Una semana después, Robert Lennox regresó de Texas. Edmund ya tenía todo preparado para realizar la boda, sería un matrimonio civil que se llevaría a cabo en su mansión.
En la prensa se había anunciado el evento en medio de un escándalo, donde Samantha había sido la más perjudicada. Al inicio dijeron que ella había engañado a Fernand Wesley con el León, por eso Fernand rompió el compromiso y se refugió en la casa que su familia tenía en el lujoso barrio de Leschi.
Las Combs lo cuidaron por estar solo, ya que todos los Wesley se encontraban en Europa. Gracias a ese compartir él se había enamorado de Elaine Combs, anunciando desde ya un pronto matrimonio.
Pero ellos estaban furiosos debido a que ningún medio de comunicación se interesaba en su romántica y resiliente historia. Todos estaban enfocados en el León y en la mujer que había sido capaz de atraer la atención de aquel silencioso y misterioso hombre de negocios.
Robert Lennox tenía una historia oscura y desconocida que se debatía con interés hasta en las redes sociales, pero Samantha no prestaba atención a nada de lo que se decía. Decidió no ver las noticias ni leer los comentarios que se hacían de ella o de su futuro esposo.
Ya había descubierto que algunos la tildaban de prostituta, que desempeñaba un trabajo similar al de su madre aunque aprovechando las conexiones de su padre en la alta sociedad para ganar clientes de lujo, como el León.
Otros la llamaban oportunista. Decían que solo estaba detrás de la incalculable fortuna de los Lennox, quienes eran dueños de importantes empresas dedicadas a la construcción y resultaba tres veces superior a la de los Wesley.
De estos últimos se rumoreaba que habían quedado en la ruina, por eso se había mudado a Europa y vendían sus propiedades en Estados Unidos.
Ya estaba harta de que desconocidos la insultaran sin conocerla y se inventaran historias para justificar sus acciones, sin saber que ella no tenía libertad de actuar ni opinar, porque siempre estaba «cancelando una deuda» con su padre y debía obedecer.
De lo único que se ocupaba, era que su padre cumpliera con su parte del trato e interviniera por su hermano ante la policía. En ocasiones se reunía con el abogado que Edmund había puesto al frente del caso, para conocer los pasos que daba.
También se comunicaba con su amiga Jenny, quien intentaba ayudarla ubicando al chico al preguntar a sus amigos delincuentes, sin obtener respuestas.
Eso la tenía preocupada. Tenía miedo de que los Harkes lo consiguieran primero y lo lastimaran, como venganza por la muerte de Colin. O lo llevaran directamente a una prisión de máxima seguridad como pretendieron hacer con ella, donde conocidos de los Harkes se encargarían de darle un duro escarmiento.
Por culpa de sus angustias no prestó atención a nada referente a la boda, ni al escándalo que se producía en la prensa y las redes sociales. Cuando llegó el día, ella lo único que sintió fue rabia.
A pesar de haber pensado mucho sobre el tema, nunca halló soluciones para escapar de aquella obligación. Si lo hacía se perderían las gestiones en beneficio de su hermano en la policía y él quedaría por siempre como un prófugo.
Además, a ella la encerrarían enseguida en una celda, para sufrir por los maltratos que los allegados de los Harkes podían propinarle. No tendrían compasión.
Una empleada dejó sobre su cama el vestido que Edmund había pedido por internet para esa noche, un traje de novia de muss con encaje y pedrería y falda acampanada.
Samantha miró aquella bella pieza con pesar y acarició su suave tela. Para cualquier mujer podría significar un símbolo de felicidad, pero para ella resultaba la imagen de su condena. Como si estuviese confeccionado por pesadas cadenas de hierro que la apresarían por siempre.
Luego de un suspiro de resignación, se preparó para su funeral, porque así veía ese matrimonio. Una vez estuvo lista, bajó al salón.
Pensó en confirmar con alguien del servicio si el novio ya había llegado y dónde se encontraba, para así evitar tropezar con él por eso de que «el novio no podía ver a la novia antes de la boda ya que les daría mala suerte».
Su suerte ya estaba echada y era de las peores. Así que se saltó los protocolos de las bodas y bajó hasta el salón. Quedó paralizada al toparse en el vestíbulo con Robert Lennox, quien hablaba en susurros con un hombre delgado de mediana edad.
Al verla, él se calló y se irguió para observarla con atención. Pareció sorprendido.
En ese momento Samantha no era la mujer sucia y demacrada que recién había salido de la comisaría, con los ojos hinchados de tanto llorar y lágrimas de pena y temores marcando sus mejillas. Ahora estaba bañada, maquillada y vestida con un traje costoso.
La mirada clara y voraz del hombre la repasó de pies a cabeza con total descaro, sin perder detalle de su cintura estrecha, de sus senos abultados y de su rostro iracundo, aunque bellamente resaltado por el maquillaje y el peinado.
