6 meses después.
―Señora Miller, no puede seguir trabajando, está en su séptimo mes de un embarazo de gemelas y el riesgo de un parto prematuro es mayor, debe tener reposo absoluto desde este momento si no quiere que sus bebés nazcan prematuras.
―Entiendo, doctor Phillips ―respondió Samantha con el rostro, serio, estaba muy preocupada por cómo iba a poder subsistir y pagar su parto. Tenía poco dinero cuando huyó seis meses atrás no pensó mucho en lo que hacía, lo único que tenía claro era que Aristo nunca perdonaría su supuesta traición. Lo supo cuando despertó un par de horas después y él se había marchado dejándola tirada en el piso.
―Sé que es difícil, trate de buscar ayuda en familiares, amigos o tal vez el padre…
―No se preocupe, doctor, de alguna manera resolveré, desde hoy estaré en reposo absoluto, la vida de mis hijas vale cualquier sacrificio.
Y pensó que era cierto, podía hacer cualquier cosa, aguantar lo que sea con tal de garantizar el bienestar de sus bebés.
―Tiene mi número, señora Miller, no dude en llamarme ante cualquier eventualidad, hasta ahora todo marcha dentro de lo normal, sin embargo, no podemos correr riesgo.
―Gracias, doctor Phillips.
Samantha llegó a la casa, sintiendo todo el peso de su maternidad encima, no sabía cómo haría para cuidar a sus hijas, trabajar y mantenerlas. No le temía al trabajo duro, había nacido en un hogar humilde y no le importaba llevar una vida sencilla, pero le preocupaba no poder ocuparse de sus bebés. Mantener a un niño era costoso. ¡Gemelas! ¡Por Dios! Con una niña sería difícil, con dos a veces pensaba que sería imposible. Lo peor de todo era lo que sus hijas estaban perdiendo por culpa de Alec y Demetrios, ellas tenían derecho a tener una vida cómoda y holgada, la familia Christakos tenía mucho dinero.
En un principio pensó en escribirle un correo a Aristo y hablarle de su embarazo, si negaba su paternidad le diría que se hiciera una prueba de ADN. Hasta que investigó y se dio cuenta de que al ser gemelos idénticos Aristo y Alec tenían exactamente la misma carga genética, por lo que esa prueba no podría determinar quién era el padre de sus hijas. Sería una prueba de fe que Aristo las aceptara como suyas. Los griegos eran sumamente posesivos con sus hijos y celosos con sus mujeres, por lo que el hecho de que Aristo aceptara a las niñas como suyas no implicaba que la aceptaría a ella de nuevo en su vida. ¿Y si decidía quitarle la custodia?, o peor ¿Si por instrucciones de Demetrios, Alec reclamaba a sus niñas como suyas? Estaba segura de que su suegro haría todo lo posible por sacarla de sus vidas.
No, no era un riesgo que podía correr. Sus hijas eran parte de su alma, nunca podría dejarlas.
***
Samantha se puso de parto tres semanas después de que el médico le indicara el reposo absoluto. Asustada pensó que quizás no debió levantarse de la cama para ir a comer, eran raras las ocasiones en las que dejaba su lecho. De hecho, había permanecido allí la mayor parte del tiempo, solo se levantaba para ir al baño y para comer algo si Joy no estaban. También se ocupó de tomar los medicamentos que le recetó el doctor y comió sano; y aun así no logró que sus bebés permanecieran más tiempo dentro de su barriga.
Esa noche se había levantado de la cama para ir a la cocina a calentar la cena que su amiga dejó preparada para ella, había dado un par de pasos cuando su fuente se rompió. Sorprendida se quedó parada sobre el charco de agua con el miedo apretándole el corazón. Un dolor le recorrió la parte baja de la espalda y el abdomen haciéndola tomar consciencia de que el momento del nacimiento de sus hijas había llegado. Y no tenía a nadie a quien llamar para que la ayudara. Joy estaba trabajando en un evento y sabía que no le permitían usar el teléfono hasta que acabara el espectáculo y Emma su jefa y amiga estaba en una boda terminando unos arreglos florales.
