La boda fue un momento de gran tensión. El funcionario que leía el acta de matrimonio se equivocaba a cada tanto, los nervios le producían carraspera.
Samantha estaba tan inquieta que no atendía para nada su alocución, lo que hacía era repasar con ansiedad lo que sucedía esperando que en cualquier momento se produjese una pelea, o un estallido que acabara con aquel decadente espectáculo.
Observaba con disimulo a Robert, quien estaba parado a su lado. Buscaba conocerlo al analizar sus reacciones, pero él se mantenía imperturbable. Paseaba su mirada severa y desconfiada entre los invitados como si vigilara los movimientos de cada uno.
Edmund se encontraba al otro lado de ella, inmóvil, como un carcelero. Dispuesto a retenerla con violencia si se le ocurría escapar. Junto a él estaban las Combs, cuchucheando por lo bajo y dirigiendo miradas críticas hacia Samantha, y Fernand Wesley, que no paraba de sonreír con burla como si supiese que pronto ocurriría algo bochornoso que rompería la tensión.
En el salón también se hallaba Johan Spencer, a quien Samantha tildaba como el «sicario» de Edmund. Un tipo contemporáneo con ella, de aspecto pendenciero y actitud amargada, que tenía una enorme cicatriz cruzando su cara desde su frente hasta la mejilla izquierda, partiendo su ceja en dos.
Ella y Johan se conocían de pequeños. Él había vivido en el barrio donde la mujer creció, siendo un chico de familia humilde. Antes de cumplir la mayoría de edad, tenía ya varias paradas en la policía y un prontuario considerable por agresión, robo con armas blancas y posesión de drogas.
Edmund lo salvó de hundirse en la cárcel, por eso terminó trabajando para él de manera exclusiva. No tenía funciones claras, aunque era capaz de todo, incluso de asesinar si se lo pidiesen.
Esa noche la función de Johan era atormentar al León. Compartía con él miradas desafiantes y se paseaba por el salón con actitud retadora.
Los guardias de seguridad de Robert no le quitaban el ojo de encima mientras los de Edmund los vigilaban a ellos. Todos tenían sus manos libres y cercanas a sus armas.
Samantha retorcía sus manos con nerviosismo. Si se desataba una balacera, ella se encontraba en el centro del salón, sería la primera en morir.
Procuró no pensar en tragedias para no sufrir de un ataque de pánico, pero cuando le tocó firmar, las lágrimas se agolparon sus ojos y su mano tembló.
Con inseguridad tomó la pluma resultándole difícil escribir su nombre.
—Señorita, por favor, sobre la línea —la regañó el funcionario, ávido por terminar. Por instinto ella apartó la pluma del acta haciendo un pequeño rayón.
El miedo estuvo a punto de dominarla ante el error cometido. Miró con terror a su padre, quien la dilapidó con sus ojos severos.
—¡Déjala en paz! —reclamó Robert con hostilidad, haciéndola sobresaltar—. Si estás apurado, márchate ya. Ella se tomará todo el tiempo que necesite para firmar.
El funcionario asintió en silencio y con la cara pálida. Samantha observó al León, descubriendo que sus ojos ahora parecían un cielo despejado, sereno y cálido, que logró serenar sus emociones.
Con un gesto de su cabeza, él la invitó a continuar, así que la mujer respiró hondo y escribió su nombre en letras pequeñas y temblorosas encima de aquel rayón.
Al terminar, dejó la pluma sobre la mesa como si esta fuese un carbón encendido y retrocedió sintiendo un nudo atarse en su estómago que le producía nauseas.
Ya estaba hecho, su sentencia había sido dictada y ella la había aceptado.
Robert enseguida tomó la pluma y trazó una rúbrica grande y elegante que opacó por completo a la de ella. La escondió bajo sus letras refinadas, que parecían un enorme depredador, mientras que las de la mujer se veían como si fuesen un cervatillo pequeñito e insignificante que terminaría siendo engullido por el gigantesco animal.
