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De vuelta en su camarote, el hombre que todos sus compañeros conocían como Adán Vega se recostó, se quitó los zapatos y dedicó unos minutos a relajarse; cerró los ojos y luego se incorporó, rebuscó en el pequeño mueble que tenía a lado y sacó una pequeña libreta, la abrió y comenzó a escribir. Era su diario personal. Escribió el acontecimiento del día y lo dejo a un lado. Casi estaba por amanecer y comenzaba a sentir el cansancio. No había dormido nada en casi 24 horas. Entonces, apenas sus parpados se juntaron, recordó el besó de Alexandra, un besó que había sido tan dulce e inocente y, además, sorpresivo. Este pensamiento se apartó rápidamente y casi pudo sentir una punzada de dolor al recordar a Victoria y en la forma en como ella, había dado su vida por defenderle. Tenía que vengar su muerte y

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