XVII Más fuerte
Agustina, Ale y Lucía avanzaban por los pasillos del hospital con la serena solemnidad de quien está de luto y se esfuerza por mantenerse estoico ante un dolor demoledor.

La mujer, pilar de la familia desde la partida de su padre, se sentó junto a su hermana menor y la abrazó.

—Elena querida, hay que ser fuertes. Todavía nos tenemos para apoyarnos.

—Lo sé, lo sé —dijo Elena—, somos una familia pequeña, pero unida.

—Y cada vez más pequeña. ¡Maldición! —dijo Ale, apretando su puño.

—¿Cuándo nos entregarán el cuerpo de Magnus? —preguntó Lucía, con su voz dulce e inocente.

Por extraño que fuera, deseaba hacer unas oraciones en su nombre.

—¿Qué cuerpo? —preguntó Bea—. Magnus no está muerto, sólo le dio diarrea.

La mala noticia que el médico había tenido que darles era el costo que tendría la atención por todos los cuidados especiales que Magnus había exigido en su precaria e incómoda situación. Era un paciente complicado y, en un hospital pequeño de pueblo, los insumos no abundaban. Sólo en
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