Hola, queridos lectores, hoy culmino esta historia que me dio tantas satisfacciones, les pido me dejen su reseña y comentarios. También les pregunto ¿Quieren la historia de Betty y Xander? déjenme su respuesta en comentarios. Finalmente los invito a leer mi nueva novela Una Madre para Gianna que publicaré en los próximos días en esta plataforma. Un abrazo. Bella
Cuando Samantha recibió un correo electrónico de su esposo para un fin de semana romántico en un conocido hotel de Atenas se había sentido muy feliz. En su mente se imaginó una segunda luna de miel. Nunca había estado en ese lugar y aunque llevaban varios meses viviendo la vida de una mujer rica, la joven no pudo más que asombrarse por el lujo que la rodeaba. Desde que puso un pie en el hotel la había tratado como si fuera de la realeza, un mayordomo, acompañado de un botones la llevaron a la suite presidencial. El lugar era muy grande, constaban de una sala comedor, una habitación espectacular y un baño con bañera, jacuzzi y ducha. Además de una terraza con una vista impresionante y una hermosa piscina. Al entrar a la habitación encontró a una doncella de elegante uniforme blanco que esperaba su llegada para deshacer la inmensa maleta que había llevado para el fin de semana que su esposo preparó, como no sabía cuáles serían sus actividades metió un poco de todo. Otra de las trabajado
6 meses después. ―Señora Miller, no puede seguir trabajando, está en su séptimo mes de un embarazo de gemelas y el riesgo de un parto prematuro es mayor, debe tener reposo absoluto desde este momento si no quiere que sus bebés nazcan prematuras. ―Entiendo, doctor Phillips ―respondió Samantha con el rostro, serio, estaba muy preocupada por cómo iba a poder subsistir y pagar su parto. Tenía poco dinero cuando huyó seis meses atrás no pensó mucho en lo que hacía, lo único que tenía claro era que Aristo nunca perdonaría su supuesta traición. Lo supo cuando despertó un par de horas después y él se había marchado dejándola tirada en el piso. ―Sé que es difícil, trate de buscar ayuda en familiares, amigos o tal vez el padre… ―No se preocupe, doctor, de alguna manera resolveré, desde hoy estaré en reposo absoluto, la vida de mis hijas vale cualquier sacrificio. Y pensó que era cierto, podía hacer cualquier cosa, aguantar lo que sea con tal de garantizar el bienestar de sus bebés. ―Tiene
¡Seis días! Seis días tenía hospitalizada por la cesárea y si tenía suerte le darían el alta al día siguiente, ¿A quién se le ocurría tenerla tantos días en el hospital después de haber dado a luz? Aunque ella no se marcharía si no les entregaban a sus hijas. Las bebés habían estado en incubadora hasta el día anterior porque Adrienne necesitó ayuda para respirar y Althea vomitaba todo lo que ingería. Sin embargo, ella estaba bien, podía quedarse en la sala de espera todo el día y no en una cama que costaba una millonada Samantha estaba a punto de llorar, le dolía la herida, tenía los pechos a reventar y le estaban cobrando la factura del hospital. La cuenta era tan alta que necesitaría trabajar tres vidas para pagarla. ―¿No pueden fraccionarte la cuenta del hospital? ¿Qué la pagues en cómodas cuotas? ―preguntó Joy ―Sí, pero las cuotas son tan altas que no sé sí puedas pagarlas. Al menos que no coma en tres años que es el plazo máximo ―explicó Sam. ―Quisiera tener dinero para poder
El avión de Aristo aterrizó en Louisville a las once de la mañana. Su dueño estaba impaciente, había perdido un día por la tormenta y desde lo de Alec no le gustaba alejarse mucho de su hogar y dejar a su padre solo, pero necesitaba llevar de nuevo a Samantha a Grecia. Era su esposa y no iba a permitir que lo dejara, para él estaban atados de por vida. ―Tardaremos una hora en llegar a la dirección que nos dio el investigador, está bastante lejos, Fedora contrató un auto con chofer para llevarnos ―dijo Flavián a medida que descendían las escaleras del avión para adentrarse en el pequeño aeropuerto de Louisville. ―Si la distancia es tanta, ¿Por qué no alquiló un helicóptero? ―No hay un helipuerto cerca de la casa de Samantha, aunque parezca una ciudad, esto no es más que un pueblo grande. Aristo gruñó una respuesta. «Al menos el coche es grande y cómodo», pensó instalándose en el asiento trasero, Flavián entró después de él y uno de los guardaespaldas que le acompañaban se subió al
