Cuando Samantha recibió un correo electrónico de su esposo para un fin de semana romántico en un conocido hotel de Atenas se había sentido muy feliz. En su mente se imaginó una segunda luna de miel. Nunca había estado en ese lugar y aunque llevaban varios meses viviendo la vida de una mujer rica, la joven no pudo más que asombrarse por el lujo que la rodeaba. Desde que puso un pie en el hotel la había tratado como si fuera de la realeza, un mayordomo, acompañado de un botones la llevaron a la suite presidencial. El lugar era muy grande, constaban de una sala comedor, una habitación espectacular y un baño con bañera, jacuzzi y ducha. Además de una terraza con una vista impresionante y una hermosa piscina.
Al entrar a la habitación encontró a una doncella de elegante uniforme blanco que esperaba su llegada para deshacer la inmensa maleta que había llevado para el fin de semana que su esposo preparó, como no sabía cuáles serían sus actividades metió un poco de todo. Otra de las trabajadoras del hotel le sirvió una merienda ligera mientras ella admiraba la ciudad de Atenas desde el balcón de la suite. Sam se metió a la bañera y se dio un relajante baño, se puso todas las cremas y el perfume que su asesora personal de compras le había llevado y un sugestivo camisón para esperar la llegada de su esposo. Tenía una importante noticia que darle. Samantha aún se debatía entre si decírselo antes o después de hacer el amor cuando la puerta de la habitación comenzó a abrirse. Decidió que primero iría la seducción y después la noticia de que estaban esperando su primer hijo.
La joven había bajado la intensidad de las luces de la habitación al mínimo para crear un ambiente romántico, pero dejando suficiente iluminación para que su esposo viera el camisón casi trasparente que cubría su cuerpo. Samantha No escuchó llegar a Aristo, solo oyó que la puerta de la habitación se abrió, al girarse lo vio parado en el umbral mirándola, con una sonrisa de felicidad se abalanzó sobre él. Lo había extrañado mucho y este último viaje de negocios se le había hecho eterno. Sus labios buscaron los suyos en un beso sensual y la joven se dejó llevar por la emoción. Cuando sintió que él la apretaba contra su cuerpo una alarma se encendió en su mente. Algo no estaba bien, lo que sintió con el beso era incorrecto, le provocó un rechazo absoluto y mucho asco. Durante un breve instante pensó que podía ser efecto de las hormonas del embarazo, pero pronto desechó esa idea, aunque este hombre usaba el mismo perfume que su esposo, estaba segura de que no sabía cómo él. No había química, ni pasión ni todas las cosas que con Aristo se sentían correctas.
Nerviosa lo empujó un poco para separarse y al mirarlo a la cara descubrió con horror que ese no era su esposo, si no Alec el hermano gemelo de Aristo. Antes de que pudiera decir absolutamente nada un grito de rabia resonó desde la puerta de entrada a la suite, al girar la cabeza vio a Aristo observando la escena con los ojos cargados de odio y de desprecio. Casi pudo sentir las oleadas de rabia que parecían manar del cuerpo de su esposo y que impactaban en el suyo. Empujó con toda su fuerza a Alec y sin pensarlo dos veces lo golpeó en la cara con la palma de su mano.
―¿Cómo te atreves a tocarme? ―le gritó Sam a Alec.
Después se giró hacia su esposo, corrió a su lado para abrazarlo, pero Aristo no le permitió tocarlo, la tomó por los brazos para mantenerla separado de su cuerpo.
―Aristo, amor, no es lo que tú piensas, cuando él entró pensé que eras tú y por eso dejé que me besara, cuando me di cuenta de mi error lo empujé en rechazo, pero ya tú estabas parado en la puerta.
―¿Y cuantas veces has cometido ese error, esposa?
―Que dices, por favor, pregúntale a Alec, es la primera vez que ocurre, pensé que eras tú, me dijiste que querías verme aquí.
