El ruido del helicóptero despertó a Samantha de un profundo sueño, nerviosa se levantó de la cama y corrió a abrir la puerta de la habitación de las gemelas. Estaba segura de haberla dejado abierta la noche anterior cuando Maria le pidió que le permitiera quedarse a dormir con las niñas, tenía miedo de perder su empleo, además se notaba que la señora necesitaba descansar. Y era cierto, Sam casi no se tenía en pie, miró a las bebas dormían plácidamente en la cuna, una pegada a la otra por lo que accedió a recostarse un rato para intentar dormir un poco. El estrés y el cansancio de los días anteriores la vencieron y cayó en un sueño profundo. Se duchó con mucha rapidez, rebuscó en su armario la ropa de solía usar en Londres, su ropa de mamá como le decía Joy. Localizó un pantalón vaquero y una camiseta, se calzó unos zapatos cómodos y bajó a buscar a sus niñas. Cuando la puerta del ascensor se abrió se encontró con una de las doncellas. ―Buenos días. ¿Dónde están mis hijas? ―Buenos
Sam levantó una pierna y giró sobre su eje y volvió a tener la sensación de que alguien la miraba, lo que podía decirse que era normal porque era bailarina en uno de los casinos más grandes de Las Vegas, sin embargo, el cosquilleo que sintió en todo el cuerpo no era normal y le había sucedido las tres últimas noches. En el año que llevaba bailando para el MGM Grand Las Vegas nunca se había sentido de esa manera. Ese espectáculo era nuevo, y ella que era solo una más del montón de chicas que bailaba en las grandes producciones, pasó a tener protagonismo de la noche a la mañana. Para el papel se necesitaba a una bailarina pequeña, rubia y con cara de inocente para que encarnara a la joven chica acechada por el mal. El coreógrafo del espectáculo decía de Sam tenía la capacidad de hacer que el público quisiera protegerla y era eso lo que le hacía adecuada para el papel. Agradeció que el número terminara, estaba agotada, pero no podía quejarse porque en ese momento estaba ganando dinero s
―Ya voy, ya voy ―gritó Samantha de mal humor ante el insistente timbre de la puerta. Refunfuñando y ciega de sueño se arrastró de la cama hasta la puerta, estaba tan furiosa que no se molestó en mirar por la mirilla, sino que la abrió de sopetón. Al otro lado, se encontraba Aristo con un ramo de flores. ―¿Tú? ―gritó Sam al ver a Aristo parado fuera de su apartamento. ―Buenos días, preciosa. ―¿Qué diablos tienen de buenos? ¿Qué haces aquí? ¿Y cómo rayo sabes dónde vivo? ―preguntó con el ceño fruncido. Aristo miró a la bailarina que lo tenía loco, con el cabello suelto y enmarañado, un pijama rosa y zapatillas de conejo y le pareció lo más bonito que había visto en mucho tiempo. ―Son tres preguntas, veamos, es una hermosa mañana para pasarla durmiendo por lo que pensé en invitarte a pasear y sé dónde vives porque me trajo el mismo chofer que te trajo a ti y a tu amiga anoche. ―¿Sabes que soy capaz de asesinar si no me dejan dormir? ―preguntó Sam extendiendo la mano para tomar el
El tercer día Samantha no pudo dejar de pensar en lo fácil que sería enamorarse de Aristo. Se consideraba una chica sensata que tenía muy claro que provenían de mundos diferentes. Él era un Ceo millonario con una fortuna que heredaría de su padre y que fue amansada por su abuelo como naviero y ella una simple bailarina en Las Vegas. Por lo que pensó que era imposible que se enamorara de ella. En su mente se libraba una batalla entre lo que quería hacer y lo debería hacer. Su parte lógica le decía que debía proteger su corazón y alejarse de él. Su parte emocional le aconseja vivir el momento con Aristo disfrutar lo que pudiera, quizás hasta tener aventura de verano. Desde muy joven había tenido una vida difícil y no se había permitido enamorarse, ni tener una relación con ningún hombre. No mientras tuviera que pagar la deuda de su madre, pero Aristo no representaba un riesgo para su deuda porque estaba segura de que no se quedaría. ¿Acaso no merecía un poquito de felicidad? ¿Vivir un p
