Eran las 9 de la mañana. El sol asomaba por las ventanas de los complejos hoteleros de la Bahía de Cabo San Lucas, en México. La brisa marina viajaba a través del aire esparciendo su delicado aroma y frescura a los visitantes del Breathless de Los Cabos, uno de los mejores hoteles de todo el puerto.
La vista se antojaba deliciosa desde una de las altas habitaciones en las que el Famoso Arco del Fin del mundo parecía una estatuilla que podría tomarse solo con la fuerza de los dedos. Distintas embarcaciones decoraban el paisaje; la mayoría de ellas con fines turísticos. Era la época vacacional y la ciudad gozaba de un momento cumbre en cuanto a la afluencia de turistas se refiere.
El clima era agradable y en el ambiente flotaba la tranquilidad de la vida citadina de los locales, quienes ofrecían artesanías, hospitalidad y buena comida a los despreocupados visitantes.
Abajo, al nivel de la playa, se podía ver un grupo de niños construyendo castillos de arena y, algunos más aventurados, se enterraban dentro de la misma. El oleaje era tranquilo y los adultos podían descansar, aunque fuera un momento, de la responsabilidad de ser padres, hermanos mayores, abuelos, etc.
Desde la terraza privada de la suite presidencial del Breathless, vestido solo con unos bermudas y unas sandalias, Sebastián Costa observaba con la ayuda de unos binoculares, el gran Arco. Había llegado hacía pocas horas y por el momento la majestuosa vista captaba toda su atención. Estaba sentado en una silla de madera de mimbre y en su regazó tenía un folder con una gran cantidad de papeles en él: pasaporte, visa, algunas identificaciones y algunas fotografías.
Bajó los binoculares. Ni el maravilloso paisaje era suficiente para hacerle olvidar lo desafortunada de su situación. Sabía que ella debía estar allí, con él. Ese era el plan. Te veré en la ciudad de la que tanto hemos hablado – Había dicho ella después de terminada la cirugía.
Costa volvió la mirada hacia el interior de la habitación y vio su teléfono móvil en la lujosa King Size. No se movió. Deseaba que llamara. Necesitaba saber que ella estaba bien y que había podido escapar a tiempo, como él lo había hecho. La llamada, por supuesto no llegó.
Algunas horas después, Costa se hallaba dormido, no había dormido durante el viaje desde Roma y en algún momento el cansancio lo había vencido. Fue un sueño intranquilo y se despertó sintiéndose más cansado y hambriento que antes. Revisó nuevamente el teléfono en busca de alguna señal de ella. Nada.
Se levantó, fue al baño y se mojó el rostro con la intención de que aquello fuera suficiente para despertarlo completamente.
Minutos más tarde y mientras estaba abotonándose la camisa, él teléfono emitió un sonido corto pero estruendoso. Él se acercó rápidamente, sintiendo una desbordante emoción y un ferviente anhelo de que por fin ella estuviera también a salvo y lejos de Roma.
Tomó el dispositivo. Vio que era un mensaje de texto SMS y decía:
Estoy en camino. Llegare a mediodía de mañana. Tu amiga Rossy
El mensaje lo decepcionó un poco, pues no era quien el esperaba que fuera. Desde luego era una buena noticia que su amiga Rosella (Rossy) fuera a visitarle, pero aquello no era suficiente para apaciguarlo.
Dudó unos instantes, con el teléfono en mano, si debía responder. Finalmente, no lo hizo. No quería alentarla, pues sabía que Rosella arriesgaba demasiado al venir.
El estómago comenzó a dolerle y trató de recordar la última vez que había comido. Parecía increíble, pero no pudo recordarlo, era como si su preocupación le hubiera bloqueado todos los recuerdos desde su huida. Decidió que, aunque no sintiera demasiado apetito, debía alimentarse.
Se vistió con un elegante traje Brioni y permaneció unos minutos más en la habitación, sentado, al borde de la cama, comenzando de nuevo a sumergirse en sus ensoñaciones, cuando de pronto, vio asomar entre una de las maletas un pequeño colgante. Estiró la mano y sacó el amuleto que pendía de la brillante cadena. Recordó entonces que ese amuleto era de ella y que había sido un regalo de una de sus mejores amigas. Paso el colgante de una mano a la otra, jugueteando con él y tratando de recordar en que momento lo había empacado (si es que él lo había hecho), entonces, movido tanto por la curiosidad, como por el deseo de tener algo que le recordara a ella, decidió usarlo.
Antes de salir se miró al espejo y tanteó el amuleto que colgaba de su cuello, lo cubrió con la ropa que llevaba encima y se dirigió al restaurante Lucca, que se hallaba dentro del mismo complejo hotelero.
