(8)

El cuarto era oscuro, no había corriente eléctrica y había solo unas cuantas velas que ofrecían una iluminación francamente ridícula. A siete metros de profundidad, y con un espacio sumamente reducido, la claustrofobia estaba apoderándose de Rosella. Estaba sobre una suave cama matrimonial con las extremidades atadas a cada extremo, parecía la víctima de alguna clase de juego sexual perverso que conservaba tan solo su ropa interior puesta. Miró de un lado a otro tratando de reconocer el lugar en el que se encontraba, pero fue en vano. 

—      ¿Te gusta este lugar, querida? – preguntó una voz que parecía venir de las paredes. Era la voz de Leone Bellini.

Rosella se removió inquieta, trató de zafar los brazos, pero no consiguió más que reforzar sus ataduras.

—      Es in&uacu

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