Él iba vestido con un traje gris plomo cortado a la medida, sin corbata y dejando los primeros botones de su camisa abiertos. De esa forma ella pudo apreciar de nuevo la cadena gruesa que colgaba de su cuello y ostentaba como dije un anillo de bodas, que por alguna razón, parecía lanzarle claras advertencias.
Ella disimuló con un semblante de fastidio lo fascinada que había quedado con el porte atractivo de ese hombre. Robert Lennox era imponente y seductor, capaz de acaparar todas las miradas y arrancar suspiros, pero los de ella debían estar bien ocultos, o quedaría a merced de sus enemigos.
Caminó hacia él como si aquel fuese un día cualquiera, notando que el León estaba custodiado por varios guardias de seguridad que se encontraban apostados en los alrededores y seguían cada uno de sus movimientos con recelo.
Entrelazó sus manos en la espalda y alzó el mentón con altanería.
—Sí, estoy perfumada y mejor vestida. Parezco otra persona, ¿cierto? —le preguntó con ironía para provocarlo.
Él entrecerró los ojos como si pretendiera reprocharle algo, pero ella lo ignoró y siguió en dirección al salón donde se hallaba su padre.
Cuando pasó por su lado, él la retuvo al sostenerla de un brazo.
—No me obligues a ser prepotente y arrogante contigo, Samantha Muller, porque puedo llegar a ser bastante desagradable.
Ella intentó dirigirle una mirada crispada y amenazante, pero las lágrimas de ansiedad la delataron al empapar sus pupilas.
Sin embargo, con rudeza se liberó de su agarre antes de seguir su camino.
Aquel era un terrible comienzo para un matrimonio, aunque Samantha entendió que así era todo en su vida: una constante guerra.
La boda fue un momento de gran tensión. El funcionario que leía el acta de matrimonio se equivocaba a cada tanto, los nervios le producían carraspera.Samantha estaba tan inquieta que no atendía para nada su alocución, lo que hacía era repasar con ansiedad lo que sucedía esperando que en cualquier momento se produjese una pelea, o un estallido que acabara con aquel decadente espectáculo.Observaba con disimulo a Robert, quien estaba parado a su lado. Buscaba conocerlo al analizar sus reacciones, pero él se mantenía imperturbable. Paseaba su mirada severa y desconfiada entre los invitados como si vigilara los movimientos de cada uno.Edmund se encontraba al otro lado de ella, inmóvil, como un carcelero. Dispuesto a retenerla con violencia si se le ocurría escapar. Junto a él estaban las Combs, cuchucheando por lo bajo y dirigiendo miradas críticas hacia Samantha, y Fernand Wesley, que no paraba de sonreír con burla como si supiese que pronto ocurriría algo bochornoso que rompería la ten
Samantha se quedó toda la noche junto a Robert. Él mantenía a raya las burlas que pretendía dirigirle Fernand Wesley y las Combs, así como el acoso de Johan.Edmund lanzaba ocasionales miradas de desprecio hacia ellos, aunque se mantenía apartado. Hablaba con los funcionarios de la Alcaldía que habían oficiado la boda.En una oportunidad, el móvil de Robert comenzó a repicar y él tuvo que alejarse hacia una ventana para responder la llamada. De esa forma dejó a su nueva esposa sin ningún tipo de protección.—Señora Lennox, felicidades. —La voz cargada de advertencias de Johan la estremeció. Ella lo miró alerta—. Recuerdas cada una de las solicitudes que te dio Edmund, ¿cierto?Sus palabras la inquietaron. Lanzó una ojeada hacia el León, pero él estaba de espaldas hablando por móvil.—Sé buena chica, Samantha —continuó Johan—. Si lo haces bien, podrás librarte de esta obligación en dos o cuatro semanas. Una vez que tu padre tenga toda la información que necesita, asegurará tu libertad
Samantha quedó paralizada a pocos pasos de la puerta de la habitación para apreciarla a gusto. Le habían dado una para ella sola. Grande, lujosa y llena de comodidades.Sonrió fascinada y corrió hacia la ventana abriendo la cortina. Las vistas hacia los jardines del patio trasero y el mar eran asombrosas. Aunque pronto recordó la boda, la cercana presencia del León, las órdenes dadas por su padre y la condena que recaía sobre su hermano y sobre ella.La seriedad de nuevo invadió su semblante, así que cerró la cortina y se dirigió de hombros caídos hacia las maletas que habían dejado junto a la cama. Se quitaría el vestido de novia y se pondría cómoda para comenzar a enfrentar su desdichada vida.Puso una de las maletas sobre el colchón y la abrió. La sorpresa la dejó inmóvil unos segundos.—Nooo —exclamó molesta y revolvió las prendas allí guardadas. Ninguna le pertenecía.Tomó un vestido y lo estiró frente a su cara. Era una prenda ajustada, corta y con aberturas por todos lados. La
