El día que llegaron de su luna de miel, Samantha se bajó del helicóptero asombrada por el tamaño de la isla y por el poblado que se vislumbraba más allá de la imponente mansión en la orilla de la playa. Un hombre mayor los esperaba en lo alto de la escalinata de la casa. El parecido con Aristo era impresionante, Samantha pensó que se veía como una versión mayor de su esposo. ―Papá te presento a mi esposa, Samantha Christakos ―dijo Aristo para después dirigirse a su esposa ―Sam, él es mi padre Demetrios Christakos. ―Mucho gusto, señor Demetrios ―dijo Sam extendiendo la mano con una sonrisa. Demetrios, aunque le estrechó la mano no sonrió. ―Pasa adelante, hijo mío, deben estar cansados después de una luna de miel tan larga ―indicó sin dirigirle la palabra a Sam. ―Gracias, papá. El ama de llaves esperaba en el vestíbulo de la casa. ―Bienvenido, señor Aristo, y felicidades por su boda. ―Gracias, Agnes ―respondió su esposo ―esta es mi esposa Samantha. ―Bienvenida, señora Samantha ―
Samantha vio a Aristo bajar del helicóptero, su cuerpo denotaba la rigidez de la furia, si quería pelea era justamente lo que iba a obtener por lo que levantó la barbilla en un gesto de desafío. La mujer que lo complacía y lloraba si él estaba molesto con ella se había muerto mucho tiempo atrás y en su lugar estaba una que no le importaba en lo más mínimo plantarle cara. ―¿Cómo está Demetrios? ―preguntó cuándo él llegó a su lado. Por suerte el piloto había apagado el helicóptero y podían hablar. ―¿Para qué quieres saberlo? ¿O acaso vas a decirme que de verdad te importa lo que le ocurra a mi padre? ―le preguntó con rabia. ―No me culpes a mí por tus mentiras, Aristo, me dijiste que le habías contado que te había engañado con otro hombre, nunca me dijiste que él no sabía que ese otro hombre era Alec. ―¿Te atreves a llamarme a mi mentiroso? ―gritó él con rabia. ―Nunca te he mentido, que tú prefieras creerle a tu familia antes que a mi es tu problema, Aristo. Él bufó en respuesta,
―Déjame solo con Samantha, Aristo ―Pidió Demetrios. Samantha lo miró con curiosidad, se preguntó que estaría tramando su suegro. ―No ―respondió su esposo. ―No me pasará nada, ya descubrí lo peor y no tengo intenciones de morirme, tengo dos nietas por las que levantarme de esta cama y de la silla de ruedas. Así que déjanos solos, es hora de que ella y yo tengamos una conversación amistosa. Lleva a tus hijas a la cafetería y cómprales un helado. Aristo miró a Samantha, ella se encogió de hombros. ―Si solo quiere hablar y no me ataca, no hay motivo para que te preocupes, además mis hijas lo quieren y no soy tan malvada como para patear a un hombre en su condición ―respondió Sam. ―No lo haré, lo prometo, solo quiero hablar ―Demetrios. ―Niñas, vayan con María, Aristo les comprará un helado y dentro de un ratito volverán a subir a ver a pappoús. Aly y Ady le dieron la mano a María y salieron de la habitación seguidas por Aristo, sin embargo, él se giró para mirar a Samantha que esta
Esa noche Samantha les dio la cena a las gemelas y ayudada por María las bañó, les puso un pijama y las acostó en la cama tamaño King que había en una de las habitaciones de huéspedes del pent-house. Aristo la mandó a pegar a la pared para evitar que las niñas se cayeran durante la noche. Después de leerles un cuento, María se quedó con ellas para que Samantha pudiera ir a cenar. Cuando llegó a la cocina, su esposo la esperaba con la cena servida. ―¿Te importa comer aquí? Sam se encogió de hombros. ―No, es a ti a quien le gusta hacerlo en el comedor formal, la mayoría de las veces cenaba en la cocina con el señor y la señora Thompson ―explicó ella sentándose a la mesa. Él la imitó, levantó las t***s de las charolas y le sirvió la comida. ―Sé que en Londres llevabas una vida sencilla, nunca usaste la ropa de diseño exclusivo que tenías, tu ropa y la de las gemelas las comprabas en grandes almacenes, cuidabas a las niñas, estudiabas y te metías a trabajar tanto en la cocina como en
