Al terminar la cena, Samantha se disculpó con Robert y subió a su habitación. Él siguió revisando los documentos que antes había estado leyendo.Al estar sola, comenzó a caminar con nerviosismo de un lado a otro. La conversación que había tenido con el hombre la dejó inquieta.Él le había ofrecido todo lo que ella necesitaba para llevar a cabo su venganza y obtener los recursos para alejarse de allí, pero a la vez, quería encadenarla a su lado.Si quedaba embarazada del León no iba a poder marcharse. Ese hombre no se lo permitiría.Pero seguir viviendo en esa ciudad resultaba un peligro para ella. Fernand y las Combs continuaría con sus burlas, cada vez que se encontrara con ellos la molestarían. Su padre no dejaría jamás de acosarla, buscaría alguna manera de llegar a ella a través de su sicario Johan.Y los Harkes nunca desistirían de intentar lastimarla. Mucho menos, si ella lograba ubicar a su hermano y enviarlo lejos. Ellos necesitaban un culpable a quien cobrarle la muerte de Co
Robert Lennox no se quedó a pasar la noche con Samantha. Luego de haber tenido sexo con ella, salió de su interior y se recostó a su lado unos pocos minutos.Una vez que recuperó la coordinación de sus acciones, se levantó y comenzó a vestirse.Ella lo observó en silencio. Se degustó con la imagen de su hermoso y perfecto cuerpo desnudo antes de que él lo tapara con sus ropas.El collar con el anillo colgaba de su cuello haciéndose visible, como si fuese un recordatorio: él jamás iba a pertenecerle. Nunca dejaría de pertenecer a otra, aunque ella ya no estuviera.—Mañana saldré muy temprano a reunirme con un cliente —informó Robert sin verla a la cara—. No sé si me dará tiempo de venir a almorzar, pero en la tarde estaré aquí para llevarte al bar del que te hablé.Samantha no le respondió. El nudo que tenía atado en su garganta se lo impedía. Si abría la boca, de ella podían salir alaridos de dolor.Una vez que estuvo listo, él se giró hacia ella. Se notaba cansado y abatido, como si
Salir de la mansión Lennox le resultó a Samantha más traumático de lo que esperaba. A pesar de estar dentro de un auto que parecía blindado y acompañada por dos enormes y mal encarados guardaespaldas, además de Robert, que tenía una apariencia tan amenazante como la de los escoltas, se sentía nerviosa.Primero, por la posibilidad de que los Harkes estuviesen escondidos en los alrededores, esperando un descuido de ellos para atacar. Y segundo, por el propio Robert Lennox.Luego de lo hablado con su amiga Jenny esa mañana se mantenía en alerta. El León la tenía a su lado solo por una negociación, que podía cambiar de un momento a otro, y más, si la había realizado con su padre, que era el hombre más mentiroso del planeta.En cualquier momento era capaz de lanzarla a las hienas si veía que no le servía para sus fines. Si fue capaz de abandonar a su esposa y a su hija luego de siete años de convivencia, con ella no tendría piedad. No podía confiarse.Él se mantenía en silencio, ocupado co
La cocina era un lugar amplio y moderno, muy bien equipado e iluminado. Samantha pudo ver a un chef principal dirigiendo a cinco ayudantes, quienes organizaban la cocina para comenzar las preparaciones del día.Con el chef se encontraba un hombre de estatura media, hombros anchos y cabellos rojizos, que hablaba con él dando la espalda a la puerta. Por eso, cuando Robert entró con la mujer, él no se percató. Fue el chef quien le advirtió poniéndose algo nervioso.Al girarse el pelirrojo miró con sorpresa al León. Su rostro pecoso, remarcado por una barba de una semana, se estiró por completo.—¡Lennox! —exclamó con voz grave y algo femenina—. ¿A qué se debe tu visita? —preguntó repasando con interés a Samantha de pies a cabeza—. ¿Y esta belleza? —exigió con gran curiosidad.—Mi esposa.La noticia hizo que los ojos del hombre, que poseían un tono ámbar cristalino, se ampliaran en su máxima extensión.—¡¿Tu esposa?! —Él volvió a repasar a Samantha con atención, sin poder creerse lo que l
