Agustina, Ale y Lucía avanzaban por los pasillos del hospital con la serena solemnidad de quien está de luto y se esfuerza por mantenerse estoico ante un dolor demoledor.La mujer, pilar de la familia desde la partida de su padre, se sentó junto a su hermana menor y la abrazó.—Elena querida, hay que ser fuertes. Todavía nos tenemos para apoyarnos.—Lo sé, lo sé —dijo Elena—, somos una familia pequeña, pero unida.—Y cada vez más pequeña. ¡Maldición! —dijo Ale, apretando su puño.—¿Cuándo nos entregarán el cuerpo de Magnus? —preguntó Lucía, con su voz dulce e inocente.Por extraño que fuera, deseaba hacer unas oraciones en su nombre.—¿Qué cuerpo? —preguntó Bea—. Magnus no está muerto, sólo le dio diarrea.La mala noticia que el médico había tenido que darles era el costo que tendría la atención por todos los cuidados especiales que Magnus había exigido en su precaria e incómoda situación. Era un paciente complicado y, en un hospital pequeño de pueblo, los insumos no abundaban. Sólo en
Magnus, envuelto en una manta, se acomodó en el asiento trasero del auto. Bea iba de copiloto, junto a Darío, el chofer. Luego de que Magnus recibiera el alta médica y se despedieran de la familia, partieron a la ciudad.Mientras tomara sus medicinas y siguiera las indicaciones del médico, Magnus mejoraría, aunque su expresión demacrada dijera lo contrario. Poco a poco se fue deslizando en el asiento y acabó acostado. Anhelaba estar en su cama, descansando en la seguridad de sus impecables sábanas.Se durmió pensando en las aves y en lo perfectas que debían ser sus vidas mientras estaban dentro de su cascarón. 〜✿〜Bea terminó de poner las sábanas de Magnus en la cama, sus fundas en las almohadas y él se acostó. Nuevamente estaban en la habitación de un hotel.—Yo dormiré en el sillón —dijo ella—. No quiero que me contagies tus bacterias.Magnus le sonrió de mala gana. Era una cínica desvergonzada de lo peor. —Quiero dormir, no hagas ruido —pidió él
Bea guardó el vestido de novia en la caja y la tapó. El nudo que tenía en la garganta era tan grande que, por instantes, no pudo respirar.—No habrá que preocuparse de organizar nada, el infeliz del abuelo se encargó de todo —dijo Magnus.—¿Será hoy? ¿Y las pruebas?—Supongo que las superamos todas.—¿Y tus tías? ¿Y mi mamá? ¿Ellas saben?Magnus le mostró el mensaje que el abogado le había enviado al momento de la llegada de los paquetes. A la familia se le había encargado otra tarea. En la casona de las montañas, el ambiente era muy ajetreado. Un camión había llegado y de él, varios hombres descargaban muebles y artículos de decoración que llevaban al tercer piso.—Ahora entiendo por qué papá hizo que Magnus saliera. Habría enloquecido con tanta gente yendo y viniendo, con el polvo que hay en el aire, con el ruido —decía Elena. Andaba con un trapero limpiando detrás de los trabajadores.—Deja que la servidumbre se encargue de eso —dijo Agustina—. Iré a vigilar que esos hombres no v
Vestido con el elegante traje de novio que le habían dado y completando el atuendo con sus guantes negros, Magnus entró al salón y avanzó por la alfombra roja que lo llevaría al altar.Los arreglos florales y sus esencias inundaban el lugar y se le revolvió el estómago. A flores olían los funerales, así era en la familia Grandón, así estaba en sus memorias. Y este evento sería el anticipo del funeral de Magnus.—Se supone que yo debía llegar primero —le reclamó a Bea.Esperando frente a la mesa, la mujer se había esmerado bastante en lucir impecable. Parecía un ser humano decente, limpio e inmaculado entre tantos velos blancos.—Da igual. Quiero que esta farsa acabe pronto —dijo Bea.Además de ellos, los únicos en el salón eran la jueza, el abogado y un tipo en el rincón encargado de la música.La jueza los saludó y dio inicio a la ceremonia.—El matrimonio, como institución, es la base de la sociedad civilizada. En su seno confluyen tanto las responsabilidades de fundar una familia c
