Esa misma tarde, Edmund recibió una visita. Samantha y él aún no habían terminado de hablar sobre la dura sentencia que le imponían cuando apareció en la casa Robert Lennox, «el León».
Robert era uno de los socios más importantes del hombre y a quien apodaban de esa manera por el símbolo que poseía el logo de su empresa: el rostro de un león de mirada salvaje y despiadada.
Samantha enseguida se llevó una mano al rostro para secar sus lágrimas y se puso de pie cuando su padre lo hizo.
Un hombre alto, vestido de manera elegante con un traje blanco sin corbata, entró en la sala. Sus cabellos castaños claros refulgieron como el oro al pasar junto a los rayos del sol que entraban por la ventana, cegándola por un momento.
Al estar junto a ellos, pudo apreciarlo mejor. Tenía hombros anchos y cuerpo ejercitado, su piel estaba bronceada y su rostro era anguloso, con una barba de tres días marcando su mandíbula.
Sus cabellos formaban rizos suaves en la parte superior, que caían sobre su frente y se asemejaba a la melena orgullosa de un verdadero león, el depredador más temido de la selva.
Tenía los ojos de un azul tan claro que parecían de hielo y armonizaban con la mirada fría y rencorosa que dirigió hacia Edmund.
—Muller, aquí estoy. ¿Para qué me necesitas? —dijo con la mandíbula prieta, usando una voz gruesa y vibrante capaz de erizar la piel de Samantha.
Ella intentó no moverme para no llamar su atención. Su presencia la inquietó tanto como lo hacía la de su padre.
—Quería que conocieras a mi hija antes de tu viaje y así formalizáramos el compromiso.
Edmund la señaló. Su gesto hizo que Robert dirigiera su atención hacia ella.
Su mirada gélida la estremeció. El odio que trasmitían sus ojos la hizo sentir más pequeña de lo que era. Más aún, cuando la repasó de pies a cabeza con desprecio.
—¿Ella es tu hija?
La pregunta la hizo con tal repulsión que rompió algo dentro del pecho de la mujer: fragmentó su autoestima.
Cuando el hombre se irguió con altanería, la camisa de su traje, que tenía los dos primeros botones abiertos, dejó a la vista parte de su pecho bronceado y una cadena gruesa de oro de la que colgaba un anillo de bodas.
—Sí, ahora mismo estaba hablándole de ti y del acuerdo al que llegamos. Está de acuerdo con el matrimonio.
Samantha retorció sus manos para controlar los nervios. Estaba tan desecha por dentro que no tuvo fuerzas para abrir la boca y dar una opinión sobre su vida. Dejó que sus verdugos dispusieran de ella a su antojo.
—¿Las condiciones de las que hablamos se cumplirán? —consultó Robert.
—Por supuesto. Pediré que redacten hoy mismo el contrato prenupcial y que lo envíen a tu correo para que lo revises mientras estás en Texas, así podrás verificar que todas las condiciones acordadas están presentes. Cuando regreses, se realizará la boda.
Hubo silencio por unos largos minutos. Samantha huyó de la mirada de Robert Lennox al bajar el rostro mientras un par de lágrimas escapaban de sus ojos. La impotencia que le producía aquella conversación la superaba.
—Bien, haremos eso. Estaré pendiente del envío del contrato. Si no tienes otra cosa que hablar conmigo me marcharé. Mi avión sale en una hora.
—Valoro tu obediencia, Robert. Eso será positivo para nuestro negocio.
Ella apretó el ceño al escuchar lo último que Edmund le había dicho a ese hombre, usando un tono que mezclaba la burla con la amenaza. El mismo que siempre empleaba con ella para recordarle su lugar.
Por instinto, alzó la vista hacia Robert Lennox. El odio que descubrió llameando en su semblante la impresionó.
Él no era un cachorro asustado como ella, sin opciones de salvación, sino un peligroso depredador dispuesto a retar a su enemigo en su mismo terreno.
—Nos vemos en unos días, Muller —mascó Robert antes de dar media vuelta y marcharse, ignorando por completo a Samantha.
