La visita del abogado agitó los ánimos de todos en la mansión. Era un pájaro de mal agüero. Magnus temblaba de sólo mirarlo, a Agustina le daba jaqueca y a Elena... Elena le sonreía y le servía un plato de postre.—Qué ingenua es la tía —decía Ale—, por mucho que se gane la simpatía del abogado, eso no cambiará la voluntad del abuelo. —Tal vez planee algo más —sospechaba Agustina.Aunque no lo pareciera, su mentalmente dispersa hermana podía ser muy astuta.La que intentaba usar su astucia era Lucía. No había hecho ningún movimiento respecto a Magnus todavía. Ella observaba. Y había notado que él y Bea ni se miraban.El abogado saboreó una cucharada de postre, le hizo un gesto de conformidad a Elena y procedió a leer el testamento, que ya parecía ser infinito."¿Cuánto tiempo habría estado escribiéndolo su padre?", se preguntaba Agustina.—"Ahora que mi nieto Magnus está casado, es momento de que tengan una reunión familiar: los Grandón Del monte y los Grandón Del valle".—Nosotros s
Sólo un loco arriesgaría su vida saliendo durante una tormenta como la que había aquella noche en las montañas. Un loco, un adicto, un enamorado, un enfermo. Magnus estaba enfermo, así se sentía. Y le ardían las sienes. En el breve tiempo que había pasado desde que supiera que Bea no estaba con Ale se había afiebrado.Mientras esperaba que se abriera la puerta del garaje recordó que no había electricidad. Se devolvió y fue por la puerta del costado. Avanzó iluminando con el teléfono hasta encontrar su auto. Iría al pueblo, preguntaría en restaurantes, hoteles, el hospital. Esperaba no tener que llegar al hospital. Buscaba la llave en su bolsillo cuando algo le tocó el brazo. Se le cayeron las llaves y el teléfono de la impresión y retrocedió. Había alguien más ahí.Y Magnus Grandón no era un hombre que se acobardara tan fácilmente, no señor. Él le temía a las bacterias, hongos, ácaros, bichos que no se podían ver. Un ladrón no era nada para él... Tal vez si no se había bañado.En n
Tobías Grandón bebió un sorbo de su whisky y empezó a contar la historia de por qué ambas familias no se habían conocido hasta ahora.—Mi padre estaba loco.Agustina y Elena miraron de reojo la fotografía de su padre sobre la chimenea.—Nunca nos dijo que tuviera un hermano, nos enteramos cuando falleció, pero en las cláusulas de su testamento estaba incluido que no entráramos en contacto con ustedes. —Y no cumplieron la cláusula. ¿Perdieron su herencia? —preguntó Agustina.No lo creía muy posible, el primo Tobías rezumaba clase y elegancia, tanto en sus finos ademanes como en sus ropas a la medida.—Cumplimos al pie de la letra cada una de las cláusulas en el lapso de un año y recibimos nuestra herencia. Luego conocimos al tío Álvaro, un hombre muy amable, por cierto.No lo conocían para nada, pensaba Magnus, sin quitarle la vista de encima a Bea, muy sonriente con Julián.—Entonces eres fotógrafo, yo estudio para ser escultora —le decía ella.—¿De verdad? Pensé que eras modelo. Ma
—Ve a oír qué tanto hablan ese Julián y Bea —ordenó Ale.—¿Por qué no vas tú? Tengo sueño —dijo Lucía.Luego de la cena, Bea y Julián se habían ido a conversar a la sala. Ya era bastante tarde.—Contigo el tipo tendrá la guardia baja. Además, tú puedes sacarle información. Te lo compensaré luego, amor.De mala gana llegó Lucía a sentarse junto a Bea. Se puso un mechón de pelo tras la oreja, echó los hombros hacia atrás, levantó el mentón y lució perfecta.—¡¿Entonces es tu padre el que canta esa canción?! ¡El mundo es muy pequeño! —exclamó Julián.—Nunca conocí a nadie que le gustara su música.—Lo vi tocar en vivo una vez, en Hartros. Fue un show magnífico.—¡Yo lo acompañé a la gira que lo llevó hasta allí! Tal vez y hasta nos vimos —dijo Bea.Ella y Julián rieron. Lucía se sumó a las risas de ambos.—¿A qué se dedican tus padres? —le preguntó Julián.—Mi madre se fue de casa cuando yo era una niña, quería ser actriz de cine.—¿Tuvo éxito? —quiso saber el hombre.—De hecho sí, por e
