Samantha se ocultó en la habitación de su hermano para pasar allí la noche y en la mañana buscar otro sitio dónde quedarse. No quería tener problemas con Silvia, su madre.
—¿Irás con Jenny? —preguntó el chico en referencia a la mejor amiga de su hermana.
—No puedo, le causaría problemas. A su abuelo no le gusta que ella lleve visitas a su casa.
—¿Entonces?
—No sé. Buscaré dinero para alquilar alguna habitación.
—Puedo hablar con el Topo para que te haga un préstamo.
—¡No! —dijo con firmeza, aunque con voz baja para que no la escuchara ni su madre ni el novio de esta, quienes debían estar durmiendo a dos habitaciones de distancia—. No quiero deberle nada a ese delincuente y te he pedido muchas veces que te alejes de él.
—Es mi mejor amigo —respondió el chico ceñudo.
—Es un vendedor de drogas. Aunque haya sido tu mejor amigo en la primaria, ahora no es el mismo. Te meterás en problemas por su culpa.
El joven comprimió el rostro en una mueca de desagrado, pero no pudieron continuar porque la puerta de la habitación se abrió a causa de un golpe que los hizo saltar a los dos de la cama.
Colin Harke, el novio de su madre, irrumpió en el dormitorio luego de patear la puerta para romper la débil cerradura. Se notaba agitado por culpa de las drogas y el alcohol que había consumido. Siempre estaba en ese estado.
—Samantita, estás en casa —mencionó con voz cantarina y sádica.
—¿Qué quieres? Ya me voy —dijo nerviosa y tomó su mochila para salir de allí.
—No, niña. Aún no te irás —advirtió el hombre mientras se acercaba a ella con postura amenazante.
Michael retrocedió hacia el baño aprovechando que él no le prestaba atención.
—¡Samantha! —gritó su madre al verla—. ¡¿Qué demonios haces en la casa?! ¡Lárgate ya!
—¡No! —vociferó Colin molesto—. La pobre no tiene dónde quedarse y nosotros somos su familia.
—Pero, ¡¿qué dices?! —exclamó la mujer sorprendida—. Ella no se quedará. Se irá ya mismo…
Silvia tuvo la intención de acercarse a su hija para sacarla arrastrada por los cabellos. No la quería ahí porque su presencia provocaba a Colin y no deseaba que su novio se interesara por nadie más que no fuese ella.
Pero el hombre la detuvo al sostenerla con rudeza de un brazo.
—Sal de la habitación y déjanos solos.
Silvia lo observó indignada.
—¿Cómo me pides eso? Vámonos a…
—¡VETE!
Él rugió con tanto enfado que sobresaltó a las dos mujeres y las llenó de terror. Silvia no pudo hacer otra cosa que hacer lo que le pedía.
—¡Mamá, no me dejes con él! ¡Mamá! —rogó Samantha, pero la mujer no atendió a sus súplicas. Se marchó con la rabia reluciendo en su rostro crispado.
—Ahora sí, Samantita. Tú y yo vamos…
—Sal de aquí, mal nacido.
Michael regresó del baño con una pistola en la mano y apuntando hacia Colin. El hombre lo observó con advertencia.
—Baja el arma, niño.
—Cuando salgas de aquí.
Al descubrir que Michael se mostraba decidido, Colin se olvidó de Samantha y se aproximó a él, erguido con soberbia.
—Te sacaré el corazón, m*****a escoria. Te arrepentirás el haber…
Un poderoso «¡Bang!» retumbó dentro de la habitación y produjo un grito de terror en Samantha.
La mujer quedó paralizada mientras veía a Colin tambalearse hacia atrás y mirar con asombro el hoyo que tenía en el centro del pecho, por el que brotaba una enorme cantidad de sangre.
***
La encerraron en una celda sin ventanas. En ningún momento pudo dormir, por eso no estaba segura si había pasado una o dos noches allí.
Lo que hacía era llorar, sentada sobre un banco de cemento con los pies sobre el mueble y abrazada a sus rodillas.
Cuando su padre apareció, sintió un alivio profundo en su pecho. Por primera vez en toda su vida se alegró de verlo. Él firmó unos papeles y esperó con rostro fastidiado a que la sacaran de la celda.
Todos los oficiales presentes la veían con odio mientras se marchaba de la comisaría. Colin Harkes había muerto, él había sido un policía que había pertenecido a ese mismo departamento.
Aunque nunca fue un oficial ejemplar, sino un tipo problemático e impertinente, no dejaba de ser uno de ellos. Y a ella la señalaban como una de sus asesinas.
