Victoria Greco se hospedo rápidamente en su habitación. Era la 109 y tenía una vista modesta a las calles del pequeño pueblo. Desempacó las pocas pertenencias que llevaba: ropa, un par de trajes de baño, gafas de sol, bloqueador solar, crema humectante, un sombrero y un par de revistas científicas. En el doble fondo de la maleta había, además, un arma corta semiautomática.
Abrió la regadera y esperó a que el chorro de agua se calentara. Con el ruido del agua cayendo, fue a la recamará y se desvistió. Dejo sus prendas en el suelo y entró a ducharse. Cuando terminó, se puso crema humectante en todo su cuerpo y se secó con delicadeza el cabello. Se vistió con unos pequeños shorts que dejaban al descubierto en su totalidad sus largas y delgadas piernas, unos tenis blancos y una camisa blanca holgada completaban la vestimenta. Puso especial empe&ntil
Leone Bellini se encontraba en San Diego desde hacía un par de días. Conducía un automóvil que había rentado, a lo largo de las calles y avenidas del Ocean Beach. Debía conducir con excesiva precaución, pues frecuentemente se veía interrumpido por las llamadas del Conde Di Tella y más aún, veía entorpecida su conducción, por la atención que ponía en los transeúntes, en especial a las mujeres que tuvieran la pinta de parecerse a su mujer.Se adentró a los suburbios bajos y altos, esperando que su memoria despertara al ver la casa de Betzabeth, amiga de su mujer. Él, había visitado aquella casa solo un par de veces y aun recordaba lo mal que le caía aquella mujer delgaducha y de risa escandalosa. Su marido, recordaba, era un tipo agradable, pero era demasiado aficionado a la bebida, lo cual seguramente –, pensaba –, lo hab&
— ¿Cuál es el siguiente paso? – preguntó Victoria Greco al Conde Di Tella. Se comunicaban a través de un teléfono móvil que ella se encargaba de esconder muy bien. Solían hablar muy por la mañana, cuando el sol aun ni siquiera asomaba en el horizonte y cuando Costa estaba dormido. Las veces que él la había sorprendido levantada, ella, se excusaba diciendo que aún eran efectos residuales del jet – lag. Él sonreía, le daba un beso y la acurrucaba a su lado. Victoria casi siempre volvía a dormir. Con el pasar de los días había descubierto, que, a pesar de estar casi convencida de que ya no sentía nada por él, le era sencillo mentir y fingir. Habían hecho el amor cada noche desde su llegada y al menos se sentía más satisfecha y menos asqueada que con el Conde Di Tella. Incluso se podría decir que lo dis
Leone Bellini despertó alrededor del mediodía. Había dormido un total de quince horas y el exceso de sueño no le sentaba en absoluto bien. Extrajo de entre sus cosas una tubera cilíndrica para fumar. De un pequeño sobre sacó Opio, lo colocó dentro del artefacto diseñado para ello y empezó a fumar. Nunca se había considerado a sí mismo un adicto, pero a veces, cuando la tensión era mucha le gustaba fumar un poco. Dio unas cuantas caladas y se sintió mejor. Le dolían un poco los nudillos y entonces recordó la golpiza que le había propinado a Beth la noche anterior. Apesadumbrado, entró a la ducha y dejo correr el agua caliente mientras se disponía a desvestirse. Entonces, su teléfono comenzó a sonar. No tenía registrado el número, pero no estaba lo suficientemente alerta como para tomar la precaución de no contestar.&nb
Leone Bellini llegó a la casa de Beth tan rápido como pudo; aceleró y consiguió que algunos conductores le pitaran debido a su imprudencia. Cuando llego estaba sudando, un tanto por el calor, pero aún más por el nerviosismo que sentía. Sacó un pañuelo del bolsillo de su pantalón y se secó la fina capa de sudor que perlaba su frente. Miró al otro lado de la calle, descendió del auto y se acercó con cautela. Acercándose sigilosamente llegó hasta el pórtico, dudando si debía tocar la puerta. Finalmente, no lo hizo y retrocedió de vuelta a la calle. Levantó la vista, hacia las ventanas; estaba atento por si alguien se asomaba, pero nadie apareció. Beth está muerta adentro – fue la idea que le paso por la cabeza – Nadie ha venido a verla – pensó después con un asomo de sonrisa en sus labios.
