Aristo no pudo dormir esa noche pensando en las palabras de Samantha, había buscado en internet lo que ella le había dicho y era cierto, se podía sangrar en los primeros meses del embarazo, pero todo eso le sonaba a excusa. Ese día cuando él llegó Sam estaba de mal humor y por primera vez desde que se casaron durmió dándole la espalda, lo que le sorprendió porque el hecho de tener su periodo no había sido un impedimento para que buscaran otras formas de amarse. Sobre todo, tomando en consideración que hizo un espacio en su apretada agenda para volver y poder estar con ella, aunque fuera por una noche, necesita verla, tocarla y amarla. De ser ciertas sus palabras las gemelas si podían ser sus hijas, pero era algo de lo que nunca tendría la certeza porque desde la noche en la que la encontró con su hermano gemelo en el hotel, había perdido toda la confianza en su esposa. Al día siguiente debía estar en Atenas a primera hora para la junta de accionista, por lo que debía salir de madruga
Al atardecer del siguiente día, Samantha escuchó el helicóptero de Aristo que regresaba y agradeció que la mudanza al tercer piso había terminado. Salió de la cocina donde hablaba con la cocinera de la cena de las gemelas y se dirigió a la terraza donde se sentó a esperar que las niñas bajaran para darles de comer. A su lado Demetrios estaba entretenido jugando Sudoku [1] en su móvil. ―Te apuesto que no se dará cuenta de la mudanza hasta el fin de semana ―aseguró Samantha. ―Hecho, para mí se dará cuenta hoy mismo ―replicó Demetrios ―¿Cuánto apuestas? ―Ummm no digamos cuanto, lo haremos interesante y apostaremos un favor, que el ganador reclamará cuando lo necesite. Demetrios levantó la cabeza del juego para mirarla. Los ojos le brillaban de diversión. ―Una apuesta de lo más interesante. Acepto. En ese momento escucharon la voz de Aristo por lo que Demetrios cambio de tema. ―Este juego es adictivo. ¿Y dices que ayuda a la memoria? ―Te ayudara a mantener alejado el Alzheimer, no
―Mañana no iré a trabajar, podemos hacer el ritual para convertirme en hombre bueno si tienes los materiales que necesitas ―dijo Aristo a Samantha. Estaban cenando acompañados por Demetrios. Había pasado un par de horas desde que las gemelas le preguntaron si quería ser un hombre bueno y no podía dejar de pensar en eso. ―Tengo el glitter plateado y lo completaré con un poco de polvo de maíz. ―indicó Sam ―¿Lo haremos en la piscina o en la playa? ―En la playa, papá, les dijo que tenía que bautizarme como hombre bueno en el agua de la playa ―respondió Aristo. ―Hablando de bautismo, Samantha. ¿Aún no has bautizado a las niñas? ―preguntó Demetrios ―No, no soy católica, cuando era pequeña, mamá me llevaba a una iglesia Bautista, pero los padres de Joy son católicos y muchas veces los acompañé a la iglesia. Soy creyente, pero actualmente no practico ninguna religión. ―Para los griegos la religión es muy importante y tus hijas crecerán en un país donde el noventa y cuatro por ciento de
Aristo subió al segundo piso corriendo por las escaleras, al llegar a la puerta de la habitación de Sam tocó con los nudillos. Miró la hendidura para ver si había luz en la habitación, estaba oscuro, volvió a tocar sin importarle que ella estuviese acostada. De nuevo no obtuvo respuestas, por lo que abrió la puerta, el lugar tenía las cortinas cerradas y la oscuridad era absoluta. ―Samantha Silencio. Encendió la luz y vio la cama sin sábanas y ningún objeto personal a la vista, abrió el armario y toda su ropa había desaparecido. Abrió la puerta que comunicaba con la habitación de las gemelas y la encontró en iguales condiciones. La rabia lo cegó. Si se atrevió a mudarse al apartamento de Alec no sabía de lo que era capaz de hacer. Caminó por el pasillo hasta el ala oeste de la casa donde se encontraba el apartamento de su gemelo, al estar desocupado la puerta estaba cerrada. Abrió sin ninguna dificultad y el olor a encierro lo recibió, sin embargo, decidió que no se quedaría con la
