Doce horas después de que la policía llegará a la solitaria casa de Isola y de que la ambulancia recogiera a Michael gravemente herido, Leone Bellini estaba terminando de darse una ducha, silbó una vieja melodía mientras se afeitaba y salió vestido con un elegante saco color vino, unos pantalones de vestir negros y unos zapatos limpios y lustrosos. Caminó hasta una tienda de conveniencia cercana, tomó una canastilla y la llenó de toda clase de cosas: latas de atún, agua embotellada, pan tostado, dulces, cigarrillos y sus yogurts favoritos.
— Dame esa botella – dijo Leone al dependiente cuando estaba pagando la cuenta.
El chico tomó una botella de vodka barato y lo agregó a la lista de cosas por pagar.
Leone pagó la cuenta, agradeció al dependiente con una parca sonrisa y salió cargado tres pesadas bolsas, arrancó su auto
Rosella estaba en lo alto de un peñasco, no hacia frio y la sensación de hambre voraz había desaparecido. Contempló unos segundos el cielo, donde podían verse una cantidad infinita de estrellas, que iluminaban el cielo con la intensidad de miles de fuegos artificiales. Rosella bajó la mirada y vio que tenía puesta una túnica blanca. Contempló sus pies descalzos y tanteó el amuleto debajo de su ropa. Brillaba y emitía el mismo calor reconfortante de siempre.Abajo, la vastedad del paisaje era asombroso, las praderas resplandecían con vida propia y una fresca lluvia caía y hacia florecer los verdes y extensos campos. En el cielo brillaban dos lunas diminutas y muy bellas que decoraban el cielo nocturno como si fueran los ojos de un gigantesco dios que mirará su creación desde un punto lejano del universo; fue entonces, cuando supo que estaba en un mundo que no era su mundo.
Lucas Valdés escuchaba con creciente repulsión el plan de Leone Bellini. Estaban en un restaurante, y Lucas sentía que, de un momento a otro, devolvería la comida que tanto había disfrutado; aquello de lo que hablaba Leone Bellini era absurdo y enfermo a la vez, y para colmo, ni siquiera se trataba de un encargó del todopoderoso Conde Di Tella.— Lo siento, Leone, no puedo ayudarte – dijo Valdés. Sacó su billetera y pagó la cuenta dejando una modesta propina. No esperó que el hombre al que había servido durante tantos años respondiera, e impulso su silla de ruedas a la salida, se deslizo en la rampa para discapacitados y dio las gracias a un empleado que le sostuvo amablemente la puerta para que pudiera salir.— Gracias – dijo al chico, que asintió con una franca sonrisa.Lucas se dirigió a su automóvil aparcado detrás del resta
— “Camina por los pasillos hasta llegar a un espacio amplio, tan grande como una sala de estar, la reconocerás por el sonido del agua que proviene del río en el exterior” – Costa se despertó recordando esta frase una y otra vez. Había visto a Rosella en sueños tal como había sucedido en ocasiones anteriores y ella le había dicho como llegar hasta el lugar donde Leone la mantenía cautiva. Parecía una locura, pero así había sucedido, todo este tiempo había visto toda clase de proezas supuestamente hechas por el amuleto Dragón y su mente racional se había negado a aceptar completamente que fuera en verdad algo mágico, pero ahora, el amuleto parecías ser, paradójicamente, su última oportunidad. Debía rescatar a Rosella, y debía hacerlo soló. Alexandra y Michael habían ofrecido su ayuda sin
Michael salió del hospital una semana después de que la policía por fin realizará una exhaustiva revisión en él laberinto subterráneo de la casa de Isola. Decomisaron todo lo que había dentro, desde las armas y las municiones, hasta el equipo médico y medicamentos controlados y de alto riesgo almacenados allí. Recuperaron al menos media docena de cadáveres dentro, algunos ya en avanzado estado de descomposición y otros más ni siquiera pudieron ser encontrados en su totalidad. Aquella propiedad quedaba al resguardó del gobierno francés, que mantenía las cintas prohibitivas por el momento, pero que en el futuro quizá decidiera darle un nuevo uso.Michael miraba las noticias, desde donde una corresponsal delgaducha y pecosa decía que la casa de Isola se había vinculado a la Familia Di Tella y que aquello era solo uno de sus muchos centr
