Capítulo 7. La mansión Lennox.

Samantha se quedó toda la noche junto a Robert. Él mantenía a raya las burlas que pretendía dirigirle Fernand Wesley y las Combs, así como el acoso de Johan.

Edmund lanzaba ocasionales miradas de desprecio hacia ellos, aunque se mantenía apartado. Hablaba con los funcionarios de la Alcaldía que habían oficiado la boda.

En una oportunidad, el móvil de Robert comenzó a repicar y él tuvo que alejarse hacia una ventana para responder la llamada. De esa forma dejó a su nueva esposa sin ningún tipo de protección.

—Señora Lennox, felicidades. —La voz cargada de advertencias de Johan la estremeció. Ella lo miró alerta—. Recuerdas cada una de las solicitudes que te dio Edmund, ¿cierto?

Sus palabras la inquietaron. Lanzó una ojeada hacia el León, pero él estaba de espaldas hablando por móvil.

—Sé buena chica, Samantha —continuó Johan—. Si lo haces bien, podrás librarte de esta obligación en dos o cuatro semanas. Una vez que tu padre tenga toda la información que necesita, asegurará tu libertad y la seguridad de tu hermano y tú podrás salir corriendo a dónde quieras, como siempre lo haces. —Ella apretó los puños con rabia, odiaba que la trataran de cobarde—. En caso contrario, él te llevará a prisión y yo buscaré a los Harkes para llevarlos al escondrijo donde está tu hermano y dejaré que se encarguen de él.

Dirigió hacia él una mirada de odio puro mientras hacía un gran esfuerzo por no evidenciar los temblores de su cuerpo. No iba a demostrar el miedo que aquella amenaza le producía.

¿Johan sabía dónde se escondía Michael?

Lo dudaba. Él siempre le mentía. Pero prefirió no evidenciar su desconfianza para no darle ventajas. Johan lo que buscaba era que ella revelara con sus reacciones si conocía o no el paradero de su hermano.

—¿Necesitas algo de mi esposa, Spencer?

La repentina aparición de Robert tensó a Johan, y a todos los presentes, quienes habían escuchado la pregunta que él había hecho con tono desafiante.

El silencio se extendió en el salón mientras los guardaespaldas de ambos bandos parecían prepararse para una batalla.

Johan encaró a Robert procurando imitar su postura, pero el León era más alto y de personalidad más arrolladora que él. Su sola sombra lo minimizaba.

—La felicitaba por la boda. Es una amiga de la infancia —dijo con sonrisa burlona y luego se alejó.

Samantha sintió alivio al verlo retroceder, pero se estremeció al recibir la mirada acusadora de Robert.

—Es hora de irnos —expresó él como una orden y la tomó de la mano para dirigirse a la puerta sin despedirse de nadie.

Su contacto produjo un oleaje de emociones dentro de la mujer. La mano del León era grande y cálida, de piel suave aunque de agarre fuerte. Se sintió abrigada dentro de ella.

Edmund, al darse cuenta que se marchaban, se apresuró por alcanzarlos seguido por sus guardias y por Johan.

—¿Nos reuniremos mañana en mi oficina? —preguntó hacia Robert al estar afuera.

—No —fue la única respuesta del León, y la dijo sin encararlo y sin detenerse.

—Entonces, ¡¿cuándo?! —exigió Edmund teniendo que hablar más alto, porque ellos ya estaban en el estacionamiento.

Samantha arqueó las cejas al notar que Robert la dirigía hacia un Aston Martin color celeste metalizado. Un tono parecido al de sus ojos.

—Te llamaré —contestó, al tiempo que desactivaba la seguridad del auto haciendo que las luces parpadearan.

Él abrió la puerta del copiloto y la hizo sentar en el asiento. Mientras rodeaba el vehículo para ocupar su puesto, Samantha dirigió su atención a la entrada de la mansión de su padre.

Las Combs los observaban desde la puerta con cierto asombro mientras cuchucheaban entre ellas y Fernand, que se hallaba parado junto a las mujeres, los atenazaba con mirada iracunda.

Edmund se encontraba un poco más alejado. Hablaba con Johan rodeado por sus guardias. Por los gestos de su rostro y los manoteos que hacía con sus manos al expresarse, Samantha pudo deducir que el hombre estaba encendido por la cólera.

Una sonrisa perversa y llena de satisfacción se dibujó en su cara, le encantó verlos derrotados. Robert parecía haberlos golpeado donde les dolía. Su alegría se perdió cuando el León entró al auto y la observó con fijeza mientras encendía el motor.

Ella enseguida esquivó se rostro al no soportar la frialdad de sus ojos, que parecían querer meterse dentro de su alma para sacar toda la miseria, rabias y frustraciones que tenía allí represada.

En silencio cruzaron la ciudad hasta llegar al lujoso y exclusivo barrio residencial Laurelhurst, deteniéndose junto a una hermosa e imponente mansión de piedra y techo oscuro de tres pisos. Altos pinos se erguían a sus costados y la bahía hacía llegar sus suaves olas a su patio.

Al bajarse del auto, Samantha observó la casa maravillada. La luz de la luna la hacía brillar como su fuese un diamante negro.

Se sobresaltó al sentir la mano firme de Robert posarse en su cintura. Él la apuró para entrar en la casa mientras los guardaespaldas se diseminaban por los alrededores.

Adentro los recibió un mayordomo, que los saludó con diplomacia y los acompañó al salón principal.

Las luces de las lámparas de cristal del techo estaban apagadas, solo habían unas pocas lámparas de mesa encendidas, más la luz natural que entraba por los ventanales. Con eso Samantha fue capaz de apreciar la belleza y elegancia de aquella mansión, que nada envidiaba a los grandes palacios.

Era evidente que los Lennox tenían un gusto bastante refinado en decoración.

—Iré un momento al despacho a resolver un asunto —informó Robert al llegar junto a la escalera.

Ella lo observó confusa, debían ser pasadas las dos de la madrugada. ¿Qué asunto debía resolver a esa hora?

—Morrigan te llevará a la habitación —dijo y señaló al mayordomo—. Yo subiré en unos minutos —notificó antes de darle la espalda e irse.

Esa promesa heló la sangre de la mujer.

¿Subiría a la habitación? ¿Dormirían juntos? ¿Aquel matrimonio arreglado incluía el sexo?

Samantha se estremeció. Imaginar que en tan solo minutos tendría las enormes manos de Robert Lennox sobre su cuerpo hizo que su corazón palpitara con ferocidad en su pecho y erizara toda su piel.

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