—¿Y qué va a pasar con el circo? —preguntó Elena luego de enterarse sobre la última cláusula del testamento de su padre.—Estamos quebrados —dijo Tobías—. Esto de llenarse de deudas es herencia familiar.—¿Y saben algo sobre finanzas? —preguntó Ale—. Porque para trabajar en empresas Grandón hay que estar bien calificado.—Claro. Un circo también es una empresa —aseguró Tobías. Les mostró la cuchara que cargaba. Acababa de doblarla con el poder de su mente.Elena aplaudió.—¡Son tan talentosos! Es una pena que acaben trabajando en una oficina —dijo ella.—Yo no tengo problemas con eso. Además, me dan miedo las alturas —dijo Julián, el trapecista.Magnus rodó los ojos. Eran un montón de payasos.—Papá tampoco es tan bueno. Su último número, donde intentó partir a una mujer a la mitad, no salió muy bien. La demanda que le llegó fue el golpe final para el circo.—Entendí al revés las instrucciones —dijo Tobías.—Y Ulises se fracturó —siguió diciendo Julián—. Se le dislocó un brazo y una p
Jamás Bea se había lavado los dientes con tantas ganas. Tal vez de niña en nochebuena, para ir a esperar los regalos bien presentada, así le había enseñado su madre, sobre todo si en la cena se había comido pescado.Las palabras de Magnus todavía le agitaban los dinosaurios. Ningún hombre le había pedido así un beso. Era todo un seductor pese a su inexperiencia.Era sexy aunque él ni se lo imaginara. Y la tenía ardiendo de deseos sólo con la promesa de un beso. Se lavó muy bien los dientes y la lengua. Hasta había conseguido un limpiador de lenguas. —Respira profundo y cálmate, Bea. Es sólo un beso. Has dado montones de besos. Has besado incluso luego de comer cebolla, esto no es nada.Se mojó las mejillas que estaban algo rojas, salió y cruzó el pasillo para llegar a la habitación que compartía con Magnus. Si a él le gustaba el beso, tal vez incluso la dejaría usar el mismo baño.¿Y si no le gustaba?Si así era podía irse despidiendo ya mismo de cualquier tipo de placer sexual. Un
Unos dedos dotados de talento natural y con el entrenamiento adecuado podían hacer brotar las más bellas formas de la tosca roca o de la informe arcilla. Los dedos de Bea se habían perfeccionado a punta de estudio y experimentación. Y no eran los únicos. Desde hacía unos minutos se había despertado con los dedos de Magnus tanteándole la espalda mientras ella dormía boca abajo.Ya no estaba despierta, pero se quedó quieta, disfrutando de la exploración con tintes de masaje. Su cuerpo era algo nuevo y Magnus lo estaba conociendo.Deslizó él furtivamente la mano bajo la camiseta del pijama y Bea se estremeció en un escalofrío. La enorme mano de Magnus reptaba como una serpiente aterciopelada sobre su columna y le hacía temblar hasta los huesos sólo con su presencia y ligero toque.Bea sonrió, todavía adormilada. Qué gran manera de despertarse era esa. Tenía hambre y no de desayuno.—Buenos días —le dijo Magnus.Él la miraba como si ella fuera el desayuno.—Presiento que hoy será un día g
—No fue un infarto —confirmó el médico del pueblo, que había ido a la casona con premura tras la llamada de Bea.—¡Pero me moría! —aseguró Magnus, convaleciente en la cama.Seguía estando más allá que acá.—Fue una crisis de pánico, nada más. Te recetaré algo que te ayudará de momento, pero sería bueno que visitaras a un especialista. —Le extendió la orden para una interconsulta psiquiátrica.Magnus, con la mano nuevamente enguantada, recibió la orden. En cuanto el médico dejó la habitación, la arrugó y dejó en el velador.—¿Qué pasó, Magnus? Estabas tan bien —dijo la tía Elena. Le acariciaba una mano enguantada.Él miró a Bea, que estaba parada en un rincón.—Debe ser el estrés —supuso Agustina—. Magnus se ha sobre exigido mucho últimamente. Deberías reconsiderar el volver a las empresas, lo primero es la salud, querido.—El trabajo es mi vida, no puedo dejarlo —dijo Magnus, con sus últimas fuerzas.Las tías lo dejaron para que descansara. Él volvió a mirar a Bea. Parecía que se echa