— Usted es tan patético – dijo la voz en la oscuridad.El Conde Di Tella estaba atado en la oscuridad y escuchaba su respiración jadeante y entrecortada como única ambientación en el lugar. La escena le recordó a cuando mantuvo cautiva a Victoria Greco en un lugar muy similar. Sentía su propia sangre caliente correr desde algún punto fracturado en su cráneo hasta el suelo. El goteó leve, pero constante, le hacía pensar que, si no salía de allí pronto, moriría desangrado, tal y como había dejado morir a muchos de sus rivales cautivos en el pasado. Pensó en su hija, Alexandra, y de pronto, se sintió más tranquilo, casi tanto como si hubiera tomado una de sus pastillas para dormir.— Así, que después de todo abandona el negocio – dijo de nuevo la voz. El Conde se esforzó en identificar de quien se
El oleaje mojaba los pies de Rosella. Estaba sentada en la arena y llevaba un sombrero de palma para cubrirse del intenso sol. A corta distancia, una colonia de leones marinos tomaba el sol sobre las rocas. Embarazada de siete meses, tocó su abultado vientre por encima de la delgada blusa.— Tu papá llegará pronto – le dijo al bebé no nato mientras acariciaba su vientre con movimientos suaves y generosos.Levantó la mirada y lo vio acercarse, venía a pie cargando una bolsa de compras. Ella lo vio y sonrío sintiéndose tan enamorada como no recordaba haberlo estado en toda su vida. Le encantaba contemplarlo con el imponente arco de Cabo San Lucas de fondo. Pensó que se veía como en el último sueño que habían compartido juntos hacia tiempo atrás. Y se veía mejor que antes, más guapo, más joven y más fuerte.
Eran las 9 de la mañana. El sol asomaba por las ventanas de los complejos hoteleros de la Bahía de Cabo San Lucas, en México. La brisa marina viajaba a través del aire esparciendo su delicado aroma y frescura a los visitantes del Breathless de Los Cabos, uno de los mejores hoteles de todo el puerto. La vista se antojaba deliciosa desde una de las altas habitaciones en las que el Famoso Arco del Fin del mundo parecía una estatuilla que podría tomarse solo con la fuerza de los dedos. Distintas embarcaciones decoraban el paisaje; la mayoría de ellas con fines turísticos. Era la época vacacional y la ciudad gozaba de un momento cumbre en cuanto a la afluencia de turistas se refiere. El clima era agradable y en el ambiente flotaba la tranquilidad de la vida citadina de los locales, quienes ofrecían artesanías, hospitalidad y buena comida a los despreocupados visitantes. Abajo, al nivel de la playa, se podía ver un grupo de niños construyendo castillos de arena y,
Lucas Valdez había llegado a Los Cabos poco después del anochecer. No tenía idea donde podría encontrarse el sospechoso al que buscaba; todo lo que sabía es que se hallaba muy cerca de él.Valdez, de 45 años, había nacido en España. Su desgraciada suerte lo había llevado a caer en tratos con la Mafia Italiana desde muy joven. Pese a todo, se había ganado su lugar en la organización a base de esfuerzo y dedicación, o al menos, eso solía decirle Leone Bellini, su jefe inmediato. Él hubiera preferido no viajar tan lejos para ir tras la pista de un desgraciado como Sebastián Costa, pero como dijo el propio Leone, no había nadie más en condiciones de hacerlo.Valdez tenía cierta aprehensión a volar y había sufrido muchísimo durante las 22 horas de viaje que lo llevaron hasta el paradisiaco destino. Aún