Samantha logró liberarse del compromiso social al que su padre Edmund Muller quiso obligarla a asistir gracias a su bien fingido dolor de cabeza.
Esa noche se realizaba una cena benéfica profondos para un hospital infantil y ella no entendía cómo los organizadores de esos eventos seguían invitando a su padre.
Edmund asistía a esas fiestas y anunciaba millonarias donaciones, pero nunca llegaba a dar curso a los pagos. Al menos, ya sabía de quien había heredado el talento para la mentira. Él era su mejor ejemplo e inspiración.
Esperó a que el hombre se marchara con su novia y la hija de esta y salió de su habitación rumbo a la cocina. Tenía hambre y quería ir por un bocadillo.
No encendió las luces, se movía bien a través de las sombras. Los grandes ventanales de la mansión Muller permitían el paso de la claridad de la luna que resultaba suficiente para ubicarse.
Al llegar al vestíbulo escuchó unos ruidos provenientes de uno de los salones. Se inquietó porque pensó que estaría sola dentro de la mansión. Al personal se le había concedido una noche de descanso. Solo los vigilantes se encontraban en las cercanías, pero custodiando desde el exterior.
Su curiosidad aumentó cuando reconoció los sonidos como jadeos apasionados. ¿Se habría quedado su padre en casa teniendo sexo con la viuda Combs, quien ahora era su novia?
La curiosidad la venció así que caminó con sigilo hacia la puerta.
Como iba descalza, sus pasos no resonaron y al estar la puerta semiabierta fue capaz de asomarse sin tener que hacer ruido al mover la madera.
Frente a una ventana divisó a una pareja desnuda. La luz natural le permitió detallarlos.
Eran jóvenes. Ella se hallaba sentada en el borde de una mesa y él estaba anclado entre sus piernas sosteniendo una de las rodillas de la mujer con una mano. Con la otra la aferraba por la cintura para inmovilizarla mientras le propinaba fuertes estocadas.
Ella se arqueaba y se esforzaba por no gritar. Sus senos saltaban con violencia por culpa de los movimientos bruscos y ansiosos de él.
A pesar de las sombras, Samantha logró reconocerlos. La rabia y la indignación la embargaron.
Abrió la puerta de golpe haciendo que la madera se estrellara contra la pared. El ruido que produjo sobresaltó a la pareja.
Él soltó a la mujer y retrocedió varios pasos tapando con sus manos sus partes íntimas, sin preocuparse porque ella había caído al suelo al perder su soporte.
—¡Fernand! —exclamó Samantha con lágrimas en los ojos—. ¡¿Qué estás…?!
No pudo continuar.
Haber descubierto a su prometido teniendo sexo en su casa con la hija de la viuda Combs, quien pronto sería su hermanastra, le partió el corazón.
—¿Samantha? —preguntó el hombre confundido—. ¡¿Qué demonios haces aquí?!
—¡¿Qué hacen ustedes aquí?! ¡¿Desde cuándo son amantes?!
La pareja con premura buscó su ropa para vestirse. La mujer agarró su blusa y pretendió escapar a las carreras, pero Samantha la tomó por los cabellos y con rudeza la obligó a volver.
La chica emitió un grito de dolor.
—¡Ni pienses que huirás sin darme una explicación!
—¡Samantha, déjala! —ordenó Fernand y corrió hacia la mujer que lloriqueaba por el mal trato que había recibido—. No le hagas daño. Está embarazada.
La noticia resultó como una bola de hierro que golpeó el pecho de Samantha y se lo llenó de amargura.
—¿Embarazada? —preguntó con la voz cortada por la pena.
Fernand acarició a la mujer en la zona donde la habían lastimado.
—¿Estás bien, Elaine?
Ella asintió y se hundió en el pecho de él para llorar como si fuese una niña pequeña. Fernand la abrazó de manera protectora antes de calcinar a Samantha con una mirada llena de reproches.
—Eres una bruta, como tu madre —la insultó—. Si llegas a lastimar a mi hijo la pagarás.
—¿A tu hijo? —indagó impactada—. Hace unos días revisábamos juntos la lista de invitados para nuestra boda, porque esta semana se comenzarían a repartir las invitaciones. ¡Y ahora tú y Elaine serán padres! —exclamó sin poder creerse aquella noticia.
—¿De verdad pensabas que iba a casarme con una bruta como tú? —preguntó el hombre con desprecio—. Hice un acuerdo con tu padre, pero eres tan ordinaria que me arrepentí, igual a tu madre, esa prostituta de poca monta que no dudó en abrirle las piernas a Edmund por unas cuantas monedas. No puedo manchar el apellido de mi digna familia al mezclarme contigo. Elaine, en cambio, viene de buena cuna. ¡Es una dama en todo el sentido de la palabra!
Cada acusación de él era un zarpazo doloroso que Samantha recibía en el corazón y la destrozaba.
Aunque su compromiso con Fernand Wesley había sido arreglado semanas atrás por su padre para fortalecer la unión entre las familias, que ya estaban vinculadas gracias a negocios inmobiliarios, ella se había enamorado de él. Por eso le dolía tanto esa traición.
