Samantha pensó que la vida al fin le estaba dando un merecido respiro. Pasó toda una semana viviendo como en una utopía, no solo dedicada al trabajo, sino recibiendo las ardientes atenciones de Robert Lennox.Él visitaba cada noche su habitación. La tomaba con fiereza y se hundía dentro de ella sobre la cama como si aquellas fuesen sus últimas horas de vida.Ella lo recibía con gusto. Casi no hablaban, resultaba imposible hacerlo manteniendo la lengua de él dentro de su boca, pero no extrañó esa interacción. Se comunicaban a la perfección a través de sus besos y caricias.Ambos querían lo mismo y se esforzaban por alcanzarlo.En el bar, todo fluía con precaución porque aún la consideraban una desconocida, la copia exacta del León. A medida que compartían con ella y se percataban que en nada se asemejaba a su primer jefe, la confianza fue naciendo.Algunos la aprovecharon con optimismo, no existía nada más placentero que trabajar para una persona agradable y comprensiva, pero otros se
Samantha aún no podía creerse todo lo que Robert Lennox le había ofrecido sin pedirle nada a cambio. Era tan poco habitual que aquello sucediera en su vida que la volvía insegura.El miedo a que él cambiara de parecer de forma repentina le palpitaba en la cabeza. Si eso pasaba debía prepararse.No podía quedar tan vulnerable como había sucedido con Fernand cuando él se antojó de romper el compromiso con ella y frustrar sus sueños. No iba a estar de nuevo a merced de su padre para que volvieran a usarla como moneda de cambio.Esta vez consolidaría un plan, aprovechando los recursos que su esposo le brindaba.Llamó a su amiga Jenny y la invitó a la mansión. Antes de que Robert se marchara al trabajo, ella le había informado su interés de compartir unas horas con su amiga. Necesitaba ganarse su confianza.El hombre no se negó. Así que Jenny, una morena espigada de larga y lisa cabellera, llegó a la casa en un taxi. Los guardaespaldas la recibieron en la entrada y le hicieron una rápida i
Jenny se acomodó en la cama para así quedar frente a su amiga. Su petición la había tomado por sorpresa.—¿Vas a vengarte? ¿De quién? ¿De tu padre? ¿De Fernand Wesley? ¿De los Harkes?—De todos —dijo Samanta tajante y se puso pie para hablar mientras caminaba de un lado a otro, así mantenía la concentración y controlaba sus nervios—. Me tienen acorralada y no puedo vivir así. Como estoy bajo la protección de Robert, ellos no me han hecho nada, pero no dejan de enviarme mensajes a mi móvil con amenazas y exigencias. ¡Por eso lo tengo siempre apagado!—El ambiente en el barrio es tenso. Los Harkes, o los allegados a ellos, no dejan de preguntar por ti y por Michael. Ya descubrieron que no estás con tu padre, ni con Fernand, porque me han dicho que han estado rondando la mansión de él también. No descasarán hasta encontrarte.—Tarde o temprano sabrán donde estoy. Y aunque Robert me asegura que no debo preocuparme, porque él y sus guardaespaldas pueden controlarlos, no será tan fácil. Eso
Los siguientes días fueron un torbellino de actividad para Samantha. En el bar debió ponerse firme para que aceptaran los cambios que necesitaba aplicar y en casa se concentraba evaluando la contabilidad del negocio y preparando el plan de inversión.McGraw la ayudó aportándole ideas y Fletcher y muchos empleados se mostraron animados con la idea de la reestructuración de las actividades.Sin embargo, hubo un pequeño grupo que no parecía contento con lo que proponía y estaba siendo liderado por Deborah Clarke.La rubia no perdía oportunidad para molestarla. Aquel se había convertido en su pasatiempo favorito.—Se necesita reponer el estante de los whiskeys. ¿Será que puedo hacerlo, como lo hago cada quince días, o la dueña prefiere que realice otra tarea? —preguntó la mujer mientras Samantha estaba en la cocina terminando de diseñar un nuevo menú con el chef.Ella la traspasó con mirada irritada, comenzaba a cansarse de sus pullas.—¿Sabes qué? Creo que mantenerte aislada detrás de la