Luego de las palabras finales, el funcionario dio cierre al acto y Edmund propuso un brindis. Samantha se disculpó para ir al baño, siendo seguida por Johan.
Apenas entró, se fue en vómito, su estómago giraba como un carrusel. Ni siquiera llegó a cerrar la puerta.
Mientras recuperaba la respiración y el control de sus emociones, derramando gruesas lágrimas de pena, escuchó una discusión afuera.
—Regresa al salón —era la voz autoritaria de Robert Lennox.
—Edmund me pidió…
—Ella ahora es mi esposa. Regresa al salón.
La mujer se paralizó mientras un tenso silencio retumbaba en sus tímpanos. Sabía que aquellos dos hombres en ese momento se estaban enfrentando, como lo hacían dos animales salvajes que protegían su territorio.
Quizás, los guardias de seguridad de ambos bandos se aglomeraban junto a ellos preparados para iniciar la guerra, pero segundos después oyó pasos lentos que se alejaban. Alguno decidió rendirse.
Sintió que alguien entraba al baño, aunque solo para tomar la puerta y cerrarla y así darle intimidad. Ella lanzó una ojeada rápida por el espejo y descubrió que había sido Robert Lennox.
Al quedar sola respiró de nuevo y apoyó la espalda de la pared de azulejos mientras recuperaba la tranquilidad.
Su actual esposo le había ganado una pelea de voluntades a Johan Spencer, el «sicario», y además respetó su espacio, concediéndole privacidad en un momento vergonzoso, sin juzgarla, regañarla o burlarse de ella como solía hacer su familia.
Esa actitud la desconcertó. Jamás habían hecho algo así por ella, por eso no sabía cómo actuar.
¿Debía agradecerle? ¿O imponerse para exigirle que no la siguiera y pretendiera también controlarla?
Dejó de pensar en tonterías y se aseó con rapidez retocando su peinado. Por suerte, las lágrimas no fueron muchas y el maquillaje no quedó arruinado.
A pesar de no sentirse del todo lista, salió de allí dispuesta a seguir soportando la humillación. Pensó que estaría sola, pero encontró al León a pocos pasos del baño custodiando la entrada.
Tenía la espalda recostada de la pared y las manos metidas en los bolsillos de su pantalón. Miraba al suelo con actitud cansada.
Al aparecer, él giró su cabeza y la observó ceñudo.
—¿Estás bien?
—Sí. Disculpa mi reacción —expuso con la cabeza gacha, en espera de algún reclamo por su actuar infantil, como los que solía darle su padre.
—No tienes que disculparte por nada. Sé que hoy no ha sido un buen día para ti. —Sus palabras la sorprendieron, por eso lo miró a la cara hallando en el pozo de sus ojos claros el reflejo de una pena profunda—. Tampoco lo fue para mí, pero ya estamos dentro de este juego. Nosotros no daremos marcha atrás, los haremos retroceder —dijo con seguridad antes de retomar el camino al salón.
Como lo había sospechado, Robert Lennox parecía ser una presa más de Edmund, una marioneta en su juego de poder. El problema era que su ficha no era tan manipulable como la de ella.
Él sí le daría una gran batalla a ese hombre, y a cualquiera que se atreviera a acosarlo. Tenía la fuerza que ella necesitaba e infinidad de recursos a su disposición.
Samantha se irguió sintiendo la esperanza palpitar en su pecho y caminó rápido hasta llegar a su lado.
Pensó que tal vez el destino en esa ocasión no la había puesto en el bando de los perdedores, sino que le entregaba en bandeja de plata una oportunidad para vengarse de sus enemigos y recuperar su dignidad.
Hola, ¿qué te está pareciendo la historia? Déjame en los comentarios tu opinión.