Aristo la esperaba fuera del camerino con un inmenso ramo de tulipanes rojos que la dejó boquiabierta, no sabía cómo se había enterado de que eran sus flores favoritas. Se preguntó si sabría el significado de esas flores y pensó que era poco probable que supiera que eran un símbolo del amante perfecto, la pasión y el romanticismo. Y también del amor sincero. Se dijo que estaba viendo lo que su corazón quería ver y que era probable que hubiese pedido un ramo a la floristería del hotel y le hubiesen sugerido ese. ―Como siempre, estuviste maravillosa ―dijo él entregándole las flores. ―Gracias. Aristo la admiró, esa noche Samantha había cambiado su típico atuendo de vaqueros, camiseta y botas por un vestido tipo cóctel y unas sandalias con muy poco tacón, aunque muy adecuado para el verano. Su rostro estaba casi libre de maquillaje solo crema hidratante, un suave labial y un poco de máscara en las pestañas. Estaba un poco bronceada tras dos días de excursiones por lo que su cabello se
Sam despertó en brazos de Aristo, durante toda la noche la mantuvo pegada a él y en antes del amanecer volvió a hacerle el amor. Se sentía adolorida en músculos que no sabía que existían, pero al mismo tiempo era muy feliz. Nunca pensó que él le pediría matrimonio la noche anterior. ―Nada me haría más feliz que aceptar ser tu esposa, Aristo, estos tres días que he pasado contigo han sido los más felices de mi vida… ―¿Pero? ―preguntó el separándose de ella para mirarla a la cara. ―No soy libre todavía, si sigo trabajando igual me faltarían unos cinco años para terminar de pagar de las facturas del hospital de mi madre. ―Eso no es problema, Samantha, yo pagaré esa deuda. ―No es correcto, soy yo la que debo hacerlo. ―Como mi esposa, tus deudas son las mías y mi dinero es tuyo. ¿Es esa deuda una excusa para no casarte conmigo? Puedes decirme la verdad que yo lo aceptaré y no te molestaré más. ―¡Ay! Aristo claro que me quiero casar contigo, nada me haría más feliz. ―Entonces no hay
―Nunca creí que esto pudiera suceder en mi casino ―dijo Steven a Aristo ―Espero que sepas lo que estás haciendo. Aristo le había pedido que fuera su padrino y ambos estaban parados cerca del altar esperando la llegada de la limusina que traería a la novia y a su dama de honor. ―No era lo que tenía en mente cuando vine a hacer negocios contigo, pero conocí a Samantha. ―respondió Aristo. ―He investigado un poco y aunque es bailarina nunca se ha metido en problemas, nada de drogas ni de alcohol, ningún escándalo con los clientes, ni nada, es trabajadora y muy cumplida y por primera vez en dos años faltará al trabajo. ―Yo también la investigué y todo lo que me contó de su vida era verdad. Es una chica inocente de pueblo que tuvo que venir a trabajar para pagar la cuenta del hospital de su madre. ―Cuenta que me imagino que ya pagaste. ―Por supuesto. ―Quisiera ver la cara de tu padre cuando se la presentes. La respuesta de Aristo se perdió ante el inicio de la marcha nupcial que el
El día que llegaron de su luna de miel, Samantha se bajó del helicóptero asombrada por el tamaño de la isla y por el poblado que se vislumbraba más allá de la imponente mansión en la orilla de la playa. Un hombre mayor los esperaba en lo alto de la escalinata de la casa. El parecido con Aristo era impresionante, Samantha pensó que se veía como una versión mayor de su esposo. ―Papá te presento a mi esposa, Samantha Christakos ―dijo Aristo para después dirigirse a su esposa ―Sam, él es mi padre Demetrios Christakos. ―Mucho gusto, señor Demetrios ―dijo Sam extendiendo la mano con una sonrisa. Demetrios, aunque le estrechó la mano no sonrió. ―Pasa adelante, hijo mío, deben estar cansados después de una luna de miel tan larga ―indicó sin dirigirle la palabra a Sam. ―Gracias, papá. El ama de llaves esperaba en el vestíbulo de la casa. ―Bienvenido, señor Aristo, y felicidades por su boda. ―Gracias, Agnes ―respondió su esposo ―esta es mi esposa Samantha. ―Bienvenida, señora Samantha ―