Samantha se quedó toda la noche junto a Robert. Él mantenía a raya las burlas que pretendía dirigirle Fernand Wesley y las Combs, así como el acoso de Johan.
Edmund lanzaba ocasionales miradas de desprecio hacia ellos, aunque se mantenía apartado. Hablaba con los funcionarios de la Alcaldía que habían oficiado la boda.
En una oportunidad, el móvil de Robert comenzó a repicar y él tuvo que alejarse hacia una ventana para responder la llamada. De esa forma dejó a su nueva esposa sin ningún tipo de protección.
—Señora Lennox, felicidades. —La voz cargada de advertencias de Johan la estremeció. Ella lo miró alerta—. Recuerdas cada una de las solicitudes que te dio Edmund, ¿cierto?
Sus palabras la inquietaron. Lanzó una ojeada hacia el León, pero él estaba de espaldas hablando por móvil.
—Sé buena chica, Samantha —continuó Johan—. Si lo haces bien, podrás librarte de esta obligación en dos o cuatro semanas. Una vez que tu padre tenga toda la información que necesita, asegurará tu libertad y la seguridad de tu hermano y tú podrás salir corriendo a dónde quieras, como siempre lo haces. —Ella apretó los puños con rabia, odiaba que la trataran de cobarde—. En caso contrario, él te llevará a prisión y yo buscaré a los Harkes para llevarlos al escondrijo donde está tu hermano y dejaré que se encarguen de él.
Dirigió hacia él una mirada de odio puro mientras hacía un gran esfuerzo por no evidenciar los temblores de su cuerpo. No iba a demostrar el miedo que aquella amenaza le producía.
¿Johan sabía dónde se escondía Michael?
Lo dudaba. Él siempre le mentía. Pero prefirió no evidenciar su desconfianza para no darle ventajas. Johan lo que buscaba era que ella revelara con sus reacciones si conocía o no el paradero de su hermano.
—¿Necesitas algo de mi esposa, Spencer?
La repentina aparición de Robert tensó a Johan, y a todos los presentes, quienes habían escuchado la pregunta que él había hecho con tono desafiante.
El silencio se extendió en el salón mientras los guardaespaldas de ambos bandos parecían prepararse para una batalla.
Johan encaró a Robert procurando imitar su postura, pero el León era más alto y de personalidad más arrolladora que él. Su sola sombra lo minimizaba.
—La felicitaba por la boda. Es una amiga de la infancia —dijo con sonrisa burlona y luego se alejó.
Samantha sintió alivio al verlo retroceder, pero se estremeció al recibir la mirada acusadora de Robert.
—Es hora de irnos —expresó él como una orden y la tomó de la mano para dirigirse a la puerta sin despedirse de nadie.
Su contacto produjo un oleaje de emociones dentro de la mujer. La mano del León era grande y cálida, de piel suave aunque de agarre fuerte. Se sintió abrigada dentro de ella.
Edmund, al darse cuenta que se marchaban, se apresuró por alcanzarlos seguido por sus guardias y por Johan.
—¿Nos reuniremos mañana en mi oficina? —preguntó hacia Robert al estar afuera.
—No —fue la única respuesta del León, y la dijo sin encararlo y sin detenerse.
—Entonces, ¡¿cuándo?! —exigió Edmund teniendo que hablar más alto, porque ellos ya estaban en el estacionamiento.
Samantha arqueó las cejas al notar que Robert la dirigía hacia un Aston Martin color celeste metalizado. Un tono parecido al de sus ojos.
—Te llamaré —contestó, al tiempo que desactivaba la seguridad del auto haciendo que las luces parpadearan.
Él abrió la puerta del copiloto y la hizo sentar en el asiento. Mientras rodeaba el vehículo para ocupar su puesto, Samantha dirigió su atención a la entrada de la mansión de su padre.
Las Combs los observaban desde la puerta con cierto asombro mientras cuchucheaban entre ellas y Fernand, que se hallaba parado junto a las mujeres, los atenazaba con mirada iracunda.
Edmund se encontraba un poco más alejado. Hablaba con Johan rodeado por sus guardias. Por los gestos de su rostro y los manoteos que hacía con sus manos al expresarse, Samantha pudo deducir que el hombre estaba encendido por la cólera.
Una sonrisa perversa y llena de satisfacción se dibujó en su cara, le encantó verlos derrotados. Robert parecía haberlos golpeado donde les dolía. Su alegría se perdió cuando el León entró al auto y la observó con fijeza mientras encendía el motor.
Ella enseguida esquivó se rostro al no soportar la frialdad de sus ojos, que parecían querer meterse dentro de su alma para sacar toda la miseria, rabias y frustraciones que tenía allí represada.
En silencio cruzaron la ciudad hasta llegar al lujoso y exclusivo barrio residencial Laurelhurst, deteniéndose junto a una hermosa e imponente mansión de piedra y techo oscuro de tres pisos. Altos pinos se erguían a sus costados y la bahía hacía llegar sus suaves olas a su patio.
