—¿Debería usar la corbata azul o la gris? —preguntó Ale.—La gris —dijo Lucía—. Me recuerda a esa película que vimos hace tiempo. —¿La de los mafiosos?—¡No! La del tipo que ataba a la chica con la corbata. Yo también quiero jugar a eso, Ale.—Tal vez después de la cena, cuando celebremos mi nombramiento como CEO de empresas Grandón.Lucía lo abrazó y giraron, brincando entre risitas.—Era de esperarse de alguien como el abuelo, martiriza a Magnus y a mí me premia. Te conté que para una navidad, a Magnus le llenó la ropa de polvo picapica mientras la mía la llenaba de billetes. Billetes gordos en cada bolsillo, fue maravilloso.—Pobrecillo Magnus.—Tiene muchas historias divertidas para contarle a sus nietos, si es que algún día logra tener hijos. ¿Crees que así me veo como un CEO? —preguntó, arqueando una ceja.—Te ves como un actor de cine.—¿Uno que interpreta a un hombre joven, guapo y millonario, que tiene todo lo que quiere?—Tú siempre te has visto así, Ale, por eso empecé a s
Descubierta en su desdicha, el llanto de Bea se volvió más intenso. Magnus no supo qué decirle, sospechaba que ya había hablado lo suficiente. La envolvió bien en su chaqueta y la aferró. No era un abrazo, él intentaba llevársela antes de que alguien más la viera y le preguntara el porqué de su llanto. No quería dar explicaciones. Bea se le refugió en el pecho y tuvo escalofríos. El reflejo natural de su cuerpo era apartar a cualquiera que se acercara tanto y ella no era la excepción. Se aseguró de que la chaqueta le sirviera de barrera y le dejó las manos dentro de ella, así no lo tocaría. Ni intento hizo Bea de moverse, sólo le apoyó la cabeza en el pecho.Temblaba igual que en la cabaña, pero esta vez no era de frío. De todos modos, Magnus la abrazó como si su vida dependiera de ello, tal como entonces.—Vámonos de aquí —le susurró, encaminándose a los estacionamientos.En el auto ella no se apartó de él. Poco a poco el llanto fue menguando en el acogedor espacio y Bea incluso se
—Las drogas son malas —dijo Bea—. El alcohol, la hierba, son igual de malas.—Así es —dijo Magnus—. Nadie debería consumirlas para atreverse a hacer lo que no puede.Se habían besado en la piscina, si es que a lo que habían hecho podía llamársele beso. Tal vez no debió ella cerrar los ojos y dejarle la responsabilidad a Magnus, tal vez si hubiera sabido de la prácticamente nula experiencia del hombre en temas amorosos podría haber tomado la iniciativa y hacerlo mejor.Se habían dado un hocicazo. Magnus se acercó con mucho ímpetu, ella estaba pegada al borde de la piscina, chocaron los dientes, las narices, fue espantoso.Bea, acostada en el sillón, se acomodó la bolsa de hielo. Magnus usaba una igual. Tenían los labios hinchados, adoloridos y, cuando se les pasaran los efectos de los estupefacientes, también estarían avergonzados. Eso ocurrió a la mañana siguiente. Magnus estaba duchándose cuando Bea se despertó. En la soledad de la habitación ella tuvo tiempo de reflexionar. ¿Acaso
"Te necesito", le había dicho Magnus. Era la segunda vez que un Grandón le decía aquello. La primera vez fue Ale para pedirle que se casara con Magnus, una decepción que se sintió como una patada en el vientre.Ella no estaba enamorada de Magnus, por muy cómoda que se sintiera entre sus brazos, por muy guapo que le pareciera a la luz de la luna, por muy rico que fuera el bamboleo del agua, que la llevaba a pegarse a su cuerpo a intervalos regulares, por muchas ganas que tuviera de besarlo como correspondía, sin hocicazos. No, no estaba enamorada. Todavía.Esta vez iba a mantener la cabeza fría, sí señor. No iba a ilusionarse tan fácilmente.—¿Me necesitas?—Sí —jadeó él, viéndola como un náufrago a la tierra firme, como un hambriento a una mesa llena de comida, como un ratón a un oloroso trozo de queso.¿Cómo evitar ilusionarse ante esa mirada?Bea tragó saliva. Magnus la imitó y suspiró. ¡Vaya suspiro! De pronto la hizo desear oírlo gemir. ¿Se oiría tan agradable? ¿Tan irresistible?
