4

Dentro de la casa, las risas y conversaciones continuaban. Las mujeres Cáceres parecían seguir celebrando como si nada hubiera pasado, indiferentes al sufrimiento de Natalia.

Nelly, la madre de Simón, hablaba con su hermana Celia, su tono despectivo como siempre.

—¿Quién crees que se arrepentirá primero? —preguntó Nelly, lanzando una mirada rápida hacia la puerta del jardín, donde había visto desaparecer a Natalia.

Celia, que estaba acomodando su chal con delicadeza, levantó una ceja y sonrió con ironía.

—Seguramente la señora Cáceres —respondió, refiriéndose a Natalia con tono burlón—. Pobre tonta, creyó que podía hacerle frente a Simón. Va a arrepentirse de haberlo desafiado. No sabe lo que es quedarse sola.

Nelly soltó una risita fría y se cruzó de brazos.

—Claro que se arrepentirá. Siempre lo hacen. Esa mujer no tiene más que aire en la cabeza. Pensó que podría atar a mi hijo con su “amor”. —Lo dijo con un tono de desprecio absoluto—. Ya veremos cuánto le dura esa valentía.

Las dos mujeres continuaron hablando entre risas y murmullos malintencionados, seguras de que Natalia pronto volvería arrastrándose.

La visión que tenían de ella era de una mujer débil, una víctima que siempre dependería de Simón para sobrevivir.

Mientras tanto, Natalia seguía en el jardín, su cuerpo temblaba más por el peso del dolor que por el frío.

Pensaba en las palabras hirientes de Simón, en cómo la había despreciado tantas veces, y, a pesar de todo, el amor que aún sentía por él seguía aferrándose a su corazón como una enredadera venenosa.

—No puedo seguir así —se repetía—. No puedo dejar que me destruyan más.

Lloraba, pero en algún lugar profundo, sabía que esas lágrimas eran el principio de su liberación.

Natalia cerró la última maleta con un nudo en la garganta. El sonido del cierre metálico resonó en la habitación vacía, marcando el final de una era, una vida que se había desmoronado frente a sus ojos.

No quedaba nada para ella en esa casa, y lo sabía. Isabella había sido clara cuando la confrontó, con su voz goteando veneno.

—Deberías tener un poco de dignidad y marcharte —le había dicho Isabella, cruzándose de brazos y sonriendo con suficiencia—. O… ¿acaso quieres quedarte y escucharnos tener se*xo?

Las palabras de Isabella le habían atravesado el pecho como una cuchillada, pero Natalia se había mantenido firme. La miró con una sonrisa amarga, irónica, que escondía todo el dolor que sentía en su interior.

—No me sorprende tu descaro —respondió Natalia con frialdad—. Ya actuaste como la zorra que eres desde el principio.

Isabella había soltado una risita cruel antes de soltar su verdadera bomba.

—Estoy esperando un hijo de Simón —su sonrisa era venenosa—. Supongo que eso te hace una exmujer antes de tiempo.

El corazón de Natalia se detuvo un segundo al escuchar esas palabras. ¿Un hijo?

Se sintió como si el mundo se desmoronara bajo sus pies, pero mantuvo la compostura. Sin decir una palabra más, dejó a Isabella en la sala y subió las escaleras, buscando a Simón en su despacho.

Cuando lo encontró, éste estaba sentado tras su escritorio, revisando unos documentos. Sin levantar la vista, la recibió con frialdad.

—¿Qué quieres ahora, Natalia? —preguntó, su tono era tan distante que la hizo sentir como una intrusa en su propia casa.

Ella tomó aire, luchando por mantener el control.

—Isabella me ha dicho que está esperando un hijo tuyo —las palabras apenas salían de su garganta—. ¿Es verdad? ¿Cuánto tiempo llevas acostándote con ella?

Simón levantó la vista por un momento, sus ojos estaban sin ningún rastro de emoción.

—Eso no es asunto tuyo —respondió con indiferencia—. Y te sugiero que te vayas. Al menos he sido lo suficientemente amable para pagarte un hotel, así no te congelarás en las calles como una vagabunda.

El dolor de sus palabras la atravesó, pero en ese momento, Natalia sintió algo diferente: fuerza.

Una ira fría, controlada, se apoderó de ella, y las lágrimas que había estado conteniendo ya no tenían cabida. Lo miró con desdén.

—Qué considerado de tu parte, Simón —dijo con sarcasmo—. ¿Así que el verdadero motivo de tu repentina petición de divorcio es ese hijo que esperas con Isabella? —preguntó, sintiendo cómo el desprecio se le escurría por los labios—. ¿Siempre fue ella lo que quisiste?

Simón la miró fijamente, sin inmutarse.

—Siempre mantuve la esperanza de tener una familia con Isabella —admitió, como si fuera lo más natural del mundo.

Esas palabras la hirieron profundamente, pero en lugar de derrumbarla, la llenaron de determinación.

“Se acabó”, pensó. No iba a permitir que siguiera humillándola, no iba a permitir que ese hombre la redujera a cenizas. Ya no.

—No te preocupes, Simón —dijo finalmente, con una frialdad que la sorprendió hasta a ella—. Me iré esta misma noche para que disfrutes de tu amante en paz.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo