XXVI Mala influencia

"Te necesito", le había dicho Magnus. Era la segunda vez que un Grandón le decía aquello. La primera vez fue Ale para pedirle que se casara con Magnus, una decepción que se sintió como una patada en el vientre.

Ella no estaba enamorada de Magnus, por muy cómoda que se sintiera entre sus brazos, por muy guapo que le pareciera a la luz de la luna, por muy rico que fuera el bamboleo del agua, que la llevaba a pegarse a su cuerpo a intervalos regulares, por muchas ganas que tuviera de besarlo como correspondía, sin hocicazos. No, no estaba enamorada. Todavía.

Esta vez iba a mantener la cabeza fría, sí señor. No iba a ilusionarse tan fácilmente.

—¿Me necesitas?

—Sí —jadeó él, viéndola como un náufrago a la tierra firme, como un hambriento a una mesa llena de comida, como un ratón a un oloroso trozo de queso.

¿Cómo evitar ilusionarse ante esa mirada?

Bea tragó saliva. Magnus la imitó y suspiró. ¡Vaya suspiro! De pronto la hizo desear oírlo gemir. ¿Se oiría tan agradable? ¿Tan irresistible?

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