Dentro de la casa, las risas y conversaciones continuaban. Las mujeres Cáceres parecían seguir celebrando como si nada hubiera pasado, indiferentes al sufrimiento de Natalia.
Nelly, la madre de Simón, hablaba con su hermana Celia, su tono despectivo como siempre. —¿Quién crees que se arrepentirá primero? —preguntó Nelly, lanzando una mirada rápida hacia la puerta del jardín, donde había visto desaparecer a Natalia. Celia, que estaba acomodando su chal con delicadeza, levantó una ceja y sonrió con ironía. —Seguramente la señora Cáceres —respondió, refiriéndose a Natalia con tono burlón—. Pobre tonta, creyó que podía hacerle frente a Simón. Va a arrepentirse de haberlo desafiado. No sabe lo que es quedarse sola. Nelly soltó una risita fría y se cruzó de brazos. —Claro que se arrepentirá. Siempre lo hacen. Esa mujer no tiene más que aire en la cabeza. Pensó que podría atar a mi hijo con su “amor”. —Lo dijo con un tono de desprecio absoluto—. Ya veremos cuánto le dura esa valentía. Las dos mujeres continuaron hablando entre risas y murmullos malintencionados, seguras de que Natalia pronto volvería arrastrándose. La visión que tenían de ella era de una mujer débil, una víctima que siempre dependería de Simón para sobrevivir. Mientras tanto, Natalia seguía en el jardín, su cuerpo temblaba más por el peso del dolor que por el frío. Pensaba en las palabras hirientes de Simón, en cómo la había despreciado tantas veces, y, a pesar de todo, el amor que aún sentía por él seguía aferrándose a su corazón como una enredadera venenosa. —No puedo seguir así —se repetía—. No puedo dejar que me destruyan más. Lloraba, pero en algún lugar profundo, sabía que esas lágrimas eran el principio de su liberación. … Natalia cerró la última maleta con un nudo en la garganta. El sonido del cierre metálico resonó en la habitación vacía, marcando el final de una era, una vida que se había desmoronado frente a sus ojos. No quedaba nada para ella en esa casa, y lo sabía. Isabella había sido clara cuando la confrontó, con su voz goteando veneno. —Deberías tener un poco de dignidad y marcharte —le había dicho Isabella, cruzándose de brazos y sonriendo con suficiencia—. O… ¿acaso quieres quedarte y escucharnos tener se*xo? Las palabras de Isabella le habían atravesado el pecho como una cuchillada, pero Natalia se había mantenido firme. La miró con una sonrisa amarga, irónica, que escondía todo el dolor que sentía en su interior. —No me sorprende tu descaro —respondió Natalia con frialdad—. Ya actuaste como la zorra que eres desde el principio. Isabella había soltado una risita cruel antes de soltar su verdadera bomba. —Estoy esperando un hijo de Simón —su sonrisa era venenosa—. Supongo que eso te hace una exmujer antes de tiempo. El corazón de Natalia se detuvo un segundo al escuchar esas palabras. ¿Un hijo? Se sintió como si el mundo se desmoronara bajo sus pies, pero mantuvo la compostura. Sin decir una palabra más, dejó a Isabella en la sala y subió las escaleras, buscando a Simón en su despacho. Cuando lo encontró, éste estaba sentado tras su escritorio, revisando unos documentos. Sin levantar la vista, la recibió con frialdad. —¿Qué quieres ahora, Natalia? —preguntó, su tono era tan distante que la hizo sentir como una intrusa en su propia casa. Ella tomó aire, luchando por mantener el control. —Isabella me ha dicho que está esperando un hijo tuyo —las palabras apenas salían de su garganta—. ¿Es verdad? ¿Cuánto tiempo llevas acostándote con ella? Simón levantó la vista por un momento, sus ojos estaban sin ningún rastro de emoción. —Eso no es asunto tuyo —respondió con indiferencia—. Y te sugiero que te vayas. Al menos he sido lo suficientemente amable para pagarte un hotel, así no te congelarás en las calles como una vagabunda. El dolor de sus palabras la atravesó, pero en ese momento, Natalia sintió algo diferente: fuerza. Una ira fría, controlada, se apoderó de ella, y las lágrimas que había estado conteniendo ya no tenían cabida. Lo miró con desdén. —Qué considerado de tu parte, Simón —dijo con sarcasmo—. ¿Así que el verdadero motivo de tu repentina petición de divorcio es ese hijo que esperas con Isabella? —preguntó, sintiendo cómo el desprecio se le escurría por los labios—. ¿Siempre