Hasta que el rencor nos separe. Matrimonio por venganza
Hasta que el rencor nos separe. Matrimonio por venganza
Por: Johana Connor
Capítulo 1. Una amarga sorpresa.

Samantha logró liberarse del compromiso social al que su padre Edmund Muller quiso obligarla a asistir gracias a su bien fingido dolor de cabeza.

Esa noche se realizaba una cena benéfica profondos para un hospital infantil y ella no entendía cómo los organizadores de esos eventos seguían invitando a su padre.

Edmund asistía a esas fiestas y anunciaba millonarias donaciones, pero nunca llegaba a dar curso a los pagos. Al menos, ya sabía de quien había heredado el talento para la mentira. Él era su mejor ejemplo e inspiración.

Esperó a que el hombre se marchara con su novia y la hija de esta y salió de su habitación rumbo a la cocina. Tenía hambre y quería ir por un bocadillo.

No encendió las luces, se movía bien a través de las sombras. Los grandes ventanales de la mansión Muller permitían el paso de la claridad de la luna que resultaba suficiente para ubicarse.

Al llegar al vestíbulo escuchó unos ruidos provenientes de uno de los salones. Se inquietó porque pensó que estaría sola dentro de la mansión. Al personal se le había concedido una noche de descanso. Solo los vigilantes se encontraban en las cercanías, pero custodiando desde el exterior.

Su curiosidad aumentó cuando reconoció los sonidos como jadeos apasionados. ¿Se habría quedado su padre en casa teniendo sexo con la viuda Combs, quien ahora era su novia?

La curiosidad la venció así que caminó con sigilo hacia la puerta.

Como iba descalza, sus pasos no resonaron y al estar la puerta semiabierta fue capaz de asomarse sin tener que hacer ruido al mover la madera.

Frente a una ventana divisó a una pareja desnuda. La luz natural le permitió detallarlos.

Eran jóvenes. Ella se hallaba sentada en el borde de una mesa y él estaba anclado entre sus piernas sosteniendo una de las rodillas de la mujer con una mano. Con la otra la aferraba por la cintura para inmovilizarla mientras le propinaba fuertes estocadas.

Ella se arqueaba y se esforzaba por no gritar. Sus senos saltaban con violencia por culpa de los movimientos bruscos y ansiosos de él.

A pesar de las sombras, Samantha logró reconocerlos. La rabia y la indignación la embargaron.

Abrió la puerta de golpe haciendo que la madera se estrellara contra la pared. El ruido que produjo sobresaltó a la pareja.

Él soltó a la mujer y retrocedió varios pasos tapando con sus manos sus partes íntimas, sin preocuparse porque ella había caído al suelo al perder su soporte.

—¡Fernand! —exclamó Samantha con lágrimas en los ojos—. ¡¿Qué estás…?!

No pudo continuar.

Haber descubierto a su prometido teniendo sexo en su casa con la hija de la viuda Combs, quien pronto sería su hermanastra, le partió el corazón.

—¿Samantha? —preguntó el hombre confundido—. ¡¿Qué demonios haces aquí?!

—¡¿Qué hacen ustedes aquí?! ¡¿Desde cuándo son amantes?!

La pareja con premura buscó su ropa para vestirse. La mujer agarró su blusa y pretendió escapar a las carreras, pero Samantha la tomó por los cabellos y con rudeza la obligó a volver.

La chica emitió un grito de dolor.

—¡Ni pienses que huirás sin darme una explicación!

—¡Samantha, déjala! —ordenó Fernand y corrió hacia la mujer que lloriqueaba por el mal trato que había recibido—. No le hagas daño. Está embarazada.

La noticia resultó como una bola de hierro que golpeó el pecho de Samantha y se lo llenó de amargura.

—¿Embarazada? —preguntó con la voz cortada por la pena.

Fernand acarició a la mujer en la zona donde la habían lastimado.

—¿Estás bien, Elaine?

Ella asintió y se hundió en el pecho de él para llorar como si fuese una niña pequeña. Fernand la abrazó de manera protectora antes de calcinar a Samantha con una mirada llena de reproches.

—Eres una bruta, como tu madre —la insultó—. Si llegas a lastimar a mi hijo la pagarás.

—¿A tu hijo? —indagó impactada—. Hace unos días revisábamos juntos la lista de invitados para nuestra boda, porque esta semana se comenzarían a repartir las invitaciones. ¡Y ahora tú y Elaine serán padres! —exclamó sin poder creerse aquella noticia.

—¿De verdad pensabas que iba a casarme con una bruta como tú? —preguntó el hombre con desprecio—. Hice un acuerdo con tu padre, pero eres tan ordinaria que me arrepentí, igual a tu madre, esa prostituta de poca monta que no dudó en abrirle las piernas a Edmund por unas cuantas monedas. No puedo manchar el apellido de mi digna familia al mezclarme contigo. Elaine, en cambio, viene de buena cuna. ¡Es una dama en todo el sentido de la palabra!

Cada acusación de él era un zarpazo doloroso que Samantha recibía en el corazón y la destrozaba.

Aunque su compromiso con Fernand Wesley había sido arreglado semanas atrás por su padre para fortalecer la unión entre las familias, que ya estaban vinculadas gracias a negocios inmobiliarios, ella se había enamorado de él. Por eso le dolía tanto esa traición.

—No puedo creer que me hayan hecho esto. ¡Mucho menos esa mosquita muerta! —bramó con rabia y señaló a Elaine que cada vez se acurrucaba más en el pecho de Fernand.

Esa joven tan solo contaba con dieciocho años de edad y solía ser tímida. Su madre, la viuda Claire Combs, se convirtió meses atrás en la prometida de su padre y se mudó a la mansión mientras organizaban la boda.

Al conocerse, Elaine y ella hicieron buenas migas y se convirtieron en amigas. La chica trataba a Samantha como una hermana mayor de la que quería aprender, aunque en realidad lo que pretendía era estar lo más cerca posible de Fernand para conquistarlo.

—¡Lárgate de aquí, Samantha, déjanos en paz! —ordenó el hombre molesto.

Ella se secó las lágrimas que marcaban su rostro y se irguió con soberbia.

—Esto no se quedará así. ¡Ambos me la pagarán! —dijo para desahogar el gran dolor que sentía.

—¡Lárgate, zorra! ¡Vete con tu madre a vivir en la miseria! ¡¿Eso no es lo que siempre has querido?!

Aquello lo dijo con burla, resquebrajando aún más los sentimientos de Samantha.

Ella había estado tan enamorada de él que le abrió su corazón. En una ocasión le confesó lo mucho que odiaba a Edmund, porque él siempre la trataba con desprecio a pesar de ser su padre. No le gustaba vivir allí, prefería estar en cualquier otro lugar que en esa mansión.

Fernand usaba los secretos que ella le había confesado para humillarla. Así le demostraba el gran error que había cometido al confiar en un sujeto al que había conocido poco antes de su compromiso.

Luego de traspasarlos a ambos con una mirada devastadora, abrigada por una insaciable sed de venganza, salió del salón hacia su habitación.

Allí se encerró para drenar toda la rabia y la pena que sentía, dispuesta a no ser la única humillada.

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