Samantha se sintió sola y asustada.
Tenía apenas treinta y tres semanas de embarazo, sería un parto prematuro lo que aumentaba el riesgo de muerte o lesiones a sus bebés. Sollozando fue al baño, se cambió el pijama y llamó al 911, parecía una manera fácil y segura de llegar al hospital, pero sin seguro médico el costo del servicio sería muy elevado. Caminó como pudo hasta el salón, abrió la puerta de la casa para que entraran los paramédicos cuando llegaran y se recostó en el sofá a esperarlos. La sirena de la ambulancia le anunciaba su cercanía, se tomó un momento para rezar una oración por sus hijas. Un dolor repentino la hizo encogerse en el mueble, por lo que se perdió a la pareja de paramédicos que entró a su casa en ese momento.
―Señora, vinimos a ayudarla.
Samantha solo pudo asentir con la cabeza mientras pasaba la contracción.
―¿Se ha tomado el tiempo entre una contracción y otra?
La joven miró su reloj.
―Creo que ocho minutos. Pero es un embarazo de gemelas de treinta y tres semanas de gestación.
―No se preocupe ―dijo el joven con una sonrisa tranquilizadora mientras su compañero le tomaba las constantes vitales ―nosotros nos ocuparemos, todo saldrá bien.
Sus hijas Althea y Adrienne llegaron a este mundo por medio de una cesaría de emergencia que le realizaron poco antes de la medianoche. Y que tuvo que firmar ella porque no había nadie más. Joy era su contacto de emergencia y aunque ya le habían avisado apenas iba en camino, no había tiempo de esperarla, para salvar a sus niñas tenían que sacarla de su cuerpo en ese momento, así que sin pensarlo dos veces autorizó a los médicos a operarla.
El personal en el quirófano fue amable con ella, el anestesiólogo le tomó la mano en un gesto reconfortante, una enfermera la distrajo con su charla y les tomó las fotos a las bebés apenas las sacaron. Samantha las escuchó llorar y lloró emocionada. Al fin tendría una familia, alguien a quien amar y que la amara sin condiciones, nunca más estaría sola de nuevo.
―Mamá, mírame soy tu primogénita ―dijo la enfermera acercándole un bultito pequeñito ―dame un besito que me voy a la incubadora ―terminó la mujer con una sonrisa.
Sam la obedeció entre risas y lágrimas y vio como su hija fue puesta en el aparato. Un par de minutos después otra enfermera se acercó con la segunda bebé.
―Hola, mami, soy tu nena menor por tres minutos y yo también quiero un beso antes de irme a pasear ―canturreó la segunda enfermera.
Samantha la besó y la vio marchar, en ese momento grandes sollozos le desgarraron el pecho.
―Tranquila, Samantha o tu presión arterial subirá ―le dijo el anestesiólogo ―tus nenas están bien.
En ese momento se acercó el pediatra para darle el informe.
―Es cierto, tus bebés están muy bien, solo estarán en la unidad de cuidados intensivos unos días por precaución. Si todo sigue igual pronto te irás a casa con tus hijas.
―Samantha, voy a dormirte en este momento, estás muy tensa y necesitas descansar, no quiero que tu presión suba, ¿bien? ―dijo el anestesiólogo.
Sam asintió con la cabeza, vio al médico inyectar algo en la vía y todo se volvió negro.