fue ella lo que quisiste? Simón la miró fijamente, sin inmutarse. —Siempre mantuve la esperanza de tener una familia con Isabella —admitió, como si fuera lo más natural del mundo. Esas palabras la hirieron profundamente, pero en lugar de derrumbarla, la llenaron de determinación. “Se acabó”, pensó. No iba a permitir que siguiera humillándola, no iba a permitir que ese hombre la redujera a cenizas. Ya no. —No te preocupes, Simón —dijo finalmente, con una frialdad que la sorprendió hasta a ella—. Me iré esta misma noche para que disfrutes de tu amante en paz.Simón alzó una ceja, observando a Natalia con una mezcla de desdén y burla. El silencio entre ambos era denso, cargado de resentimientos no dichos. —Hasta para fingir dignidad tienes talento —soltó con voz cortante, mientras su mirada la recorría de pies a cabeza.Las palabras cayeron como un golpe inesperado, pero Natalia apenas parpadeó. Estaba harta de esos juegos crueles. Mantuvo su mirada firme, evitando mostrarle cuánto la afectaban sus comentarios.—Piensa lo que quieras, Simón —respondió con frialdad, su voz era firme pero cansada. No valía la pena discutir más. Había decidido no seguir atada a esa toxicidad.Sin esperar su reacción, se dio la vuelta, mientras se alejaba de él con el cuerpo tenso.El auto lujoso la esperaba en la entrada, con el chofer Roger al volante, encendiendo el motor en el frío de la noche. Natalia bajó las escaleras con la cabeza en alto y las maletas pesadas en cada mano, como si con ellas llevara el peso de los últimos años. Cuando vio el auto,
El eco de la noticia de la separación entre Natalia y Simón Cáceres no tardó en correr como pólvora entre los círculos sociales. Los rumores sobre el regreso de Isabella, el antiguo amor de Simón, avivaban más el fuego, convirtiendo el escándalo en algo casi incontrolable.Algunos internautas se apresuraron a cuestionar a Natalia. Se decían tantas cosas: que había sido una cazafortunas, que había manipulado a Simón para casarse, que era una mujer inescrupulosa. Pero como bien sabía Natalia, las apariencias podían ser engañosas, y pronto, la verdad cambiaría esa narrativa.Al día siguiente, Simón llegó puntualmente al juzgado. Su presencia, siempre impecable, lo hacía destacar entre el bullicio: traje oscuro, corbata perfectamente anudada, rostro inescrutable. A pesar de la tormenta mediática, se mantenía como una fortaleza inquebrantable. Al entrar, sus ojos se encontraron con Natalia, quien ya estaba allí sentada con una expresión serena, aunque su mirada lo seguía con una mezcl
La noche caía sobre la ciudad, y las luces del restaurante brillaban con una calidez engañosa. Natalia se sentó en una de las mesas junto a la ventana, mientras el aire fresco entraba por el cristal, contrastando con el tumulto emocional que la consumía. Cuando Delia llegó, la abrazó con tanta fuerza que Natalia sintió que podría romperse. Era un abrazo que decía más que mil palabras, un refugio en medio de la tormenta.—No voy a preguntarte si estás bien —dijo Delia, separándose para mirar a Natalia a los ojos—. Se nota que estás cansada.Natalia esbozó una sonrisa triste y dejó escapar un suspiro. —Estoy cansada emocionalmente. Pero pronto saldré de esto —respondió, buscando en sus palabras la convicción que le faltaba.Delia, siempre la más persuasiva, se sentó frente a ella y apoyó los codos en la mesa, acercándose un poco.—¿Qué tal si tomamos algo de alcohol? —sugirió, como si el licor pudiera borrar todos los males de su amiga—. Necesitas relajarte y divertirte.Natalia sacu
—Pronto seré una mujer libre —dijo con firmeza—. Te regalo a Simón Cáceres con moño y todo. Yo me quedaré con lo que me pertenece.Isabella se tensó, y su sonrisa desapareció al instante. Dio un paso hacia adelante, con sus ojos llenos de rabia.—¿De verdad fuiste tan maldita como para pedirle Villa Azul a Simón? —espetó entre dientes, con el veneno destilando en cada palabra.Natalia soltó una carcajada sin humor, su mirada era desafiante.—La abuela Rebeca me dijo que esa propiedad me pertenecía —respondió, disfrutando de ver la frustración arder en los ojos de Isabella—. Por eso la pedí en el acuerdo de divorcio.Isabella apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.—Lo sabías. Sabías que yo quería Villa Azul y por eso manipulaste a Simón. ¡Eres una maldita arpía! —le acusó, con su voz temblando de furia contenida.Antes de que Natalia pudiera responder, Isabella lanzó una mirada hacia la barra, donde Simón había comenzado a llamarla. De repente, Isabella
