Cuando Edmund llegó a la mansión luego del evento social, descubrió que Samantha lo esperaba hecha un mar de lágrimas.
—¿Qué sucedió? —preguntó severo.
Claire, a su lado, la observó con soberbia. Nunca le gustó que Samantha estuviera en esa casa ni compartiera con su hija por sus orígenes maternos humildes.
—Fernand me traicionó con otra mujer.
Edmund se irguió, incómodo, y Claire arqueó las cejas con asombro.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque lo encontré teniendo sexo en el salón con ella y me confesó que está embarazada.
Ambos se impactaron, pero Claire, además, se angustió y corrió a las escaleras para ir a la habitación de su hija. Sospechaba que Elaine estaba involucrada en aquel hecho.
—No sé lo que habrá sucedido, pero te prohíbo decir algo fuera del entorno familiar.
Samantha se impactó por sus palabras. ¿Acaso su padre ya sabía sobre la traición de su prometido y su futura hermanastra?
—Fernand me engaña desde hace tiempo. Para que su amante esté embarazada deben estar juntos desde hace mucho, pero igual iba a casarse conmigo.
—¡No te refieras a Elaine como una amante, es una niña de buena cuna! —la regañó, recordándole que los Combs, la familia de Elaine, era una de las más poderosas de todo Seattle.
—¡Papá, me traicionaron! —expuso indignada y con lágrimas en los ojos— ¡Íbamos a casarnos en pocos meses! ¡Tú arreglaste esa boda!
—Si Fernand se buscó a otra es porque no le diste lo suficiente. Ahora debemos enmendar este asunto de la forma más discreta posible para que Elaine no salga afectada.
Samantha retrocedió un paso y se sostuvo la cabeza con ambas manos, sorprendida por lo que decía su padre.
—¡¿Solo te importa ella, no mi sufrimiento?!
—¡No seas exagerada y deja el drama! No eres la primera mujer a la que su prometido la deja por no ser complaciente. Además, ustedes se conocen desde hace poco, es imposible que te hayas enamorado.
Su acusación le heló la sangre. Si antes odiaba a Edmund por su falta de cariño hacia ella, ahora su desprecio era mayor. No podía creer que fuese un hombre tan frío y despiadado.
—Esto haremos —dijo—. Mañana anunciaremos en los medios que el compromiso entre ustedes se rompió por incompatibilidad de caracteres y daremos un par de semanas de tiempo antes de hacer pública la relación entre Fernand y Elaine, así como su embarazo.
Samantha se tapó la boca con las dos manos, impactada.
—Me voy —aseguró y se dirigió con rapidez a las escaleras.
—¡¿A dónde vas?! —preguntó Edmund molesto.
—¡¿Qué te importa?! —respondió ella mientras subía de dos en dos los escalones y las lágrimas corrían por sus mejillas.
—¡No se te ocurra hacer un escándalo de esto, Samantha! ¡Te haré pedazos si te atreves!
Al llegar a su habitación, ella enseguida abrió el clóset y tomó un bolso para meter varias de sus pertenencias. Necesitaba irse de allí.
Aunque Edmund había tenido a muchas amantes, ella era su única hija. Una a la que él había despreciado porque su madre era una prostituta. Sin embargo, el padre de él lo había obligado a reconocerla.
Por mucho tiempo la tuvo lejos, hasta que la necesitó para fortalecer los negocios que había iniciado con la familia Wesley. La embaucó con falsas promesas de pagarle estudios avanzados en administración si aceptaba, la carrera en la que se había graduado, y la llevó a la mansión para intentar hacer de ella una dama.
Samantha lo aceptó porque se encontraba en un momento confuso en que no comprendía qué hacer con su vida.
Le costaba conseguir un empleo en su carrera, solo simples trabajos de camarera en bares o restaurantes, y la miseria en la que vivía con su madre ya no podía soportarla. Sobre todo, porque la mujer también la trataba con desprecio, ya que, al tener un título universitario, Edmund había dejado de pasarle dinero para su manutención.
Además, pensó que aquella oportunidad la acercaría a su padre y mejoraría la relación entre ellos, algo que desde niña había deseado, pero no fue así.
Edmund lo único que quería era convertirla en una moneda de cambio.
Al no tener dinero ni un lugar a dónde ir, al salir de la mansión se comunicó con su medio hermano menor Michael, un chico de dieciséis años que vivía con su madre. El joven la ayudó a entrar a escondidas en la casa sin que la mujer se enterara.
Si lo hacía, la echaría a patadas sin importar la hora ni las condiciones.
***
En la mansión Muller, Edmund discutía con Fernand.
—¡¿Puedes ser más idiota?!
—¡Pensé que Samantha no saldría de su habitación!
—¡Samantha siempre hace estupideces, no puedes confiar en su criterio!
Fernand se sentó con abatimiento en un sofá.
—Además, embarazaste a Elaine sin siquiera romper el compromiso con Samantha —le reprochó—. Hiciste todo mal, de nada sirvieron las horas que invertí trazando nuevos planes contigo cuando me dijiste que preferías a Elaine que a Samantha, a pesar de ser tan infantil.