El Lucca era un restaurante que se especializaba en comida italiana. Costa fue recibido por un hombre bajito que habló primero en inglés y después en italiano. Él comprendía muy bien ambos idiomas, además de español, pero se sentía más cómodo hablando en su lengua natal: el italiano. Costa ordenó Carpaccio y Ensalada Capresse. El mesero asintió y dejo a Costa solo en su mesa. Los alimentos llegaron pronto.
Mientras tomaba sus alimentos, el restaurante comenzó a llenarse de gente. Se veía gente de distintas nacionalidades, por supuesto los había nacionales, pero en su mayoría eran extranjeros. Era como un desfile en el que hombres y mujeres vestidos elegantemente se daban cita en el mismo lugar y al mismo tiempo. Costa no pudo evitar pensar que era como los eventos a los que solía asistir en Roma, antes de que todo (incluyendo su vida) se fuera al carajo.
La buena comida hizo que su preocupación despareciera, al menos de momento. Comía ávidamente, como un hombre que ha pasado mucho tiempo sin hacerlo, cuando de pronto, vio entre los comensales que llegaban, a una muchacha muy bella, de cabellera rubia, con ojos grandes y brillantes como perlas, de un tono de azul hermoso y escaso que Costa pocas veces había visto incluso en su natal Italia. La muchacha, además, tenía una estatura correcta y lucía un vestido color plata que le confería un aura más acorde a la realeza. Probablemente fuera norteamericana o británica.
La chica iba acompañada de un hombre y una mujer algo mayores, probablemente sus padres. El hombre, calvo de unos 60 años aproximadamente, vestía un traje similar al del propio Costa, aunque varias tallas más grande; y la mujer, de más o menos la misma edad, usaba unas espantosas gafas y un vestido nada agraciado.
Sin darse cuenta, Costa había apartado toda su atención de la mesa; miraba a la chica como un obseso, como si nunca antes hubiera visto nada igual.
Probablemente la chica se haya sentido observada, porque giró la cabeza justo en su dirección. Costa sonrió con galantería y la chica le correspondió con una expresión de franca coquetería, ella se tocó el cabello nerviosamente y sonrió mostrando unos dientes fuertes y brillantes.
De pronto y sin razón alguna, Costa sintió emanar un calor extraño y reconfortante del centro de su pecho. Era una sensación que parecía provenir del amuleto.
La maraña de sus preocupaciones pareció disiparse como nubes después de una tormenta y de pronto el hombre preocupado y agobiado que era, se convirtió en un hombre que solo buscaba seducir.
Lucas Valdez había llegado a Los Cabos poco después del anochecer. No tenía idea donde podría encontrarse el sospechoso al que buscaba; todo lo que sabía es que se hallaba muy cerca de él.Valdez, de 45 años, había nacido en España. Su desgraciada suerte lo había llevado a caer en tratos con la Mafia Italiana desde muy joven. Pese a todo, se había ganado su lugar en la organización a base de esfuerzo y dedicación, o al menos, eso solía decirle Leone Bellini, su jefe inmediato. Él hubiera preferido no viajar tan lejos para ir tras la pista de un desgraciado como Sebastián Costa, pero como dijo el propio Leone, no había nadie más en condiciones de hacerlo.Valdez tenía cierta aprehensión a volar y había sufrido muchísimo durante las 22 horas de viaje que lo llevaron hasta el paradisiaco destino. Aún
La luz del sol formaba una línea en la pared parecida a una enorme cicatriz. En la Suite Presidencial del Breathless las persianas estaban echadas, pero ya se podía ver con claridad aun dentro de la mediana oscuridad de la habitación. Costa abrió los ojos. Sentía una pesadez en ellos como si sus parpados estuvieran hechos de plomo. Tenía dolor de cabeza y se sentía como si hubiera bebido demasiado la noche anterior, tanto así, que tardó unos instantes en reconocer su habitación. La mujer a su lado, aún demasiado adormilada para caer en la cuenta de donde se encontraba, se removió en la cama dándole la espalda, abrió brevemente los ojos, se removió una vez más y volvió a dormirse. Costa se levantó y se sentó al borde de la cama durante unos instantes, se froto las sienes como lo haría alguien aquejado de fuertes migrañas y se esforzó en recordar los detalles desde el momento en que había visto a la chica hasta el momento actual. Tras un breve ejercicio mental,
