Capítulo 3. Crimen y castigo.

Samantha se ocultó en la habitación de su hermano para pasar allí la noche y en la mañana buscar otro sitio dónde quedarse. No quería tener problemas con Silvia, su madre.

—¿Irás con Jenny? —preguntó el chico en referencia a la mejor amiga de su hermana.

—No puedo, le causaría problemas. A su abuelo no le gusta que ella lleve visitas a su casa.

—¿Entonces?

—No sé. Buscaré dinero para alquilar alguna habitación.

—Puedo hablar con el Topo para que te haga un préstamo.

—¡No! —dijo con firmeza, aunque con voz baja para que no la escuchara ni su madre ni el novio de esta, quienes debían estar durmiendo a dos habitaciones de distancia—. No quiero deberle nada a ese delincuente y te he pedido muchas veces que te alejes de él.

—Es mi mejor amigo —respondió el chico ceñudo.

—Es un vendedor de drogas. Aunque haya sido tu mejor amigo en la primaria, ahora no es el mismo. Te meterás en problemas por su culpa.

El joven comprimió el rostro en una mueca de desagrado, pero no pudieron continuar porque la puerta de la habitación se abrió a causa de un golpe que los hizo saltar a los dos de la cama.

Colin Harke, el novio de su madre, irrumpió en el dormitorio luego de patear la puerta para romper la débil cerradura. Se notaba agitado por culpa de las drogas y el alcohol que había consumido. Siempre estaba en ese estado.

—Samantita, estás en casa —mencionó con voz cantarina y sádica.

—¿Qué quieres? Ya me voy —dijo nerviosa y tomó su mochila para salir de allí.

—No, niña. Aún no te irás —advirtió el hombre mientras se acercaba a ella con postura amenazante.

Michael retrocedió hacia el baño aprovechando que él no le prestaba atención.

—¡Samantha! —gritó su madre al verla—. ¡¿Qué demonios haces en la casa?! ¡Lárgate ya!

—¡No! —vociferó Colin molesto—. La pobre no tiene dónde quedarse y nosotros somos su familia.

—Pero, ¡¿qué dices?! —exclamó la mujer sorprendida—. Ella no se quedará. Se irá ya mismo…

Silvia tuvo la intención de acercarse a su hija para sacarla arrastrada por los cabellos. No la quería ahí porque su presencia provocaba a Colin y no deseaba que su novio se interesara por nadie más que no fuese ella.

Pero el hombre la detuvo al sostenerla con rudeza de un brazo.

—Sal de la habitación y déjanos solos.

Silvia lo observó indignada.

—¿Cómo me pides eso? Vámonos a…

—¡VETE!

Él rugió con tanto enfado que sobresaltó a las dos mujeres y las llenó de terror. Silvia no pudo hacer otra cosa que hacer lo que le pedía.

—¡Mamá, no me dejes con él! ¡Mamá! —rogó Samantha, pero la mujer no atendió a sus súplicas. Se marchó con la rabia reluciendo en su rostro crispado.

—Ahora sí, Samantita. Tú y yo vamos…

—Sal de aquí, mal nacido.

Michael regresó del baño con una pistola en la mano y apuntando hacia Colin. El hombre lo observó con advertencia.

—Baja el arma, niño.

—Cuando salgas de aquí.

Al descubrir que Michael se mostraba decidido, Colin se olvidó de Samantha y se aproximó a él, erguido con soberbia.

—Te sacaré el corazón, m*****a escoria. Te arrepentirás el haber…

Un poderoso «¡Bang!» retumbó dentro de la habitación y produjo un grito de terror en Samantha.

La mujer quedó paralizada mientras veía a Colin tambalearse hacia atrás y mirar con asombro el hoyo que tenía en el centro del pecho, por el que brotaba una enorme cantidad de sangre.

***

La encerraron en una celda sin ventanas. En ningún momento pudo dormir, por eso no estaba segura si había pasado una o dos noches allí.

Lo que hacía era llorar, sentada sobre un banco de cemento con los pies sobre el mueble y abrazada a sus rodillas.

Cuando su padre apareció, sintió un alivio profundo en su pecho. Por primera vez en toda su vida se alegró de verlo. Él firmó unos papeles y esperó con rostro fastidiado a que la sacaran de la celda.

Todos los oficiales presentes la veían con odio mientras se marchaba de la comisaría. Colin Harkes había muerto, él había sido un policía que había pertenecido a ese mismo departamento.

Aunque nunca fue un oficial ejemplar, sino un tipo problemático e impertinente, no dejaba de ser uno de ellos. Y a ella la señalaban como una de sus asesinas.

Subió al auto de Edmund en medio de un silencio sepulcral. En el camino no hablaron, él la ignoró por atender llamadas telefónicas. En la mansión los recibió la soledad, porque ni los empleados se encontraban a la vista.