—Me dijiste que ese compromiso se cancelaría pronto, pero pasaba el tiempo y nada sucedía. Me cansé de esperar y debía asegurar mi futuro. Si no conquistaba a Elaine, otro lo haría. Su padre le dejó mucho dinero al morir, había varios rondándola.
—¡Imbécil! —lo reprendió—. Ahora has creado un gran problema. Claire podría irse lejos con su hija para evitar que manchen su nombre, así perdemos los dos. Y si llegas a dañar mis planes de boda con la viuda millonaria —habló con amenaza y lo señaló con un dedo—, te arrancaré la cabeza y sabes que hablo de manera literal.
Ambos hombres se miraron con claros desafíos.
—Claire no podrá llevársela a ningún lado. Elaine está enamorada de mí, no dejará que nos separen. La convencí de mostrarse firme frente a su madre si se lo proponía.
—Quizás puedas manipular a esa niña porque tiene cero personalidad, pero si Samantha llega a hacer un escándalo nos complicará las cosas. Sabes que ella es difícil de controlar.
Fernand apretó las manos en fuertes puños.
—Me encargaré de Samantha —aseguró, poniéndose de pie—. Me ocuparé esta misma noche de ella. Como ya no sirve ni para tus planes ni para los míos y lo que representa es un estorbo, la eliminaré.
—¡Cállate, imbécil! —lo regañó Edmund y lanzó una mirada precavida hacia la puerta para asegurarse que Claire no se encontrara cerca—. Haz lo que tengas que hacer, pero de forma discreta. Mañana debo reunirme con el maldito León y buscar alguna manera de dominar a esa fiera. No podré encargarme de Samantha ni de los problemas que vayas a crear.
—No te preocupes, seré discreto. Estoy seguro que Samantha fue a la casa de su madre, no tiene otro sitio donde refugiarse. Aunque no sospecha que ese lugar es ahora el sitio más peligroso para ella —aseguró y se dirigió a la puerta mientras sacaba su teléfono móvil del bolsillo de su pantalón.
Samantha se ocultó en la habitación de su hermano para pasar allí la noche y en la mañana buscar otro sitio dónde quedarse. No quería tener problemas con Silvia, su madre.—¿Irás con Jenny? —preguntó el chico en referencia a la mejor amiga de su hermana.—No puedo, le causaría problemas. A su abuelo no le gusta que ella lleve visitas a su casa.—¿Entonces?—No sé. Buscaré dinero para alquilar alguna habitación.—Puedo hablar con el Topo para que te haga un préstamo.—¡No! —dijo con firmeza, aunque con voz baja para que no la escuchara ni su madre ni el novio de esta, quienes debían estar durmiendo a dos habitaciones de distancia—. No quiero deberle nada a ese delincuente y te he pedido muchas veces que te alejes de él.—Es mi mejor amigo —respondió el chico ceñudo.—Es un vendedor de drogas. Aunque haya sido tu mejor amigo en la primaria, ahora no es el mismo. Te meterás en problemas por su culpa.El joven comprimió el rostro en una mueca de desagrado, pero no pudieron continuar porqu
Esa misma tarde, Edmund recibió una visita. Samantha y él aún no habían terminado de hablar sobre la dura sentencia que le imponían cuando apareció en la casa Robert Lennox, «el León».Robert era uno de los socios más importantes del hombre y a quien apodaban de esa manera por el símbolo que poseía el logo de su empresa: el rostro de un león de mirada salvaje y despiadada.Samantha enseguida se llevó una mano al rostro para secar sus lágrimas y se puso de pie cuando su padre lo hizo.Un hombre alto, vestido de manera elegante con un traje blanco sin corbata, entró en la sala. Sus cabellos castaños claros refulgieron como el oro al pasar junto a los rayos del sol que entraban por la ventana, cegándola por un momento.Al estar junto a ellos, pudo apreciarlo mejor. Tenía hombros anchos y cuerpo ejercitado, su piel estaba bronceada y su rostro era anguloso, con una barba de tres días marcando su mandíbula.Sus cabellos formaban rizos suaves en la parte superior, que caían sobre su frente
Una semana después, Robert Lennox regresó de Texas. Edmund ya tenía todo preparado para realizar la boda, sería un matrimonio civil que se llevaría a cabo en su mansión.En la prensa se había anunciado el evento en medio de un escándalo, donde Samantha había sido la más perjudicada. Al inicio dijeron que ella había engañado a Fernand Wesley con el León, por eso Fernand rompió el compromiso y se refugió en la casa que su familia tenía en el lujoso barrio de Leschi.Las Combs lo cuidaron por estar solo, ya que todos los Wesley se encontraban en Europa. Gracias a ese compartir él se había enamorado de Elaine Combs, anunciando desde ya un pronto matrimonio.Pero ellos estaban furiosos debido a que ningún medio de comunicación se interesaba en su romántica y resiliente historia. Todos estaban enfocados en el León y en la mujer que había sido capaz de atraer la atención de aquel silencioso y misterioso hombre de negocios.Robert Lennox tenía una historia oscura y desconocida que se debatía
