Frente a las costas mexicanas, en el estado de Michoacán, se halla el poblado de San Juan de Alima. Las playas, rodeadas de grandes acantilados y formaciones rocosas son el mayor atractivo de la región. Las grandes aglomeraciones y los lujosos hoteles no se encuentran con demasiada frecuencia, pues es un sitio más bien tranquilo y donde la fauna nativa se pasea a gusto por la costa y por los aires. En la playa es común ver pequeñas casas de campaña. El oleaje es tranquilo y las vistas a la bóveda celeste por las noches son francamente asombrosas.
Es en este mundo de silencio y tranquilidad donde el hombre identificado como Adán Vega según su documentación y como Sebastián Costa por la Mafia Italiana yacía dentro de uno de los bungalows cercanos a la playa. Sostenía entre sus manos un cuaderno y un lápiz y, cada cierto tiempo, colocaba el lápiz entre los dientes, contemplab
El Bora negro circulaba por la carretera de cuota 54D a unos decentes 80 km por hora. A la altura de Ciudad Guzmán los ocupantes hicieron una parada. Entraron a una tienda de autoservicio y compraron algunas botellas de agua, una cajetilla de cigarrillos y algunas golosinas.La sensación térmica iba en aumento a medida que se acercaban a la costa y Victoria Greco iba con la ventanilla del copiloto abajo y, como si el aire del exterior no fuera suficiente, llevaba un abanico, que agitaba constantemente para refrescarse.— Ya casi llegamos – anunció Derek ante la creciente impaciencia de Victoria.— Te rogare que no me dirijas la palabra, ¿Entendido? – contestó ella con hosquedad.— ¡Que simpática es usted! – dijo Derek riendo.— Cuando regrese a Italia le diré al Conde que te quisiste propasar conmigo. Te aseguró que puedo hacer que te cort
Derek conducía de regreso. Aun se sentía inquieto, pero le reconfortaba saber que su trabajo había terminado, lo que pasara después ya no era de su incumbencia. Victoria Greco se encargaría de terminar la “operación” y el, había cumplido bastante. Se sentía satisfecho, pues sumaba un logró más a su carrera como mercenario a sueldo. Sus dedos se movieron instintivamente hacia la radio del auto, la encendió y se esforzó en tratar de relajarse. Pero, por lo visto, sus nervios aún estaban en estado de hipersensibilidad, porque, cuando su teléfono móvil empezó a sonar, no pudo evitar sobresaltarse una vez más. Por un breve e inquietante momento creyó que sería Victoria Greco que le llamaba para seguir riéndose de él aun a la distancia. Derek miró la pantalla y vio el nombre de Leone Bellini en el identificador de llamadas.
Victoria Greco se hospedo rápidamente en su habitación. Era la 109 y tenía una vista modesta a las calles del pequeño pueblo. Desempacó las pocas pertenencias que llevaba: ropa, un par de trajes de baño, gafas de sol, bloqueador solar, crema humectante, un sombrero y un par de revistas científicas. En el doble fondo de la maleta había, además, un arma corta semiautomática.Abrió la regadera y esperó a que el chorro de agua se calentara. Con el ruido del agua cayendo, fue a la recamará y se desvistió. Dejo sus prendas en el suelo y entró a ducharse. Cuando terminó, se puso crema humectante en todo su cuerpo y se secó con delicadeza el cabello. Se vistió con unos pequeños shorts que dejaban al descubierto en su totalidad sus largas y delgadas piernas, unos tenis blancos y una camisa blanca holgada completaban la vestimenta. Puso especial empe&ntil