Cuando Aristo llegó esa noche a la isla se encontró la casa revolucionada, el servicio caminaba presuroso moviendo muebles y las pertenencias de su padre. Demetrios al volver del hospital se había instalado en las habitaciones de la planta baja, algo que nunca había aceptado, a pesar de que muchas veces él se lo había sugerido. Incluso fue tanta su terquedad que tuvo que mandar a instalar un ascensor en la casa solo para que su padre pudiera subir y bajar. ―Samantha pensó que era lo mejor para mí, así no estoy tan aislado en mi habitación todo el día y puedo estar con las niñas, ellas pasan casi todo el día jugando fuera de la casa o en la terraza y desde arriba no puedo verlas.«Ahora Sam es su nuera adorada» pensó Aristo girando los ojos.―Te lo pedí muchas veces, papá, es más fácil para ti desplazarte estando en las habitaciones de abajo y si te cansa puedes ir a descansar sin tener que estar bajando y subiendo.―Lo sé, pero antes no tenía aquí a mis nietas. No quiero perderme de
Aristo estaba sentado en el salón tomando una copa de vino cuando la vio descender por la escalera, sin poder contenerse se puso de pie para poder admirarla. Se parecía un poco a la Samantha de cuatro años atrás: hermosa, sexy, divertida, la mujer de la que se enamoró en Las Vegas. Una de las cosas que le llamó la atención cuando se volvieron a ver fue que se había cortado su larga melena a la altura de los hombros lo que daba un toque de madurez a su rostro. En ese momento llevaba el pelo suelto, le encantaba su tono de rubio natural, tan claro que se asemejaba a una vikinga. La miró de arriba abajo admirando su figura. Los zapatos de tacón le sumaban unos centímetros a su baja estatura, los pantalones anchos resaltaban su cintura y el top escotado la blancura de su piel. ―Puedes cerrar la boca, Aristo ―dijo Demetrios con una sonrisa. Aristo se giró a mirar a su padre con el ceño fruncido que se resaltó más al ver su sonrisa de suficiencia. Samantha sintió la mirada de su esposo c
Aristo no pudo dormir esa noche pensando en las palabras de Samantha, había buscado en internet lo que ella le había dicho y era cierto, se podía sangrar en los primeros meses del embarazo, pero todo eso le sonaba a excusa. Ese día cuando él llegó Sam estaba de mal humor y por primera vez desde que se casaron durmió dándole la espalda, lo que le sorprendió porque el hecho de tener su periodo no había sido un impedimento para que buscaran otras formas de amarse. Sobre todo, tomando en consideración que hizo un espacio en su apretada agenda para volver y poder estar con ella, aunque fuera por una noche, necesita verla, tocarla y amarla. De ser ciertas sus palabras las gemelas si podían ser sus hijas, pero era algo de lo que nunca tendría la certeza porque desde la noche en la que la encontró con su hermano gemelo en el hotel, había perdido toda la confianza en su esposa. Al día siguiente debía estar en Atenas a primera hora para la junta de accionista, por lo que debía salir de madruga
Al atardecer del siguiente día, Samantha escuchó el helicóptero de Aristo que regresaba y agradeció que la mudanza al tercer piso había terminado. Salió de la cocina donde hablaba con la cocinera de la cena de las gemelas y se dirigió a la terraza donde se sentó a esperar que las niñas bajaran para darles de comer. A su lado Demetrios estaba entretenido jugando Sudoku [1] en su móvil. ―Te apuesto que no se dará cuenta de la mudanza hasta el fin de semana ―aseguró Samantha. ―Hecho, para mí se dará cuenta hoy mismo ―replicó Demetrios ―¿Cuánto apuestas? ―Ummm no digamos cuanto, lo haremos interesante y apostaremos un favor, que el ganador reclamará cuando lo necesite. Demetrios levantó la cabeza del juego para mirarla. Los ojos le brillaban de diversión. ―Una apuesta de lo más interesante. Acepto. En ese momento escucharon la voz de Aristo por lo que Demetrios cambio de tema. ―Este juego es adictivo. ¿Y dices que ayuda a la memoria? ―Te ayudara a mantener alejado el Alzheimer, no