A pesar del ambiente de tensión que se vivía en el bar por la presencia de una de las «dueñas». Samantha pudo disfrutar de la velada.Como Robert en extrañas ocasiones asistía, y cuando lo hacía era antes de la hora de la apertura y se quedaba solo por algunos minutos, mientras verificaba que todo marchara bien, la estadía de su esposa durante toda la noche tuvo a varios empleados con los nervios de punta.Eso hizo que McGraw se volviera más despiadado. El hombre quería que cada actividad se realizara a la perfección para impresionar a la nueva jefa.Samantha intentaba calmarlo buscando que la viera como una más del equipo y no como alguien superior que estuviese pendiente del desempeño de cada uno para echar a la calle al primero que se equivocara.Se puso a la cintura el delantal que identificaba al bar y ayudó a los meseros con la atención a los clientes. Ella tenía experiencia en el ramo, porque ya había trabajado en otros negocios, y para hacer gala de su posición de jefa, comenz
Samantha pensó que la vida al fin le estaba dando un merecido respiro. Pasó toda una semana viviendo como en una utopía, no solo dedicada al trabajo, sino recibiendo las ardientes atenciones de Robert Lennox.Él visitaba cada noche su habitación. La tomaba con fiereza y se hundía dentro de ella sobre la cama como si aquellas fuesen sus últimas horas de vida.Ella lo recibía con gusto. Casi no hablaban, resultaba imposible hacerlo manteniendo la lengua de él dentro de su boca, pero no extrañó esa interacción. Se comunicaban a la perfección a través de sus besos y caricias.Ambos querían lo mismo y se esforzaban por alcanzarlo.En el bar, todo fluía con precaución porque aún la consideraban una desconocida, la copia exacta del León. A medida que compartían con ella y se percataban que en nada se asemejaba a su primer jefe, la confianza fue naciendo.Algunos la aprovecharon con optimismo, no existía nada más placentero que trabajar para una persona agradable y comprensiva, pero otros se
Samantha aún no podía creerse todo lo que Robert Lennox le había ofrecido sin pedirle nada a cambio. Era tan poco habitual que aquello sucediera en su vida que la volvía insegura.El miedo a que él cambiara de parecer de forma repentina le palpitaba en la cabeza. Si eso pasaba debía prepararse.No podía quedar tan vulnerable como había sucedido con Fernand cuando él se antojó de romper el compromiso con ella y frustrar sus sueños. No iba a estar de nuevo a merced de su padre para que volvieran a usarla como moneda de cambio.Esta vez consolidaría un plan, aprovechando los recursos que su esposo le brindaba.Llamó a su amiga Jenny y la invitó a la mansión. Antes de que Robert se marchara al trabajo, ella le había informado su interés de compartir unas horas con su amiga. Necesitaba ganarse su confianza.El hombre no se negó. Así que Jenny, una morena espigada de larga y lisa cabellera, llegó a la casa en un taxi. Los guardaespaldas la recibieron en la entrada y le hicieron una rápida i
Jenny se acomodó en la cama para así quedar frente a su amiga. Su petición la había tomado por sorpresa.—¿Vas a vengarte? ¿De quién? ¿De tu padre? ¿De Fernand Wesley? ¿De los Harkes?—De todos —dijo Samanta tajante y se puso pie para hablar mientras caminaba de un lado a otro, así mantenía la concentración y controlaba sus nervios—. Me tienen acorralada y no puedo vivir así. Como estoy bajo la protección de Robert, ellos no me han hecho nada, pero no dejan de enviarme mensajes a mi móvil con amenazas y exigencias. ¡Por eso lo tengo siempre apagado!—El ambiente en el barrio es tenso. Los Harkes, o los allegados a ellos, no dejan de preguntar por ti y por Michael. Ya descubrieron que no estás con tu padre, ni con Fernand, porque me han dicho que han estado rondando la mansión de él también. No descasarán hasta encontrarte.—Tarde o temprano sabrán donde estoy. Y aunque Robert me asegura que no debo preocuparme, porque él y sus guardaespaldas pueden controlarlos, no será tan fácil. Eso