Al bajarse del auto, Samantha observó la casa maravillada. La luz de la luna la hacía brillar como su fuese un diamante negro.
Se sobresaltó al sentir la mano firme de Robert posarse en su cintura. Él la apuró para entrar en la casa mientras los guardaespaldas se diseminaban por los alrededores.
Adentro los recibió un mayordomo, que los saludó con diplomacia y los acompañó al salón principal.
Las luces de las lámparas de cristal del techo estaban apagadas, solo habían unas pocas lámparas de mesa encendidas, más la luz natural que entraba por los ventanales. Con eso Samantha fue capaz de apreciar la belleza y elegancia de aquella mansión, que nada envidiaba a los grandes palacios.
Era evidente que los Lennox tenían un gusto bastante refinado en decoración.
—Iré un momento al despacho a resolver un asunto —informó Robert al llegar junto a la escalera.
Ella lo observó confusa, debían ser pasadas las dos de la madrugada. ¿Qué asunto debía resolver a esa hora?
—Morrigan te llevará a la habitación —dijo y señaló al mayordomo—. Yo subiré en unos minutos —notificó antes de darle la espalda e irse.
Esa promesa heló la sangre de la mujer.
¿Subiría a la habitación? ¿Dormirían juntos? ¿Aquel matrimonio arreglado incluía el sexo?
Samantha se estremeció. Imaginar que en tan solo minutos tendría las enormes manos de Robert Lennox sobre su cuerpo hizo que su corazón palpitara con ferocidad en su pecho y erizara toda su piel.
Samantha quedó paralizada a pocos pasos de la puerta de la habitación para apreciarla a gusto. Le habían dado una para ella sola. Grande, lujosa y llena de comodidades.Sonrió fascinada y corrió hacia la ventana abriendo la cortina. Las vistas hacia los jardines del patio trasero y el mar eran asombrosas. Aunque pronto recordó la boda, la cercana presencia del León, las órdenes dadas por su padre y la condena que recaía sobre su hermano y sobre ella.La seriedad de nuevo invadió su semblante, así que cerró la cortina y se dirigió de hombros caídos hacia las maletas que habían dejado junto a la cama. Se quitaría el vestido de novia y se pondría cómoda para comenzar a enfrentar su desdichada vida.Puso una de las maletas sobre el colchón y la abrió. La sorpresa la dejó inmóvil unos segundos.—Nooo —exclamó molesta y revolvió las prendas allí guardadas. Ninguna le pertenecía.Tomó un vestido y lo estiró frente a su cara. Era una prenda ajustada, corta y con aberturas por todos lados. La
Luego de descargar todas sus amargas emociones con el llanto, Samantha se quitó el vestido de novia y se puso un camisón de los guardados en el clóset. Estaba tan cansada que se quedó dormida casi enseguida.Al despertar, no solo descubrió que habían limpiado su habitación, llevándose la fea ropa que le había enviado su padre y los restos del adorno roto, sino que dejaron un par de vestidos decentes sobre un sillón.Se levantó enseguida para revisarlos. Eran vestidos elegantes, del tipo que solían usar las mujeres adineradas con las que salía Edmund, como Claire Combs. No eran su estilo y la talla era un poco grande, pero le quedarían mejor que las prendas de prostituta que le había enviado.Se metió al baño y se dio una rápida ducha ataviándose con uno de los trajes, un vestido sencillo color crema con escote tipo barco y falda plisada. Se ató su larga cabellera oscura en una cola de caballo y salió de la habitación sin maquillarse.Tenía hambre. El día anterior había comido muy poco
Samantha se sentó en el borde de la cama frente a Robert e intentó mirarlo con la misma intensidad con que él lo hacía, aunque no podía disimular su nerviosismo.—¿Qué quieres?Él alzó los hombros con indiferencia.—Compartir un tiempo a solas con mi esposa. ¿No puedo?Ella se mordió los labios para controlar su ansiedad.Debía reconocer que aquel hombre era hermoso. Su atractivo no pasaba desapercibido para nadie. En el centro comercial había notado como las mujeres lo veían con interés, incluso, hombres. Su postura segura y determinada lo hacía llamativo.—Gracias por todas las compras —agradeció con sinceridad.—Quiero que estés cómoda y tranquila, y que Edmund deje de tener influencias sobre ti.—¿Por qué? —quiso saber, confusa—. Este no es un matrimonio real.—Claro que lo es. Los funcionarios que viste en la casa de tu padre eran muy reales.—Pero todo fue acordado. Nosotros ni siquiera nos conocemos, solo es un negocio.—Si vamos a vivir bajo el mismo techo, quiero que lo hagam