Samantha se quedó toda la noche junto a Robert. Él mantenía a raya las burlas que pretendía dirigirle Fernand Wesley y las Combs, así como el acoso de Johan.Edmund lanzaba ocasionales miradas de desprecio hacia ellos, aunque se mantenía apartado. Hablaba con los funcionarios de la Alcaldía que habían oficiado la boda.En una oportunidad, el móvil de Robert comenzó a repicar y él tuvo que alejarse hacia una ventana para responder la llamada. De esa forma dejó a su nueva esposa sin ningún tipo de protección.—Señora Lennox, felicidades. —La voz cargada de advertencias de Johan la estremeció. Ella lo miró alerta—. Recuerdas cada una de las solicitudes que te dio Edmund, ¿cierto?Sus palabras la inquietaron. Lanzó una ojeada hacia el León, pero él estaba de espaldas hablando por móvil.—Sé buena chica, Samantha —continuó Johan—. Si lo haces bien, podrás librarte de esta obligación en dos o cuatro semanas. Una vez que tu padre tenga toda la información que necesita, asegurará tu libertad
Samantha quedó paralizada a pocos pasos de la puerta de la habitación para apreciarla a gusto. Le habían dado una para ella sola. Grande, lujosa y llena de comodidades.Sonrió fascinada y corrió hacia la ventana abriendo la cortina. Las vistas hacia los jardines del patio trasero y el mar eran asombrosas. Aunque pronto recordó la boda, la cercana presencia del León, las órdenes dadas por su padre y la condena que recaía sobre su hermano y sobre ella.La seriedad de nuevo invadió su semblante, así que cerró la cortina y se dirigió de hombros caídos hacia las maletas que habían dejado junto a la cama. Se quitaría el vestido de novia y se pondría cómoda para comenzar a enfrentar su desdichada vida.Puso una de las maletas sobre el colchón y la abrió. La sorpresa la dejó inmóvil unos segundos.—Nooo —exclamó molesta y revolvió las prendas allí guardadas. Ninguna le pertenecía.Tomó un vestido y lo estiró frente a su cara. Era una prenda ajustada, corta y con aberturas por todos lados. La
Luego de descargar todas sus amargas emociones con el llanto, Samantha se quitó el vestido de novia y se puso un camisón de los guardados en el clóset. Estaba tan cansada que se quedó dormida casi enseguida.Al despertar, no solo descubrió que habían limpiado su habitación, llevándose la fea ropa que le había enviado su padre y los restos del adorno roto, sino que dejaron un par de vestidos decentes sobre un sillón.Se levantó enseguida para revisarlos. Eran vestidos elegantes, del tipo que solían usar las mujeres adineradas con las que salía Edmund, como Claire Combs. No eran su estilo y la talla era un poco grande, pero le quedarían mejor que las prendas de prostituta que le había enviado.Se metió al baño y se dio una rápida ducha ataviándose con uno de los trajes, un vestido sencillo color crema con escote tipo barco y falda plisada. Se ató su larga cabellera oscura en una cola de caballo y salió de la habitación sin maquillarse.Tenía hambre. El día anterior había comido muy poco
Samantha se sentó en el borde de la cama frente a Robert e intentó mirarlo con la misma intensidad con que él lo hacía, aunque no podía disimular su nerviosismo.—¿Qué quieres?Él alzó los hombros con indiferencia.—Compartir un tiempo a solas con mi esposa. ¿No puedo?Ella se mordió los labios para controlar su ansiedad.Debía reconocer que aquel hombre era hermoso. Su atractivo no pasaba desapercibido para nadie. En el centro comercial había notado como las mujeres lo veían con interés, incluso, hombres. Su postura segura y determinada lo hacía llamativo.—Gracias por todas las compras —agradeció con sinceridad.—Quiero que estés cómoda y tranquila, y que Edmund deje de tener influencias sobre ti.—¿Por qué? —quiso saber, confusa—. Este no es un matrimonio real.—Claro que lo es. Los funcionarios que viste en la casa de tu padre eran muy reales.—Pero todo fue acordado. Nosotros ni siquiera nos conocemos, solo es un negocio.—Si vamos a vivir bajo el mismo techo, quiero que lo hagam
