Aristo salió de la habitación después de darle la noticia de lo ocurrido con Demetrios, Samantha pensó que debería sentir lástima por él, pero no podía. ¿Cómo sentirla por el hombre que destruyó su vida? Estaba convencida de que su suegro fue la mente detrás de la trampa de Alec. El la odiaba por haberse casado con Aristo, por atreverse a pensar que era lo suficientemente buena para su hijo. Durante el tiempo que vivió en su casa soportó humillaciones y desprecios por parte de su suegro. Sam pensaba que Demetrios era tan poderoso que desde una silla de ruedas podía orquestar el secuestro de sus hijas. El timbre del teléfono la sacó de sus pensamientos. Samantha se quedó paralizada un momento, un minuto después reaccionó, se levantó corriendo hasta el estudio donde la policía había instalado un dispositivo de rastreo. Uno de los guardaespaldas de Aristo estaba parado en la puerta, y quiso impedirle el paso. Sam gritó y lo pateó en la espinilla tomándolo desprevenido, tomó la perilla y
Aristo había tenido un día muy ajetreado. Después de la pelea con Sam tuvo que ir al banco a retirar el dinero para entregarlo a los secuestradores. Por exigencias de estos no podía haber intermediarios, debía ser él en persona el que lo entregara y debía hacerlo solo. Flavián se había opuesto y lo siguió en una moto a una distancia prudencial. Aristo no supo si los secuestradores se dieron cuenta de que su jefe de seguridad lo seguía porque fueron cinco las veces que una vez que llegaba al lugar de la entrega señalado, le daban instrucciones para que se dirigiera a otro lugar. Al final había puesto el dinero dentro del vagón de un tren de carga y lo había visto partir. En ese momento lo que les quedaba era esperar que les enviaran la dirección del lugar donde debían buscar a las niñas, y de acuerdo con el último mensaje de los secuestradores eso sería en algunas horas. De regreso a la residencia de su esposa comenzó a buscarla y no la encontró en ninguna parte, con el ceño fruncido
En el avión se reinaba un tenso silencio entre Aristo y Samantha. El único sonido que se escuchaba en la cabina era la suave conversación entre Flavián y Joy que estaban sentados en los últimos puestos del avión. Su amiga la acompañaría un par de día, para ver a las niñas y probablemente acompañarla de regreso a su casa. Joy amaba a las gemelas y necesitaba asegurarse que estaban bien antes de regresar a España para la gira en la que estaba trabajando. Samantha estaba decidida a tomar a sus hijas y volver a su casa en Londres, por nada del mundo se quedaría en la casa del Demetrios, aunque ella ya no fuera la chica tonta del pasado que se dejaba apabullar por su suegro y por el personal del servicio. Quería a las gemelas lejos de la presencia maligna de su abuelo. Por su culpa, sus hijas no podían disfrutar de su padre y ella había perdido al hombre que amaba y eso era algo que nunca le podría perdonar a su suegro. ―No me quedaré en la casa de tu padre, hoy dejaré descansar a mis hi
―¡Oh, por Dios! ―exclamó Samantha al ver como la enfermera de Demetrios corría hacía Aristo que permanecía inconsciente sentado en el piso. ―Eunice. ¿Qué tiene mi hijo? ―preguntó Demetrios con preocupación. La enfermera le tomó las constantes vitales y con el ceño fruncido respondió: ―Tiene una pequeña partitura en la cabeza, pero nada que justifique un desmayo sería bueno llevarlo a hacerle una tomografía por prevención. ―Aristo no soporta ver sangre, más si es la suya ―respondió Demetrios ―Aprovecha y cose su herida mientras está inconsciente, Eunice. ―No creo que haga falta tomarle puntos, señor Demetrios, le pondré una sutura adhesiva e intentaré despertarle, si no lo hace, le pediré al señor Flavián que lo lleve al hospital. La enfermera salió de la habitación para buscar su maletín y curar a Aristo ―Es la primera vez que Ady le lanza algo a una persona ―dijo Samantha preocupada mirando a sus niñas que seguían en sus brazos. En el fondo estaba aterrada de que la violencia