Samantha no volvió a ver al León esa noche. Al bajar al comedor para la cena, Morrigan, el mayordomo, le informó que él no iría a comer. Estaba encerrado en su despacho ocupándose de unos asuntos de trabajo.Esa noticia terminó de partirle el corazón. Supuso que el hombre se aislaba para no tener nada que ver con ella, molesto por el mal sexo que le había ofrecido.Era una novata en eso, no sabía qué hacer ni cómo moverse para darle placer. Solo se quedó quieta, lo dejó actuar según sus preferencias sin dar su opinión.Robert Lennox era un hombre poderoso, rico y muy atractivo, podía tener a cualquier mujer a su lado, a amantes expertas que lo hicieran despegar los pies de la tierra. Sin embargo, la había elegido a ella.—Es obvio que te quiere solo para fastidiar a Edmund —se dijo frente al espejo, cuando se arreglaba para bajar a desayunar.¿Estaría el León en el comedor? ¿O volvería a dejarla sola?Samantha salió de su habitación resignada, aquello era lo mejor que sabía hacer. La
Cuando el León se marchó de la mansión, Samantha sintió una extraña sensación en el pecho. Al mirar desde una ventana al Aston Martin alejarse, experimentó una desconcertante mezcla de alivio y pesar.Por un lado estaba alegre al tener la casa para ella sola y moverse a sus anchas, pero por otro, lo extrañaba. Su actitud silenciosa, esquiva y prepotente comenzaba a resultarle interesante.Sin embargo, decidió aprovechar el tiempo en soledad para conocer aquella enorme mansión.Se paseó por cada uno de los salones corriendo las cortinas y abriendo las ventanas. Le encantó ver como la luz del sol hacía brillar los muebles y adornos y la brisa marina inundaba los rincones impregnándolos con aroma a libertad.Apreció sin prisa las esculturas y las pinturas diseminadas en cada espacio, todas de una exquisitez impecable que hacían honor a la naturaleza. Bellos paisajes naturales estaban retratados en los cuadros, de mares y montañas, y la mayoría de las figuras expuestas eran aves. La temát
Samantha tenía los nervios deshechos, tanto por el miedo como por la rabia. Pasó todo el día encerrada en su habitación, ni siquiera salió a almorzar.Como Robert no se presentó en la casa, ella decidió comer dentro de su dormitorio, por eso Morrigan le envió una bandeja con alimentos.Estaba asustada y confusa. Los temores no la dejaban pensar con claridad.Su padre le había enviado varios mensajes recordándole su compromiso, amenazando con romper el convenio con la policía si no le enviaba pronto alguna información sobre los negocio del León.Hasta le había dado ideas de cómo sacarle información mientras tenía sexo con él y de cómo preparar bebidas alteradas con venenos caseros con los que podría hacerlo dormir por horas y así hurgar entre sus pertenencias y en su despacho.Sintió tanta repulsión que no le respondió.Al desviar su atención a los mensajes de Silvia, su madre, su aversión aumentó. Ella le exigía de manera ruda e insultante que le informara del paradero de Michael, per
El resto del día, Samantha se distrajo organizando su ropa nueva en su vestidor, así como sus zapatos y los accesorios.Cuando una de las empleadas tocó a su puerta para avisarle que el León había llegado y la esperaba en el comedor se sorprendió. Pensó que ese día no volvería a verlo.Rápido se arregló y bajó para reunirse con él, el corazón le martilleaba en el pecho por la emoción, aunque se esforzaba por disimularlo. No iba a demostrarle que sentía algún tipo de interés.El hombre estaba sentado en la cabecera de la mesa con postura cansada, leía unos documentos. Al sentirla entrar despegó el rostro de los papeles para mirarla, congelando su sangre con su mirada de hielo.—Ven, siéntate a mi lado. Necesitamos hablar.Samantha se inquietó por su orden y enseguida le obedeció. Temió que estuviese molesto por alguna situación incómoda referente a ella.Al ocupar su puesto en la mesa, a su lado, él soltó los documentos y entrelazó las manos sobre la mesa.—Estuve averiguando sobre los
Samantha no supo qué responder. Los miedos que la abrumaban más la insistencia de Robert la volvían insegura.—Puedo controlar a los Harkes, me he enfrentado a tipos peores que ellos. —Ella lo miró de nuevo, asombrada por sus confesiones—. En el centro tengo un negocio que perteneció a mi madre, un bar que conservo más por motivos sentimentales que económicos. No suelo prestarle mucha atención porque mi empresa consume todo mi tiempo, si lo deseas, puedo entregártelo para que lo administres y así tengas una distracción. Eres administradora, ¿cierto?Ella asintió con la cabeza, impactada por su oferta y con la ansiedad corriendo por sus venas.—Te daré ese bar, adminístralo como lo consideres prudente, solo te pido que no lo lleves a la quiebra. Tiene más de cuarenta años funcionando, allí se conocieron mis padres e iniciaron su romance.La mujer arqueó las cejas, sintiendo una gran curiosidad por todo lo que él le contaba. Quería conocerlo a profundidad, su pasado y su presente, y tod