Ella se esforzó por represar las lágrimas y no seguir mostrándose vulnerable. Por eso todos la trataban con tanta frialdad, porque suponían que era débil y manipulable.
—Este es el plan, Samantha —continuó Edmund al estar solos—. Te quedarás en esta casa encerrada hasta que Robert Lennox regrese de su viaje y llevemos a cabo el matrimonio.
—¿Encerrada? ¿Por qué? —preguntó inquieta.
—Porque los Harkes, la familia de Colin, no quedaron felices con la decisión de que salieras de la comisaría sin pagar por tu crimen. Sabes muy bien que ellos son delincuentes de cuidado y están ansiosos por cobrar venganza por la muerte de su familiar. Si no quieres morir, tendrás que quedarte dentro de la mansión. No pienso ponerte un guardaespaldas.
Luego de soltarle esa información, Edmund se marchó hacia su despacho. La dejó con el miedo y la rabia extendiéndose por todo su cuerpo. Sus manos comenzaron a temblar y sintió frío. Se abrazó a su cuerpo tratando de calmarse.
No podía entrar en pánico. Para liberarse de aquella condena debía mantener el control de sus emociones y pensar con claridad.
Decidió subir a su habitación y darse un baño, el aroma a comisaría lo tenía adherido a la piel y la desconcentraba. Al llegar a las escaleras tuvo que detenerse. Claire bajaba con su hija e iban acompañadas por Fernand.
Al verse, Samantha se irguió e intentó mostrarse altiva. Claire alzó las cejas con desprecio, Elaine torció el rostro en una mueca de desagrado y Fernand sonrió con burla.
—Vaya, regresó la cómplice de un asesino.
Samantha traspasó con mirada iracunda a Fernand. Ellos se detuvieron en los últimos escalones para quedar por encima de ella.
—No sé por qué Edmund se empeñó en traerla de vuelta a la mansión. Es un peligro tenerla aquí —comentó Claire hacia el hombre como si Samantha no estuviese presente.
—Es por negocios, suegra, para algo tiene que servir su hija.
Ella apretó los puños con fiereza y respiró hondo. Buscaba sosegar el fuego de cólera que la devoraba por dentro.
—Podríamos decir que esta casa es más mía que de ustedes, porque aunque mi padre se queje de mí, soy su única hija, su heredera. En cambio ustedes… —Repasó a Claire de pies a cabeza con indiferencia—, aún no son nada.
La mujer se irguió ofendida mientras Elaine se aferraba a un brazo de ella con cara de susto. Fernand fue el único que no modificó sus facciones.
—No te des mucha pompa de heredera, porque solo recogerás migajas.
Sin borrar de su rostro la sonrisa divertida, él continuó hacia el salón. Luego de unos segundos de duda, las mujeres se apresuraron por seguirlo, lanzando miradas de desdén hacia Samantha.
Ella se mordió los labios para impedir que continuara expandiéndose en su pecho el dolor que le produjo el rechazo de esa gente.
Días atrás había estado ilusionada con la boda con Fernand, con tener pronto a una madrastra y a una hermanastra con quienes pudiera compartir y con la posibilidad de resolver sus diferencias con su padre.
Todo aquello había sido un sueño.
«Solo recogerás migajas», le había dicho el hombre. ¿Acaso Edmund lo había perdido todo y por eso tuvo que doblegarse y buscarla en comisaría?
¿Su única salida de la quiebra era negociarla con Robert Lennox al ser rechazada por Fernand Wesley?
¿Por qué Lennox aceptó ese trato?
¿Qué ganaba con aquella boda si Edmund Muller estaba arruinado?
Con una mano se sostuvo la cabeza al sentir que comenzaba a palpitarle y subió con rapidez a su habitación para darse un baño con agua caliente. Si no se relajaba iba a enfermar y ahora no podía estar débil.
Todos querían aprovecharse de ella, usarla a su antojo y no podía permitir que siguieran lastimándola. Iba a vengarse de todos ellos y a hacerles tanto daño como se lo hacían a ella.