—No puedo creer que me hayan hecho esto. ¡Mucho menos esa mosquita muerta! —bramó con rabia y señaló a Elaine que cada vez se acurrucaba más en el pecho de Fernand.
Esa joven tan solo contaba con dieciocho años de edad y solía ser tímida. Su madre, la viuda Claire Combs, se convirtió meses atrás en la prometida de su padre y se mudó a la mansión mientras organizaban la boda.
Al conocerse, Elaine y ella hicieron buenas migas y se convirtieron en amigas. La chica trataba a Samantha como una hermana mayor de la que quería aprender, aunque en realidad lo que pretendía era estar lo más cerca posible de Fernand para conquistarlo.
—¡Lárgate de aquí, Samantha, déjanos en paz! —ordenó el hombre molesto.
Ella se secó las lágrimas que marcaban su rostro y se irguió con soberbia.
—Esto no se quedará así. ¡Ambos me la pagarán! —dijo para desahogar el gran dolor que sentía.
—¡Lárgate, zorra! ¡Vete con tu madre a vivir en la miseria! ¡¿Eso no es lo que siempre has querido?!
Aquello lo dijo con burla, resquebrajando aún más los sentimientos de Samantha.
Ella había estado tan enamorada de él que le abrió su corazón. En una ocasión le confesó lo mucho que odiaba a Edmund, porque él siempre la trataba con desprecio a pesar de ser su padre. No le gustaba vivir allí, prefería estar en cualquier otro lugar que en esa mansión.
Fernand usaba los secretos que ella le había confesado para humillarla. Así le demostraba el gran error que había cometido al confiar en un sujeto al que había conocido poco antes de su compromiso.
Luego de traspasarlos a ambos con una mirada devastadora, abrigada por una insaciable sed de venganza, salió del salón hacia su habitación.
Allí se encerró para drenar toda la rabia y la pena que sentía, dispuesta a no ser la única humillada.
Cuando Edmund llegó a la mansión luego del evento social, descubrió que Samantha lo esperaba hecha un mar de lágrimas.—¿Qué sucedió? —preguntó severo.Claire, a su lado, la observó con soberbia. Nunca le gustó que Samantha estuviera en esa casa ni compartiera con su hija por sus orígenes maternos humildes.—Fernand me traicionó con otra mujer.Edmund se irguió, incómodo, y Claire arqueó las cejas con asombro.—¿Cómo lo sabes?—Porque lo encontré teniendo sexo en el salón con ella y me confesó que está embarazada.Ambos se impactaron, pero Claire, además, se angustió y corrió a las escaleras para ir a la habitación de su hija. Sospechaba que Elaine estaba involucrada en aquel hecho.—No sé lo que habrá sucedido, pero te prohíbo decir algo fuera del entorno familiar.Samantha se impactó por sus palabras. ¿Acaso su padre ya sabía sobre la traición de su prometido y su futura hermanastra?—Fernand me engaña desde hace tiempo. Para que su amante esté embarazada deben estar juntos desde ha
Samantha se ocultó en la habitación de su hermano para pasar allí la noche y en la mañana buscar otro sitio dónde quedarse. No quería tener problemas con Silvia, su madre.—¿Irás con Jenny? —preguntó el chico en referencia a la mejor amiga de su hermana.—No puedo, le causaría problemas. A su abuelo no le gusta que ella lleve visitas a su casa.—¿Entonces?—No sé. Buscaré dinero para alquilar alguna habitación.—Puedo hablar con el Topo para que te haga un préstamo.—¡No! —dijo con firmeza, aunque con voz baja para que no la escuchara ni su madre ni el novio de esta, quienes debían estar durmiendo a dos habitaciones de distancia—. No quiero deberle nada a ese delincuente y te he pedido muchas veces que te alejes de él.—Es mi mejor amigo —respondió el chico ceñudo.—Es un vendedor de drogas. Aunque haya sido tu mejor amigo en la primaria, ahora no es el mismo. Te meterás en problemas por su culpa.El joven comprimió el rostro en una mueca de desagrado, pero no pudieron continuar porqu
Esa misma tarde, Edmund recibió una visita. Samantha y él aún no habían terminado de hablar sobre la dura sentencia que le imponían cuando apareció en la casa Robert Lennox, «el León».Robert era uno de los socios más importantes del hombre y a quien apodaban de esa manera por el símbolo que poseía el logo de su empresa: el rostro de un león de mirada salvaje y despiadada.Samantha enseguida se llevó una mano al rostro para secar sus lágrimas y se puso de pie cuando su padre lo hizo.Un hombre alto, vestido de manera elegante con un traje blanco sin corbata, entró en la sala. Sus cabellos castaños claros refulgieron como el oro al pasar junto a los rayos del sol que entraban por la ventana, cegándola por un momento.Al estar junto a ellos, pudo apreciarlo mejor. Tenía hombros anchos y cuerpo ejercitado, su piel estaba bronceada y su rostro era anguloso, con una barba de tres días marcando su mandíbula.Sus cabellos formaban rizos suaves en la parte superior, que caían sobre su frente