Entraron en el salón donde ella antes había encontrado a su exprometido teniendo sexo con su futura hermanastra. Una vez más la indignación y la pena estalló en su interior empañando su ojos con lágrimas.

—Esta es la situación, niña —comenzó a decir el hombre con tono de desprecio una vez que ambos se sentaron frente a frente—. Tú y tu hermano están señalados como los responsables de la muerte de ese policía. Hoy pensaban trasladarte a una prisión de máxima seguridad mientras estudiaban el caso y te enjuiciaban. Supongo que por haber agredido a un policía te darán de cinco a diez años de cárcel, más una multa de unos tres mil dólares.

Samantha amplió los ojos en su máxima expresión.

—Además, tu hermano, que es el verdadero asesino, está desaparecido. Huyó luego de asesinar a Harkes y tú no quieres dar información de su paradero.

—No sé dónde puede estar.

Ella había sido quien le ordenó a Michael huir cuando Colin cayó al suelo abatido por el disparo. El chico apenas tenía dieciséis años de edad y por haber asesinado a un policía de seguro le daría cadena perpetua. No estaba preparada para perderlo.

—Pero los policías creen que estás ayudando a tu hermano a escapar de la justicia. Eso podría aumentar los años que pasarías en la cárcel y la cifra final de la multa. Y como regalo adicional, suponen que el homicidio fue premeditado. Tienen testigos que aseguran que tú y Michael odiaban a Colin y habían tenido infinidad de conflictos con él. Por eso tenían un arma oculta en la casa y tú te escurriste por la ventana esa noche.

—¡Nada de eso es cierto! ¡Tú sabes por qué fui a esa casa! —exclamó alterada y con las lágrimas volviendo a correr pos sus mejillas.

—¿Y cómo los convencerás de que eres inocente? Los policías están ansiosos por crucificar a alguien, así demuestran que con ellos nadie se mete. Al no estar tu hermano disponible, tú eres la más indicada para cargar con esa cruz.

Samantha apretó los puños para controlar la rabia. Estaba perdida, la habían acorralado sin dejarle ninguna opción de escapatoria.

—A pesar de todo ese panorama, puedo liberarte de esa sentencia y suavizar la de Michael.

Ella lo miró con desprecio, sin dejar de llorar en silencio.

—Llegaré a un acuerdo económico con la policía para que te liberen de esa culpa y para que sean flexibles con tu hermano, pero para ti, eso no será gratis.

—Para mí nada ha sido gratis —expuso con reproche.

Él sonrió con superioridad.

—Todo tiene un valor en esta vida, niña, y tú tienes un precio desde que naciste.

La amargura estalló en el estómago de la mujer y le revolvió las tripas. De esa manera Edmund le recordaba que ella no era nadie, solo una moneda de cambio que se ofrecería al mejor postor.

—¿Qué esperas que haga? —exigió, posando en el hombre una mirada letal.

Por su hermano se doblegaba, pero no se mostraría vencida.

—Te casarás con uno de mis socios. Esa será tu sentencia.

La mujer empalideció por la noticia.

—¿Otro socio? ¿No te bastó con lo sucedido con Fernand?

—Esta vez tendrás que poner de tu parte y ser mucho más complaciente para que él no te cambie en pocos días.

La indignación le revolvió el estómago.

—No dejaré que me prostituyas —se quejó.

—No pienso prostituirte —aseguró Edmund con una sonrisa burlona—. Tengo un socio muy importante a quien le urge casarse y una hija conflictiva que necesita estabilidad y que la protejan del escándalo que se va a desatar cuando la sociedad se entere que su prometido la rechazó por una niña de dieciocho años. Él tendrá su matrimonio y tú la seguridad que necesitas. Es un intercambio justo.

—¿Y eso es todo? ¿Me casaré con tu socio a cambio de librarme de esa injusta acusación y ayudar a mi hermano?

—Tendrás que casarte con el hombre que te indicaré sin poner resistencia y te portarás bien mientras seas su esposa —advirtió lacerándola con la mirada—. Deberás conocer hasta lo más mínimo de su rutina. De la gente con la que se reúne, las llamadas que realiza y hasta de lo que piensa. Debes conocerlo todo para después informármelo.

Ella lo observó impactada.

—¡¿Quieres que lo espíe?!

—Necesito conocer hasta el más mínimo detalle de los negocios que maneja. Graba conversaciones, toma fotografías, escucha detrás de las puertas. Haz hasta lo impensable para mantenerme al tanto de sus acciones —agregó severo—. Si me ayudas con eso, nunca llegarás a poner un pie en prisión y tu hermano tendrá una sentencia más justa, pero si te niegas o lo haces mal, yo mismo te llevaré a la cárcel y colaboraré para que de allí no salgas en décadas. Mucho menos, Michael.

Eso último lo dijo con voz amenazante y observándola con rudeza.

Samantha se asustó, porque conocía su crueldad. Sabía de lo que su padre era capaz, muchas veces se lo había demostrado.

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