El ruido del helicóptero despertó a Samantha de un profundo sueño, nerviosa se levantó de la cama y corrió a abrir la puerta de la habitación de las gemelas. Estaba segura de haberla dejado abierta la noche anterior cuando Maria le pidió que le permitiera quedarse a dormir con las niñas, tenía miedo de perder su empleo, además se notaba que la señora necesitaba descansar. Y era cierto, Sam casi no se tenía en pie, miró a las bebas dormían plácidamente en la cuna, una pegada a la otra por lo que accedió a recostarse un rato para intentar dormir un poco. El estrés y el cansancio de los días anteriores la vencieron y cayó en un sueño profundo. Se duchó con mucha rapidez, rebuscó en su armario la ropa de solía usar en Londres, su ropa de mamá como le decía Joy. Localizó un pantalón vaquero y una camiseta, se calzó unos zapatos cómodos y bajó a buscar a sus niñas. Cuando la puerta del ascensor se abrió se encontró con una de las doncellas. ―Buenos días. ¿Dónde están mis hijas? ―Buenos
Sam levantó una pierna y giró sobre su eje y volvió a tener la sensación de que alguien la miraba, lo que podía decirse que era normal porque era bailarina en uno de los casinos más grandes de Las Vegas, sin embargo, el cosquilleo que sintió en todo el cuerpo no era normal y le había sucedido las tres últimas noches. En el año que llevaba bailando para el MGM Grand Las Vegas nunca se había sentido de esa manera. Ese espectáculo era nuevo, y ella que era solo una más del montón de chicas que bailaba en las grandes producciones, pasó a tener protagonismo de la noche a la mañana. Para el papel se necesitaba a una bailarina pequeña, rubia y con cara de inocente para que encarnara a la joven chica acechada por el mal. El coreógrafo del espectáculo decía de Sam tenía la capacidad de hacer que el público quisiera protegerla y era eso lo que le hacía adecuada para el papel. Agradeció que el número terminara, estaba agotada, pero no podía quejarse porque en ese momento estaba ganando dinero s
―Ya voy, ya voy ―gritó Samantha de mal humor ante el insistente timbre de la puerta. Refunfuñando y ciega de sueño se arrastró de la cama hasta la puerta, estaba tan furiosa que no se molestó en mirar por la mirilla, sino que la abrió de sopetón. Al otro lado, se encontraba Aristo con un ramo de flores. ―¿Tú? ―gritó Sam al ver a Aristo parado fuera de su apartamento. ―Buenos días, preciosa. ―¿Qué diablos tienen de buenos? ¿Qué haces aquí? ¿Y cómo rayo sabes dónde vivo? ―preguntó con el ceño fruncido. Aristo miró a la bailarina que lo tenía loco, con el cabello suelto y enmarañado, un pijama rosa y zapatillas de conejo y le pareció lo más bonito que había visto en mucho tiempo. ―Son tres preguntas, veamos, es una hermosa mañana para pasarla durmiendo por lo que pensé en invitarte a pasear y sé dónde vives porque me trajo el mismo chofer que te trajo a ti y a tu amiga anoche. ―¿Sabes que soy capaz de asesinar si no me dejan dormir? ―preguntó Sam extendiendo la mano para tomar el
El tercer día Samantha no pudo dejar de pensar en lo fácil que sería enamorarse de Aristo. Se consideraba una chica sensata que tenía muy claro que provenían de mundos diferentes. Él era un Ceo millonario con una fortuna que heredaría de su padre y que fue amansada por su abuelo como naviero y ella una simple bailarina en Las Vegas. Por lo que pensó que era imposible que se enamorara de ella. En su mente se libraba una batalla entre lo que quería hacer y lo debería hacer. Su parte lógica le decía que debía proteger su corazón y alejarse de él. Su parte emocional le aconseja vivir el momento con Aristo disfrutar lo que pudiera, quizás hasta tener aventura de verano. Desde muy joven había tenido una vida difícil y no se había permitido enamorarse, ni tener una relación con ningún hombre. No mientras tuviera que pagar la deuda de su madre, pero Aristo no representaba un riesgo para su deuda porque estaba segura de que no se quedaría. ¿Acaso no merecía un poquito de felicidad? ¿Vivir un p