Leone Bellini se encontraba en San Diego desde hacía un par de días. Conducía un automóvil que había rentado, a lo largo de las calles y avenidas del Ocean Beach. Debía conducir con excesiva precaución, pues frecuentemente se veía interrumpido por las llamadas del Conde Di Tella y más aún, veía entorpecida su conducción, por la atención que ponía en los transeúntes, en especial a las mujeres que tuvieran la pinta de parecerse a su mujer.Se adentró a los suburbios bajos y altos, esperando que su memoria despertara al ver la casa de Betzabeth, amiga de su mujer. Él, había visitado aquella casa solo un par de veces y aun recordaba lo mal que le caía aquella mujer delgaducha y de risa escandalosa. Su marido, recordaba, era un tipo agradable, pero era demasiado aficionado a la bebida, lo cual seguramente –, pensaba –, lo hab&
— ¿Cuál es el siguiente paso? – preguntó Victoria Greco al Conde Di Tella. Se comunicaban a través de un teléfono móvil que ella se encargaba de esconder muy bien. Solían hablar muy por la mañana, cuando el sol aun ni siquiera asomaba en el horizonte y cuando Costa estaba dormido. Las veces que él la había sorprendido levantada, ella, se excusaba diciendo que aún eran efectos residuales del jet – lag. Él sonreía, le daba un beso y la acurrucaba a su lado. Victoria casi siempre volvía a dormir. Con el pasar de los días había descubierto, que, a pesar de estar casi convencida de que ya no sentía nada por él, le era sencillo mentir y fingir. Habían hecho el amor cada noche desde su llegada y al menos se sentía más satisfecha y menos asqueada que con el Conde Di Tella. Incluso se podría decir que lo dis
Leone Bellini despertó alrededor del mediodía. Había dormido un total de quince horas y el exceso de sueño no le sentaba en absoluto bien. Extrajo de entre sus cosas una tubera cilíndrica para fumar. De un pequeño sobre sacó Opio, lo colocó dentro del artefacto diseñado para ello y empezó a fumar. Nunca se había considerado a sí mismo un adicto, pero a veces, cuando la tensión era mucha le gustaba fumar un poco. Dio unas cuantas caladas y se sintió mejor. Le dolían un poco los nudillos y entonces recordó la golpiza que le había propinado a Beth la noche anterior. Apesadumbrado, entró a la ducha y dejo correr el agua caliente mientras se disponía a desvestirse. Entonces, su teléfono comenzó a sonar. No tenía registrado el número, pero no estaba lo suficientemente alerta como para tomar la precaución de no contestar.&nb
Leone Bellini llegó a la casa de Beth tan rápido como pudo; aceleró y consiguió que algunos conductores le pitaran debido a su imprudencia. Cuando llego estaba sudando, un tanto por el calor, pero aún más por el nerviosismo que sentía. Sacó un pañuelo del bolsillo de su pantalón y se secó la fina capa de sudor que perlaba su frente. Miró al otro lado de la calle, descendió del auto y se acercó con cautela. Acercándose sigilosamente llegó hasta el pórtico, dudando si debía tocar la puerta. Finalmente, no lo hizo y retrocedió de vuelta a la calle. Levantó la vista, hacia las ventanas; estaba atento por si alguien se asomaba, pero nadie apareció. Beth está muerta adentro – fue la idea que le paso por la cabeza – Nadie ha venido a verla – pensó después con un asomo de sonrisa en sus labios.
Rosella se quedó meditando en todas las desgracias que habían llegado a su vida. Como una bola de nieve, estás, parecían haberse acumulado durante años, incluso décadas, y de un momento a otro habían decidido embestirla con furia. Lloró. No pudo evitarlo. Las lágrimas le escocían los ojos, como si hasta estas, parecieran decididas a infringirle aún más dolor. Dos horas más tarde, y después de recibir el parte médico, se hallaba en la casa de Beth. Fue a recoger algunas cosas, había decidido que se quedaría en la sala del hospital a tiempo completo. Así era menos probable que Leone pudiera hacerle algún daño, pues el hospital ofrecía seguridad, al menos de manera relativa. Por supuesto también quería estar al pendiente del estado de salud de Beth y, además se sentía con la obligación moral de cuidar de Esmeralda. Antes de partir de vuelta al hospital, ordenó sus pertenencias en una pequeña maleta, su ropa, sus zapatos y algunos accesorios típicos