Ale se removió en la cama. Estiró el brazo para alcanzar su teléfono.—¡No puede ser! Son las ocho y media. Le dije a Bea que iría por ella a las seis.—Dile que estuviste haciendo mucho ejercicio y que te quedaste dormido —sugirió Lucía—. Es la verdad después de todo. Ale la llamó. Bea no contestó.—Tal vez se enfadó. Ya es tarde, mañana intentaré hablar con ella. —Se acomodó junto a Lucía para seguir durmiendo.—Intenta dándole chocolates y de paso compras unos para mí también.—Eso haré, preciosa. Mañana el compromiso de Bea y Magnus se acabará y será tu turno de brillar. 〜✿〜Bea se despertó a las tres de la tarde. Todavía llevaba el vestido de novia puesto.No hubo rastros de Magnus hasta que llegó minutos después. Vestía traje y corbata.—Por favor, date un baño y cámbiate. Este lugar apesta a champagne y encierro.Abrió las ventanas. Bea seguía sentada en la cama, algo aturdida.—¡¿Te vomitaste encima?!Ella tenía el vestido sucio a la
—Ya son las diez, apaga la luz.Bea obedeció las palabras de Magnus desde el sofá cama que le había conseguido al otro extremo de la habitación. Incluso el hombre había instalado un biombo en el medio, para no tener que verla.Bea cerró los ojos. No estaba acostumbrada a dormirse tan temprano, mucho menos con tantas ideas en su cabeza y la sensación de los labios de Ale todavía sobre los suyos. Vaya beso le había dado, jamás la habían besado con tanta pasión y maestría. El hombre era un experto, que hasta había logrado revivir a los dinosaurios con su talentosa boca.Y Bea era fanática del cine, había visto todas las películas de Jurassic park y sabía perfectamente lo que ocurría cuando alguien revivía a los dinosaurios.—¿Magnus? ¿Magnus, estás despierto?—Sí.—¿Estabas despierto o te desperté?—Da igual, ¿qué quieres?—No puedo dormir.—¿Y por qué me lo dices? ¿Qué esperas que haga?—No acostumbro a ir tan temprano a la cama y no tengo sueño. ¿Puedo abrir la ventana? Tal vez el aire
—¿Debería usar la corbata azul o la gris? —preguntó Ale.—La gris —dijo Lucía—. Me recuerda a esa película que vimos hace tiempo. —¿La de los mafiosos?—¡No! La del tipo que ataba a la chica con la corbata. Yo también quiero jugar a eso, Ale.—Tal vez después de la cena, cuando celebremos mi nombramiento como CEO de empresas Grandón.Lucía lo abrazó y giraron, brincando entre risitas.—Era de esperarse de alguien como el abuelo, martiriza a Magnus y a mí me premia. Te conté que para una navidad, a Magnus le llenó la ropa de polvo picapica mientras la mía la llenaba de billetes. Billetes gordos en cada bolsillo, fue maravilloso.—Pobrecillo Magnus.—Tiene muchas historias divertidas para contarle a sus nietos, si es que algún día logra tener hijos. ¿Crees que así me veo como un CEO? —preguntó, arqueando una ceja.—Te ves como un actor de cine.—¿Uno que interpreta a un hombre joven, guapo y millonario, que tiene todo lo que quiere?—Tú siempre te has visto así, Ale, por eso empecé a s
Descubierta en su desdicha, el llanto de Bea se volvió más intenso. Magnus no supo qué decirle, sospechaba que ya había hablado lo suficiente. La envolvió bien en su chaqueta y la aferró. No era un abrazo, él intentaba llevársela antes de que alguien más la viera y le preguntara el porqué de su llanto. No quería dar explicaciones. Bea se le refugió en el pecho y tuvo escalofríos. El reflejo natural de su cuerpo era apartar a cualquiera que se acercara tanto y ella no era la excepción. Se aseguró de que la chaqueta le sirviera de barrera y le dejó las manos dentro de ella, así no lo tocaría. Ni intento hizo Bea de moverse, sólo le apoyó la cabeza en el pecho.Temblaba igual que en la cabaña, pero esta vez no era de frío. De todos modos, Magnus la abrazó como si su vida dependiera de ello, tal como entonces.—Vámonos de aquí —le susurró, encaminándose a los estacionamientos.En el auto ella no se apartó de él. Poco a poco el llanto fue menguando en el acogedor espacio y Bea incluso se