Rosella Bellini bajó del avión a las 12:06 pm. Se dirigió rápidamente a la sala donde se vería con Sebastián Costa a su llegada. La Terminal 2 para llegadas Internacionales estaba atestada de personas procedentes de Europa. Rosella buscó entre la multitud, pero no había indicio alguno de su amigo. Llevaba dos pesadas maletas que le dificultaban aún más la tarea. Sabía, de antemano, que el Aeropuerto no se encontraba en Cabo San Lucas, sino en la ciudad vecina de San José del Cabo, unos 30 km de su destino final. Intentó llamar sin éxito al móvil de Costa, y tras agotar el tiempo máximo de espera que ella misma se había autoimpuesto, decidió salir y tomar algún servicio de taxi que pudiera llevarla al Breathless de Los Cabos. Alta y guapa como era, recibió algunos piropos de parte de los nacionales, algunos más educados que otros. Rosella no comprendía muy bien el español, pero si alcanzó a descifrar algunas palabras que le disgustaron. Mientras salía, pensó en llamar
Lucas Valdez se encontraba disfrutando sus “vacaciones obligadas” delante del Arco del Fin del Mundo. Había contratado un paquete local que lo llevaría desde la bahía hasta la mítica formación rocosa. Vestido únicamente con unos bermudas, descalzo, sentía la calidez del sol por todo el cuerpo. Nunca, ni en su más tierna infancia, se imaginó estar en un lugar así. Las circunstancias que lo habían llevado a trabajar para la mafia habían sido tan desafortunadas como lo era su situación actual. Leone Bellini le había encomendado viajar hasta donde se ocultaba Sebastián Costa. Fue tarea fácil para el jefe, pensaba Valdez, pues hacia algún tiempo que tenía intervenido el teléfono de su mujer, y podía leer sus mensajes, escuchar sus llamadas y hasta grabarlas, desde luego también saber su localización. Bellini ha
Había anochecido y mientras Lucas Valdez llegaba a la sala de urgencias, Sebastián Costa se encontraba en la terraza de la Suite Presidencial. Rosella Bellini y él habían pasado parte del día allí mismo mientras ella dibujaba en silencio un retrato a carboncillo del Arco del Fin del Mundo. El dibujo es increíble le había dicho Costa, tienes un talento nato para el dibujo, Rosy.Rosella se encontraba dentro de la habitación dando los últimos detalles a su dibujo. Durante su época como estudiante de arte había aprendido muchas técnicas de pintura, pero hacerlo a lápiz era su favorito, decía que se conservaba más la esencia del dibujo y que le hacía recordar el instante mismo en que lo había dibujado - es como poner una parte de mí en cada dibujo - solía decir - solo Dios puede dotar de tan bellos colores los paisajes, es por eso que prefier
A pocos metros de la Ciudad del Vaticano, se alza una majestuosa construcción de carácter renacentista. Se trata del castillo Sant Angelo. Iniciado por el emperador Adriano en el año 135 para ser su mausoleo personal y familiar, fue terminado por Antonino Pío en el año 139. El castillo está conectado con la Ciudad del Vaticano por un corredor fortificado, llamado Passetto, de unos 800 metros de longitud. La fortaleza fue el refugio del Papa Clemente VII durante el asedio y saqueo de Roma en el año 1527, que llevaron a cabo las tropas del rey Carlos I de España, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.En un puente con el mismo nombre que se alza sobre el Rio Tiber, Leone Bellini esperaba impaciente, noticias de su hombre de confianza, Lucas Valdez. Hacia una semana ya que había hablado con él, para entonces, le había dicho que buscaría a Sebastián Costa y que har&ia
Situado en el mar, sobre una isla artificial localizada a 270 metros de la playa en el Golfo Pérsico, el Burj Al Arab es una imponente construcción con una altura de 320 metros, un lujoso hotel que hace palidecer a la mayoría de los hoteles que se jactan de ser lujosos alrededor del mundo. Es, además, el único con la categoría de siete estrellas alrededor del globo.Los decorados interiores tienen mármol, terciopelo y hojillas de oro. En el vestíbulo, fuentes de agua danzantes, brillantes colores en el techo, acuarios gigantes y luces multicolores son solo algunas de las cosas a las que Victoria Greco les prestó atención.Con su sorprendente altura y con un total de 56 plantas, Victoria Greco se sintió por un momento empequeñecida. Olvido por un momento, al contemplar la majestuosidad del hotel, la desdichada situación en la que se encontraba.Había reservado
Victoria se sentía inquieta. Durante la noche apenas si había podido dormir un par de horas; dominada por una sensación de peligro inminente apenas comía y casi nunca salía de su habitación.La bulliciosa y majestuosa ciudad le pedía a gritos que saliera, que disfrutara de todo su encanto y que gastara más de la cuenta en sus costosas instalaciones. Ella nunca había estado en Dubái y era una pena visitarlo cuando se hallaba en condición de fugitiva.Mientras tanto, Derek, recorría el hotel de arriba abajo, con la misma atención de un cazador que busca desesperadamente una presa; pero sus ojos no habían vuelto a ver a Victoria desde su llegada al Hotel. Había preguntado por ella y no estaba registrada, era para él, obvio que la mujer había dado un nombre falso al registrarse. La noche era genial y Derek detestaba estar caminando sin sentido, subiendo y