Una semana después, Robert Lennox regresó de Texas. Edmund ya tenía todo preparado para realizar la boda, sería un matrimonio civil que se llevaría a cabo en su mansión.En la prensa se había anunciado el evento en medio de un escándalo, donde Samantha había sido la más perjudicada. Al inicio dijeron que ella había engañado a Fernand Wesley con el León, por eso Fernand rompió el compromiso y se refugió en la casa que su familia tenía en el lujoso barrio de Leschi.Las Combs lo cuidaron por estar solo, ya que todos los Wesley se encontraban en Europa. Gracias a ese compartir él se había enamorado de Elaine Combs, anunciando desde ya un pronto matrimonio.Pero ellos estaban furiosos debido a que ningún medio de comunicación se interesaba en su romántica y resiliente historia. Todos estaban enfocados en el León y en la mujer que había sido capaz de atraer la atención de aquel silencioso y misterioso hombre de negocios.Robert Lennox tenía una historia oscura y desconocida que se debatía
La boda fue un momento de gran tensión. El funcionario que leía el acta de matrimonio se equivocaba a cada tanto, los nervios le producían carraspera.Samantha estaba tan inquieta que no atendía para nada su alocución, lo que hacía era repasar con ansiedad lo que sucedía esperando que en cualquier momento se produjese una pelea, o un estallido que acabara con aquel decadente espectáculo.Observaba con disimulo a Robert, quien estaba parado a su lado. Buscaba conocerlo al analizar sus reacciones, pero él se mantenía imperturbable. Paseaba su mirada severa y desconfiada entre los invitados como si vigilara los movimientos de cada uno.Edmund se encontraba al otro lado de ella, inmóvil, como un carcelero. Dispuesto a retenerla con violencia si se le ocurría escapar. Junto a él estaban las Combs, cuchucheando por lo bajo y dirigiendo miradas críticas hacia Samantha, y Fernand Wesley, que no paraba de sonreír con burla como si supiese que pronto ocurriría algo bochornoso que rompería la ten
Samantha se quedó toda la noche junto a Robert. Él mantenía a raya las burlas que pretendía dirigirle Fernand Wesley y las Combs, así como el acoso de Johan.Edmund lanzaba ocasionales miradas de desprecio hacia ellos, aunque se mantenía apartado. Hablaba con los funcionarios de la Alcaldía que habían oficiado la boda.En una oportunidad, el móvil de Robert comenzó a repicar y él tuvo que alejarse hacia una ventana para responder la llamada. De esa forma dejó a su nueva esposa sin ningún tipo de protección.—Señora Lennox, felicidades. —La voz cargada de advertencias de Johan la estremeció. Ella lo miró alerta—. Recuerdas cada una de las solicitudes que te dio Edmund, ¿cierto?Sus palabras la inquietaron. Lanzó una ojeada hacia el León, pero él estaba de espaldas hablando por móvil.—Sé buena chica, Samantha —continuó Johan—. Si lo haces bien, podrás librarte de esta obligación en dos o cuatro semanas. Una vez que tu padre tenga toda la información que necesita, asegurará tu libertad
Samantha quedó paralizada a pocos pasos de la puerta de la habitación para apreciarla a gusto. Le habían dado una para ella sola. Grande, lujosa y llena de comodidades.Sonrió fascinada y corrió hacia la ventana abriendo la cortina. Las vistas hacia los jardines del patio trasero y el mar eran asombrosas. Aunque pronto recordó la boda, la cercana presencia del León, las órdenes dadas por su padre y la condena que recaía sobre su hermano y sobre ella.La seriedad de nuevo invadió su semblante, así que cerró la cortina y se dirigió de hombros caídos hacia las maletas que habían dejado junto a la cama. Se quitaría el vestido de novia y se pondría cómoda para comenzar a enfrentar su desdichada vida.Puso una de las maletas sobre el colchón y la abrió. La sorpresa la dejó inmóvil unos segundos.—Nooo —exclamó molesta y revolvió las prendas allí guardadas. Ninguna le pertenecía.Tomó un vestido y lo estiró frente a su cara. Era una prenda ajustada, corta y con aberturas por todos lados. La