Samantha no volvió a ver al León esa noche. Al bajar al comedor para la cena, Morrigan, el mayordomo, le informó que él no iría a comer. Estaba encerrado en su despacho ocupándose de unos asuntos de trabajo.Esa noticia terminó de partirle el corazón. Supuso que el hombre se aislaba para no tener nada que ver con ella, molesto por el mal sexo que le había ofrecido.Era una novata en eso, no sabía qué hacer ni cómo moverse para darle placer. Solo se quedó quieta, lo dejó actuar según sus preferencias sin dar su opinión.Robert Lennox era un hombre poderoso, rico y muy atractivo, podía tener a cualquier mujer a su lado, a amantes expertas que lo hicieran despegar los pies de la tierra. Sin embargo, la había elegido a ella.—Es obvio que te quiere solo para fastidiar a Edmund —se dijo frente al espejo, cuando se arreglaba para bajar a desayunar.¿Estaría el León en el comedor? ¿O volvería a dejarla sola?Samantha salió de su habitación resignada, aquello era lo mejor que sabía hacer. La
Cuando el León se marchó de la mansión, Samantha sintió una extraña sensación en el pecho. Al mirar desde una ventana al Aston Martin alejarse, experimentó una desconcertante mezcla de alivio y pesar.Por un lado estaba alegre al tener la casa para ella sola y moverse a sus anchas, pero por otro, lo extrañaba. Su actitud silenciosa, esquiva y prepotente comenzaba a resultarle interesante.Sin embargo, decidió aprovechar el tiempo en soledad para conocer aquella enorme mansión.Se paseó por cada uno de los salones corriendo las cortinas y abriendo las ventanas. Le encantó ver como la luz del sol hacía brillar los muebles y adornos y la brisa marina inundaba los rincones impregnándolos con aroma a libertad.Apreció sin prisa las esculturas y las pinturas diseminadas en cada espacio, todas de una exquisitez impecable que hacían honor a la naturaleza. Bellos paisajes naturales estaban retratados en los cuadros, de mares y montañas, y la mayoría de las figuras expuestas eran aves. La temát
Samantha tenía los nervios deshechos, tanto por el miedo como por la rabia. Pasó todo el día encerrada en su habitación, ni siquiera salió a almorzar.Como Robert no se presentó en la casa, ella decidió comer dentro de su dormitorio, por eso Morrigan le envió una bandeja con alimentos.Estaba asustada y confusa. Los temores no la dejaban pensar con claridad.Su padre le había enviado varios mensajes recordándole su compromiso, amenazando con romper el convenio con la policía si no le enviaba pronto alguna información sobre los negocio del León.Hasta le había dado ideas de cómo sacarle información mientras tenía sexo con él y de cómo preparar bebidas alteradas con venenos caseros con los que podría hacerlo dormir por horas y así hurgar entre sus pertenencias y en su despacho.Sintió tanta repulsión que no le respondió.Al desviar su atención a los mensajes de Silvia, su madre, su aversión aumentó. Ella le exigía de manera ruda e insultante que le informara del paradero de Michael, per
El resto del día, Samantha se distrajo organizando su ropa nueva en su vestidor, así como sus zapatos y los accesorios.Cuando una de las empleadas tocó a su puerta para avisarle que el León había llegado y la esperaba en el comedor se sorprendió. Pensó que ese día no volvería a verlo.Rápido se arregló y bajó para reunirse con él, el corazón le martilleaba en el pecho por la emoción, aunque se esforzaba por disimularlo. No iba a demostrarle que sentía algún tipo de interés.El hombre estaba sentado en la cabecera de la mesa con postura cansada, leía unos documentos. Al sentirla entrar despegó el rostro de los papeles para mirarla, congelando su sangre con su mirada de hielo.—Ven, siéntate a mi lado. Necesitamos hablar.Samantha se inquietó por su orden y enseguida le obedeció. Temió que estuviese molesto por alguna situación incómoda referente a ella.Al ocupar su puesto en la mesa, a su lado, él soltó los documentos y entrelazó las manos sobre la mesa.—Estuve averiguando sobre los