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— Usted es tan patético – dijo la voz en la oscuridad.

El Conde Di Tella estaba atado en la oscuridad y escuchaba su respiración jadeante y entrecortada como única ambientación en el lugar. La escena le recordó a cuando mantuvo cautiva a Victoria Greco en un lugar muy similar. Sentía su propia sangre caliente correr desde algún punto fracturado en su cráneo hasta el suelo. El goteó leve, pero constante, le hacía pensar que, si no salía de allí pronto, moriría desangrado, tal y como había dejado morir a muchos de sus rivales cautivos en el pasado. Pensó en su hija, Alexandra, y de pronto, se sintió más tranquilo, casi tanto como si hubiera tomado una de sus pastillas para dormir.

— Así, que después de todo abandona el negocio – dijo de nuevo la voz. El Conde se esforzó en identificar de quien se

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