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XXIV Cuidado con los tiburones

Descubierta en su desdicha, el llanto de Bea se volvió más intenso. Magnus no supo qué decirle, sospechaba que ya había hablado lo suficiente. La envolvió bien en su chaqueta y la aferró. No era un abrazo, él intentaba llevársela antes de que alguien más la viera y le preguntara el porqué de su llanto. No quería dar explicaciones.

Bea se le refugió en el pecho y tuvo escalofríos. El reflejo natural de su cuerpo era apartar a cualquiera que se acercara tanto y ella no era la excepción. Se aseguró de que la chaqueta le sirviera de barrera y le dejó las manos dentro de ella, así no lo tocaría. Ni intento hizo Bea de moverse, sólo le apoyó la cabeza en el pecho.

Temblaba igual que en la cabaña, pero esta vez no era de frío. De todos modos, Magnus la abrazó como si su vida dependiera de ello, tal como entonces.

—Vámonos de aquí —le susurró, encaminándose a los estacionamientos.

En el auto ella no se apartó de él. Poco a poco el llanto fue menguando en el acogedor espacio y Bea incluso se
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