¡Seis días! Seis días tenía hospitalizada por la cesárea y si tenía suerte le darían el alta al día siguiente, ¿A quién se le ocurría tenerla tantos días en el hospital después de haber dado a luz? Aunque ella no se marcharía si no les entregaban a sus hijas. Las bebés habían estado en incubadora hasta el día anterior porque Adrienne necesitó ayuda para respirar y Althea vomitaba todo lo que ingería. Sin embargo, ella estaba bien, podía quedarse en la sala de espera todo el día y no en una cama que costaba una millonada Samantha estaba a punto de llorar, le dolía la herida, tenía los pechos a reventar y le estaban cobrando la factura del hospital. La cuenta era tan alta que necesitaría trabajar tres vidas para pagarla. ―¿No pueden fraccionarte la cuenta del hospital? ¿Qué la pagues en cómodas cuotas? ―preguntó Joy ―Sí, pero las cuotas son tan altas que no sé sí puedas pagarlas. Al menos que no coma en tres años que es el plazo máximo ―explicó Sam. ―Quisiera tener dinero para poder
El avión de Aristo aterrizó en Louisville a las once de la mañana. Su dueño estaba impaciente, había perdido un día por la tormenta y desde lo de Alec no le gustaba alejarse mucho de su hogar y dejar a su padre solo, pero necesitaba llevar de nuevo a Samantha a Grecia. Era su esposa y no iba a permitir que lo dejara, para él estaban atados de por vida. ―Tardaremos una hora en llegar a la dirección que nos dio el investigador, está bastante lejos, Fedora contrató un auto con chofer para llevarnos ―dijo Flavián a medida que descendían las escaleras del avión para adentrarse en el pequeño aeropuerto de Louisville. ―Si la distancia es tanta, ¿Por qué no alquiló un helicóptero? ―No hay un helipuerto cerca de la casa de Samantha, aunque parezca una ciudad, esto no es más que un pueblo grande. Aristo gruñó una respuesta. «Al menos el coche es grande y cómodo», pensó instalándose en el asiento trasero, Flavián entró después de él y uno de los guardaespaldas que le acompañaban se subió al
Cuando Samantha se despertó estaba rodeada de personas, en primer plano vio a los paramédicos que la atendieron cuando llamó a la ambulancia el día que nacieron las bebés. Un poco más allá un pálido Aristo la miraba con el ceño fruncido, a su lado Flavián, el jefe de seguridad de su marido y al que consideró un amigo cuando estuvo casada con Aristo, la observaba con cara de sospecha, como si se hubiese desmayado a propósito. ―Señora Miller, ¿se encuentra bien? La voz del paramédico hizo que girara su cabeza en su dirección lo que agradeció para no tener que ver la mirada escrutadora de los griegos. ―Sí, solo fue un desmayo, sin importancia, estaba agotada y me había quedado dormida, cuando sonó el timbre me obligué a levantarme y al abrir la puerta me desmayé, creo que fue el cansancio. ―Sus constantes vitales son normales en este momento, ¿todo bien con el parto? ¿las bebés? ―preguntó el paramédico. ―¿Parto? ¿Bebés? ―preguntó Aristo más pálido aún si era posible. Su mente analí
El miedo y la ira hicieron erupción en la cabeza de Samantha y sin pensarlo dos veces levantó la mano y lo abofeteó con fuerza. ―No te atrevas a meterte con mis hijas, Aristo, o te juro que soy capaz de cualquier cosa. La rabia brilló un momento en sus facciones de su esposo para luego dar paso a una expresión de indiferencia. ―No tengo nada más que hablar contigo, Samantha, dejaré a Flavián para tu protección y para que te ayude con los documentos y trámites de tu regreso a Grecia. Debo volver a la isla lo antes posible. La puerta se abrió dando paso a una preocupada Joy, que frenó en seco al ver a Aristo. La joven llevaba en una mano un portabebés con una dormida Adrienne y Flavián venía detrás con el otro portabebés con Althea. ―¡Tú! ―Fue lo único que logró articular su amiga. La rabia al ver al causante del dolor de su amiga le impidió hablar. ―Joy ―dijo Aristo a modo de saludo. El hombre pasó a su lado sin mirar a sus hijas. Flavián puso el portabebés con Althea en el su
