XXIX La miel que se amarga

La luna de miel llegó a su fin y los flamantes novios regresaron a la casona en las montañas.

—Cuéntanoslo todo, Bea. ¿Fue muy difícil lidiar con Magnus? —preguntó Elena.

—Logramos entendernos. ¿Cómo han estado ustedes?

—Pero dinos qué hicieron, a dónde fueron ¿Durmieron juntos? —insistió la mujer.

—Hicimos muchas cosas. Estoy hambrienta, necesito algo de comida casera.

Bea se dispuso a comer. Con la boca llena no hablaría de más, así que tragó y tragó en medio del interrogatorio de Elena y su madre. A veces respondía con algún balbuceo inentendible.

—Pero él y tú se llevan mejor ¿o no? —preguntó Irene.

—Claro. Somos... somos algo así como amigos.

—¡Eso es maravilloso! Magnus no tiene ningún amigo. Ya no estará solo en su cumpleaños —celebró Elena.

—Genial. Creo que comí mucho, tengo que ir al baño, nos vemos.

Bea huyó de la cocina y de cualquiera que quisiera sacarle información. Agustina, Ale y Lucía no estaban. La casa se sentía muy vacía y silenciosa.

Al entrar a la habitación, M
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