Luego de descargar todas sus amargas emociones con el llanto, Samantha se quitó el vestido de novia y se puso un camisón de los guardados en el clóset. Estaba tan cansada que se quedó dormida casi enseguida.Al despertar, no solo descubrió que habían limpiado su habitación, llevándose la fea ropa que le había enviado su padre y los restos del adorno roto, sino que dejaron un par de vestidos decentes sobre un sillón.Se levantó enseguida para revisarlos. Eran vestidos elegantes, del tipo que solían usar las mujeres adineradas con las que salía Edmund, como Claire Combs. No eran su estilo y la talla era un poco grande, pero le quedarían mejor que las prendas de prostituta que le había enviado.Se metió al baño y se dio una rápida ducha ataviándose con uno de los trajes, un vestido sencillo color crema con escote tipo barco y falda plisada. Se ató su larga cabellera oscura en una cola de caballo y salió de la habitación sin maquillarse.Tenía hambre. El día anterior había comido muy poco
Samantha se sentó en el borde de la cama frente a Robert e intentó mirarlo con la misma intensidad con que él lo hacía, aunque no podía disimular su nerviosismo.—¿Qué quieres?Él alzó los hombros con indiferencia.—Compartir un tiempo a solas con mi esposa. ¿No puedo?Ella se mordió los labios para controlar su ansiedad.Debía reconocer que aquel hombre era hermoso. Su atractivo no pasaba desapercibido para nadie. En el centro comercial había notado como las mujeres lo veían con interés, incluso, hombres. Su postura segura y determinada lo hacía llamativo.—Gracias por todas las compras —agradeció con sinceridad.—Quiero que estés cómoda y tranquila, y que Edmund deje de tener influencias sobre ti.—¿Por qué? —quiso saber, confusa—. Este no es un matrimonio real.—Claro que lo es. Los funcionarios que viste en la casa de tu padre eran muy reales.—Pero todo fue acordado. Nosotros ni siquiera nos conocemos, solo es un negocio.—Si vamos a vivir bajo el mismo techo, quiero que lo hagam
Samantha no volvió a ver al León esa noche. Al bajar al comedor para la cena, Morrigan, el mayordomo, le informó que él no iría a comer. Estaba encerrado en su despacho ocupándose de unos asuntos de trabajo.Esa noticia terminó de partirle el corazón. Supuso que el hombre se aislaba para no tener nada que ver con ella, molesto por el mal sexo que le había ofrecido.Era una novata en eso, no sabía qué hacer ni cómo moverse para darle placer. Solo se quedó quieta, lo dejó actuar según sus preferencias sin dar su opinión.Robert Lennox era un hombre poderoso, rico y muy atractivo, podía tener a cualquier mujer a su lado, a amantes expertas que lo hicieran despegar los pies de la tierra. Sin embargo, la había elegido a ella.—Es obvio que te quiere solo para fastidiar a Edmund —se dijo frente al espejo, cuando se arreglaba para bajar a desayunar.¿Estaría el León en el comedor? ¿O volvería a dejarla sola?Samantha salió de su habitación resignada, aquello era lo mejor que sabía hacer. La
Cuando el León se marchó de la mansión, Samantha sintió una extraña sensación en el pecho. Al mirar desde una ventana al Aston Martin alejarse, experimentó una desconcertante mezcla de alivio y pesar.Por un lado estaba alegre al tener la casa para ella sola y moverse a sus anchas, pero por otro, lo extrañaba. Su actitud silenciosa, esquiva y prepotente comenzaba a resultarle interesante.Sin embargo, decidió aprovechar el tiempo en soledad para conocer aquella enorme mansión.Se paseó por cada uno de los salones corriendo las cortinas y abriendo las ventanas. Le encantó ver como la luz del sol hacía brillar los muebles y adornos y la brisa marina inundaba los rincones impregnándolos con aroma a libertad.Apreció sin prisa las esculturas y las pinturas diseminadas en cada espacio, todas de una exquisitez impecable que hacían honor a la naturaleza. Bellos paisajes naturales estaban retratados en los cuadros, de mares y montañas, y la mayoría de las figuras expuestas eran aves. La temát
Samantha tenía los nervios deshechos, tanto por el miedo como por la rabia. Pasó todo el día encerrada en su habitación, ni siquiera salió a almorzar.Como Robert no se presentó en la casa, ella decidió comer dentro de su dormitorio, por eso Morrigan le envió una bandeja con alimentos.Estaba asustada y confusa. Los temores no la dejaban pensar con claridad.Su padre le había enviado varios mensajes recordándole su compromiso, amenazando con romper el convenio con la policía si no le enviaba pronto alguna información sobre los negocio del León.Hasta le había dado ideas de cómo sacarle información mientras tenía sexo con él y de cómo preparar bebidas alteradas con venenos caseros con los que podría hacerlo dormir por horas y así hurgar entre sus pertenencias y en su despacho.Sintió tanta repulsión que no le respondió.Al desviar su atención a los mensajes de Silvia, su madre, su aversión aumentó. Ella le exigía de manera ruda e insultante que le informara del paradero de Michael, per