La acrofobia, el miedo a las alturas, no estaba entre la lista de las fobias de Magnus. Y mientras más lejos del suelo, más lejos estaba también de las bacterias, virus, hongos y protozoos patógenos que tanto le preocupaban. Descubrió que, en las alturas, hasta más liviano se sentía.—Es una vista hermosa, ¿no lo crees? —dijo Bea, con el cabello al viento.—Sí —respondió Magnus. No miraba él los montes que sobrevolaban, ni el mar a lo lejos. No miraba el cielo en todo su esplendor o la bandada de patos que pasó cerca de ellos, él miraba a Bea.—¡Un niño nos está saludando! —Ella sacudió la mano—. Salúdalo, Magnus.Él no vio nada, pero igual saludó.El hombre que los llevaba les explicó el funcionamiento del globo y les enseñ&
Montar la tienda no fue problema, Bea lo hizo en un abrir y cerrar de ojos. El problema sería compartirla, con lo pequeña que era.—Yo no voy a dormir afuera, Magnus.—Tampoco vas a dormir adentro sin darte un baño. Nadie va a ir a dormir sin darse un baño. Caminamos todo el día y estamos sudados. Mi piel se irrita con el sudor, ya empiezo a tener comezón.Bea miró a su alrededor. El río no era muy profundo, pero más arriba había una fosa donde el agua se acumulaba hasta rebalsar y caer un una pequeña cascada.—No voy a meterme ahí, puede haber sanguijuelas.—Es el sudor o las sanguijuelas, Magnus. No se lo puede tener todo en la vida. Magnus inhaló profundamente y exhaló con lentitud. Repitió la maniobra. Bea veía en él un volcán a punto de hacer erupción.—Ya sé —dijo ella—. La carpa será del que se bañe.Se quitó la ropa frente a un aturdido Magnus y se lanzó al agua sólo en lencería.—¿Vas a dormir a la intemperie con los mosquitos y las serpientes, Magnus? —le dijo Bea, juguetea
La luna de miel llegó a su fin y los flamantes novios regresaron a la casona en las montañas. —Cuéntanoslo todo, Bea. ¿Fue muy difícil lidiar con Magnus? —preguntó Elena.—Logramos entendernos. ¿Cómo han estado ustedes?—Pero dinos qué hicieron, a dónde fueron ¿Durmieron juntos? —insistió la mujer.—Hicimos muchas cosas. Estoy hambrienta, necesito algo de comida casera.Bea se dispuso a comer. Con la boca llena no hablaría de más, así que tragó y tragó en medio del interrogatorio de Elena y su madre. A veces respondía con algún balbuceo inentendible.—Pero él y tú se llevan mejor ¿o no? —preguntó Irene.—Claro. Somos... somos algo así como amigos.—¡Eso es maravilloso! Magnus no tiene ningún amigo. Ya no estará solo en su cumpleaños —celebró Elena.—Genial. Creo que comí mucho, tengo que ir al baño, nos vemos.Bea huyó de la cocina y de cualquiera que quisiera sacarle información. Agustina, Ale y Lucía no estaban. La casa se sentía muy vacía y silenciosa.Al entrar a la habitación, M
La visita del abogado agitó los ánimos de todos en la mansión. Era un pájaro de mal agüero. Magnus temblaba de sólo mirarlo, a Agustina le daba jaqueca y a Elena... Elena le sonreía y le servía un plato de postre.—Qué ingenua es la tía —decía Ale—, por mucho que se gane la simpatía del abogado, eso no cambiará la voluntad del abuelo. —Tal vez planee algo más —sospechaba Agustina.Aunque no lo pareciera, su mentalmente dispersa hermana podía ser muy astuta.La que intentaba usar su astucia era Lucía. No había hecho ningún movimiento respecto a Magnus todavía. Ella observaba. Y había notado que él y Bea ni se miraban.El abogado saboreó una cucharada de postre, le hizo un gesto de conformidad a Elena y procedió a leer el testamento, que ya parecía ser infinito."¿Cuánto tiempo habría estado escribiéndolo su padre?", se preguntaba Agustina.—"Ahora que mi nieto Magnus está casado, es momento de que tengan una reunión familiar: los Grandón Del monte y los Grandón Del valle".—Nosotros s