Desde ese momento, Samantha intentó estar más alerta. No quería que la volvieran a tomar por sorpresa, pero le resultaba imposible tener los ojos puestos en todos lados.Una noche, Fletcher tuvo que quedarse en la oficina a terminar de rellenar unos formularios fiscales mientras ella se encargaba de la caja.Se ocupaba de cobrar cada consumo al tiempo que revisaba los currículos y las propuestas de varios artistas y cantantes que atendieron a la solicitud que había enviado a un diario local. Deseaba inaugurar pronto la temporada de espectáculos en vivo.Por estar pendiente de esa tarea no se fijó que alguien se había acercado a la caja y se inclinaba en el mesón para quedar cerca de ella.—Señora Lennox.Se sobresaltó apartándose un paso. Miró con terror a Luter, un sujeto delgado, de estatura mediana y cara de rata que había cruzado los brazos sobre la mesa y le dedicaba una sonrisa cínica.—Vaya, pensé que los chismes eran mentira.Ella repasó con rapidez los alrededores. Luter trab
Esa noche, ninguno de los dos pudo dormir. Samantha lloró, sentada junto a la puerta. Con la espalda apoyada en la madera y las rodillas en alto, abrazada a ellas.Estaba harta de que la trataran de aquella manera, como si fuese una ramera que no tenía derecho a nada, ni quiera, a defenderse de falsas acusaciones.Supuso que Robert se había enterado de lo que había sucedido con Luter y con el mesero porque Deborah se lo había dicho, aunque a su manera. Quizás, exagerando.La mujer debió aprovechar el momento en que ella se encontraba en la oficina con Fletcher para abordarlo en el auto y llenarle la cabeza de basura.En una ocasión escuchó sus pasos pesados pasando frente a su puerta y se detuvo en ella un instante, pero no hizo nada más.Samantha esperó con la respiración detenida a que él hiciese algo, pero, como había estado tan enfurecida, si Robert se hubiese atrevido a entrar, ella le hubiese saltado encima para arañarle el rostro. Tal vez fue bueno que él al final siguiera de l
Samantha se encerró en su habitación, esta vez de forma voluntaria, para terminar de ahogar la furia que la embargaba. Todo lo que hiciera en ese momento lo haría motivada por la rabia y no quería actuar de manera imprudente.Ya no se podía dar el lujo de cometer más errores.Se sentó en la cama para reflexionar sobre su situación y evaluar la manera más rápida de salir de ella, pero sus pensamientos fueron interrumpidos cuando la puerta de su habitación se abrió sin que llamaran.—¿Ahora invadirás mi privacidad cada vez que te provoque?Robert clavó una mirada iracunda en ella, tomó la silla y la ubicó frente a la mujer, muy cerca. Se derrumbó en el asiento con las piernas abiertas, quedando Samantha en medio, y puso un codo en el apoyabrazos para sostener con una mano a su cabeza. Su postura evidenciaba agotamiento.—Estamos casados y probablemente ya estés embarazada de mi hijo.Ella no le respondió, solo desvió su mirada. Sí había sentido algunos cambios en su cuerpo, pero no quis
Samantha cambió esa mañana de habitación en medio de una gran tensión. Morrigan y algunas empleadas la ayudaron a trasladar todas sus cosas y ubicarlas dentro del enorme dormitorio de Robert.Aquel espacio era digno de un rey. El vestidor era dos veces más grande y contaba con sillones y mesas para organizar las prendas. La cama era bastante ancha y tenía doseles de madera tallada, lo suficiente como para albergar al enorme León y a su pequeña cervatilla con total comodidad.Todos los muebles poseían un acabado elegante y cada rincón de la habitación se encontraba en un impecable orden.Si no fuese por el profundo aroma varonil impregnado en aquellas paredes, ella no pensaría que sería la habitación de un hombre. Se veía en extremo perfecta. Los hombres que había conocido eran todos desordenados y descuidados.Él supervisaba la mudanza con gran atención, manteniéndose un poco apartado y de brazos cruzados. Como si temiera que de pronto ella se arrepintiera de su promesa y se marchara