―No necesito una enfermera ―afirmó Samantha con voz dura. ―Te desmayaste ayer, estás pálida, necesitas reposo y alimentarte, si tus amigas no están contigo te excederás con el cuidado de las niñas, y no puedes pretender que te cuiden en todo momento, que yo sepa deben trabajar. ―Estaré bien, Flavián, estoy acostumbrada a arreglármelas por mí misma, desaparece y mi vida volverá a la normalidad. ―Sabes que no puedo hacer eso, Aristo me ordenó que me quedara contigo, que contratara una enfermera para ti y dos niñeras… ―Ninguna niñera se acercará a mis bebés, dile a Aristo que no acepto que me imponga niñeras, son mis hijas y yo las atenderé. ―Entonces acepta al menos la enfermera, si no tendré que quedarme contigo y cuidarte yo y eso creo que te gustará menos. Samantha soltó un bufido nada femenino. ―Si no cedes en algo tendrás a Aristo de regreso más pronto de lo que te imaginas. Pensar en un nuevo enfrentamiento la puso nerviosa, prefería mil veces tratar con Flavián. ―Está bi
Londres, tres años después. Samantha Lo estaba esperando. Sentada en el sofá del salón de su casa en Hyde Park, la joven permanecía inmóvil, esperando. Sus ojos puestos en el patrón de la alfombra que cubría su piso. Contaba una y otra vez las figuras, era la única forma que tenía de no perder el control. El murmullo de voces a su alrededor era como un zumbido a sus oídos. Escuchaba las voces y el llanto a su alrededor, pero sin dejar que penetrara en su cerebro. Las personas a su alrededor le repetían una y otra vez: ―El señor Christakos vendrá. ―El señor Christakos está en camino. ―El señor Christakos lo resolverá. Que Aristo viniera no era ningún consuelo para ella, lo esperaba porque eso fue, lo que el hombre que tenía a sus hijas le dijo que hiciera. Y ella haría cualquier cosa que le diera la más mínima oportunidad de rescatar a sus bebés. Samantha se mantuvo rígida esperando, no podía moverse porque si no se derrumbaría, ya lo había hecho cuando la niñera entró gritando
Aristo salió de la habitación después de darle la noticia de lo ocurrido con Demetrios, Samantha pensó que debería sentir lástima por él, pero no podía. ¿Cómo sentirla por el hombre que destruyó su vida? Estaba convencida de que su suegro fue la mente detrás de la trampa de Alec. El la odiaba por haberse casado con Aristo, por atreverse a pensar que era lo suficientemente buena para su hijo. Durante el tiempo que vivió en su casa soportó humillaciones y desprecios por parte de su suegro. Sam pensaba que Demetrios era tan poderoso que desde una silla de ruedas podía orquestar el secuestro de sus hijas. El timbre del teléfono la sacó de sus pensamientos. Samantha se quedó paralizada un momento, un minuto después reaccionó, se levantó corriendo hasta el estudio donde la policía había instalado un dispositivo de rastreo. Uno de los guardaespaldas de Aristo estaba parado en la puerta, y quiso impedirle el paso. Sam gritó y lo pateó en la espinilla tomándolo desprevenido, tomó la perilla y
Aristo había tenido un día muy ajetreado. Después de la pelea con Sam tuvo que ir al banco a retirar el dinero para entregarlo a los secuestradores. Por exigencias de estos no podía haber intermediarios, debía ser él en persona el que lo entregara y debía hacerlo solo. Flavián se había opuesto y lo siguió en una moto a una distancia prudencial. Aristo no supo si los secuestradores se dieron cuenta de que su jefe de seguridad lo seguía porque fueron cinco las veces que una vez que llegaba al lugar de la entrega señalado, le daban instrucciones para que se dirigiera a otro lugar. Al final había puesto el dinero dentro del vagón de un tren de carga y lo había visto partir. En ese momento lo que les quedaba era esperar que les enviaran la dirección del lugar donde debían buscar a las niñas, y de acuerdo con el último mensaje de los secuestradores eso sería en algunas horas. De regreso a la residencia de su esposa comenzó a buscarla y no la encontró en ninguna parte, con el ceño fruncido