―¿Por qué tratas de negarlo, Sam? ¿No ves que Aristo no es tonto y descubrió nuestro secreto? ―preguntó Alec con calma.
―¿Qué? ¡Por Dios!, Alec, ¿Por qué haces esto? Sabes que no es cierto, es la primera que ocurre, díselo, por favor, ―rogó llorando desesperada.
―No puedo hacer eso, no puedo seguir negándolo más tiempo, Sam.
Samantha no podía creer lo que escuchaba, no sabía que ganaba Alec con eso, solo que estaba destruyendo su vida. Sabía que ella no era apreciada por la familia Christakos, que su suegro la despreciaba y la consideraba una cazafortunas porque era una bailarina pobre cuando se casó con Aristo unos días después de conocerlo. Pero ella lo amaba, se enamoró de él a primera vista y toda la sensatez huyó por la puerta cuando él le pidió matrimonio en Las Vegas.
―Déjame solo con mi esposa, Alec ―ordenó Aristo.
―No, Aristo, no pienso dejar que la lastimes.
―No sumes la ofensa a la traición, Alec, vete de aquí mientras aún tengo fuerza para mantener a raya las ganas que tengo de partirte la cara ―ordenó Aristo con voz peligrosa.
Su hermano asintió con cara de arrepentimiento y se marchó de la habitación dejándolos solos.
Aristo la empujó con suavidad para evitar que ella lo tocara, se movió por la habitación hasta pararse detrás del sofá, usándolo de barrera entre ambos.
―Mi padre tenía razón sobre ti, no eres más que una cualquiera arribista, te casaste conmigo por mi dinero, pero al ver lo mucho que debo trabajar para mantener la fortuna familiar te follaste al vago de mi hermano. ¿Tanta necesidad tienes de sexo que no te importó con quien lo hacías?
―Yo te amo, Aristo, nunca, nunca te he sido infiel…
―¿Crees que soy idiota? Te vi besándote con mi hermano, si no hubiese llegado estarían en la cama, mírate el camisón que traes puesto, ¿acaso en la manera de recibir a un hombre que no es tu esposo?
―Me enviaste un correo citándome aquí, si no, no hubiese venido.
―Yo no te envíe nada. ―aseguró él con rabia ―¡Por Dios! Acaso me dirás que eres tan tonta para ir a una cita que te hacen por correo, si hubiese querido citarte te habría llamado, eres una mentirosa.
―Si tu no lo hiciste, entonces es una trampa, alguien que quiere separarnos, pregunta quién pagó por la habitación. Mira tu correo.
―Este hotel pertenece a la familia, todos saben que eres mi esposa, nadie tuvo que pagar por tu estadía o la de mi hermano.
―¡Es una trampa! Seguramente tu padre…
La ira oscureció sus facciones y se acercó a ella con la mano levantada.
―No te atrevas a meter a mi padre en todo esto ―gritó Aristo bajando su mano, al instante se arrepintió y se reprimió mentalmente por haber caído tan bajo como para pensar en golpearla.
Sam se acobardó, recordó las palizas que su padrastro le daba siendo apenas una chiquilla y no resistió pensar que Aristo pudiera hacer lo mismo. Su vista se nubló, puntos negros aparecieron en sus ojos, hasta que formaron una película que la sumergió en la oscuridad.