Subió al auto de Edmund en medio de un silencio sepulcral. En el camino no hablaron, él la ignoró por atender llamadas telefónicas. En la mansión los recibió la soledad, porque ni los empleados se encontraban a la vista.
Entraron en el salón donde ella antes había encontrado a su exprometido teniendo sexo con su futura hermanastra. Una vez más la indignación y la pena estalló en su interior empañando su ojos con lágrimas.
—Esta es la situación, niña —comenzó a decir el hombre con tono de desprecio una vez que ambos se sentaron frente a frente—. Tú y tu hermano están señalados como los responsables de la muerte de ese policía. Hoy pensaban trasladarte a una prisión de máxima seguridad mientras estudiaban el caso y te enjuiciaban. Supongo que por haber agredido a un policía te darán de cinco a diez años de cárcel, más una multa de unos tres mil dólares.
Samantha amplió los ojos en su máxima expresión.
—Además, tu hermano, que es el verdadero asesino, está desaparecido. Huyó luego de asesinar a Harkes y tú no quieres dar información de su paradero.
—No sé dónde puede estar.
Ella había sido quien le ordenó a Michael huir cuando Colin cayó al suelo abatido por el disparo. El chico apenas tenía dieciséis años de edad y por haber asesinado a un policía de seguro le daría cadena perpetua. No estaba preparada para perderlo.
—Pero los policías creen que estás ayudando a tu hermano a escapar de la justicia. Eso podría aumentar los años que pasarías en la cárcel y la cifra final de la multa. Y como regalo adicional, suponen que el homicidio fue premeditado. Tienen testigos que aseguran que tú y Michael odiaban a Colin y habían tenido infinidad de conflictos con él. Por eso tenían un arma oculta en la casa y tú te escurriste por la ventana esa noche.
—¡Nada de eso es cierto! ¡Tú sabes por qué fui a esa casa! —exclamó alterada y con las lágrimas volviendo a correr pos sus mejillas.
—¿Y cómo los convencerás de que eres inocente? Los policías están ansiosos por crucificar a alguien, así demuestran que con ellos nadie se mete. Al no estar tu hermano disponible, tú eres la más indicada para cargar con esa cruz.
Samantha apretó los puños para controlar la rabia. Estaba perdida, la habían acorralado sin dejarle ninguna opción de escapatoria.
—A pesar de todo ese panorama, puedo liberarte de esa sentencia y suavizar la de Michael.
Ella lo miró con desprecio, sin dejar de llorar en silencio.
—Llegaré a un acuerdo económico con la policía para que te liberen de esa culpa y para que sean flexibles con tu hermano, pero para ti, eso no será gratis.
—Para mí nada ha sido gratis —expuso con reproche.
Él sonrió con superioridad.
—Todo tiene un valor en esta vida, niña, y tú tienes un precio desde que naciste.
La amargura estalló en el estómago de la mujer y le revolvió las tripas. De esa manera Edmund le recordaba que ella no era nadie, solo una moneda de cambio que se ofrecería al mejor postor.
—¿Qué esperas que haga? —exigió, posando en el hombre una mirada letal.
Por su hermano se doblegaba, pero no se mostraría vencida.
—Te casarás con uno de mis socios. Esa será tu sentencia.
La mujer empalideció por la noticia.
—¿Otro socio? ¿No te bastó con lo sucedido con Fernand?
—Esta vez tendrás que poner de tu parte y ser mucho más complaciente para que él no te cambie en pocos días.
La indignación le revolvió el estómago.
—No dejaré que me prostituyas —se quejó.
—No pienso prostituirte —aseguró Edmund con una sonrisa burlona—. Tengo un socio muy importante a quien le urge casarse y una hija conflictiva que necesita estabilidad y que la protejan del escándalo que se va a desatar cuando la sociedad se entere que su prometido la rechazó por una niña de dieciocho años. Él tendrá su matrimonio y tú la seguridad que necesitas. Es un intercambio justo.
—¿Y eso es todo? ¿Me casaré con tu socio a cambio de librarme de esa injusta acusación y ayudar a mi hermano?
—Tendrás que casarte con el hombre que te indicaré sin poner resistencia y te portarás bien mientras seas su esposa —advirtió lacerándola con la mirada—. Deberás conocer hasta lo más mínimo de su rutina. De la gente con la que se reúne, las llamadas que realiza y hasta de lo que piensa. Debes conocerlo todo para después informármelo.
Ella lo observó impactada.