Rosella se quedó meditando en todas las desgracias que habían llegado a su vida. Como una bola de nieve, estás, parecían haberse acumulado durante años, incluso décadas, y de un momento a otro habían decidido embestirla con furia. Lloró. No pudo evitarlo. Las lágrimas le escocían los ojos, como si hasta estas, parecieran decididas a infringirle aún más dolor. Dos horas más tarde, y después de recibir el parte médico, se hallaba en la casa de Beth. Fue a recoger algunas cosas, había decidido que se quedaría en la sala del hospital a tiempo completo. Así era menos probable que Leone pudiera hacerle algún daño, pues el hospital ofrecía seguridad, al menos de manera relativa. Por supuesto también quería estar al pendiente del estado de salud de Beth y, además se sentía con la obligación moral de cuidar de Esmeralda. Antes de partir de vuelta al hospital, ordenó sus pertenencias en una pequeña maleta, su ropa, sus zapatos y algunos accesorios típicos
“La calma antecede a la tormenta”. ¿Cuantas veces no hemos escuchado esa frase en algún programa de TV, en algún libro o de la boca de alguna persona cercana? La frase encierra algo de cierto, con la salvedad de que nunca se especifica si esta calma será duradera o no, o si la tormenta será tan violenta que no nos permitirá ver la luz del sol en mucho tiempo.Durante el tiempo que Victoria Greco y Sebastián Costa estuvieron juntos, ambos se sintieron bien, al menos, la imagen que proyectaban, era la de una pareja enamorada y sin muchos problemas en la vida. Victoria ¿Fingía? Con toda seguridad muchas cosas sí, pero pudo descubrir que, para su sorpresa, aun sentía algo palpitante dentro de ella cada vez que él le acariciaba y le besaba. Aquello era mil veces mejor que estar en los brazos del decrépito y despreciable Conde. Ella era una mujer muy joven aún (cum
Sebastián Costa caminaba con los dos chicos de regreso a la playa. Se habían alejado un poco después de la clase de surf para comprar comida y bebida. La conversación durante el trayecto había sido animada y divertida, pero de pronto, las risas se detuvieron y un silencio sepulcral pareció apoderarse de toda la bahía.Tres hombres cubiertos con pasamontañas y gruesos chalecos antibalas estaban frente al bungalow y el campamento provisional de los chicos. Los hombres habían descendido de una camioneta todo terreno que parecía sacada de una película de acción. Dos de ellos portaban armas largas de alto calibre y el tercero agitaba en el aire un arma más pequeña.Costa sentía su corazón latir con fuerza, el calor parecía haber aumentado de golpe y las entrañas le palpitaban debido a la adrenalina. Sintió sus s
La noticia de la muerte de Victoria Greco tardó varios días en llegar a los oídos del Conde Di Tella. Cuando los hombres que había contratado con el fin de fingir el rapto aparecieron, no encontraron más que una playa vacía. La camioneta que decía: Forense, estaba terminando de levantar los cuerpos de los hombres abatidos. Al contrario de los hombres que acompañaron a Ezequiel Martínez, ellos, habían cercado la zona sigilosamente y para cuando dieron con el lugar donde se supone se hallaba la doctora Greco, hasta las huellas de la batalla que había tenido lugar ya estaban desapareciendo.El hombre había contado a Leone Bellini lo siguiente:Cuando llegamos no quedaba mucho que ver, los forenses estaban terminando de levantar los cuerpos. Había solo una patrulla de policía en el lugar y decidimos que no era conveniente acercarnos demasiado. Oculté mi arm