Cuando Samantha se despertó estaba rodeada de personas, en primer plano vio a los paramédicos que la atendieron cuando llamó a la ambulancia el día que nacieron las bebés. Un poco más allá un pálido Aristo la miraba con el ceño fruncido, a su lado Flavián, el jefe de seguridad de su marido y al que consideró un amigo cuando estuvo casada con Aristo, la observaba con cara de sospecha, como si se hubiese desmayado a propósito. ―Señora Miller, ¿se encuentra bien? La voz del paramédico hizo que girara su cabeza en su dirección lo que agradeció para no tener que ver la mirada escrutadora de los griegos. ―Sí, solo fue un desmayo, sin importancia, estaba agotada y me había quedado dormida, cuando sonó el timbre me obligué a levantarme y al abrir la puerta me desmayé, creo que fue el cansancio. ―Sus constantes vitales son normales en este momento, ¿todo bien con el parto? ¿las bebés? ―preguntó el paramédico. ―¿Parto? ¿Bebés? ―preguntó Aristo más pálido aún si era posible. Su mente analí
El miedo y la ira hicieron erupción en la cabeza de Samantha y sin pensarlo dos veces levantó la mano y lo abofeteó con fuerza. ―No te atrevas a meterte con mis hijas, Aristo, o te juro que soy capaz de cualquier cosa. La rabia brilló un momento en sus facciones de su esposo para luego dar paso a una expresión de indiferencia. ―No tengo nada más que hablar contigo, Samantha, dejaré a Flavián para tu protección y para que te ayude con los documentos y trámites de tu regreso a Grecia. Debo volver a la isla lo antes posible. La puerta se abrió dando paso a una preocupada Joy, que frenó en seco al ver a Aristo. La joven llevaba en una mano un portabebés con una dormida Adrienne y Flavián venía detrás con el otro portabebés con Althea. ―¡Tú! ―Fue lo único que logró articular su amiga. La rabia al ver al causante del dolor de su amiga le impidió hablar. ―Joy ―dijo Aristo a modo de saludo. El hombre pasó a su lado sin mirar a sus hijas. Flavián puso el portabebés con Althea en el su
―No necesito una enfermera ―afirmó Samantha con voz dura. ―Te desmayaste ayer, estás pálida, necesitas reposo y alimentarte, si tus amigas no están contigo te excederás con el cuidado de las niñas, y no puedes pretender que te cuiden en todo momento, que yo sepa deben trabajar. ―Estaré bien, Flavián, estoy acostumbrada a arreglármelas por mí misma, desaparece y mi vida volverá a la normalidad. ―Sabes que no puedo hacer eso, Aristo me ordenó que me quedara contigo, que contratara una enfermera para ti y dos niñeras… ―Ninguna niñera se acercará a mis bebés, dile a Aristo que no acepto que me imponga niñeras, son mis hijas y yo las atenderé. ―Entonces acepta al menos la enfermera, si no tendré que quedarme contigo y cuidarte yo y eso creo que te gustará menos. Samantha soltó un bufido nada femenino. ―Si no cedes en algo tendrás a Aristo de regreso más pronto de lo que te imaginas. Pensar en un nuevo enfrentamiento la puso nerviosa, prefería mil veces tratar con Flavián. ―Está bi
Londres, tres años después. Samantha Lo estaba esperando. Sentada en el sofá del salón de su casa en Hyde Park, la joven permanecía inmóvil, esperando. Sus ojos puestos en el patrón de la alfombra que cubría su piso. Contaba una y otra vez las figuras, era la única forma que tenía de no perder el control. El murmullo de voces a su alrededor era como un zumbido a sus oídos. Escuchaba las voces y el llanto a su alrededor, pero sin dejar que penetrara en su cerebro. Las personas a su alrededor le repetían una y otra vez: ―El señor Christakos vendrá. ―El señor Christakos está en camino. ―El señor Christakos lo resolverá. Que Aristo viniera no era ningún consuelo para ella, lo esperaba porque eso fue, lo que el hombre que tenía a sus hijas le dijo que hiciera. Y ella haría cualquier cosa que le diera la más mínima oportunidad de rescatar a sus bebés. Samantha se mantuvo rígida esperando, no podía moverse porque si no se derrumbaría, ya lo había hecho cuando la niñera entró gritando