—¡¿Quieres que lo espíe?!
—Necesito conocer hasta el más mínimo detalle de los negocios que maneja. Graba conversaciones, toma fotografías, escucha detrás de las puertas. Haz hasta lo impensable para mantenerme al tanto de sus acciones —agregó severo—. Si me ayudas con eso, nunca llegarás a poner un pie en prisión y tu hermano tendrá una sentencia más justa, pero si te niegas o lo haces mal, yo mismo te llevaré a la cárcel y colaboraré para que de allí no salgas en décadas. Mucho menos, Michael.
Eso último lo dijo con voz amenazante y observándola con rudeza.
Samantha se asustó, porque conocía su crueldad. Sabía de lo que su padre era capaz, muchas veces se lo había demostrado.
Esa misma tarde, Edmund recibió una visita. Samantha y él aún no habían terminado de hablar sobre la dura sentencia que le imponían cuando apareció en la casa Robert Lennox, «el León».Robert era uno de los socios más importantes del hombre y a quien apodaban de esa manera por el símbolo que poseía el logo de su empresa: el rostro de un león de mirada salvaje y despiadada.Samantha enseguida se llevó una mano al rostro para secar sus lágrimas y se puso de pie cuando su padre lo hizo.Un hombre alto, vestido de manera elegante con un traje blanco sin corbata, entró en la sala. Sus cabellos castaños claros refulgieron como el oro al pasar junto a los rayos del sol que entraban por la ventana, cegándola por un momento.Al estar junto a ellos, pudo apreciarlo mejor. Tenía hombros anchos y cuerpo ejercitado, su piel estaba bronceada y su rostro era anguloso, con una barba de tres días marcando su mandíbula.Sus cabellos formaban rizos suaves en la parte superior, que caían sobre su frente
Una semana después, Robert Lennox regresó de Texas. Edmund ya tenía todo preparado para realizar la boda, sería un matrimonio civil que se llevaría a cabo en su mansión.En la prensa se había anunciado el evento en medio de un escándalo, donde Samantha había sido la más perjudicada. Al inicio dijeron que ella había engañado a Fernand Wesley con el León, por eso Fernand rompió el compromiso y se refugió en la casa que su familia tenía en el lujoso barrio de Leschi.Las Combs lo cuidaron por estar solo, ya que todos los Wesley se encontraban en Europa. Gracias a ese compartir él se había enamorado de Elaine Combs, anunciando desde ya un pronto matrimonio.Pero ellos estaban furiosos debido a que ningún medio de comunicación se interesaba en su romántica y resiliente historia. Todos estaban enfocados en el León y en la mujer que había sido capaz de atraer la atención de aquel silencioso y misterioso hombre de negocios.Robert Lennox tenía una historia oscura y desconocida que se debatía
La boda fue un momento de gran tensión. El funcionario que leía el acta de matrimonio se equivocaba a cada tanto, los nervios le producían carraspera.Samantha estaba tan inquieta que no atendía para nada su alocución, lo que hacía era repasar con ansiedad lo que sucedía esperando que en cualquier momento se produjese una pelea, o un estallido que acabara con aquel decadente espectáculo.Observaba con disimulo a Robert, quien estaba parado a su lado. Buscaba conocerlo al analizar sus reacciones, pero él se mantenía imperturbable. Paseaba su mirada severa y desconfiada entre los invitados como si vigilara los movimientos de cada uno.Edmund se encontraba al otro lado de ella, inmóvil, como un carcelero. Dispuesto a retenerla con violencia si se le ocurría escapar. Junto a él estaban las Combs, cuchucheando por lo bajo y dirigiendo miradas críticas hacia Samantha, y Fernand Wesley, que no paraba de sonreír con burla como si supiese que pronto ocurriría algo bochornoso que rompería la ten
Samantha se quedó toda la noche junto a Robert. Él mantenía a raya las burlas que pretendía dirigirle Fernand Wesley y las Combs, así como el acoso de Johan.Edmund lanzaba ocasionales miradas de desprecio hacia ellos, aunque se mantenía apartado. Hablaba con los funcionarios de la Alcaldía que habían oficiado la boda.En una oportunidad, el móvil de Robert comenzó a repicar y él tuvo que alejarse hacia una ventana para responder la llamada. De esa forma dejó a su nueva esposa sin ningún tipo de protección.—Señora Lennox, felicidades. —La voz cargada de advertencias de Johan la estremeció. Ella lo miró alerta—. Recuerdas cada una de las solicitudes que te dio Edmund, ¿cierto?Sus palabras la inquietaron. Lanzó una ojeada hacia el León, pero él estaba de espaldas hablando por móvil.—Sé buena chica, Samantha —continuó Johan—. Si lo haces bien, podrás librarte de esta obligación en dos o cuatro semanas. Una vez que tu padre tenga toda la información que necesita, asegurará tu libertad