Luego de descargar todas sus amargas emociones con el llanto, Samantha se quitó el vestido de novia y se puso un camisón de los guardados en el clóset. Estaba tan cansada que se quedó dormida casi enseguida.Al despertar, no solo descubrió que habían limpiado su habitación, llevándose la fea ropa que le había enviado su padre y los restos del adorno roto, sino que dejaron un par de vestidos decentes sobre un sillón.Se levantó enseguida para revisarlos. Eran vestidos elegantes, del tipo que solían usar las mujeres adineradas con las que salía Edmund, como Claire Combs. No eran su estilo y la talla era un poco grande, pero le quedarían mejor que las prendas de prostituta que le había enviado.Se metió al baño y se dio una rápida ducha ataviándose con uno de los trajes, un vestido sencillo color crema con escote tipo barco y falda plisada. Se ató su larga cabellera oscura en una cola de caballo y salió de la habitación sin maquillarse.Tenía hambre. El día anterior había comido muy poco
Samantha se sentó en el borde de la cama frente a Robert e intentó mirarlo con la misma intensidad con que él lo hacía, aunque no podía disimular su nerviosismo.—¿Qué quieres?Él alzó los hombros con indiferencia.—Compartir un tiempo a solas con mi esposa. ¿No puedo?Ella se mordió los labios para controlar su ansiedad.Debía reconocer que aquel hombre era hermoso. Su atractivo no pasaba desapercibido para nadie. En el centro comercial había notado como las mujeres lo veían con interés, incluso, hombres. Su postura segura y determinada lo hacía llamativo.—Gracias por todas las compras —agradeció con sinceridad.—Quiero que estés cómoda y tranquila, y que Edmund deje de tener influencias sobre ti.—¿Por qué? —quiso saber, confusa—. Este no es un matrimonio real.—Claro que lo es. Los funcionarios que viste en la casa de tu padre eran muy reales.—Pero todo fue acordado. Nosotros ni siquiera nos conocemos, solo es un negocio.—Si vamos a vivir bajo el mismo techo, quiero que lo hagam
Samantha no volvió a ver al León esa noche. Al bajar al comedor para la cena, Morrigan, el mayordomo, le informó que él no iría a comer. Estaba encerrado en su despacho ocupándose de unos asuntos de trabajo.Esa noticia terminó de partirle el corazón. Supuso que el hombre se aislaba para no tener nada que ver con ella, molesto por el mal sexo que le había ofrecido.Era una novata en eso, no sabía qué hacer ni cómo moverse para darle placer. Solo se quedó quieta, lo dejó actuar según sus preferencias sin dar su opinión.Robert Lennox era un hombre poderoso, rico y muy atractivo, podía tener a cualquier mujer a su lado, a amantes expertas que lo hicieran despegar los pies de la tierra. Sin embargo, la había elegido a ella.—Es obvio que te quiere solo para fastidiar a Edmund —se dijo frente al espejo, cuando se arreglaba para bajar a desayunar.¿Estaría el León en el comedor? ¿O volvería a dejarla sola?Samantha salió de su habitación resignada, aquello era lo mejor que sabía hacer. La
Cuando el León se marchó de la mansión, Samantha sintió una extraña sensación en el pecho. Al mirar desde una ventana al Aston Martin alejarse, experimentó una desconcertante mezcla de alivio y pesar.Por un lado estaba alegre al tener la casa para ella sola y moverse a sus anchas, pero por otro, lo extrañaba. Su actitud silenciosa, esquiva y prepotente comenzaba a resultarle interesante.Sin embargo, decidió aprovechar el tiempo en soledad para conocer aquella enorme mansión.Se paseó por cada uno de los salones corriendo las cortinas y abriendo las ventanas. Le encantó ver como la luz del sol hacía brillar los muebles y adornos y la brisa marina inundaba los rincones impregnándolos con aroma a libertad.Apreció sin prisa las esculturas y las pinturas diseminadas en cada espacio, todas de una exquisitez impecable que hacían honor a la naturaleza. Bellos paisajes naturales estaban retratados en los cuadros, de mares y montañas, y la mayoría de las figuras expuestas eran aves. La temát