6 meses después. ―Señora Miller, no puede seguir trabajando, está en su séptimo mes de un embarazo de gemelas y el riesgo de un parto prematuro es mayor, debe tener reposo absoluto desde este momento si no quiere que sus bebés nazcan prematuras. ―Entiendo, doctor Phillips ―respondió Samantha con el rostro, serio, estaba muy preocupada por cómo iba a poder subsistir y pagar su parto. Tenía poco dinero cuando huyó seis meses atrás no pensó mucho en lo que hacía, lo único que tenía claro era que Aristo nunca perdonaría su supuesta traición. Lo supo cuando despertó un par de horas después y él se había marchado dejándola tirada en el piso. ―Sé que es difícil, trate de buscar ayuda en familiares, amigos o tal vez el padre… ―No se preocupe, doctor, de alguna manera resolveré, desde hoy estaré en reposo absoluto, la vida de mis hijas vale cualquier sacrificio. Y pensó que era cierto, podía hacer cualquier cosa, aguantar lo que sea con tal de garantizar el bienestar de sus bebés. ―Tiene
¡Seis días! Seis días tenía hospitalizada por la cesárea y si tenía suerte le darían el alta al día siguiente, ¿A quién se le ocurría tenerla tantos días en el hospital después de haber dado a luz? Aunque ella no se marcharía si no les entregaban a sus hijas. Las bebés habían estado en incubadora hasta el día anterior porque Adrienne necesitó ayuda para respirar y Althea vomitaba todo lo que ingería. Sin embargo, ella estaba bien, podía quedarse en la sala de espera todo el día y no en una cama que costaba una millonada Samantha estaba a punto de llorar, le dolía la herida, tenía los pechos a reventar y le estaban cobrando la factura del hospital. La cuenta era tan alta que necesitaría trabajar tres vidas para pagarla. ―¿No pueden fraccionarte la cuenta del hospital? ¿Qué la pagues en cómodas cuotas? ―preguntó Joy ―Sí, pero las cuotas son tan altas que no sé sí puedas pagarlas. Al menos que no coma en tres años que es el plazo máximo ―explicó Sam. ―Quisiera tener dinero para poder
El avión de Aristo aterrizó en Louisville a las once de la mañana. Su dueño estaba impaciente, había perdido un día por la tormenta y desde lo de Alec no le gustaba alejarse mucho de su hogar y dejar a su padre solo, pero necesitaba llevar de nuevo a Samantha a Grecia. Era su esposa y no iba a permitir que lo dejara, para él estaban atados de por vida. ―Tardaremos una hora en llegar a la dirección que nos dio el investigador, está bastante lejos, Fedora contrató un auto con chofer para llevarnos ―dijo Flavián a medida que descendían las escaleras del avión para adentrarse en el pequeño aeropuerto de Louisville. ―Si la distancia es tanta, ¿Por qué no alquiló un helicóptero? ―No hay un helipuerto cerca de la casa de Samantha, aunque parezca una ciudad, esto no es más que un pueblo grande. Aristo gruñó una respuesta. «Al menos el coche es grande y cómodo», pensó instalándose en el asiento trasero, Flavián entró después de él y uno de los guardaespaldas que le acompañaban se subió al
Cuando Samantha se despertó estaba rodeada de personas, en primer plano vio a los paramédicos que la atendieron cuando llamó a la ambulancia el día que nacieron las bebés. Un poco más allá un pálido Aristo la miraba con el ceño fruncido, a su lado Flavián, el jefe de seguridad de su marido y al que consideró un amigo cuando estuvo casada con Aristo, la observaba con cara de sospecha, como si se hubiese desmayado a propósito. ―Señora Miller, ¿se encuentra bien? La voz del paramédico hizo que girara su cabeza en su dirección lo que agradeció para no tener que ver la mirada escrutadora de los griegos. ―Sí, solo fue un desmayo, sin importancia, estaba agotada y me había quedado dormida, cuando sonó el timbre me obligué a levantarme y al abrir la puerta me desmayé, creo que fue el cansancio. ―Sus constantes vitales son normales en este momento, ¿todo bien con el parto? ¿las bebés? ―preguntó el paramédico. ―¿Parto? ¿Bebés? ―preguntó Aristo más pálido aún si era posible. Su mente analí