La boda fue un momento de gran tensión. El funcionario que leía el acta de matrimonio se equivocaba a cada tanto, los nervios le producían carraspera.Samantha estaba tan inquieta que no atendía para nada su alocución, lo que hacía era repasar con ansiedad lo que sucedía esperando que en cualquier momento se produjese una pelea, o un estallido que acabara con aquel decadente espectáculo.Observaba con disimulo a Robert, quien estaba parado a su lado. Buscaba conocerlo al analizar sus reacciones, pero él se mantenía imperturbable. Paseaba su mirada severa y desconfiada entre los invitados como si vigilara los movimientos de cada uno.Edmund se encontraba al otro lado de ella, inmóvil, como un carcelero. Dispuesto a retenerla con violencia si se le ocurría escapar. Junto a él estaban las Combs, cuchucheando por lo bajo y dirigiendo miradas críticas hacia Samantha, y Fernand Wesley, que no paraba de sonreír con burla como si supiese que pronto ocurriría algo bochornoso que rompería la ten
Samantha se quedó toda la noche junto a Robert. Él mantenía a raya las burlas que pretendía dirigirle Fernand Wesley y las Combs, así como el acoso de Johan.Edmund lanzaba ocasionales miradas de desprecio hacia ellos, aunque se mantenía apartado. Hablaba con los funcionarios de la Alcaldía que habían oficiado la boda.En una oportunidad, el móvil de Robert comenzó a repicar y él tuvo que alejarse hacia una ventana para responder la llamada. De esa forma dejó a su nueva esposa sin ningún tipo de protección.—Señora Lennox, felicidades. —La voz cargada de advertencias de Johan la estremeció. Ella lo miró alerta—. Recuerdas cada una de las solicitudes que te dio Edmund, ¿cierto?Sus palabras la inquietaron. Lanzó una ojeada hacia el León, pero él estaba de espaldas hablando por móvil.—Sé buena chica, Samantha —continuó Johan—. Si lo haces bien, podrás librarte de esta obligación en dos o cuatro semanas. Una vez que tu padre tenga toda la información que necesita, asegurará tu libertad
Samantha quedó paralizada a pocos pasos de la puerta de la habitación para apreciarla a gusto. Le habían dado una para ella sola. Grande, lujosa y llena de comodidades.Sonrió fascinada y corrió hacia la ventana abriendo la cortina. Las vistas hacia los jardines del patio trasero y el mar eran asombrosas. Aunque pronto recordó la boda, la cercana presencia del León, las órdenes dadas por su padre y la condena que recaía sobre su hermano y sobre ella.La seriedad de nuevo invadió su semblante, así que cerró la cortina y se dirigió de hombros caídos hacia las maletas que habían dejado junto a la cama. Se quitaría el vestido de novia y se pondría cómoda para comenzar a enfrentar su desdichada vida.Puso una de las maletas sobre el colchón y la abrió. La sorpresa la dejó inmóvil unos segundos.—Nooo —exclamó molesta y revolvió las prendas allí guardadas. Ninguna le pertenecía.Tomó un vestido y lo estiró frente a su cara. Era una prenda ajustada, corta y con aberturas por todos lados. La
Luego de descargar todas sus amargas emociones con el llanto, Samantha se quitó el vestido de novia y se puso un camisón de los guardados en el clóset. Estaba tan cansada que se quedó dormida casi enseguida.Al despertar, no solo descubrió que habían limpiado su habitación, llevándose la fea ropa que le había enviado su padre y los restos del adorno roto, sino que dejaron un par de vestidos decentes sobre un sillón.Se levantó enseguida para revisarlos. Eran vestidos elegantes, del tipo que solían usar las mujeres adineradas con las que salía Edmund, como Claire Combs. No eran su estilo y la talla era un poco grande, pero le quedarían mejor que las prendas de prostituta que le había enviado.Se metió al baño y se dio una rápida ducha ataviándose con uno de los trajes, un vestido sencillo color crema con escote tipo barco y falda plisada. Se ató su larga cabellera oscura en una cola de caballo y salió de la habitación sin maquillarse.Tenía hambre. El día anterior había comido muy poco
Samantha se sentó en el borde de la cama frente a Robert e intentó mirarlo con la misma intensidad con que él lo hacía, aunque no podía disimular su nerviosismo.—¿Qué quieres?Él alzó los hombros con indiferencia.—Compartir un tiempo a solas con mi esposa. ¿No puedo?Ella se mordió los labios para controlar su ansiedad.Debía reconocer que aquel hombre era hermoso. Su atractivo no pasaba desapercibido para nadie. En el centro comercial había notado como las mujeres lo veían con interés, incluso, hombres. Su postura segura y determinada lo hacía llamativo.—Gracias por todas las compras —agradeció con sinceridad.—Quiero que estés cómoda y tranquila, y que Edmund deje de tener influencias sobre ti.—¿Por qué? —quiso saber, confusa—. Este no es un matrimonio real.—Claro que lo es. Los funcionarios que viste en la casa de tu padre eran muy reales.—Pero todo fue acordado. Nosotros ni siquiera nos conocemos, solo es un negocio.—Si vamos a vivir bajo el mismo techo, quiero que lo hagam