Una semana después, Robert Lennox regresó de Texas. Edmund ya tenía todo preparado para realizar la boda, sería un matrimonio civil que se llevaría a cabo en su mansión.En la prensa se había anunciado el evento en medio de un escándalo, donde Samantha había sido la más perjudicada. Al inicio dijeron que ella había engañado a Fernand Wesley con el León, por eso Fernand rompió el compromiso y se refugió en la casa que su familia tenía en el lujoso barrio de Leschi.Las Combs lo cuidaron por estar solo, ya que todos los Wesley se encontraban en Europa. Gracias a ese compartir él se había enamorado de Elaine Combs, anunciando desde ya un pronto matrimonio.Pero ellos estaban furiosos debido a que ningún medio de comunicación se interesaba en su romántica y resiliente historia. Todos estaban enfocados en el León y en la mujer que había sido capaz de atraer la atención de aquel silencioso y misterioso hombre de negocios.Robert Lennox tenía una historia oscura y desconocida que se debatía
La boda fue un momento de gran tensión. El funcionario que leía el acta de matrimonio se equivocaba a cada tanto, los nervios le producían carraspera.Samantha estaba tan inquieta que no atendía para nada su alocución, lo que hacía era repasar con ansiedad lo que sucedía esperando que en cualquier momento se produjese una pelea, o un estallido que acabara con aquel decadente espectáculo.Observaba con disimulo a Robert, quien estaba parado a su lado. Buscaba conocerlo al analizar sus reacciones, pero él se mantenía imperturbable. Paseaba su mirada severa y desconfiada entre los invitados como si vigilara los movimientos de cada uno.Edmund se encontraba al otro lado de ella, inmóvil, como un carcelero. Dispuesto a retenerla con violencia si se le ocurría escapar. Junto a él estaban las Combs, cuchucheando por lo bajo y dirigiendo miradas críticas hacia Samantha, y Fernand Wesley, que no paraba de sonreír con burla como si supiese que pronto ocurriría algo bochornoso que rompería la ten
Samantha se quedó toda la noche junto a Robert. Él mantenía a raya las burlas que pretendía dirigirle Fernand Wesley y las Combs, así como el acoso de Johan.Edmund lanzaba ocasionales miradas de desprecio hacia ellos, aunque se mantenía apartado. Hablaba con los funcionarios de la Alcaldía que habían oficiado la boda.En una oportunidad, el móvil de Robert comenzó a repicar y él tuvo que alejarse hacia una ventana para responder la llamada. De esa forma dejó a su nueva esposa sin ningún tipo de protección.—Señora Lennox, felicidades. —La voz cargada de advertencias de Johan la estremeció. Ella lo miró alerta—. Recuerdas cada una de las solicitudes que te dio Edmund, ¿cierto?Sus palabras la inquietaron. Lanzó una ojeada hacia el León, pero él estaba de espaldas hablando por móvil.—Sé buena chica, Samantha —continuó Johan—. Si lo haces bien, podrás librarte de esta obligación en dos o cuatro semanas. Una vez que tu padre tenga toda la información que necesita, asegurará tu libertad
Samantha quedó paralizada a pocos pasos de la puerta de la habitación para apreciarla a gusto. Le habían dado una para ella sola. Grande, lujosa y llena de comodidades.Sonrió fascinada y corrió hacia la ventana abriendo la cortina. Las vistas hacia los jardines del patio trasero y el mar eran asombrosas. Aunque pronto recordó la boda, la cercana presencia del León, las órdenes dadas por su padre y la condena que recaía sobre su hermano y sobre ella.La seriedad de nuevo invadió su semblante, así que cerró la cortina y se dirigió de hombros caídos hacia las maletas que habían dejado junto a la cama. Se quitaría el vestido de novia y se pondría cómoda para comenzar a enfrentar su desdichada vida.Puso una de las maletas sobre el colchón y la abrió. La sorpresa la dejó inmóvil unos segundos.—Nooo —exclamó molesta y revolvió las prendas allí guardadas. Ninguna le pertenecía.Tomó un vestido y lo estiró frente a su cara. Era una prenda ajustada, corta y con aberturas por todos lados. La
Luego de descargar todas sus amargas emociones con el llanto, Samantha se quitó el vestido de novia y se puso un camisón de los guardados en el clóset. Estaba tan cansada que se quedó dormida casi enseguida.Al despertar, no solo descubrió que habían limpiado su habitación, llevándose la fea ropa que le había enviado su padre y los restos del adorno roto, sino que dejaron un par de vestidos decentes sobre un sillón.Se levantó enseguida para revisarlos. Eran vestidos elegantes, del tipo que solían usar las mujeres adineradas con las que salía Edmund, como Claire Combs. No eran su estilo y la talla era un poco grande, pero le quedarían mejor que las prendas de prostituta que le había enviado.Se metió al baño y se dio una rápida ducha ataviándose con uno de los trajes, un vestido sencillo color crema con escote tipo barco y falda plisada. Se ató su larga cabellera oscura en una cola de caballo y salió de la habitación sin maquillarse.Tenía hambre. El día anterior había comido muy poco