Samantha quedó paralizada a pocos pasos de la puerta de la habitación para apreciarla a gusto. Le habían dado una para ella sola. Grande, lujosa y llena de comodidades.Sonrió fascinada y corrió hacia la ventana abriendo la cortina. Las vistas hacia los jardines del patio trasero y el mar eran asombrosas. Aunque pronto recordó la boda, la cercana presencia del León, las órdenes dadas por su padre y la condena que recaía sobre su hermano y sobre ella.La seriedad de nuevo invadió su semblante, así que cerró la cortina y se dirigió de hombros caídos hacia las maletas que habían dejado junto a la cama. Se quitaría el vestido de novia y se pondría cómoda para comenzar a enfrentar su desdichada vida.Puso una de las maletas sobre el colchón y la abrió. La sorpresa la dejó inmóvil unos segundos.—Nooo —exclamó molesta y revolvió las prendas allí guardadas. Ninguna le pertenecía.Tomó un vestido y lo estiró frente a su cara. Era una prenda ajustada, corta y con aberturas por todos lados. La
Luego de descargar todas sus amargas emociones con el llanto, Samantha se quitó el vestido de novia y se puso un camisón de los guardados en el clóset. Estaba tan cansada que se quedó dormida casi enseguida.Al despertar, no solo descubrió que habían limpiado su habitación, llevándose la fea ropa que le había enviado su padre y los restos del adorno roto, sino que dejaron un par de vestidos decentes sobre un sillón.Se levantó enseguida para revisarlos. Eran vestidos elegantes, del tipo que solían usar las mujeres adineradas con las que salía Edmund, como Claire Combs. No eran su estilo y la talla era un poco grande, pero le quedarían mejor que las prendas de prostituta que le había enviado.Se metió al baño y se dio una rápida ducha ataviándose con uno de los trajes, un vestido sencillo color crema con escote tipo barco y falda plisada. Se ató su larga cabellera oscura en una cola de caballo y salió de la habitación sin maquillarse.Tenía hambre. El día anterior había comido muy poco
Samantha se sentó en el borde de la cama frente a Robert e intentó mirarlo con la misma intensidad con que él lo hacía, aunque no podía disimular su nerviosismo.—¿Qué quieres?Él alzó los hombros con indiferencia.—Compartir un tiempo a solas con mi esposa. ¿No puedo?Ella se mordió los labios para controlar su ansiedad.Debía reconocer que aquel hombre era hermoso. Su atractivo no pasaba desapercibido para nadie. En el centro comercial había notado como las mujeres lo veían con interés, incluso, hombres. Su postura segura y determinada lo hacía llamativo.—Gracias por todas las compras —agradeció con sinceridad.—Quiero que estés cómoda y tranquila, y que Edmund deje de tener influencias sobre ti.—¿Por qué? —quiso saber, confusa—. Este no es un matrimonio real.—Claro que lo es. Los funcionarios que viste en la casa de tu padre eran muy reales.—Pero todo fue acordado. Nosotros ni siquiera nos conocemos, solo es un negocio.—Si vamos a vivir bajo el mismo techo, quiero que lo hagam
Samantha no volvió a ver al León esa noche. Al bajar al comedor para la cena, Morrigan, el mayordomo, le informó que él no iría a comer. Estaba encerrado en su despacho ocupándose de unos asuntos de trabajo.Esa noticia terminó de partirle el corazón. Supuso que el hombre se aislaba para no tener nada que ver con ella, molesto por el mal sexo que le había ofrecido.Era una novata en eso, no sabía qué hacer ni cómo moverse para darle placer. Solo se quedó quieta, lo dejó actuar según sus preferencias sin dar su opinión.Robert Lennox era un hombre poderoso, rico y muy atractivo, podía tener a cualquier mujer a su lado, a amantes expertas que lo hicieran despegar los pies de la tierra. Sin embargo, la había elegido a ella.—Es obvio que te quiere solo para fastidiar a Edmund —se dijo frente al espejo, cuando se arreglaba para bajar a desayunar.¿Estaría el León en el comedor? ¿O volvería a dejarla sola?Samantha salió de su habitación resignada, aquello era lo mejor que sabía hacer. La