―¡No! No habrá divorcio, ni pensarlo. Quédate en esta habitación si es tan importante para ti. ―¿Cuánto tiempo crees que podemos seguir así, Aristo? Aristo pasó las manos por su cara en un gesto de cansancio. ―No lo sé ―respondió con tristeza ―Lo único que tengo claro en mi vida es que no quiero dejarte ir. También que las niñas deberían criarse aquí, somos familia y esta es parte de su herencia. Te pido que mes des un poco más de tiempo, por favor. ―Te daré otra oportunidad, pero no será eterna, Aristo, mis hijas necesitan estabilidad, sentirse queridas, no solo toleradas. ―Lo sé, mañana haremos el ritual y después me iré de viajes un par de semanas, volveré antes del bautizo para comportarme como el padre de Aly y Ady. Tendrás que ayudarme a hacerlo bien, Samantha. Sam se sorprendió al escucharlo llamar a las gemelas por su nombre, era la primera vez que lo hacía, lo tomó como una buena señal de que intentaría asumir su papel como padre. ―¿Es una promesa? ¿Asumirás tu paterni
Aristo estaba sentado en la orilla de la playa encima de un mantel blanco que Sam había puesto en la arena debajo de uno de los toldos. Estaba descalzo y vestía solo un pantaloncillo y una camiseta del mismo color. Sonrió ante su aspecto, pero al parecer fueron ordenes de las niñas que se querían asegurar de que estuviera rodeado del color de la bondad. Samantha se había marchado a ponerse su traje de baño y buscar a las gemelas; y su padre a cambiarse de ropa por algo más acorde a la playa, por lo que se entretuvo mirando las olas, amaba el mar y vivir en la isla le ayudaba a mantenerse relajado. Aspiró el aire salado y fresco de la mañana y puso su mente en blanco, la meditación fue una parte fundamental de su vida años atrás y se propuso recobrarla. Las risas de las niñas le alertaron de su presencia y abrió los ojos sintiéndose mejor que en mucho tiempo. El haber elegido creer a Samantha fue liberador. Sonrió al ver al grupo que se acercaba, los trajes de baño de las niñas y d
Dieciocho días habían pasado desde que Aristo se había marchado para internarse en el centro de apoyo terapéutico y desde entonces no tenían noticias de él. Aunque Flavián le decía que si no llamaban era que todo iba bien, Sam no podía dejar de preocuparse. A pesar de que todos los días peleaban como perros y gatos y la mayoría del tiempo quería matarlo, ella lo extrañaba, tal vez no al hombre en el que se convirtió después de que pensó que ella lo había traicionado, si no al hombre que vislumbró antes de que se marchara y que se parecía al Aristo del que se enamoró. Y al parecer hasta las niñas lo extrañaban. ―¿Dónde está hombre bueno, mamá? ―preguntó Aly. ―Aristo tuvo que marcharse para completar su trasformación, volverá dentro de unos días ―respondió Sam. ―Quiero ver si la magia es para siempre, mamá ―aseguró Ady, que era la que mejor se expresaba. Su boca estuvo a punto de ser imprudente y decirles que dejarán de llamarlo hombre malo o bueno y que comenzaran a llamarlo papá,
La confusión llenó el rostro de Demetrios, se separó un momento para mirar a Alec. ―¿Tú maman, Alec? ―preguntó con voz temblorosa. ―Pappas, no recuerdo casi nada de mi vida, hace unos años desperté sin saber quién era, estaba en la costa de Francia, no tenía documentos, durante un día caminé en estado de confusión, me dolía la cabeza y tenía una protuberancia del tamaño de un huevo en la frente. Una anciana me brindó refugio y me dio de comer, después llamó al médico. Me llevaron al hospital, me hicieron exámenes, tenía una contusión y sufría de amnesia por el golpe que tenía en la cabeza. La policía asumió que era francés por como hablaba el idioma, no pudieron dar con mi identidad. Me quedé con la anciana, se llama Amelie y como era un pueblo frente al mar me hice pescador. Hasta que hace poco vi una foto de Aristo en la prensa que regresaron los recuerdos de mi niñez, supe que mi nombre era Alec Christakos y que vivía en Grecia. Tuve que investigar para llegar hasta aquí. ¿Mi mam