El miedo y la ira hicieron erupción en la cabeza de Samantha y sin pensarlo dos veces levantó la mano y lo abofeteó con fuerza. ―No te atrevas a meterte con mis hijas, Aristo, o te juro que soy capaz de cualquier cosa. La rabia brilló un momento en sus facciones de su esposo para luego dar paso a una expresión de indiferencia. ―No tengo nada más que hablar contigo, Samantha, dejaré a Flavián para tu protección y para que te ayude con los documentos y trámites de tu regreso a Grecia. Debo volver a la isla lo antes posible. La puerta se abrió dando paso a una preocupada Joy, que frenó en seco al ver a Aristo. La joven llevaba en una mano un portabebés con una dormida Adrienne y Flavián venía detrás con el otro portabebés con Althea. ―¡Tú! ―Fue lo único que logró articular su amiga. La rabia al ver al causante del dolor de su amiga le impidió hablar. ―Joy ―dijo Aristo a modo de saludo. El hombre pasó a su lado sin mirar a sus hijas. Flavián puso el portabebés con Althea en el su
―No necesito una enfermera ―afirmó Samantha con voz dura. ―Te desmayaste ayer, estás pálida, necesitas reposo y alimentarte, si tus amigas no están contigo te excederás con el cuidado de las niñas, y no puedes pretender que te cuiden en todo momento, que yo sepa deben trabajar. ―Estaré bien, Flavián, estoy acostumbrada a arreglármelas por mí misma, desaparece y mi vida volverá a la normalidad. ―Sabes que no puedo hacer eso, Aristo me ordenó que me quedara contigo, que contratara una enfermera para ti y dos niñeras… ―Ninguna niñera se acercará a mis bebés, dile a Aristo que no acepto que me imponga niñeras, son mis hijas y yo las atenderé. ―Entonces acepta al menos la enfermera, si no tendré que quedarme contigo y cuidarte yo y eso creo que te gustará menos. Samantha soltó un bufido nada femenino. ―Si no cedes en algo tendrás a Aristo de regreso más pronto de lo que te imaginas. Pensar en un nuevo enfrentamiento la puso nerviosa, prefería mil veces tratar con Flavián. ―Está bi
Londres, tres años después. Samantha Lo estaba esperando. Sentada en el sofá del salón de su casa en Hyde Park, la joven permanecía inmóvil, esperando. Sus ojos puestos en el patrón de la alfombra que cubría su piso. Contaba una y otra vez las figuras, era la única forma que tenía de no perder el control. El murmullo de voces a su alrededor era como un zumbido a sus oídos. Escuchaba las voces y el llanto a su alrededor, pero sin dejar que penetrara en su cerebro. Las personas a su alrededor le repetían una y otra vez: ―El señor Christakos vendrá. ―El señor Christakos está en camino. ―El señor Christakos lo resolverá. Que Aristo viniera no era ningún consuelo para ella, lo esperaba porque eso fue, lo que el hombre que tenía a sus hijas le dijo que hiciera. Y ella haría cualquier cosa que le diera la más mínima oportunidad de rescatar a sus bebés. Samantha se mantuvo rígida esperando, no podía moverse porque si no se derrumbaría, ya lo había hecho cuando la niñera entró gritando
Aristo salió de la habitación después de darle la noticia de lo ocurrido con Demetrios, Samantha pensó que debería sentir lástima por él, pero no podía. ¿Cómo sentirla por el hombre que destruyó su vida? Estaba convencida de que su suegro fue la mente detrás de la trampa de Alec. El la odiaba por haberse casado con Aristo, por atreverse a pensar que era lo suficientemente buena para su hijo. Durante el tiempo que vivió en su casa soportó humillaciones y desprecios por parte de su suegro. Sam pensaba que Demetrios era tan poderoso que desde una silla de ruedas podía orquestar el secuestro de sus hijas. El timbre del teléfono la sacó de sus pensamientos. Samantha se quedó paralizada un momento, un minuto después reaccionó, se levantó corriendo hasta el estudio donde la policía había instalado un dispositivo de rastreo. Uno de los guardaespaldas de Aristo estaba parado en la puerta, y quiso impedirle el paso. Sam gritó y lo pateó en la espinilla tomándolo desprevenido, tomó la perilla y