui yo —empezó hablando con calma y mirando a un lado, hacía la pintura que era su favorita. Un cuadro de Gustav Klimt.

—Sebastián —Lucía intentó hablar pero no era fácil, porque después de tanto comer sus ideas no estaban en orden.

—Solo tuve que comprar una parte del hospital y donar un par de edificios nuevos para los niños —Lucía tenía la cuchara entre su boca y lo miraba perpleja—, de lo demás se encargaron los doctores, fue un poco desgastante esperar y tener paciencia para que fueras con tu ginecóloga de siempre y cambiarla fue un verdadero dolor de cabeza. Pero lo logré y entonces solo te practicaron una inseminación.

—Lo que hiciste es…

—Ilegal, corrupto, enfermizo tal vez y malo en el peor de los casos. 

—¿Por qué? 

—¿Por qué? —río y al fin volvió los ojos a Lucía tomándola por sorpresa, arrugó el entrecejo y se removió algo incómodo, sin embargo continuó—. ¿Por qué no? Eres una mujer que me conoce, yo te conozco a ti, tienes buenos genes, un apellido muy respetable, tanto como el mío, eres inteligente y creaste tu propio pequeño y dulce imperio.

—¿Pequeño y dulce? —Sebastián río por la pregunta, pues de toda la confesión que él estaba haciendo, Lucía solo había escuchado aquello. 

—De acuerdo, tengo que reconocer que tu imperio es más que pequeño y dulce.

—Tampoco necesito que reconozcas nada —dijo molesta haciendo ese puchero que ella solía hacer cuando se molestaba, algo que Sebastián noto—. Continua.

—Entonces te elegí, creo que ese año sabático que te tomaste fue más que suficiente.

—No entiendo —Lucía estaba confundida y molesta—. ¿Crees que fue un año sabático? Nos divorciamos Sebastián, lo hicimos porque tu no…

—¡Porque tú así lo quisiste! —Casi pareció un grito—. Nos divorciamos porque tu lo pediste, porque tu creiste que viste algo que no pasó y que no iba a pasar.

—¿Qué fue lo que vi entonces? Tu exótica empleada con las tet@s al aire y su boca entre tu p0lla, metida entre tus piernas y la falda enrollada en la cintura.

—Así no fue, ella sí estaba…

—¿Sabes que, Sebastián? —Lucía lo interrumpió—. No quiero saber nada más, no había amor, ni una pizca, nada entre tu y yo, ni el más mínimo respeto, el divorcio era más que inminente y nos tardamos lo necesario para llevarlo a cabo y que nuestros intereses económicos no se vieran afectados. Así que…

—Así que la decisión la tomé porque necesito que lo tengas y necesito que vuelvas conmigo. Es solo una transacción más —el desinterés y soberbia de Sebastián la molestaron.

—¿Una transacción? ¡ESTAS JODIDO! ¡ESTÁS REALMENTE JODIDO! ¡ES UN BEBÉ! —Lucia se quebró en ese momento mientras se puso de pie con violencia—. Y quiero que te quede claro que este hijo es MÍO, no importa qué tanto hayas hecho para tenerlo, ni para qué querías tenerlo, eres frío y despiadado y malo y no… No voy a permitir que le pongas un solo dedo encima a MI hijo y tampoco que tenga su apellido. 

Lucía tomó su bolso y caminó hasta  la puerta para salir de allí.

—Si pones un solo pie fuera de esta casa Lucía Waldorf, te meteras en una guerra que no podrás ganar.

—¿Me estás amenazando? —Lucia regresó sobre sus pasos y enfrentó a Sebastián.

—Querida —estiró su mano y acarició con delicadeza el mentón de Lucía—, estuvimos juntos por cuatro maldit0s años —se inclinó sobre ella, demasiado cerca—, y aunque me digas que no, me conoces mejor de lo que yo mismo me conozco, sabes que no amenazó nunca a nadie y que cada palabra que sale de mi boca es un hecho. Así que si te marchas y te rehusas a volver conmigo, a tener a mi hijo a mi lado y ser una familia como siempre soñaste desde que eras una mocosa, te voy a hacer la vida un infierno hasta que no te quede otra opción que entregarme lo que es mío.

—¿Qué se supone que es lo tuyo? —Lucía no tenía ni un poquito de miedo. 

—Mi hijo. Nuestro hijo, querida —la sonrisa siniestras y escalofriante de Sebastián fue todo lo que ella necesito para retroceder y salir de esa casa.

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