Isabella observó cómo los paramédicos subían a Natalia a la ambulancia con la misma expresión de hastío con la que miraba a su hermana desde hacía años. Cruzó los brazos, suspirando con fastidio, mientras Delia terminaba de dar las indicaciones para que llevaran a Natalia al hospital.—A Natalia siempre le gusta llamar la atención —murmuró, sin preocuparse de que la escucharan. La frialdad de su tono resonó en el silencio incómodo que había dejado la sirena de la ambulancia al apagarse.Simón, que había estado observando todo a distancia, se levantó de la silla en la que estaba sentado, como si algo en su interior lo empujara a seguir a la ambulancia. Isabella, al notar su movimiento, arqueó una ceja y lo detuvo con la mirada.—¿A dónde vas? —preguntó con desgano, como si no esperara una respuesta.Simón señaló hacia la ambulancia, que comenzaba a alejarse lentamente por la calle.—¿No piensas acompañar a tu hermana? —preguntó, su voz estaba cargada de una preocupación que lo tomó
Tiempo después, el médico salió por la puerta de la sala de emergencias con paso firme, llevando un clipboard en la mano y mirando alrededor en busca de alguien.—¿Familiares de Natalia Benavides? —preguntó con voz grave y autoritaria.Simón y Daniel saltaron casi al mismo tiempo, y sus miradas chocaron como un desafío silencioso.Ambos fruncieron el ceño, con el aire tenso entre ellos. Simón apretó los puños instintivamente, sin saber por qué ese hombre lo provocaba tanto, mientras Daniel mantenía la calma, pero sus ojos mostraban una preocupación auténtica.El médico los observó con curiosidad, confundido por la presencia de ambos.—¿Quién es familiar? —insistió, notando la tensión.Isabella dio un paso hacia adelante, abriendo la boca para intervenir, pero Delia se adelantó, su voz clara y firme.—Nosotros somos familiares. Él —dijo señalando a Daniel—, es el hermano de Natalia, y yo soy una amiga muy cercana. —La mentira salió de sus labios sin vacilación, cortando cualquier inten
Natalia estaba sentada con las manos entrelazadas en su regazo, intentando calmarse. Sabía que algo andaba mal desde el primer momento en que empezó a sentirse mareada, pero el resultado de los exámenes superaba cualquier cosa que hubiese imaginado. Miró al doctor, aún incapaz de procesar las palabras que acababa de escuchar.—Estás embarazada, Natalia —dijo el médico en tono sereno, como si no acabara de lanzar una bomba sobre su vida.El corazón de Natalia pareció detenerse por un segundo. Era la última cosa que esperaba escuchar. Sintió las manos de Daniel sobre las suyas, cálidas, firmes, intentando brindarle apoyo.—¿Embarazada? —repitió, su voz apenas un susurro. Las palabras se sintieron extrañas al salir de su boca.Daniel, sentado a su lado, la miraba con una mezcla de sorpresa y preocupación.—¿Es de Simón? —preguntó, aunque ya parecía saber la respuesta.Natalia asintió lentamente, aún en estado de shock. Sus pensamientos volvieron a esa única noche en la que había estad
Natalia apretó los puños, intentando no dejarse llevar por las lágrimas.—No quiero volver contigo —respondió con la voz tensa, luchando por contener las lágrimas—. Solo te estoy diciendo la verdad…—¡Por favor! —Simón la interrumpió, bufando con desdén—. Es obvio que sí lo quieres. Estás tan desesperada que has inventado esto para engañarme. Natalia lo miró fijamente, resignada. Sus ojos mostraban una tristeza profunda, pero también una determinación que no había tenido antes.—No quiero nada de ti —repitió en un susurro, agotada—. Solo cumplía con decirte.Simón la miró con una sonrisa cruel.—Siempre fuiste una excelente actriz —dijo en tono bajo, acercándose de nuevo con una presencia amenazante—. Pero ya aprendí a leerte. Solo estás jugando a la víctima para que me apiade de ti.Natalia no respondió de inmediato, sintiendo el peso de su desprecio. —Yo no soy Isabella… —¿Qué quieres decir con eso? —la interrumpió, cortante.—Piensa lo que quieras, Simón —dijo Natalia con tono m