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Leone Bellini llegó a la casa de Beth tan rápido como pudo; aceleró y consiguió que algunos conductores le pitaran debido a su imprudencia. Cuando llego estaba sudando, un tanto por el calor, pero aún más por el nerviosismo que sentía. Sacó un pañuelo del bolsillo de su pantalón y se secó la fina capa de sudor que perlaba su frente. Miró al otro lado de la calle, descendió del auto y se acercó con cautela. Acercándose sigilosamente llegó hasta el pórtico, dudando si debía tocar la puerta. Finalmente, no lo hizo y retrocedió de vuelta a la calle. Levantó la vista, hacia las ventanas; estaba atento por si alguien se asomaba, pero nadie apareció. Beth está muerta adentro – fue la idea que le paso por la cabeza – Nadie ha venido a verla – pensó después con un asomo de sonrisa en sus labios.

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